A los 37 años es una de las exponentes clave del soul, el R&B y el jazz de Argentina. Vive en Nueva York hace diez años y en el verano estuvo en el país: la cantante y cancionista habló con De Coplas y Viajeros sobre sus discos, sus inspiraciones y sus esfuerzos para vivir de la música en la Gran Manzana.
“¡Al fin pueden entender mis letras!”, se dijo la argentina Sol Liebeskind, cantautora en inglés de soul, jazz y rhythm & blues, cuando hace diez años se fue a vivir a Nueva York. A sus 27 decidió probar suerte en la cuna de estas músicas con su voz envolvente y sus vibrantes canciones. Hace años que Sol Liebeskind es considerada una referente vocal y creativa del soul y el jazz de Argentina: “Amo estar en Nueva York y generar cosas, y me encanta traer esa energía y mezclarme con la comunidad musical de mi país”.
Sol Liebeskind editó en 2011 su primer disco, Soul Life Music Life, más orientado al jazz; en 2016 lanzó Building Bridges, ya con composiciones propias en inglés y, en 2019, el consagratorio Love Child (“Amor de niño”, el significado de su apellido alemán). Con el guitarrista Federico Díaz (otro argentino en Nueva York entrevistado por De Coplas y Viajeros) sacó en 2020 el EP de boleros Mucho corazón: “Amo cantar boleros en castellano. Es una música muy cercana al jazz”.
El 19 de enero de 2024, Sol Liebeskind presentó su revelador single Somehow. “Y ya tengo músicas como para grabar un nuevo disco. Estoy juntando los recursos para hacerlo, pero es difícil por los altos costos. Yo doy muchas clases de canto y de piano. Tengo que trabajar mucho para pagar la fucking renta en Brooklyn, donde resido”.
– ¿Qué te impulsó a irte a vivir Nueva York diez años atrás?
– Yo quería aprender, porque amo el jazz, el soul y el R&B. Estuve de vacaciones, me enamoré de la ciudad y me dije: “Necesito estar acá”. Por lo general tengo deseos muy fuertes y voy hacia ellos. Pero no me fui a Nueva York con el sueño de ser famosa. Sólo quería estar ahí: ser parte de esa escena. Pero me fui sin una mano de ayuda. Sólo seguí mi intuición y mi deseo.
Ya estaba de novia con el cellista, guitarrista y compositor Agustín Uriburu. “Agus, ¿vamos a vivir a Nueva York?”, le propuso Sol Liebeskind. “Yo tuve la iniciativa y él se sumó. No conocíamos a nadie, no teníamos ahorros ni sabíamos los requisitos para quedarse en la ciudad. A pesar de tener todo en contra, entre comillas, Nueva York nos abrió las puertas. Si hubiese sido muy cuesta arriba, no habríamos durado tanto tiempo. La ciudad te aplasta. Es una epopeya estar cómodo a nivel de vivienda, de dinero y de estabilidad profesional. A mí me llevó diez años tener un lugar en la escena musical neoyorquina”.
– ¿Cómo fueron tus primeros tiempos en Nueva York?
– Hay algo que no se dice mucho: tu primera década en Nueva York tenés que invertirla en sobrevivir y en acomodar tu vida. Eso te quita energía. Yo iba a dar clases de música a Jackson Heights, en Queens, por 40 dólares. Vivía con nada. Empezar de cero en Nueva York te desgasta mucho. Igual, por suerte, siempre trabajé de la música. Entre Argentina y Nueva York llevo diecisiete años de ser una artista freelance.
– ¿Cómo hacés hoy para vivir de la música en Nueva York?
– Yo vivo muy parecido a como vivía acá. Me fui de Argentina a los 27 y ya vivía de la música desde hacía siete años. Tocaba un montón en Thelonius Jazz Club, entre otros lugares, y daba clases. En Nueva York hago básicamente lo mismo. Doy clases y toco bastante: cada vez más. Eso me llevó un tiempo. Al principio tocaba un montón y el dinero escaseaba. Ahora no salgo de casa si no me pagan. Sino, no te rinde la vida.
