Onofre Paz se convirtió en leyenda. Raly Barrionuevo regresó al festival y produjo momentos que quedarán en la historia de Cosquín. José Luis Aguirre conmovió a la plaza. La magia de Cosquín sigue intacta.


Después de una tarde de sol que aprovecharon los visitantes para disfrutar del aire libre, a la noche en la plaza mejoró el clima y la convocatoria. Los artistas y el público amante de la música santiagueña coparon la noche y vivieron su gran fiesta.

Esperados con ansiedad, Los Manseros Santiagueños ratificaron en la apertura su vigencia y Onofre Paz, el líder y fundador, fue protagonista excluyente transformándose en leyenda de nuestra música nativa. Sin novedades en el repertorio, pero con el amor intacto de su gente, Los Manseros tuvieron alto impacto en la apertura de la noche. Al no estar en Jesús María (suspendieron su actuación para extremar los cuidados), la expectativa era alta. Onofre, de excelente humor, arengó con toda la energía que aún conserva y que le permite seguir subiendo a los escenarios.

Los Manseros Santiagueños. Fotos: Eduardo Fisicaro

En el discurso, agradeció a La Comisión y a los fanáticos por el cálido recibimiento. Para ellos, es suficiente con verlo de pie y cantando, no se le exige a Onofre nada más que su presencia.  «Poder estar en Cosquín hoy es una bendición de Dios. Después del encierro, hoy nos estamos desahogando», agregó Alito Toledo. «Eterno amor no la va a superar», dijo el líder bromeando acerca del tamaño del éxito de Canto a Monte Quemado. Sincero, recordó a Leocadio Torres, su compañero durante treinta y cinco años en el conjunto. «Cantábamos por la comida y la propina», expresó con nostalgia. En el final, en «Añoranzas», el himno de Santiago del Estero, el recitado de Onofre es incomparable. Ayudado por Alito, Onofre se acercó al público para recibir la ovación merecida y su protagonismo fue absoluto. Se les otorgó un bis más y eligieron Entra a mi hogar. La emoción lo quebró a Onofre y contagió a la plaza. «Felicito a la Comisión por hacer este hermoso festival, en este tiempo tan difícil. ¡Viva Cosquín, mierda!!», dijo con énfasis en la despedida.

Micaela Chauque, la vientista salteña radicada en Tilcara, demostró sus virtudes. En el inicio, mostró un diálogo con una mujer originaria de su zona y con su quena trajo sonidos ancestrales. Estrenó el huayno Corazón de agua, aún no editado, con la participación de bailarines. Solista desde los veinte años, destaca a Uña Ramos y a Mercedes Sosa como sus máximos referentes. En el repertorio incluyó Florcita de cardón, el huayno que registró en su disco junto a Ricardo Mollo (Divididos).

Micaela Chauque. Fotos: Eduardo Fisicaro

Surgido del Pre Cosquín, el grupo cordobés Tres Cuartos Vocal inició su set de cuatro temas con una lograda versión de El témpano (Abonizio). El trío ganador en el certámen de Carlos Paz fue más allá de las fronteras sumando canciones de Latinoamérica. También se destacó del lote de nuevos valores el malambista Fabián Serna, de la sede José C. Paz (Bs As). La performance de la flautista Laura Molinas, también surgida del Pre, resultó un concierto de altísimo nivel. Con un estilo emparentado a la impronta del «Mono» Izarrualde, tocó Te voy a contar un sueño, Grito santiagueño y una selección de chacareras.

Si bien aún no se le dio, el cordobés José Luis Aguirre estuvo varios años en la antesala del premio Consagración. La respuesta que obtuvo en esta noche lo posiciona nuevamente. Con un formato sencillo, despojado, sólo guitarra y voz, el cantor de Traslasierra sustentó su presentación con temas propios que hablan de su geografía rescatando personajes y paisajes. Emblema de una corriente estética dentro del folklore, Aguirre, además de sus canciones, dejó mensajes contundentes. «Ojalá nos demos cuenta que no somos dueños, sino hijos de la tierra», dijo tratando de concientizar.

