Existen palabras perfectas que pueden definir un todo. Juan Iñaki utilizó sólo una para definir un viaje interior de once tracks: Vórtice. Desde el centro mismo de ese todo surge su canto y la palabra profunda. “El vórtice sagrado hacia el deseo/la más secreta rosa de los vientos/cuando sea tiempo de volver al éter/el camino es hacia adentro/el único cielo en que acredito/el camino que más veces cedo/la fuerza para todo lo que intento viene de adentro”.

En su obra aflora la ductilidad de un artista que puede cantar cualquier género musical y sin embargo la mayoría de sus interpretaciones y canciones propias son de auténtica raíz folklórica. Sabe presentarse con un inmenso bombo legüero a cantar en vivo, sólo con esa percusión, como latido que acompaña fielmente a su voz y a su expresividad. Es uno de los cantantes más versátiles y creativos de la música de fusión latinoamericana.

Como los grandes músicos del MPB en Brasil, Juan pertenece a un MPA de aquí, del cual es arte y parte junto a muchos artistas coterráneos, hermandad creada en las sierras cordobesas, que lo abraza y lo identifica. De repente comienza a sonar Luz do sol, de Caetano Veloso y nos recuerda las veces que actuó abriendo los conciertos del cantautor brasileño a quien podemos reconocer en algunos giros de sus agudos. En un balanceo cómodo entre la africanidad y la música clásica. Esta apertura, esta preparación como cantante, lo acercó hace mucho al mundo de los musicales. Los Miserables, fue uno de los musicales en que participó, en Ecuador, y más acá en el tiempo, fue voz líder de la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto -entre otras- interpretando la obra inédita de Hamlet Lima Quintana, Diario del regreso, orquestada por Oscar Cardozo Ocampo. Esta maravillosa obra se estrenó en septiembre del 23 en el CCK.

– Esas obras extensas, complejas, o las de los musicales, que exigen gran despliegue de recursos, ¿cómo las sentís con respecto a otras más populares, a una copla, una vidala?

– Es la música discurriendo en territorios diferentes: no es lo mismo un mar que un río. La ópera, los musicales, dependen de una intersección indispensable con el teatro para ser. Eso hace que la música sea una dimensión más al servicio de una historia que precisa de otros tiempos para ser contada, de otras complejidades que no son solo vocales: son del instrumento-cuerpo, una integridad que precisa entrenarse completa a un nivel de exigencia parecido al de los deportistas de alto rendimiento. La canción, sea rural o urbana, nueva o antiquísima, es un microcosmos, una célula con toda una vida pulsando en su diminutez. Amo la síntesis, la concentración de poder que propone una canción, una copla en su brevedad. Pero además de amarla, honro y valoro su poder de incisión: las canciones nos ingresan por resquicios, por donde otras manifestaciones no pasan. Pero también amo las historias largas y complejas, perderme en las señales que directores, compositores, poetas y dramaturgos van dejando en rinconcitos del entero. La magnificencia de esas obras también me sacude.

Venimos de un disco como Aquí y ahora, colorido y con un fuerte anclaje en lo folk. Y hoy estamos frente a Vórtice, que es introspectivo, y donde muchos temas son propios, personales ¿Se da naturalmente un entorno de creación especial, a la hora de componer, que te hace generar discos tan diferentes?  

– Yo diría que es un disco de canciones propias y adyacentes: mi cosecha y la de los amigues que participaron del proceso y con los que comparto la labor creativa como son: Jenny Nager, Cecilia Fandiño, Franco Dall’Amore. Cuando una canción comienza a nacer, viene al mismo tiempo proponiendo un ropaje sonoro. Mi trabajo es ir tras los medios para dar con ese ropaje, ese es mi estímulo: cómo llegar al resultado de lo que me suena por dentro desde la intuición y las herramientas que tengo. Por lo general no me alcanzan las herramientas y la necesidad me genera una solución feliz y obligatoria: asociarme. Juntarme con personas que expandan esa posibilidad que es una idea. De toda esa búsqueda de dar con algo que suena en los ríos subterráneos de la propia creatividad, resultan canciones que tienen que ver entre sí. O no. En este disco, por ejemplo, se daba lo segundo. Mi trabajo para hilvanarlas fue exacerbar, entonces, las diferencias que las alejaban… y a partir de ello, de hacer de la diferencia un concepto, las acerqué, las acorralé en un territorio común.

