Carina Carriqueo es una de las referentes actuales de la defensa de la cultura mapuche. Canta, compone, escribe y también gestiona y motoriza proyectos para revalorizar sus raíces. “Mucho de lo que cantamos tiene que ver con sentimientos de apego a la tierra, sus músicas y sonidos -dice-. Es la vivencia hecha música y sonidos”.


Carina Carriqueo es escritora, cantora, investigadora, defensora de la tradición mapuche, una militante de la cultura de los pueblos originarios y en especial de su pueblo mapuche. “Nací en Bariloche, después viví un tiempo en El Bolsón y luego ya me radiqué por el año 2004 en la provincia de Buenos Aires. Ahora estoy viviendo en La Plata”, nos dice.

En su incansable labor y lucha por la identidad, canta todos sus temas en lengua mapudungun, compone, produce sus videos y publicaciones con participación de la misma gente de la Comunidad Mapuche. Su tema Tufachi Mawün se inscribió en los Premios Grammy Latinos, por la discográfica argentina Casa Rara, como canción en lengua originaria, como un campo de lucha, visibilizando y tomando conciencia a nivel internacional. La canción de su composición está dedicada “A los sobrevivientes del malón blanco” así lo ven desde su comunidad. Además, el año pasado publicó el libro Cuando el lago esté quieto donde relata cuentos de la cultura mapuche, vivencias, relatos de abuelos, cantos sagrados, con una visión desde adentro de la comunidad misma.

«Si cantara mis canciones traducidas, debería hacer una versión wingka, blanca, que no es lo original»

Es una incansable trabajadora de la cultura en materia de pueblos originarios, desde su propia producción como desde otros ámbitos, por ejemplo, integrando el Centro de Estudios sobre Pueblos Originarios en la Biblioteca Nacional donde organiza junto a Emiliano Ruiz Díaz y Diego Antico, el ciclo de entrevistas Letras originarias y también el ciclo Músicas originarias.

Realizó la muestra fotográfica Inchiñ («Nosotros», en lengua mapuzungun), presentada recientemente en Junín y ahora en el Museo Provincial Casa Evita, de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, donde también ha creado el coro mapuche Aukin Mapu («Eco de la tierra»). Un coro mapuche antropológico para mantener el la cultura a través del canto comunitario.

– Contanos un poco sobre tus orígenes en la música, ¿cómo empezaste a cantar los Tahil, cómo fuiste descubriendo ese canto profundo y esa necesidad también de cantar del pueblo mapuche?

– Sí. El canto se llama tahil, que es la onomatopeya de los elementos naturales, imitar con la voz el sonido de los elementos, decirle algo, dedicarle algo, es más una conexión que uno tiene con lo que lo rodea, con lo que es único y con lo que uno quiere decirle a ese entorno. Y después está el ülkantun, que es el canto más popular. Puede ser alguna canción acompañada con algún instrumento. Por lo general, el tahil es a capella. Todo nuestro canto tiene pocos instrumentos, es decir, acompañados por el kultrum, que es ese tamborcito de mano, un instrumento tocado habitualmente por las mujeres, un instrumento que se utiliza también en ceremonias. El canto también es ceremonial. El canto nuestro es un ruego, es una plegaria, es algo que le dedicamos a la naturaleza. Eso es el tahil, eso es el canto; también tenemos otro tipo de conexión con lo musical, con lo melódico, no es el canto convencional, no es una canción que va a tener un estribillo o que se va a repetir ese estribillo o que va a tener una introducción instrumental, no tiene la estructura en sí de una canción convencional, es algo totalmente distinto. Por eso se hace tan poco y por eso cuesta tanto poder hacerlo en grandes escenarios o en varios escenarios, si vamos al caso, se requiere bastante valentía para permanecer en el tiempo con un canto que habla de la identidad de las primeras naciones, de una identidad muy fuerte con la Tierra, de una conexión con la Tierra y la naturaleza y mantener, ser perseverante con esto también es un gran desafío.

