«Todos los chicos se fueron a la guerra/ y no hay quien cuide los cultivos».

Estos versos son del poeta chino Du Fu que padeció varias guerras, la muerte por hambre de su hijo menor y la suya por tuberculosis en un barco mientras intentaba escapar más allá de la historia, como tantos y tantas que desde hace miles de años y de guerras y de hambrunas y de hijos y  de barcos y de tuberculosis, buscan buques, aviones o hacen peregrinajes a pie para huir de la historia, como si ya no hubiera aprendido la humanidad que no hay manera de que un hombre o una mujer huya de su historia aunque sí de esa ficción ajena, que es la historia según sus falsificadores, ya que siempre nos queda ese sabor a que la historia ha sido adulterada y su original nos espera en alguna parte de nuestro destino, tal vez allí donde las canciones y las plegarias desesperadas, las nanas y las elegías, los nombres y las ausencias, se funden, es donde también estos versos de un poeta chino nacido en el año 712 d. C, me hacen pensar en los veinteañeros soldados de Malvinas, y no sólo por el hecho de que fueron criminalmente lanzados al combate, sino porque sobre todo ellos fueron separados de sus cultivos.

¿A qué me refiero? Los despojaron de su oportunidad de sembrar, en una edad donde el mañana es una semilla. Da la sensación de que entre los caídos y los que regresaron y se suicidaron (que ya superan la cifra de los muertos en la guerra) y los que no se han suicidado pero deben librar cada día la batalla contra su propio fantasma, no han podido echar a la tierra esa semilla, y paradójicamente, en su lugar, muchos entregaron sus propios cuerpos como ofrendas, y otros que sobrevivieron a la guerra, si es que de una guerra verdaderamente se sobrevive, han experimentado todo lo que le sucede a la vida cuando se reduce a una trinchera, no sólo me refiero a la trinchera literal, también a la metafórica. Sus oportunidades de semilla se vieron interrumpidas por luces que anochecen cualquier juventud, por señores de la muerte, y por la indiferencia de una sociedad enceguecida con el espejismo del éxito, como si alguna guerra realmente se ganara, como si alguna guerra verdaderamente no se perdiera.

Pienso en lo que hubieran sido muchos de ellos si los hubiesen dejado cuidar sus cultivos. Como el caso de Juan, un soldado que tenía veinte años cuando fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora. Él era de La Plata, escribía poemas, el mundo era demasiado duro por entonces, los señores de los bastones largos azotaban a quienes soñaban en voz alta construir mañana, sin embargo Juan soñaba ser escritor. De no haber muerto en Malvinas, él hubiera escrito un libro llamado El encuentro en el que Rosas y Sarmiento, por un accidente del destino, comparten calabozo la noche anterior a ser fusilados ¡Pero si Rosas y Sarmiento no fueron fusilados! Justamente, esa hubiera sido la genialidad de la literatura de Juan, unir a don Juan Manuel y Domingo Faustino en vísperas de tan terrible circunstancia, donde tantos años de agravios, enfrentamientos y tantas cosas más quedarían reducidos a dos hombres ante su inminente muerte.

Luis había nacido en Curuzú Cuatiá, Corrientes. Tenía diecinueve años cuando murió en Malvinas por heridas de esquirlas, que combinadas con el frío y el hambre fueron mortales. Luis estaba en primer año de medicina, le obsesionaban los virus, de hecho, quería dedicar su vida a estudiarlos. Buena parte de la familia de sus padres había sido diezmada por la poliomielitis, de allí el nacimiento de su vocación. De no haber muerto en Malvinas, Luis hubiera sido el primer científico del mundo en hallar la vacuna contra el Covid 19.

Francisco era el presidente del centro de estudiantes del colegio nacional de Santa Rosa, La Pampa. Murió en Malvinas a los veinte años. De no haber sido por ese trágico final hubiese sido el presidente que acabara con la pobreza en la Argentina.

La locura de Galtieri y de toda esa horda de asesinos de aquella dictadura no sólo desapareció personas, también grandes obras para la Argentina y la humanidad.

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