En este séptimo disco y entre estas diferencias hilvanadas que menciona hallamos que le sientan muy bien las melodías jazzeras de un piano, la mezcla de lo electrónico, sonoridades mágicas y otras primitivas, Lo suelto es un ejemplo: atrapa, suelta y luego atrapa de nuevo. Por momento no necesita siquiera melodías y consigue desarrollar temas sobre un patrón rítmico, despojado, hasta el punto de estallar con arreglos de diversos instrumentos del universo afro como en Plegaria para que llueva, o en la chacarera Hojarascas, con contenido de alto voltaje social.

«Es un disco de canciones propias y adyacentes: mi cosecha y la de los amigues que participaron del proceso». Fotos: María Eugenia Verón

– ¿Qué relación de conceptos podrías armar entre: Hojarascas, Susy Shock y una chacarera doble?

Hojarascas es el único género estructurado que me propuse conservar para este disco: tomé el libro «Hojarascas» de Susy, una prosa potente que acomodé en coplas (cuartetas octosilábicas) y elegí las que me parecían que mejor resumían lo que Susy quería decir. En un disco en el que me encargué de romper con todo aquello que me aferrara a géneros, esta fue una decisión excepcional: tenía que convertir un libro a una chacarera. Como decía antes: la relación, es la distancia que guardan los elementos entre sí.  La música folklórica es de los bastiones de la heteronorma más vigente. Pensar en la rabia y la ternura trava se me figura antagónico con la chacarera, concebida como a la academia y a los ballets les gusta: con coreografía y forma cerrada. Entonces, juntarlas, fue un acto de incomodidad que me interesó provocar y que, por otro lado, Susy viene experimentando desde hace mucho tiempo.

Producido por Juan, y editado por el sello Los años luz, Vórtice es un disco imprescindible para la escucha pero sobre todo valioso para la carrera del artista cordobés, que muestra su proceso como cantante y compositor. Será presentado en Córdoba el 27 de abril a las 21hs en Platz Espacio cultural (Maipú 350).

– ¿Por qué la elección de cerrar el álbum con La llorona, un tema tan tradicional al que además sumaste voces viscerales como las de Paola Bernal y Mery Murúa?

– Fue un juego que nació cuando me compré la primera loopera, cuando todavía no pensaba que esto sería material para un disco. Cambié el arreglo miles de veces, inclusive actualmente en la presentación del disco, la versión cambia con cada vivo. A medida que me hundía encontraba más elementos que me guiaban: la mujer, la muerte, temas sensibles al presente. Si bien se trata de un clásico mexicano, la versión incluía una narración de un querido amigo que es Martín Cabrera: se trata de la historia de una llorona de su pueblo, una mujer que tenía el oficio de llorar en los velorios para acompañar el alma en su viaje. A esta mujer le encarcelan su hijo mayor en una situación de defensa (cosas que le pasan a los pobres, como decía el cuento) y ella decide dejar el oficio, ya que sus lágrimas solo serían para llorar a sus hijos. Ese cuento, además de contextualizarla socialmente, me ofrecía una mirada criolla, no del mito, sino de un oficio humilde y precioso. Y del ser madre. Y de la potencia de ser madre. Esos mojones que fui encontrando, esas referencias al mundo femenino me ayudaron a decidirme: invitaría solo voces femeninas, las más cercanas, Paola y Mery.

– En lo temporal, ¿qué sucedió entre la gestación/grabación de Vórtice y el ahora?

– La vida y una pandemia. A nivel personal, un cambio radical sobre la manera en que quería mostrarme y pararme en el mundo. Siento que eso me dejó una valorización sobre lo que experimento y propongo que antes no sé si tenía. Siempre trabajé muy en serio, pero jamás con la sensación abismal que lleva impreso cada momento de este tiempo nuevo. La pandemia reforzó la necesidad de un vuelco hacia adentro, de escuchar con claridad el deseo. Al principio me di cuenta de que lo había perdido: no sabía que quería. Este disco fue un acto animal, intuitivo y desaforado, de encontrar la fuente de deseo, qué cosa me enciende. Hoy lo reconozco con más claridad. No es una novedad, ya otras veces supe qué quería. Hoy, después de un proceso de cinco años, también lo sé. Trato de ser consecuente con él.

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