José Luis Aguirre junto a Raly y Peteco. Fotos: Eduardo Fisicaro

Cumplió varios sueños, entre ellos que Raly Barrionuevo lo acompañe en bombo y voz en una zamba y que se sume luego Peteco Carabajal para una chacarera en formato de trío. Sólo con su bombo, cantó Córdoba morena, la obra que menciona a «La mona» Jiménez, al Chango Rodríguez y a otros personajes, además de pueblos y paisajes del norte cordobés, recibiendo otro aplauso consagratorio. Se despidió con La transerrana, la cueca cuyana con la que ganó en 2010 el Pre Cosquín en el rubro «canción inédita».

La coplera salteña Mariana Carrizo comenzó su actuación con Vidala para mi sombra, dedicada a los que ya no están porque se los llevó la pandemia. Armó un seleccionado de músicos que tuvo escasa participación: Miguel Rivaynera (guitarra), Rodolfo «Tubo» Moya (bombo), Leo Genovese (piano) y Antonio «Clavito» Riera. A las pocas canciones, sumó coplas picarescas con firmes posturas femeninas. Cerró su presentación con La otumpeña, ahí sí con el lucimiento de su voz y de sus instrumentistas.

Con una dificultad técnica en el arranque, producto de la complejidad de la propuesta, el trío Riendas Libres sigue mostrando repertorio nuevo para incorporar al cancionero popular. En este proyecto están las canciones nuevas de Peteco Carabajal y el despegue como autor y compositor de su hijo Homero. Martina Ulrich, la percusionista, tuvo su segunda noche consecutiva en el escenario, también forma parte de Las Folkies, una de las propuestas de la noche anterior. Martina se vistió con una remera con la imagen de Maradona y el trío concretó el homenaje a Diego con Magia maternal, una chacarera creada para la despedida del «10». Homero fue al piano y Peteco invitó a bailar Un paso, un adiós (zamba).

Peteco Carabajal. Fotos: Eduardo Fisicaro

Riendas Libres quedó en pausa y Peteco se tomó unos minutos para reflotar el Santiago Trío, grupo que integraba en los años 70 con Shalo Leguizamón y su primo Roberto. Una chacarera y una zamba dedicada a Tucumán fueron el contenido elegido para recordar aquél proyecto, con Shalo y Roberto como invitados. Ya con Martina y Homero de regreso al escenario, se despidieron con Desde el puente carretero y Entre a mi pago sin golpear, clásicas que levantaron la plaza que hasta ahí les había ofrecido solamente una escucha atenta.

Apenas pasadas las dos de la madrugada, Raly Barrionuevo ingresó para cerrar la noche. También con dificultades técnicas, le costó el arranque. «Ustedes me avisan cuando anda», le pidió al público que ayudó con Luna cautiva, con la que había intentado comenzar. Ausente por propia decisión en 2020, fue otro de los regresos esperados al festival. Anunció un show largo y cumplió. Mostró su costado testimonial con Ey, paisano y pidió justicia por las víctimas de accidentes de tránsito. Cambió guitarra criolla por acústica y rescató Cuarto menguante, de Circo criollo, el álbum publicado en el año 2000. Con canciones, recordó a Jacinto Piedra y a su mamá (esta noche se cumplía aniversario de la muerte). A Lisandro Aristimuño, que lo veía por TV, le dedicó La niña de los andamios. «No sé si canté bien la letra, estoy atravesado por los recuerdos y la emoción», confesó. Antes de cantar Y seremos agua, dejó un mensaje: «un abrazo a toda la gente que lucha por el agua y la vida. Cuidemos el agua y los montes», pidió.

Raly Barrionuevo junto a Mariana Carrizo y Micaela Chauque. Fotos: Eduardo Fisicaro

Como anfitrión, en el importante lote de invitados, recibió a casi todos los artistas de la noche: José Luis Aguirre, Mariana Carrizo, Micaela Chauque y Peteco. La grata novedad fue la participación de Daniela Calderón, guitarrista y cantora de San Luis. «Recuerdo cuando León me trajo a mí», dijo justificando su generosidad al ceder el espacio a la exquisita artista cuyana.  Dedicó un bloque a canciones de Adolfo Abalos y sus hermanos aprovechando la presencia en su banda de Marina, pianista, hija de gran Adolfo. Raly se animó a la danza con Marina y con su hermano Daniel, bombisto del grupo dirigido por el notable guitarrista riojano Luis Chazarreta. Reuniendo veintisiete temas en dos horas de show, se despidió con Somos nosotros, respaldado por la banda y acompañado por el público.

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