Julio Paz y Roberto Cantos cumplieron 35 años de una fecunda y sustanciosa trayectoria. La cuarentena los hizo festejar cada uno con su torta, pero juntos, en sus distintas casas cordobesas (Río Ceballos y Unquillo). Son, juntos, una de esas hazañas de nuestra música popular argentina.
Por Alejandro Mareco | vatevago@gmail.com
Fotos: Gentileza Dúo Coplanacu
En la mitad de la pantalla, la torta de Julio Paz estaba coronada por un tres; en la otra mitad, de Roberto Cantos portaba un cinco. Y los dos, como sucede en los escenarios, lanzaron al mismo tiempo sus suspiros cantores, esta vez para apagar las velas de la celebración de los 35 años del Dúo Coplanacu.
El 5 de mayo, la cuarentena los encontró cada cual en su casa y en familia: Julio, en Unquillo, junto a su compañera Estefanía y a sus pequeños Julia y Jano. Roberto, en Río Ceballos, junto a Andrea y los niños Dalmiro, Simona y Amador.
La intimidad virtual de la celebración, acaso perdida entre tantas fechas sin conciencia que pasaron de largo en estos extraños días acorralados por la pandemia, es un pequeño hito en el camino de la música popular argentina.
El dúo Coplanacu no sólo ha aportado versiones entrañables del cancionero criollo, ha contribuido a ese cancionero con inspiradas creaciones de Roberto Cantos. Además, ha sido algo así el abanderado de esa mística peñera que vino a canalizar un cambio de los modos culturales de esas reuniones populares, convertidas en ruituales bailables.
El 5 de mayo de 1985 subieron por primera vez juntos a un escenario. Sucedió en Córdoba, en El Carrillón, la peña que Rody Trabalón tenía sobre avenida Colón.
Julio y Roberto habían llegado desde Santiago del Estero a una ciudad en la que desde hacía años confluían estudiantes y trabajadores desde distintos puntos de la provincianía, especialmente del norte. Algunos, con la vocación del canto a flor de labios.
Julio llegó pensando en buscar una ocupación al cabo de un tiempo de hacer tareas rurales en las profundidades santiagueños, aunque nada le salía mejor que cantar. Decían que tenía “jilgueros en la voz”, acaso como su madre, Pelada Caporaletti, que siempre tuvo trinos en el corazón.
Roberto, santiagueño capitalino, llegaba desde el seno de una familia empapada de música (Jacinto Piedra era cuñado suyo), con el plan original de convertirse médico. Y eso haría, sólo que apenas si alcanzó a atender a un puñado de enfermos.
Y fue ese mismo otoño cuando se cruzaron en El Carrillón. Era una peña de las de antes, en las que la guitarra pasaba dos temas en la voz de uno y seguía viaje hacia otros brazos. Se escuchaba con atención y fervor, pero bailar no, bailar era una distracción.
Aquellos lugares de encuentro eran cobijados por las presencia a menudo de figuras como el Cuchi Leguizamón, Jaime Dávalos, el Dúo Salteño, Armando Tejada Gómez, Ariel Petrocelli…
“Una noche me atrajo una zamba muy especial, que no conocía. Me arrimé a la mesa de donde venía, y ahí lo vi por primera vez a Roberto: estaba doblado sobre la guitarra cantando Grito santiagueño; Raúl Carnota todavía no la había grabado”, cuenta Julio.
Roberto vivía a un par de cuadras de El Carrillón, así que un par de días después, cuando volvieron a encontrarse, lo invitó a cantar y a tomar mates a la tarde siguiente. “En esos días era así, bien simple. Nos juntábamos a cantar”, recuerda Roberto.
“Enseguida fuimos amigos. Creo que lo primero que hicimos fue reír; mejor dicho, lo que más hemos hecho juntos en todos estos años ha sido reír”, apunta Julio.
La oncena, Salavina, Santiago chango moreno, María Pueblo… fueron algunos de los apenas ocho temas que prepararon para aquella presentación en la que, para identificarse, simplemente sumaron sus nombres. “Ya no sabíamos qué hacer, qué más decir, para estirar. A las zambas las cantábamos del derecho y del revés”, se divertía contando Julio cuando cumplieron 30 años. “Las chacareras tenían segunda ¡y tercera!”, agregaba Roberto.
Pero vendrían muchos más temas, tantos como para completar una docena de discos. Mientras tanto, saldrían a los caminos. Cantaron en casi todos los rincones argentinos y aun mucho más allá de las fronteras. Siempre aferrados a una manera de sentir el folklore pura y sencilla, pero a la vez con una sensibilidad enriquecida y alada.
