Lejos del mito de ser la ruta del paso del Libertador, con una fuerte tradición de orgullo solidario para con la gesta histórica, ubicada en el centro-oeste del país y con un amplio territorio al pie de la Cordillera de los Andes, Mendoza, además de tener sol, nieve, viñedos  y desarrollar el turismo de año completo, produce cultura y dentro de ella una música con tipologías bien propias. El concepto de nación se extiende más allá de las fronteras geográficas de alturas y longitudes propuestas por los Andes y la mendocidad se va convirtiendo en reflejo de la comunidad intervinculada también con lo transandino.

En lo que va de la temporada de encierro por la pandemia hasta hoy la producción musical mendocina arrojó discos que no le cantan al vino, ni a la tonada, sino que resaltan desde sus construcciones identitarias, la cuyanidad con letras, matices sonoros y fusiones por demás creativas. Estas cuatro muestras de lo que está produciendo la provincia nos permiten conocer por dentro el corazón de la región de Cuyo, algunas de ellas desde la fibra más tradicional y otras desde los personajes y motivaciones personales que se filtran en las canciones con giros bien autóctonos.

 

Provinciano – Nahuel Jofré

Tal vez la música va dando vueltas al país. ¿Lo abraza y se va por la Cordillera como tonada o cueca y vuelve como milonga zitarroseada por el este otra vez? Eso pareciera cuando escuchamos las rebeldes estrofas de Canción del orégano, acompañadas por la magia de un arreglo de cuerdas bien oriental.

La mayoría de los temas le pertenecen al músico y cantor Nahuel Jofré, así como el guitarrón cuyano y algunas cuerdas más, el resto es un despliegue de melodías cuyanas maravillosamente armadas. Un universo de sonidos y armonías en un disco de ritmos tradicionales pero elevados por estas intervenciones, como el sonido del cuatro en la cueca La del casero, o el arreglo de violín country que atraviesa el tema Del promesante, coloreado además por la voz del músico riojano Josho González, tema que lleva letra de Rogelio Aguilera.

Hacia el final sorprende la fusión entre el chileno Nano Stern que participa en Quién pudiera: “Por milonga o habanera su canción cantar/ trovador campero, payador rimero…decir y rimar, quién pudiera improvisar…” y la dulzura de la voz del autor.

Nahuel desnuda su calidad de cantor en la vieja tonada «La Tirana» o «El Martirio» / Décimas y La Tupungatina (Popular Tradicional Rec. Alberto Rodríguez – Nahuel Jofré) junto a Joaquín Guevara.

No se repite en ningún tema, todos son distintos y sin embargo es un disco atravesado íntegramente por identidad cuyana. Abre su corazón en Zamba resistencia, y deja un mensaje esperanzador en Adelante donde suenan un bandoneón y el vuelo que Joaquín Guevara puso en la orquesta de cuerdas. Un disco que indudablemente define la autenticidad de la nueva canción.

 

Altar  – Ernesto Pérez Matta  – parte 1/ Las noches sin dormir – parte 2/ Los días del colibrí

Cálido y abrazador. Planteado como el yin y el yang este flamante trabajo del músico, percusionista, compositor, docente, Ernesto Pérez Matta se compone de dos partes: la noche y el día. Cada uno con sus opuestas características.

Las noches sin dormir, lado A de Altar, son cinco canciones que fluyen hacia la introspección. Mientras que en el lado B, en los otros cinco temas de Los días del colibrí, hay un despertar al nuevo día, en un cruce hacia el lado esperanzador. A la vez que ambos lados del EP se integran en un altar, sitio destinado a la meditación, donde uno puede encontrarse con su propio ritual cotidiano, con lo que adoramos o celebramos.

Altar es un disco atrapante, que enreda y desenreda. Que hay que escuchar entero. Un EP formulado en dos momentos compositivos diferentes pero una unidad al fin.

En las canciones el autor juega con ritmos e imágenes potentes, estados de ánimo y “una música sin fin que no pretende nada, sólo intenta trascurrir, posar las palabras y el tiempo junto a una mirada, para decir que te siento hoy aquí…lejos…sos este momento trashumante e infinito”, como dice en Sin fin.

Un sueño representa un sentido homenaje a la memoria de su madre, y La despedida emociona y advierte que la gratitud es imprescindible. En Los huesos al viento se trasluce la tonada mendocina de a ratos y los amigos que participan la re significan: Nahuel Jofré, Arquero mareador, Luca Pinto, “abrazar la duda, tocar nuestros miedos, caer en cenizas los huesos al viento” y las melodías trepando por las letras con la sola intención de conmover.

 

Salmón a lo pobre – Igualitos

Se definen a sí mismos como banda autogestiva que cuadra dentro de lo que sería el indie mendocino. Son un platillo exquisito y fundamental como el salmón a lo pobre de las comarcas australes del continente. Los hnos. Videla, igualitos ellos, junto a músicos que no se quedan atrás, proporcionan al género identidad y sonoridad ecléctica y lo demuestran en este disco con una fuerza vertebral que recorre ritmos de raíz folklórica interpretados con impronta rockera.  Pasan del jazz al ska o del punk al hip hop mexicano con la misma convicción con la que hacen una zamba. De hecho la sorpresa tradicional la dan con la voz de Sandra Mihanovich y el dúo Orozco Barrientos en una zamba bien acústica, a pura guitarra y voces.

Igualitos es una banda en superlativo, que declama realidad social en sus letras y pinta su aldea; que a diferencia de sus discos anteriores tiene más rock y código mendocino: “Mi nombre es Pedro y vivo en el campo…casi no voy a la ciudad…

El frío intenso está llegando, los golondrinas también se van…” son algunas frases o temas como: Trabajador rural, donde aluden a personajes y oficios pueblerinos y a sus derechos. También en los pajaritos de El lugar que transito se hacen presentes estos colores lugareños que manifiestan que, aunque en Salmón a lo pobre suenen trompetas, percusiones diversas y ritmos bailables, Igualitos posee un fuerte anclaje a su Mendoza natal.

 

Piedra soy – Cristina Eliana Pérez

Un lugar muy especial tiene en las producciones de Mendoza este EP de sólo 4 temas que la artista plástica, cantautora, escenógrafa, investigadora audiovisual, Cristina Pérez realizó junto a los productores Pablo Estella y Mauro Regules, por el valor de la fusión que hace que el folklore, que sin duda emana de las entrañas de Piedra soy, pueda ascender a otros espacios, otras audiencias.

Es un producto de estudio que trasciende barreras, experimenta nuevas sonoridades, con la voz como instrumento junto a los sintetizadores, y que nunca se aleja de las raíces, ya sea por los bombos, la caja coplera, el charango, los aerófonos o las mismas letras con las que Cristina juega descubriendo los matices de las palabras, con un lenguaje escueto, y sin estridencias. Imágenes rituales descriptas en canciones, poesía y coros que las resignifican.  Si bien ya se conoce lo electro folk como género que avanzó bastante desde aquel Electroplano de Jaime Torres, o los aportes lingüístico-sonoros de Tonolec, en Piedra Soy hay conceptos considerados a partir de la imagen. Allí radica la diferencia y sobre todo en la audacia de la cantautora a la hora de componer.

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