El pianista y compositor santafesino, un referente del jazz local y mundial radicado en Nueva York, habla de sus proyectos, de sus búsquedas desafiantes y del Grammy que ganó en 2023. Además, cuenta cómo es su vida en Brooklyn y dice: “Hago mis discos con mucho cariño y de manera muy artesanal”.


Vibran los dedos de Leo Genovese sobre el piano. Su imaginación, su técnica y su vuelo construyen territorios de jazz sin límites: criollos, neoyorquinos y universales. Nació en Venado Tuerto, Santa Fe, en 1979, y vive en Estados Unidos hace veinte años. Es, desde Nueva York, el pianista argentino de mayor proyección en el exterior. ¿A qué nuevos terrenos llevará sus dedos sobre las teclas? ¿En qué mapas sonoros se revelará su piano múltiple, sin concesiones?

Leo Genovese sonríe y le dice a De Coplas y Viajeros: “Yo no la careteo, brother. No ando vendiendo el pollo, desesperado, ni tengo ‘fonitis’, como la gente que está con el teléfono todo el día tratando de conseguir esto o lo otro. Uno, porque no tengo mucho tiempo. Dos, porque no me sale desde las tripas”.

A la par de sus discos, sus búsquedas y las diversas colaboraciones en todos los estilos del jazz, Leo Genovese toca teclados en la banda de Residente (ex Calle 13) y en el grupo de rock progresivo The Mars Volta, de Texas. Del sonido más intrincado y experimental a los toques de jazz más tradicionales, el pianista y creador santafesino nunca pierde su conexión con las músicas de raíz folklórica argentina: esas respiraciones están en sus teclas y hasta en los títulos de sus propios temas. “Es la ceniza. De ahí venimos y para allá vamos”, dice.

Allá por 2001, Leo Genovese se radicó en Estados Unidos para estudiar en la Berklee College of Music, en Boston, donde conocería a la contrabajista y cantautora Esperanza Spalding (cuyo grupo integró por años). Luego rumbeó para Nueva York. Vive en el barrio del Prospect Park, en Brooklyn: uno de los cinco distritos de la Gran Manzana. “Soy y sigo siendo un muchacho de barrio: voy a mis toques en bicicleta. Esa es la realidad. Pocas veces cruzo el East River para ir a tocar con mis propios proyectos a Manhattan. Sí voy con proyectos de otros, todo el tiempo”, delimita.

En los veranos del hemisferio sur, Leo Genovese vuelve a la Argentina para recargar energías (como muchos de sus compatriotas de la comunidad musical en Brooklyn). Así, en los primeros meses de 2024 giró, tocó y grabó el futuro tercer disco del Trío Sin Tiempo, que completan Sergio Verdinelli en batería y Mariano Otero en bajo. “Hicimos tres sesiones de grabación y seguro editaremos algo -adelanta Genovese-. También tengo varios trabajos propios en la guantera: ya están listos. Se me hace bueno desagotar el cajón de las cosas pendientes. En abril y en agosto van a ir saliendo nuevos discos y luego haré lugar a la cabeza para nuevas producciones discográficas”.

 

 

Es un reflejo de las novedades permanentes que ofrece Leo Genovese. Y un hito en su profusa trayectoria: en febrero de 2023 ganó un premio Grammy en la categoría de “Mejor solo improvisado de jazz” por su performance en el tema Endangered Species, de Esperanza Spalding, para el álbum Live At The Detroit Jazz Festival (2017), del legendario saxofonista Wayne Shorter -quien falleció al mes siguiente-. Cuando le preguntaron qué había cambiado con el Grammy, Genovese respondió: “Suena más el teléfono que antes”.

Lo aclara junto a De Coplas y Viajeros: “Lo dije de verdad. Hay gente que no me convocaba y que ahora me llama diciéndome: ‘Che, ¿podés tocar tal día?’. Lo dije en términos laborales, de posibilidades. Pero tampoco me gusta hablar mucho al respecto. Vos fijate, yo no soy parte de la Academia de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos: no voto ni postulo. El Grammy fue un mimo que me llegó de rebote y lo acepto con amor: se va a quedar en la casa de mis padres en Venado Tuerto, como un regalo a ellos. Pero yo no lo quiero ni ver. No lo quiero tener ni cerca porque yo no me la quiero creer”.

¿Qué busca entonces, Genovese? “Yo quiero seguir levantándome todos los días. Quiero seguir aprendiendo, componiendo y estudiando. No estoy para sentarme en ningún podio ni sostener ningún trofeo, todavía. Pero tampoco quiero ser agreta ni decir ‘no me importa el Grammy’. Me pelé el tujes estudiando y me lo sigo pelando, y si el Grammy es un reconocimiento a eso, lo recibo con amor”.

 

Piano, tripas y vanguardia

Leo Genovese es tan prolífico e inquieto que es arduo seguirle el rastro. Basta ir a su cuenta de Instagram para hallarlo, semana a semana, en nuevas sesiones, proyectos -y países-. Ya en 2022 había lanzado el enorme disco Ritual (con la voz invitada de Nadia Larcher en cuatro temas), el cual tuvo tres nominaciones a los Premios Gardel 2023 (Mejor Álbum de Jazz; Mejor Canción del Año, por Fiesta Time, y Mejor Colaboración del año por De tanto llorar, con Larcher).

Pero Genovese no se quedó allí. A lo largo de 2023 editó tres trabajos tan distintos como desafiantes. El disco Piano solo en Rosario; otro que empuja los límites del jazz y se titula Estrellero (con el compatriota Demián Cabaud en contrabajo y el portugués Marcos Cavaleiro en batería) y el inaprensible Instinct (con Francisco Mela en los parches y Justin Purtill en contrabajo y guitarra). Más allá de su eclecticismo, todos comparten referencias sutiles o explícitas a la raíz folklórica argentina. Y con un plus: los músicos son “viejos parceros” de Leo Genovese.

