La cantora y compositora de músicas de raíz folklórica, jazz y boleros vive en Nueva York desde 2013; hizo de todo para subsistir y se fascinó con el mundo de las infancias: trabaja en tres proyectos socio-musicales en el Carnegie Hall. Además, en septiembre presentará su tercer disco solista, Canciones en blanco y negro: “Sueño con poder seguir haciendo mi música siempre. Como sea”.


“En Nueva York te estás probando todo el tiempo: en la vida y en la música. Pero vas generando tu propia comunidad”, dice Juana Luna, la cantora, compositora y artista comunitaria de 36 años que vibra entre las músicas de raíz folklórica, el jazz, el bolero y las canciones para las infancias. “Soy de Buenos Aires y vivo en Nueva York desde 2013. Acá es difícil generarte un lugar, pero nunca sentí el impulso de irme a otro lado. Fueron apareciendo proyectos y hoy me siento parte de una red muy fuerte. No soy la que era diez años atrás”.

Juana Luna (Juana Catalina Aquerreta, según el pasaporte) abraza sus múltiples ideas, sueños y concreciones artísticas en Nueva York. Es parte de tres proyectos socio-musicales en el mítico Carnegie Hall. Colabora con El Puente, un colectivo cultural y de Derechos Humanos en Brooklyn -donde reside- y llevó sus canciones a innumerables espacios de la Gran Manzana. “A mí las cosas que soñé no se me cumplen. Se me cumplen cosas mucho mejores de las que soñé”, concibe.

En septiembre, Juana Luna presentará en su querido Lincoln Center su tercer disco solista, Canciones en blanco y negro. “Tiene que ver con fotos viejas, familiares, y con el folklore argentino de los ’50, ’60 y ’70. También hay una obra muy antigua, de 1800. Son canciones que cantaban mis abuelas y abuelos. El sonido es folklórico y experimental”, confía.

Canciones en blanco y negro acentúa su búsqueda con los sonidos de raíz. Fotos: Jimena Abente

Como guitarrista principal de Canciones en blanco y negro está el mendocino Federico Díaz (otro argentino en Nueva York entrevistado por De Coplas y Viajeros) y el disco contiene un gran seleccionado de sesionistas y amigos. El 21 de junio, Juana Luna habrá lanzado el primer single, el clásico chamamé Merceditas (de Ramón Sixto Ríos) y también versionará Serenata del 900 (del Cuchi Leguizamón), Pato sirirí (de Jaime Dávalos) y Las golondrinas, de Jaime Dávalos y Eduardo Falú. “Toda mi familia es muy Dávalos-Falú, así que sus temas no podían faltar”, atesora.

Canciones en blanco y negro incluirá su propio bolero Flor de la noche y su canción Barco de papel, entre otras sorpresas. “El disparador del disco fue la obra La paloma, que el español Sebastián de Iradier compuso en 1863 -explica Juana Luna-. Es una habanera famosa en todo el mundo y que está en mi familia hace mucho tiempo. Siempre quise incluirla en un disco, pero tenía que entender por qué y cómo. Empecé a pensar en La paloma y las imágenes eran todas en blanco y negro. Así nació el concepto. El disco sale por el sello neoyorquino Folkalist y lo presentaremos el 7 de septiembre de 2024 en el Atrio David Rubenstein del Lincoln Center. Va a ser una fecha con muchos invitados”.

–¿Qué otras imágenes te dispara el concepto de Canciones en blanco y negro?

–Ahora me está bajando la ficha: tiene que ver con mi genealogía vasca e italiana y sobre todo con las mujeres. Con las canciones que cantaban mis abuelas. Pienso en mi tatarabuela italiana, que a los 15 años se quedó embarazada, la echaron de su casa, la subieron a un barco y la mandaron a la Argentina. Yo le escribí la canción Emilia como un ritual de aceptación y agradecimiento: para ella y para todas las que llegaron de Europa. Estoy contenta. Estoy entendiendo el porqué del disco.

–¿Qué más habrá en Canciones en blanco y negro?