– ¿Cuál es el capital musical que te dio Nueva York?
– Al ser la vara tan alta no hay forma de que no mejores en el oficio: al plantarte en un escenario o al resolver cualquier cosa con el público, a nivel musical e incluso energético. Además, una cosa es escuchar soul o R&B desde lejos y otra es estar en la cuna de estas músicas. Incorporás muchísimo más.
Los temas de Sol Liebeskind mejor rankeados en Spotify son If I’m Lucky, Brooklyn (el distrito donde vive la inquieta comunidad de músicos argentinos en Nueva York), Somehow, Mucho corazón y La gloria eres tú: las vibraciones de la cantante entre el soul en inglés y los boleros en castellano (con Fede Díaz en la guitarra). “Yo escribo canciones. Pero no me considero compositora -distingue Liebeskind- porque no tengo todas las herramientas técnicas. Sí siento que me refiné mucho en la escritura de mis temas”.
– ¿Cuándo hallaste tu forma de hacer canciones?
– Me encanta mi primer disco de 2011, que no está en Spotify. Ahí exploraba con el jazz, pero mi impronta no estaba del todo. Con el tiempo fui sintetizando lo que tenía para decir, que es lo más hermoso de una canción: poder bajar un sentimiento, un vibe, una vibración, a una perlita de tres minutos, y que llegue directo en letra y música.
Liebeskind encuentra un ejemplo. A su canción Love Child, del disco de 2019, la pudo escribir en cinco minutos. “Ese tema es re importante para mí. Ahí escucho todas mis identidades. Desde Los Beatles hasta el soul, el jazz y el R&B. Todo eso está en mí, pero busco hacer foco en las canciones, que igualmente tienen todos esos colores”, describe.
– Sos una de las pocas artistas argentinas de soul que componen en inglés.
– Me encantaría componer en castellano, pero me sale así. Cuando yo cantaba en Buenos Aires, en 2012, se me llegó a criticar porque yo cantaba en inglés. A mí eso me dolió. Yo nunca lo hice por mirar hacia afuera o por decir “quiero ser Erykah Badu”. Yo me enamoré del inglés desde chica y luego me recibí de traductora. Y es orgánico escribir en inglés en el género que hago. Aunque estoy segura de que en diez años voy a tener un disco en mi propio idioma. Cantar en castellano es otra expresión del alma.
La brújula musical
Las creaciones de Sol Liebeskind son sutiles, circulares y expansivas. Se ve claramente en su nuevo single Somehow: se puede escuchar varias veces para que brillen sus matices melódicos y sus respiraciones de neo-soul. ¿Cómo lo explica ella? “Yo espero poder sintetizar un sentimiento cuando escribo. Somehow habla del amor que tengo por la música desde que nací: es mi guardiana y protectora”, confía.
Y ese amor auditivo también posee una honda búsqueda espiritual. “Yo tengo una filosofía taoísta con el arte: hago y suelto. Cuando escribo una canción y todavía no la escuchó nadie, siento que aún está en una esferita. En el momento en que alguien la oye, toma otra vida: se desapega de vos. Y ni hablar cuando otro artista la interpreta, o cuando le tocás el corazón a una persona gracias a lo que escribís y cantás”.
– ¿Cuáles son los tópicos a los que volvés en tus canciones?
– Hay muchas obras que me escribo a mí misma. Especialmente en el último tiempo soy de meditar y reflexionar mucho. Me voy muy para adentro. Y siento que cuando escribo canciones me digo cosas que necesito. Love Child es una canción para la existencia. No es para nadie en sí, sino para mí ser.
– ¿Hay algún tema sobre el cual todavía no hayas podido escribir?
– Yo me separé de Agustín Uriburu, que fue el gran compañero de mi vida y con el que compartí esta epopeya de mudarme a Nueva York a los 27 años. Y no podía escribir nada de este duelo, que fue durísimo y larguísimo. Hasta que hace cuatro o cinco meses compuse una canción -aún sin título- que me gusta mucho. Me parece que es redonda.
