La bailarina, docente y música, abre puertas hacia la experimentación y observación de los sentidos. Hablamos con ella sobre las distintas formas de entender el lenguaje del cuerpo.


A los tres años, Rocío Aristimuño descubrió su condición de artista. Mejor dicho, su familia se dio cuenta de que debía prestar atención a esa niña de pelo negro y enrulado con ojos de querer explorar el mundo y ayudarla en su sueño. Sus pies volaban sobre la mesa a la que se había subido para bailar, y ese fue su primer tablao. A los cuatro años ya estaba en una escuela de danza, y ese fue el primer paso para todo lo que vendría después: el flamenco, la antropología, el canto, la percusión, el violín, la murga, la experimentación sensorial, su escuela, su carrera como bailaora flamenca, y su participación en la banda de su hermano Lisandro. 

Ese cobijo que le dio una familia dedicada al arte (su padre dramaturgo, su madre actriz y su hermano cantautor) derivó en lo inevitable, o acaso su naturaleza estaba en vidas pasadas. “Me relacioné con el arte desde una filosofía espiritual. El flamenco (creo) que venía de vidas pasadas, y él solo apareció, me lo recordó y me despertó. Luego yo lo elegí porque sentí su completitud, todo lo que más me gusta está ahí”, -dice, en un alto en medio de ensayos, clases, proyectos y actuaciones. “Es que el fin de año nos  tiene a todos bastante ocupados”, cuenta, mientras responde esta entrevista, en la que habla de diferentes formas de abordar el arte y la danza. 

– El arte vive en vos de diferentes maneras, aunque hay un común creo, que es el lenguaje del cuerpo. ¿Podría ser esto una línea que une a las diferentes Rocíos que te habitan?

– El arte vive en mí, me habita. Dejo que sea libre y hable por dónde quiera, creo que está en todas partes, en todas las cosas, no solo en mí. Mi única línea posible que une mi condición multifacética, es procurar estar ahí, dónde está.

– Cuando hablas de metodología propia en tu escuela de flamenco, ¿a qué te referís?

– A que siempre prioricé escuchar, escucharme. Estudié con maestros súper elegidos, y estudio mucho en general, siempre fui autodidacta sin miedo a respetar mi búsqueda. Tengo y tuve siempre la certeza del reconocerme única e irremplazable, de potenciar mi identidad, esa es para mí la revolución. Tenía y tengo muchas preguntas y me encerré a escuchar y entender patrones, resoluciones, loops, formas musicales, desarrollos de manifiestos, rítmicas y tonalidades, etcétera.

Logré este método porque sentí la necesidad mía y de mis alumnas, de entender y llegar a lugares. Codificar herramientas, lograr a través de un método ser más libre y autónomo y quizás encontrar mayores evoluciones de mí y de mi baile en comunión.

– Percusión corporal y musicalidad propia, son conceptos que mencionás y abordás en tus clases. ¿Podrías decir qué es cada uno? 

– Encontrar los sonidos propios. Reconocernos afinados o desafinados. Buscar alineaciones con todos los sonidos que me habitan naturalmente. Reconocernos instrumento. Somos pájaros, tenemos un sonido, un canto, fuera del impuesto después. Vibramos en una nota. Tenemos un pulso natural. Tenemos al hablar una rítmica, una canción. En síntesis estos conceptos son búsquedas de llegar más cerca, a la conciencia de sabernos musicales.

– En el folklore hay diferentes versiones a la hora de hablar de danzas tradicionales, pero en definitiva en estos tiempos se ve una danza descontracturada. La bailarina Silvia Zerbini, comentó en una entrevista que antes de hablar de danza estilizada, ella prefiere buscar en la tradición y desde ahí, innovar. ¿Cuál es tu opinión, respecto a este tema; pasa esto con otras  danzas como el flamenco?

-La verdad de lo puro o tradicional es única, tiene la maestría de la simple grandeza. Es completo. No le falta ni le sobra. Creo en los maestros (distintas danzas o músicas) y desde ese respeto me atrevo a buscar. Luego los títulos no me gustan mucho, creo que achican y señalan con el dedo y separan, quizás algo sumamente infinito, en una sola descripción.

– Se habla mucho de ley de cupo, de la cuestión de género en el arte. Siendo mujer, abordas disciplinas en las que sos protagonista. ¿Cuál es tu visión sobre este tema? ¿Prestás atención a estas cuestiones?

– Siempre fui muy segura de hacer lo que quiero, y es un camino muy difícil y muy solitario. Volvemos a los títulos… ¿por qué por ser mujer no puedo tener fuerza, quizás más que un hombre? Sin competir hablo, sin diferenciar hablo, ni jerarquizar. ¿Por qué solo debo seducir y mostrar sin romper?; ¿Por qué da miedo ver una mujer desatada?

Bailo, toco, canto y actuó sin género, ni título, ni estructura, o deber impuesto. Simplemente cuando quise girar, giré, cuando quise zapatear fuerte, soltarme el pelo, usar pantalones, buscar mi fuerza y mi delicadeza, desde mí, no desde lo que dice mi situación femenina que debo hacer. Soy y amo ser mujer, sin condiciones ni censuras.

– Sos parte de la banda de Lisandro. ¿Qué experiencias dejó y te deja esa tarea?

– Toda belleza, mucho aprendizaje, mucha hermandad, mucha misión adelante.

– ¿Qué proyectos tenés para los meses próximos?

– ¿Lo que viene? Lo mismo desde el principio: acción y amor infinita alquimia con el Arte.

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