La OTFF lanzó Basta, su último material discográfico y con algunos cambios: ahora canta Yuri Venturini y de los bandoneones, quedó el de Manu Barrios. Se trata de 8 canciones que siguen demostrando el espíritu aguerrido de un proyecto que siempre le busca la vuelta propia al tango.
Si antes, la Fernández Fierro era una locomotora a 180 km/h arrasando con todo a su paso, ahora esa misma máquina sigue dejando tras de sí una estela tan densa como siempre pero ya no a ese ritmo. Ahora avanza a velocidad crucero.
Breve, bravo e intenso, Basta, el nuevo disco de la Orquesta es una suerte de reseteo. Un F5 hacia el interior del ensamble. Una refundación invocando, cuando no, a Pugliese. Ese reseteo es no sólo nominal –recambio de varios integrantes, algunos de ellos históricos- sino también, y quizás en consecuencia de eso primero, sonoro. A ver: en esencia, nada cambió. En esencia, mucho cambió. La orquesta entonces, hoy está conformada por: Matías Wilson en piano, Andrés Hojman en viola, Julia Testa, Martín Elter y Juan Villegas Restrepo en violines, Manuel Barrios en bandoneón y Yuri Venturín en contrabajo, voz y dirección música.
Ocho canciones en veintidós minutos. La ecuación no esconde nada. Un chutazo tanguero, apenas menos salvaje que antes pero con la misma rabia.
Ampliamos, entonces. Las novedades más a mano y las primeras que asoman son dos. Por un lado, el cantante. Ahora es Yuri Venturín quien se hace cargo del rol, luego de pesos pesados que se ocuparon del micrófono: Chino Laborde, Juli Laso, Natalia Lagos. Una voz menos interpretativa, más decidora, sin tantos arrebatos. Casi que por momentos pareciera no ser un registro tanguero –por ejemplo, escuchen Esquina y verán. Y por otro, no va más la fila de bandoneones, esa que supo ser marca registrada, centro tonal de la Fierro. Ahora hay un solo fuelle y quedó en manos de Manu Barrios. A no desesperar. Lo dicho: la gola y esas manos siguen calientes.
Así las cosas, Basta puede entenderse como una suerte de síntesis de todos estos años de la Fierro. Instrumentales y canciones que encuentran el aporte letrístico de Lele Angelli y Silvio Cattáneo, entre otros. Una justeza sonora que parece no extrañar mucho lo que pasó y que se descubre y asume nueva. Qué duda cabe que la Orquesta le pone música a estos tiempos. La tapa –un bandoneón que asoma desde una bolsa de consorcio, tirado contra un paredón, entre botellas rotas y cosas quemadas- da cuenta de ello. Lo mismo, los nombres de algunas de las canciones: Diciembre, Mis Infiernos, 40 grados, Mosquitos. ¿Está todo bien? No, está todo como el orto.
Viejo rocker, en clave paródica, relata el triste devenir de un rockero que en Pueyrredón y Rivadavia ya no encuentra a La Perla del Once sino a una franquicia de pizzas. «Hasta el fondo del cuore con tutti, en vez de La Perla, hay una Kentucky/uy que pálida loco y adentro, pedís dos de muzza con una fugaza/y al tomar ese Quatro pomelo añoras una Bieckert con Fanta Naranja/y soñas que el duende de Tanguito aún sigue en el baño tocando La Balsa«. En Esquina se puede hallar una referencia al clásico Soy de la esquina de Hermética.
Las interpretaciones, las versiones acá son dos. No es la primera vez que la Fierro echa mano a composiciones que se pueden pensar por fuera del cancionero del tango. Vale pensar, por ejemplo, en Las luces del estadio de Jaime Roos. O Una larga noche de Chabuca Granda. Por ese lado, se cargan Cabeza de platino de Don Cornelio y la Zona. La versión es un punto altísimo del disco. No es novedad que el universo pandolfiano tenía mucho de tango. La Fierro podría haber hurgado por allí pero fue un poco más allá. El propio Venturín, en una reciente entrevista en Página/12 le dijo al periodista Martín Graziano: “Lo que pasa es que no necesitamos elegir algo que supuestamente sea tanguero. Quizás porque, en términos estrictos, no lo somos. Más bien tratamos de elegir algo que se pueda adaptar a lo que propone la Fernández Fierro, y eso depende de otras cosas: el tempo, el clima, lo que fuere. Hacer una versión es más riesgoso que hacer algo original. No queremos una de esas versiones que despiertan una sonrisa. La idea es no transformar una obra en una caricatura, sino darle otra mirada”. La otra interpretación corresponde a Milonguética –excitante composición de Alfredo «Tape» Rubín. Composición que forma parte ya del clásico cancionero tanguero contemporáneo. En su momento, el Tape Rubin contó que la canción, a su modo, estaba pensada y dedicada a la ciudad de Buenos Aires. Bien vale cruzarla con este cotidiano.
No hay cháchara ni biri. Otra vez, nuevamente, pim pum pam: tango. La orquesta no esconde su programática. Esta vez más compacta, un tanto menos aguerrida, pero con el mismo afronte. Lo que ves es lo que hay. Cada disco, cada presentación de la Fierro es, a la vez, una suerte de manifiesto tanguero. Ya se ha dicho un sinfín de veces pero nadie ve por qué hay que dejar de hacerlo. La OTFF es, desde hace ya un largo rato, un clásico de su tiempo. Como con las grandes orquestas clásicas, basta oír un par de compases y sin repetir y sin soplar decir: “La Fierro, qué duda cabe”. ¿Escuchan eso que parece venir desde lejos? Bueno, háganse a un lado. Es la Fierro. Ya llegó y está sonando otra vez.
Foto de portada: Fabio Saltarelli