Allá, arriba de las guerras, de las contiendas cotidianas por tener razón; arriba del hambre de miles y de los millones desperdiciados en la nada financiera; arriba de las ruinas de los imperios y de las más hermosas construcciones humanas; arriba de tantas celebridades de la mezquindad y tantos anónimos héroes de las pequeñas acciones solidarias; arriba de tanta muerte y tanto nacimiento; allí arriba, en la montaña se halla el solitario Río de las Vacas, en un páramo mendocino llamado Punta de Vacas, en la cordillera de los Andes. Este río custodia desde hace siglos el Aconcagua, aunque en realidad el río de las Vacas es el guardián de todo lo sagrado que nace del encuentro entre el humano y la montaña. No sólo porque lo atraviesa el «Qhapaq Ñan», ese sendero incaico por el que por siglos han transitado miles de chasquis, hombres y mujeres trasladando idiomas, culturas , dioses y aquella filosofía andina, el «Suma Qamaña», el «buen vivir«, que tiene como espíritu el vínculo armónico y respetuoso del humano con naturaleza,  sino también porque en Punta de Vacas se reúnen los ríos literales y los metafóricos.

Tan es así que en Punta de Vacas confluyen el río de las Vacas, el Tupungato, el de las Cuevas y el río Mendoza, donde éste nace, pero también se encuentran los ríos de la fe de gente que anhela cambiar el mundo, como ocurrió en 1968, a la vera del río de las Vacas, cuando Mario Rodríguez, un treintañero mendocino conocido como Silo, reunió a centenares de personas para brindar una arenga: “La curación del sufrimiento”. Eran tiempos de dictadura, Onganía presidía el gobierno inconstitucional, y entre otras cosas había prohibido cualquier tipo de manifestación pública. Cuando el gobierno de facto recibió el pedido de permiso de Silo para hacer un encuentro en la montaña, las autoridades se burlaron y le respondieron: “Ah, si quieren hablar en la montaña, háblenle a las piedras”.

La ignorancia suele ser una característica de las dictaduras, ya que aquel encuentro fue el inicio de un movimiento contra la violencia que tendría millones de seguidores en todo el mundo y sería la piedra fundamental del Partido Humanista. En ese paraje de caseríos y con apenas 47 habitantes, Silo, este amauta de los andes, volvió a congregar en 1999 y 2004, a varios miles de seguidores y en 2007 fundó el Parque Punta de Vacas. Por este acontecimiento llegaron de todas partes del mundo más diez mil peregrinos ¿Acaso el río de las Vacas es nuestro Ganges, el río sagrado de este lado del mundo?

Sin embargo, a este río cuyano también le ha tocado ser testigo de muchas penas, desde la intemperie de los arrieros que por su labor y su presencia se le ha dado nombre a este paraje, sino también por ser el campo de batalla del Combate de Potrerillos el 25 de enero de 1817, en el que resultó victorioso el Ejército de Los Andes, aunque el dolor de los muertos y los heridos aún persiste en este lugar que un siglo después de este acontecimiento bélico fuera escenario de un acto histórico de la no violencia.

El río de las Vacas también ha sido testigo de la derrota del país ferroviario, tan es así que su estación, que perteneciera al Ferrocarril Trasandino, se exhibe como un museo del desierto; asimismo este río ha escuchado los lamentos espectrales del inglés Mister Foster, que deambula por los rieles abandonados. La leyenda indica que el inglés quiso fugarse con el dinero de los peones y que los propios obreros terminaron por decapitarlo, y que a partir de ahí, regresa, en forma de mito, con el nombre de El Futre, un jinete decapitado cabalgando por la superstición de los pobladores de Punta de Vacas.

Los ríos de montañas atesoran la anfibia sabiduría de quienes antes poblaron la tierra, el agua, y de los que consiguen estar más cerca del cielo indoamericano. De alguna manera el río de las Vacas es un santuario del mundo. Sus orilleros suelen ser hijos del silencio de Dios y de la espera. La montaña tiene una voz que muy pocos escuchan, canta como un pájaro de nieve y calla como piedra de apacheta. El río de Las Vacas, como Silo y sus seguidores, acude a su antiguo llamado, intenta alcanzar las alturas de la humanidad en aquel ancestral mensaje.

En punta de Vacas canta el río más solitario del mundo, aunque su plegaria de agua protege a toda la humanidad.

 

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