Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar

Ilustración: Enrique Figna


A veces, muy de vez en cuando, Juan encuentra serenidad. Y esa mañana se topó con ella. Parecía una señora segura, firme, con muchos años encima aunque sin resignar su impronta. Estaba ahí, esperándolo. Con sus jeans gastados, el cabello canoso, todo blanco, una remera rolinga, tres tatuajes en la espalda, un piercing y ojos de cielo. Mansa, muy mansa, apareció cerca suyo. Como quien espera a una persona amada. Estaba muy serena La Serenidad y él la encontró cuando se miró en el espejo. «Estás ahí», le dijo. «¿Qué voy a hacer conmigo?» La Serenidad abrió bien grande los ojos, arqueó las cejas y, como si tuviese un barbijo puesto, expresó todo con la mirada. Como a veces dice el Zampita, los ojos no mienten. Y en ese gesto se dio cuenta que para estar bien con el mundo, con el otro, con la otra, con su laburo, con sus amigues, con la audiencia, con su familia, con su pasado, con el presente y lo que vendrá, con su vida, en definitiva, para estar bien con todo eso, primero de todo, pero primero primero primero, tenía que estar bien con él . Nada fácil. La Serenidad no le sacaba la vista de encima. Y de repente le tiró un gesto que lo entusiasmó. Sonrió. Respiró hondo Juan, cerró los ojos, los volvió a abrir y de repente La Serenidad se había fugado del espejo. Una llamada insistente sonaba en el celular, era el Panza.

– Hola amigo, ¿cómo va?

– Aquí andamos Zampita, estaba tratando de contactarme con mi serenidad. La Serenidad, bah.

– No estaría entendiendo bien.

– Claro, La Serenidad, con mayúsculas, esa señora distendida y relajada que te indica el buen camino y que, como vos decís siempre, sostiene que los ojos no mienten.

– Yo, insisto, no sé si vos le ponés algún hongo al mate a la mañana, pero  veo que estás más chalado que nunca, amigo. ¿De qué señora me estás hablando? ¿Te estás comiendo una viejita y no me enteré?

– Pero nooo, era una salida poética, lo que te quiero decir es que…

– Ah, ¿estás saliendo con una poeta? Mirá el tipo, ¿la mina te recita a Gustavo Adolfo Becquer mientras garchan? ¿Qué onda?

– No, pará, estaba en un momento de introspección, es eso. Y me acordé de tu frase, va por ahí la cosa.

– Paremos que el barco se hunde y no tenemos salvavidas, pará poeta de sobrecitos de azúcar. No es que es mi frase, vos decís eso de los ojos no mienten, pero la verdad es otra, la frase no es mía, es de Octavio Paz.

– Ah, ni idea, siempre pensé que se te había ocurrido, qué se yo, me parecía re grossa.

– Sí, es re grossa, pero no por eso se me tenía que ocurrir a mí, lo que sí se me ocurrió es tatuármela para no olvidarme de eso nunca más.

– Bueno dale, largala de una vez.

– Es así: “El ojo piensa, el pensamiento ve y la mirada toca”.

– Claro, es más completa, aunque tampoco está tan lejos de los ojos no mienten, pero bueno.

– Uff, sos Zapata.

– Ahora vos le pusiste hongos al mate, ¿qué Zapata?

– Si no la gana la empata, así sos vos. Pero te banco a morir, lo sabés. Bueno, después te vuelvo a llamar así arreglamos el programa de hoy porque ahora me están llamando por el fijo, sí, tengo teléfono fijo, soy un viejo demodé y me la banco.

– Está bien, llamame después, te quiero mucho, gracias por tu Paz, Octavio.

– Dale, poeta, después dame más detalle de La Serenidad, pero aflojá con los hongos y dejá de ver mujeres que te indican el camino, andá fumón, ¡abrazo!!!

Juan apretó el redondelito rojo del celu y le quedó en la cabeza rebotando como la vieja pelota Pulpo de goma la frase que se tatuó el Zampita, el querido Panza. Todavía estaba en el baño y frente al espejo. Y de repente volvió ella. Esta vez, más que nunca, La Serenidad lo tocó con su mirada.

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