–Hay un candombe mío, Palabras. Además sumé un bolero propio, Olmedo, que es la historia de un mago que vive en New York. Él vino a los 70 años desde Ecuador para cumplir su sueño de ser mago. Le dieron una oportunidad para hacer un show en un programa de televisión y se quedó ciego: le agarró un ataque. Pero los vecinos lo empezaron a incentivar («dale, Olmedo, vos podés hacer magia igual»). Y Olmedo, como había practicado tanto, pudo hacer magia -sin ver- en el cumpleaños de un vecino.

Juana Luna escuchó esa historia en la radio, en la pandemia. “Me quedé fascinada y escribí la canción. Ahora estoy tratando de contactar con Olmedo para mostrársela -sonríe-. Ya escuché muchísimo el disco, le tengo mucho cariño y es hora de soltarlo. Está listo para que lo libere de mí”, dice.

Juana Luna había editado en 2017 su primer EP, sin nombre, y en 2019 salió el disco Ocean Avenue (“cuando me mudé a esa avenida de Brooklyn”). Canciones en blanco y negro acentuará su búsqueda con los sonidos de raíz. “Es un disco con muchísimo folklore tradicional y también procesado con una técnica especial a través de casetes. Además usamos micrófonos antiguos. Folkalist Records es una discográfica de folklore del mundo. Si saliera en Argentina sería un disco de cantautora con covers de folklore, mis boleros y varias cosas raras”.

-¿Quiénes tocan en el disco?

–Además de Fede Díaz en guitarra, Pedro Rossi tocó en Merceditas y Milagros Caliva grabó el bandoneón. La otra guitarra es de Asher Kurtz, un amigo de acá, que es un genio y agregó sintetizadores y sonidos de todo tipo. Sebastián de Urquiza toca el bajo y el contrabajo. Leo Genovese hace un solo de piano. Loïc Da Silva grabó el acordeón. Juan Chiavassa hace percusión y el italiano Roberto Giaquinto toca batería: es mi pareja y el padre de mi hija. El guitarrista brasileño Eduardo Mercury metió la mandolina. La griega Eleni Arapoglou, que es amiga mía, canta en la habanera La paloma. Después hay muchas cuerdas grabadas entre Argentina, Berlín y Nueva York.

–¿Cómo es el público que conecta con tu música en Nueva York?

–En general son hispanohablantes y latinoamericanos. Algunas personas también son de primera generación. Nacieron en New York, pero son de familia latina. Buscan conectarse con sus raíces y se conmueven con la música que hago. También hay gente a la que le interesa el jazz latino y personas de Argentina a la que les gusta el folklore. Pero siempre está la conexión con el idioma español. Toda esa diversidad está en mi música. Y sueño con poder seguir haciéndola siempre. Como sea.

 

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Los proyectos del Carnegie Hall

Juana Luna se graduó del Berklee College of Music, en 2013, con una licenciatura en Composición y Producción Contemporánea. Poco tiempo después se mudó a Brooklyn, donde aún vive, “rodeada de una comunidad de amigos y músicos argentinos con distintas búsquedas y grandes afinidades”, dice.

En la última década, Luna interpretó temas propios y versiones de la música de raíz folklórica argentina en Nueva York -y en varios puntos del mundo-. Entre ellos, según consigna en su web, “en el Bohemian National Hall y en el Lincoln Center Atrium (en colaboración con la Orquesta Filarmónica de Nueva York) y en el Borges 1975 Jazz Club y Café Vinilo en Buenos Aires”.

A la par de su búsqueda solista, desde 2018 Juana Luna trabaja para varios proyectos de arte, música e integración social en el Carnegie Hall: desde 2023 es miembro del cast de Camille’s Rainbow, una ópera experimental e inmersiva para bebés. A la vez integra el equipo de Big Note, Little Note y también en el Carnegie Hall forma parte de The Lullaby Project, en el que explora el poder de las canciones de cuna junto a artistas y familias alrededor del mundo.

–¿Cómo es trabajar para el Carnegie Hall?

–Para mí el Carnegie Hall es como mi casa. Poder trabajar con la música es algo que es impagable, ¿no? Escribo canciones, hago obras para niños, canto y me divierto. Carnegie Hall tiene un departamento que se llama el Weill Music Institute (WMI), que está separado de la parte performática de la sala principal. Tiene que ver con proyectos socio-musicales que buscan fomentar la música en lugares donde las personas no tendrían acceso de otra manera.