Tocar con los amigos: «los pilares son el entendimiento y la confianza».

Leo, con tantos proyectos, ¿sos consciente de que a mucha gente le cuesta seguirte el rastro?

­– Que no se pierdan: que acompañen y que se pongan contentos cuando encuentren alguna sorpresa mía. Espero que eso les traiga paz, tranquilidad, placer e inspiración. Tampoco voy a estar promocionándome como si fuese una vedette de calle Corrientes. Hay una frase del poeta Nicanor Parra que me tranquiliza, y a la vez no me siento tan representado porque sería muy pedante, pero que uso como excusa o razón a la hora de deprimirme: “La primera condición de toda obra maestra es pasar inadvertida”. No digo que mis discos sean obras maestras, pero sí que los hago con mucho cariño y de manera muy artesanal.

Genovese busca una analogía: “Es como quien está de vacaciones y ve a un mantero con sus anillitos hechos en la calle. Uno por ahí no se imagina que los anillos pueden estar hechos de oro o de perlas. No le da bolilla al mantero y tal vez se va caminando al McDonald’s. Está todo bien, no pasa nada. Alguien se va a dar cuenta del valor de esos anillos y ya parará a hablar con el artesano. No tiene que ser hoy, ni mañana, ni en esta vida, ni después de muerto. Pero con que alguien se entere de que ahí hay un lunático que se está jugando la vida en la obra de arte que está haciendo, suficiente”.

–Más de una vez te preguntaron por tus referentes y dijiste: “Mis mayores ídolos son los invisibles, los desconocidos”.

–Ahí va. Sigo sosteniéndolo. Y con respecto a los músicos que me acompañan para grabar mis discos, como Demián Cabaud, los convocados son siempre los mismos. Es un grupo de colegas, amigos y compatriotas con quienes los pilares son el entendimiento y la confianza. Yo prefiero tocar con gente con la que puedo conectar desde ahí. Y eso que podría llamar a cualquiera para mis discos. Es más, lo he hecho: llamé al legendario baterista Jack DeJohnette. Tampoco quiero arrancar con el name-listing, el name-dropping. Pero a la hora de levantar el teléfono llamo a mis amigos. Todo tiene que ver con la música.

– ¿Cómo es un día standard tuyo en Prospect Park, Brooklyn? ¿Hay rutina?

– No hay rutina. He logrado romper con la rutina, pero si un día no tengo que hacer nada de nada, posiblemente me levante temprano a tomar mates y haga un poco de oficina, mails, etc. Y recién a partir de las 10.01 de la mañana ya puedo tocar el piano, porque vivo en un departamento. Así que a esa hora ya estoy sentado con un cuadernito en blanco, abierto: uso un tipo de lapicera especial y trato de pescar algún sueño que se transforme en sonido. Pero si no estoy en mi casa no escribo una nota. Si estoy de gira -con quien sea- tengo que seguir la rutina, el currículum del día: ensayar, probar sonido, viajar, etc. Pero no tengo nada fijo: yo no trabajo para nadie más que para la música. Soy como el gallito del viento: a veces norte, a veces sur, a veces este, a veces oeste. Y siempre con el mate en la mano.

– ¿Podrías elegir tres o cuatro espacios que hayan sido clave para tu música en Nueva York?

– Me gustaría diferenciar algo cuando vos decís “tu música”. La mayoría de los toques que hago, hasta ahora, tienen que ver con Leo colaborando con la visión de algún otro artista. No creo que me sea muy difícil hacer memoria sobre los lugares que me abrieron las puertas para que presente mi propia visión. En tal sentido me gustaría mandarle un abrazo a Bar Lunático, en Brooklyn. A Bar Bayeux, también en Brooklyn. Y al Taller Latino Americano, un lugar que ya no existe: una casa argentina de cultura creada por el gran músico y poeta mendocino Bernardo Palombo, que ni Mendoza reconoce y que falleció a fines de febrero de este año.

El santafesino hace una pausa y prosigue: “Pido disculpas, pero son muy pocos los lugares que a Leo Genovese le abren la puerta como artista. Primero, porque tienen miedo. Cuando Leo toca, si hay un piano que está sano Leo tiende a romperlo, y si hay un piano que está roto Leo tiende a arreglarlo. No sanateo y no me hago el místico: esto pasa así. Había un club de jazz llamado Corso, en el cual el muchacho que bookeaba (programaba) y que arreglaba el piano decía que, después de que tocaba yo, él tenía que estar tres días para afinarlo. Obviamente, no me va a querer ahí. Y un día llegué a Bar Bayeux, al piano se le había caído un chicle adentro y no lo podían sacar. Pero después de que Leo tocó una hora ese piano quedó a punto caramelo”.

– ¿Y los clubes de jazz más grandes?

– He tocado en todos los clubes. En el mítico Village Vanguard, si bien estuvo sold out toda una semana para mi propuesta, no me llamaron más. ¿Por qué? Bueno, tal vez fue muy vanguard para el Vanguard. Una noche terminamos tocando el Himno Nacional Argentino con una trompeta tibetana -de mi amigo Marcelo Toledo- que medía tres o cuatro metros: el público tenía que tenerla como una pancarta de fútbol en un estadio. Obviamente no me van a llamar de vuelta. Si bien me encantaría volver al club más prestigioso y antiguo, al club donde la vanguardia del jazz vive y respira, de repente la música fue muy loca o nos tomamos muchos atrevimientos. Pero está todo bien. Nosotros seguimos siempre adelante.

 

Foto de portada: Karen Roeschlin

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