Se considera al río Colorado el comienzo de la Patagonia, aunque afirmar esto es  tan extraño como intentar delimitar la frontera de los vientos, ya que nadie puede decir a ciencia cierta “aquí comienza la Patagonia”, la Patagonia no sólo comienza en el Colorado, ella empieza en algunas personas, mujeres y hombres que son Patagonia: un viejo esquilador en sus manos lleva el comienzo de la Patagonia, una maestra de la escuela del paraje Estación Fortín Uno, donde el tren ha dejado de pasar y con su ausencia se ha desatado la cultura de la adversidad, lleva en su amor por la docencia el inicio de la Patagonia, y quienes alguna vez la caminaron, la soñaron, intentaron hallar su «tahiel» en un camaruco, recibieron a sus hijos, enterraron a sus muertos o tuvieron que abandonarla, son de alguna manera también el comienzo de la Patagonia.

Además de la metáfora de nacer en las alturas de la cordillera, el Colorado es un río que llega hasta el mar, ese destino trascendente se parece al del pueblo patagónico, su identidad, que va de los andes al océano, es la de un pueblo hecho de muchos pueblos,  el Colorado es un río hecho de ríos, ríos hijos de la nieve (del Grande y el Barrancas) pero también el Colorado es una cultura hecha de muchas culturas. Sus aguas son el espejo del indígena, del gaucho, del inmigrante, es decir, sus aguas son memorias de idiomas, cantos y silencios de gente que ha caminado intensamente la vida y la muerte y las varias resurrecciones de esta tierra. El canto del Río Colorado está hecho del retumbo del kultrún de la Machi, de la milonga chúcara de los herederos de la pena extraordinaria, del acordeón de las y los venidos en barco, entre muchas otras músicas.

El Río Colorado ha guardado por milenios un secreto ancestral a orillas de Casa de Piedra: rastros de la más antigua presencia del humano en La Pampa, un enterratorio con ajuar de casi 9.000 años. Por lo que podríamos decir que, entre otras muchas cosas, el Colorado es guardián de la presencia de nuestros mayores.  Y esto cobra vital importancia histórica, dado que aquellos navegantes españoles que en 1779, comandados por Villarino, exploraron el Colorado, denominaron a su travesía como “descubrimiento”, argumentando que “realmente nadie hasta entonces había visitado aquel río”. Como si todos nuestros pueblos originarios, quienes le dieron su nombre «Coli Leuvú» («Río Colorado» en mapuzungún) no lo hubieran poblado con sus dioses, rituales y leyendas, con sus idiomas de constelaciones y barro, como si ellos no fueran el alma del propio río que viene de tan lejos y que jamás ha renunciado a su destino de mar, a custodiar nuestras soledades culturales, kilómetros que el Colorado surca en absoluto desamparo, escuchando los monólogos del desierto, manteniendo diálogos planetarios con viejas colinas  y con estepas que coleccionan todo el silencio del mundo; caldenes, algarrobos y chañares que suelen ser la casa de los trinos que hacen amanecer a la soledad del continente, pajonales y arenales interpelados por ese viento que todo pregunta y nada responde. Aunque nadie sabe más del Río Colorado que las piedras, sus hermanas que le han sostenido alma desde hace siglos, que lo han visto a veces como zorro, guanaco, puma, ahogado, humilde pescador, chamana o «wüñyelfe», nombre que las hijas e hijos ancestrales de sus márgenes le dieron al lucero.

Cada tanto el Colorado baja notoriamente su caudal, hay varias hipótesis, entre ellas la del poeta pampeano Edgar Morisoli: “Magro el Coli Leuvú. Ya van seis años de caudales escasos… Los técnicos nos muestran el hidrograma histórico…y aducen una cierta recurrencia.. Ojalá que fuera así, pues lo que yo temo/ es la venganza del Nguenpirén: aquel que mora en las cumbre andinas,/ el dueño – de- la- nieve cuya ira han desatado/… siéntese agraviado/ por la búsqueda bárbara, ciega, desenfrenada, / de oro y de plata ínfimos sembrados de roca; por los planes trazados desde lejanos centros de poder (Barrick Gold, Anglo Gold, Pan American Silver) acompañados por cercanos cómplices que viven en ciudades/ donde la sed se apaga con sólo abrir un grifo, /mientras allí peligra el nacedero, el manantial, la fuente”

También hay registros de subidas estrepitosas del Colorado como ocurrió en La Rinconada, La Pampa, el 30 de noviembre de 1914, dejando cientos de ahogados y borrando del mapa a dicho pueblo. De allí nace Bautista de la Rinconada, canción de Morisoli y Lalo Molina dedicada a Domingo Retamales, el único sobreviviente, que enloqueció al perder su familia: “...porque el retamo nombra su sangre y la creciente/ remota: dos memorias sobre la tierra que amo/…Como todos olvidan él no olvidó ya nunca/ y le quedó en las venas un gusto de relámpago…Y allí, sobre esa costa, lo despidió la nieve/niño del monte, viejo niño del monte. Muerto…y era como el Bautista: llegaba del desierto.

En 1973, cuatro quijotes del agua, Alfredo Barragán, Rubén Tablar, José Luis Godoy y Jorge Iriberrile dieron vuelta a un asunto: el río Colorado nunca había sido navegado enteramente, o por lo menos no había registros de semejante hazaña. Por lo que estos aventureros se internaron durante veintisiete días en este río patagónico, sin cartas náuticas remaron diez horas por jornada haciendo una travesía de 1100 kilómetros,  en dos precarios gomones que las piedras rompieron varias veces y ellos repararon otras tantas. El Río Colorado de entonces era un mar de agua dulce que bajaba salvajemente de la Cordillera y atravesaba con euforia cinco provincias: Mendoza, Neuquén, La Pampa, Río Negro y Buenos Aires: “No sabíamos qué podíamos hallar en cada curva del río”, afirmó Barragán. Este año, se cumple el 50 aniversario de dicha hazaña, y estos quijotes del río se proponen repetir la travesía para denunciar las modificaciones que el Colorado ha sufrido en estas décadas debido al cambio climático.

Todos los que han amado, muerto, nacido, escapado, encontrado en las orillas del Colorado; todas sus joyas culturales, sus leyendas, sus libros de intemperie, sus redenciones, sus historias a las derivas, sus náufragos de a pie, sus puentes reales y metafóricos, sus héroes y heroínas visibles e invisibles conforman el elenco estable de este río patagónico ¿Alguien llevará la cuenta de todas las personas que aliviaron su sed en el Río Colorado,  pero no solo me refiero a la sed biológica, también la sed de identidad, sed que el Río Colorado, o mejor dicho, Coli Leuvú, sabe saciar como pocos? Los ríos suelen ser el alma de la tierra, el Colorado es el alma de la Patagonia.

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Intérprete: Marité Berbel, cantora y defensora de la identidad patagónica, nacida en la provincia de Neuquén
Producción artística: Christian Brennan
Guión e investigación: Pedro Patzer
Contenidos de redes y web: Marisa Ruival
Producción: Fernando Clavero
Dirección de Nacional Doc: Fernando Piana
Dirección de Radio Nacional: Alejandro Pont Lezica

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