–¿En qué consiste el proyecto Big Note, Little Note?

–La traducción sería “una nota grande y una nota pequeña”. Trabajamos con madres que acaban de tener a sus bebés y les hacemos un acompañamiento de diez semanas. Una vez por semana nos juntamos con las madres, los padres o los cuidadores del recién nacido, y hablamos acerca de todas las maneras en que la música puede ayudar al desarrollo de esos bebés. También tocamos temas de crianza. La gente subestima lo que puede generarle a un bebé que uno le cante. En esos encuentros semanales hacemos música, jugamos y las personas comparten sus experiencias. Me emociona un montón.

En la otra iniciativa, The Lullaby Project, “escribimos canciones de cuna teniendo en cuenta la importancia de la música en los recién nacidos -dice Juana Luna-. La canción de cuna («lullaby») es oro para cualquier bebé, por muchos motivos: enseña el idioma y genera calma para el bebe y para la mamá. Les estás cantando y contando cosas que existen en el mundo -las estrellas, los animales, las plantas, etc.-. Es una manera importantísima y súper efectiva de bienvenir a un bebé”.

«Somos una red bastante fuerte y siento que nos contenemos entre todxs». Fotos: Jimena Abente

The Lullaby Proyect “está en todo el mundo, incluso en campos de refugiados. A mí me tocó ir a centros de detención y hospitales. Tenemos un encuentro de dos horas y escribimos canciones de cuna para los bebés. Pasan un montón de cosas movilizadoras”. Después, a fin de año se seleccionan diez canciones y “se cantan en el Carnegie Hall con toda la banda grande. A ese concierto lo tuvimos el pasado 1º de junio”.

–¿Y la ópera Camille’s Rainbow?

–El Carnegie Hall también es muy experimental en su producción de arte para las infancias. Ahora está creando estas obras musicales para bebés de 0 a 3 años. Invierten mucho en la calidad de la música y de la puesta: los bebés absorben todo. En el Carnegie sacan las sillas y llenan todo de alfombras suavecitas. Es una performance interactiva. Improvisamos canciones, los bebés cantan y suman sus ruiditos. Lo que ocurre ahí es espectacular. Estos tres proyectos del Carnegie Hall ocurren todo el año, con distintos horarios. Yo estoy hace seis años y las semanas varían en intensidad.

–Antes del Carnegie Hall, ¿cómo subsistías en Nueva York a la par de tu música?

–Hice de todo. Yo llegué a New York en 2013 y empecé a trabajar en el Carnegie en 2018: ahí me establecí un poco. Mi primer trabajo fue en un teatrito de bebés, de 0 a 4 años. Empecé haciendo de titiritera y a la vez cantaba. Y como pegué buena onda con todo el mundo terminé también escribiendo canciones. Esa fue mi entrada al universo de la niñez, sobre el cual yo no tenía ni idea. Todo eso me atraviesa ahora que soy madre de una beba. En ella puedo ver el bello efecto de las canciones de cuna, por ejemplo.

Más tarde, Juana Luna entró a una compañía que enseñaba español a través de la música a niños y niñas de hasta 8 años. “En un momento tenía siete trabajos en Nueva York -recuerda-. Después me fanaticé con el método educativo de la italiana María Montessori y me fui a trabajar a un instituto Montessori, también con música. Además enseñé guitarra y canto en un lugar que no me gustaba, porque funcionaba como un supermercado. Fui profesora de español y, a la par, canté tangos, boleros -todo lo que se podía- en restoranes. Pero lo musical nunca era suficiente para pagar las cuentas”.

En Nueva York “es muy difícil tener un lugar en la escena musical, así como conseguir gigs (espacios) para tocar -evalúa Juana Luna-. Entonces te decís a vos mismo ‘¿qué estoy haciendo acá? ¿Qué trato, de tocar mi música?’. Al principio los lugares ni te contestan; después la cosa va mejorando, si uno se queda. Esas mismas personas que llegaron en la misma época que yo, sin conexiones ni nada, ahora están todos bien. Es increíble. Somos una red bastante fuerte y siento que nos contenemos entre todxs. Después está toda la gente que se va, se va, se va y te rompe el corazón”.

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