La reunión de sus voces tienen acentos y colores que llenan de sabor el paisaje de las canciones. Julio lleva la primera voz y toca el bombo de una manera singular, con pocos golpes pero usados con contundencia. Roberto impulsa su guitarra con gran fuerza rítmica y es un compositor que ha agregado perlas en el repertorio.
Entre tanto, desde hace unos años la banda que contaba con el respaldo de Julio Gutiérrez en violín se amplió con Omar Peralta (bandoneón), Emilio Pasquini (bajo), Alejandro Rivero (guitarra) y Mariano Paz (percusión).
La idea clara
Coplanacu fue hijo de la peña de otro tiempo, y luego, andando la senda, se convirtió en caudaloso río de la gran peña bailable que congregó a multitudes de millares. Fue cuando la danza, de la mano de Silvia Zerbini, Juan Saavedra y el Negro Valdivia desacartonaron formas de la danza hasta hacerla una vivencia compartida.
“La Peña de los Copla”, en Cosquín, fue un emblema de energía y diversidad que atrajo a multitudes y, que al despuntar el siglo 21, convocaba más gente que la Plaza mayor.
“Sería capaz de cantar todita la noche pa’ verte bailar”, dice Mientras bailas, la zamba de Roberto. Y hace ya tantos años que el Dúo Coplanacu cumple esa promesa. Como la del frenesí final que estalla con Peregrinos, cuando todo el gentío eleva sus brazos al cielo (“el mar de arriba…”).
¿Acaso se puede decir que se sabe del universo de los entusiasmos argentinos quien nunca haya estado en una peña de los Copla?
Estos días de pandemia y cuarentena, al espesura de las horas se viven de distintos modos para los dos. Julio, mientras se indigna frente a las miserias y las mezquindades expuestas, no renuncia a su esperanza de una era más justa, no se desconecta de la música. “Escucho mucha música, de todo tipo”, relata, mientras el barullo de sus niños llega hasta su regazo.
Roberto, mientras su compañera Andrea (que fuera violinista del dúo) cumple con sus tareas en el gobierno de la ciudad de Río Ceballos, habita el patio con sus hijos y no deja de buscar nuevas canciones (Mundo patio, se llama una hermosa creación de estos días de cuarentena). Espera, en tanto llevar adelante la cantata dedicada a los 200 años de la autonomía de Santiago del Estero, proceso interrumpido por la pandemia.
“Es posible que todo vuelva a sus orígenes. Que frente a las dificultades de reuniones masivas, la música vuelva a formatos pequeños, que empiece otra vez por las guitarreadas con poca gente. De lo que no hemos podido escaparnos en esta cuarentena es de encontrarnos con nosotros mismos”, piensa, y luego vive.
En la caja de cartón del último disco, editado en 2019 y llamado sencillamente Los Copla, escribieron: “En el tiempo nos fueron nombrando así… Y nos dimos cuenta de que no sólo nos nombraban a nosotros, era el nombre de un espacio que se llenaba de música y encuentros. De Los Copla brotaba la pertenencia, la identidad, el disfrute de ser de aquí… este territorio, su historia y su futuro…”.
Los Copla son una de esas hazañas de la música popular argentina, siempre lo decimos. ¿Cómo se explica que aquello que nació como el fruto de una pasión abrasadora y fresca haya fecundado de este modo, y se sostenga así, al cabo de 35 años?
Acaso es como piensa Roberto: “Cuando tenés clara la idea, lo difícil es no sostenerla”.
Belleza de nota para tremendo dúo!!!
Qué hermosa nota Sr Mareco, admiramos y disfrutamos a los copla desde el primer día. Estudiantes de la UNC, entrerrianos y cantores, asiduos concurrentes al Carrillon y Tonos fuimos protagonistas del nacimiento de éste emblemático dúo. Es parte de nuestro equipaje. Felices 35 queridos Julio y Roberto. Gracias! Alejandro por revivir una historia que nos incluye
Los ví nacer a Los Copla. Promediando los 80 en esas memorables ediciones de «El Chacarerazo» y de la «Alternativa Musical Argentina» con sede en Córdoba Capital. En el Teatro Griego y Sala de las Américas en el Pabellón Argentina de la UNC y en tantos lugares también del interior. Aquí en Oncativo estuvieron en varias oportunidades. Conservo el primer cassette que editaron y que me obsequió Roberto con su dedicatoria. La nota del Ale Mareco resume magistralmente la historia de Julio y Roberto, hermanos del canto y la cultura popular que siguen escribiendo tan maravillosamente.