En un punto es como Somehow, siente Liebeskind. “No tiene nada de más ni de menos. Toca las fibras que tiene que tocar. Tiene un flow natural -percibe-. Yo trato de componer sin cosas de relleno. Siento como una brújula que me alinea y así voy armando el hilo de las canciones. Cuando escribía este tema que habla de mi separación lloraba todo el tiempo. Pero cuando lo terminé sentí que solté algo. Fue muy catártico”.
– ¿Abordás otros temas difíciles?
– Mi padre se fue de mi casa cuando yo tenía cuatro años. Era una herida muy grande y veces no podía mirarla bien. Pero ahora yo miro todo. Me meto en el basement, en el sótano, a revisar todo lo que hay ahí. Para el disco Love Child escribí una canción que se llama Suitcase. Y es uno de mis primeros recuerdos en la vida: mi papá yéndose con la valija cuando era chiquita.
Sol Liebeskind vuelve de esas imágenes y sonríe: “Si las canciones no salen de una expresión genuina, no me interesan. Por ejemplo, a mí siempre me costó transar. Hace quince años tuve reuniones en las que me dijeron: ‘Si cantás en castellano y un poquitito más pop, te re podemos vender’. Y yo dije que no me interesaba. Prefiero que me escuchen menos personas, pero seguir contenta con las decisiones musicales que voy tomando”.
El 22 de mayo de 2023 hubo un concierto definitorio para Sol Liebeskind. Visitó la Argentina y cantó en el Teatro Colón -con dirección musical de Adrián Iaies y orquesta- en el homenaje Mañana es mejor, por los cincuenta años del disco Artaud, de Luis Alberto Spinetta. Y Liebeskind conmovió en el Colón haciendo Todas las hojas son del viento, entre otras obras. “2023 fue de mucha cosecha. Fui parte del concierto homenaje a Artaud, tuve una gira a Europa y fue el año en el que más toqué en Nueva York: pude formar la banda de soul que siempre quise y nunca había podido tener en la Gran Manzana”, cuenta.
La artista pasó el fin de año de 2023 en Argentina y volvió a tocar en Thelonius, en el barrio de Palermo, a sala llena. A mitad de febrero ya estaba de regreso en Nueva York con varios proyectos musicales que desplegar. “Encontré un productor con el que hicimos una conexión muy rápida y zarpada. Cuando lo conocí, pensé: ‘Claramente vos escuchaste a Los Beatles, a Donny Hathaway y a Stevie Wonder’. De hecho, a mi tema Somehow lo grabamos en dos horas. Yo canté y él tocó piano, bajo, algunas cositas más, y ya estuvo listo. Ahora me gustaría hacer todo mi disco nuevo con este productor, pero es muy caro grabar en Nueva York. Me lo voy a tomar paso a paso, canción por canción”.
– ¿Cómo te proyectás de acá a un año?
– Uhh, puede ser que venga a la Argentina a quedarme seis meses. Hacer el proceso inverso al que hice cuando me radiqué en Nueva York. Pero haga lo que haga no me quiero arrepentir. Deseo estar segura de tomar decisiones tan grandes. Darme tiempo para macerarlas. Prefiero sentir varias veces las ganas y las señales de quedarme, que tomar un volantazo y decir «uh, ¿mirá si me quedaban dos años y un montón de cosas por hacer en Nueva York?». Por ejemplo, yo tengo una especie de residencia en el Arthur’s Tavern, un club de jazz histórico del West Village. Es medio un antro, con un sonido no tan fancy, pero a mí me encanta.
Sol Liebeskind vuelve a verse diez años atrás, recién mudada a Nueva York: “Ahora no sé si podría hacer todo lo que hice cuando llegué. Ya estoy cansada. Aunque fue un aprendizaje incomparable. Haberme ido a Nueva York, a la meca de todo, y decir: «Qué tal, ¿puedo cantar una canción?». O haber tocado en el Central Park por monedas, como hice durante un año. Venía de llenar Thelonius en Buenos Aires y me fui a tocar a la gorra al Central Park. Estoy contenta de haber hecho eso, porque te forja. Si no lo hacés, no te das cuenta del power que tenés ni de las cosas que podés hacer”.
Foto de portada: Nicolás Manassi