Un capitán español muerto en la orilla de un río, entrega su nombre al río, y el río a una tierra que será pueblo y el pueblo a una Virgen que será la patrona de lo que siglos más tarde será un país. Pedro de Luján fue un conquistador que murió en combate el 15 de julio de 1536, contra los querandíes; la leyenda, que siempre está paganamente bendecida por la devoción popular, asegura que el español fue trasladado muerto por su caballo a la ribera del río que hoy lleva su nombre. Las lanchas colectivas que navegan el Luján no suelen llorar con sus maderas cansadas en honor de este hombre; tampoco los puentes hechos de los fierros de todas las intemperies, ni las espectrales pulperías que aún sobreviven a la derrota de Juan Moreira, por cierto: la pulpería Del Puente, a la vera del río Luján, atesora como documento el pedido de captura original del mítico gaucho.

En 1630, casi cien años después de que la muerte de Pedro de Luján se transformara en el nombre de un río, una carreta se inmoviliza en sus márgenes, o mejor dicho: en la orilla del prodigio, transportaba dos imágenes de la Virgen traídas desde el puerto de Buenos Aires, habían llegado de Brasil. Tenían como destino Santiago Del Estero, sin embargo los bueyes no pudieron mover la carreta. Y ahí comienza el milagro, el mito, la historia o todas aquellas juntas. Los troperos observaron que al quitar una de las imágenes de la Virgen, la carreta se movía. Comprendieron que esa diminuta imagen quería quedarse allí, en el país del río Luján. Esos paisanos jamás imaginaron que esa escena sería el principio de peregrinaciones, ofrendas, estampitas desesperadas, ermitas en rutas, estaciones de trenes y ranchos, tatuajes en los brazos de los condenados, retratos en camiones y hasta en los cascos de soldados en Malvinas y, nada más y nada menos, que el comienzo de la patria de la fe, pues Nuestra Señora de la Concepción del Río Luján había llegado a su casa.

Bernabé González Filiano, administrador de una estancia en la ribera del Luján, un contrabandista que tenía por esclavo a un joven africano, oriundo de Cabo Verde, que eso que nace de la fe y la leyenda lo recupera con el curioso nombre de Manuel Costa de los Ríos; este esclavo, fue el encargado de cuidar la imagen de la Virgen de Luján en dicha estancia, por fortuna, un negro fue el elegido de custodiar la que sería la devoción más imporante de nuestro pueblo. Castigo sagradamente cultural para quienes suelen usan la palabra negro de forma despectiva, sobre todo porque Manuel es considerado el Santo Patrono de Argentina. Cabe señalar que desde hace un tiempo se estudia su beatificación, de conseguirse sería la santificación del primer esclavo de Argentina. El Negro Manuel mantuvo a la Virgen en una modesta capilla de barro y paja, acogía a las chinitas y los paisanos devotos y muchas veces los sanaba. Luego trasladó a la Virgen donde actualmente se levanta la Basílica de Luján, lugar en el que Manuel Costa de los Ríos muere en 1686, tal como le había revelado la Virgen: «Vas a morir el viernes y el sábado siguiente te llevaré a la gloria». Sus restos permanecen bajo el altar mayor a los pies de la imagen de la Virgen, en la capilla de Pedro de Montalvo, a una cuadra de la Basílica de Luján.

El color café con leche del Luján, típico de nuestros ríos de llanura, tiene algo del Negro Manuel, dicho color inspiró al pintor Xul Solar quien decidió vivir sus últimos años en su ribera, en su casita taller a la que bautizó Li Tao, por Lita, su mujer y en tributo al taoísmo. Desde allí pintó el Luján, conversó con él, intercambiaron colores, sudestadas e inundaciones. A veces las acuarelas y las tintas del artista se mezclaban con las aguas del río, él corregía la negra tristeza de los pilotes y la vejez sepia de los muelles. Xul Solar habitó frente al Luján desde 1954, hasta su muerte en 1963. Sospechamos que el río Luján se quedó con el último color del célebre pintor.

Tal vez el río Luján sea el más parecido al tren suburbano, ya que en su travesía de 128 kilómetros recorre trece partidos de la Provincia de Buenos Aires, nace en la ciudad de Suipacha y desemboca en el Río de La Plata, hijo de los arroyos El Durazno y Los Leones, habla el lunfardo como pocos. Suele protestar en inundación aunque en los últimos años fue víctima de una feroz sequía producto del cambio climático y de la cruel contaminación a la que es sometido.

El río Luján fue cuna de milagros divinos, acaso será tiempo de que nos inspire milagros humanos, y cuidemos sus aguas, sus islas, su alma de arriero de nuestra historia y nuestra fe.

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