– Aimé Painé fue una pionera en el canto en lengua originaria y en su difusión…

– Sí, Aimé abrió caminos. Ella cantaba sin instrumentos. Cantó también en castellano porque no deja de ser algo que la misma sociedad insistió. Siempre la gente necesita una traducción, necesita entender algo desde lo que habla, desde el idioma que habla. Aimé supo llegar a lugares impensados, siempre con el permiso de las abuelas que la autorizaban a mostrar y a cantar en público los cantos sagrados.

Por suerte tuvimos esta primera cantora que fue Aimé Painé. Ella utilizó ese material que había cantado Doña Meliqueo de Bahía Blanca y Doña Carmen Nahuel Tripai en la década del 60, a quien el antropólogo Casamiquela grabó (más de cincuenta tahil) y se los hizo escuchar a Aimé para que los aprendiera. Aimé pudo salir del país para difundir ese canto y mostrar al mundo nuestra nación.

– ¿Cómo toma el público el canto en lengua originaria, vas traduciendo y explicando?

– Si cantara mis canciones traducidas, debería hacer una versión wingka, blanca, que no es lo original, no es lo originario. Y mucho de lo que cantamos tiene que ver con sentimientos de apego a la tierra, sus músicas y sonidos. Es necesario ir contando no solo lo que canto sino en qué circunstancias nacieron esos cantos. Es la vivencia hecha música y sonidos.

– ¿Fue una decisión difícil decir “canto en mi lengua y sigo luchando”?

– No, no fue difícil. Yo siento que, si tuviese una letra que debería aprenderme de memoria o leerla mientras canto, perdería todo sentido y no sería lo que siento. Entonces, me parece más libre para lo que hago poder cantar lo que venga en el momento y explicarlo y contarlo con las palabras que vienen en el momento, desde la autenticidad, desde la mirada directa hacia el público, hacia una persona, hacia un niño que está ahí sentado, hacia una mamá que está amamantando o hacia un joven que está en el fondo tímido, que sabe que tiene sus raíces originales, pero que no sabe de dónde, entonces, me gusta hablarle también a esa gente, a ellos, cantarles desde lo que soy y lo que vivo.

– ¿No haces repertorio de otros autores de la música nacional?

– No. Se me haría imposible poder memorizarme un repertorio en castellano o depender de músicos con una banda donde tuviesen partituras y letras. Eso me costaría muchísimo. Creo que no lo podría hacer. Y perdería también el sentido de la búsqueda, también de que las personas que están en el público de diez personas, a lo mejor una, se pueda encontrar con sus orígenes, pueda levantar la cabeza nuevamente de toda su historia, pueda reivindicar, caminar con la frente en alto. El objetivo es otro, no es generar un tema y una canción de moda. El objetivo es totalmente distinto. Hay que ver también todo lo que pasó en la historia de este país para entender por qué llegamos a esto, que una persona diga «Me parece que mi abuelo era mapuche» o «era descendiente de». Poder afirmar y reconocerse en «soy Huarpe», «soy Mapuche», es un paso que hay que dar y que va a costar bastante, pero va a ser plantear también de estos espacios que tengamos los que nos animamos a difundir y andar por la vida militando la identidad.

– ¿Cuál es el significado de la canción Tufachi Mawün («está lloviendo»)?

– La canción es una rogativa, es un ruego, es un pedido, es un ruego con los hermanos, donde pido por nuestros hijos y por mis hermanos. Obviamente, en todo lo que canto, lo que hablo, siempre voy a tener un poquito de melancolía, va a haber un poco de tristeza, pero es inevitable, se entiende. A la vez esta canción habla de fortaleza. Hacer una rogativa hace 30 años era difícil en esta parte del territorio y hoy se están preparando ceremonias por la vuelta del sol que viene en junio, los tiempos han cambiado. Estamos viviendo una etapa que ese tema lo refleja muy bien. Estamos nuevamente en rogativa para darnos fuerza, pedirle las fuerzas al volcán, a nuestros antepasados.

– En el video del tema en YouTube pusiste la dedicatoria “a los sobrevivientes del Malón Blanco”, contanos esa historia.

– Sobrevivientes del “Malón blanco”, así nuestras abuelas hablan de la Conquista del Desierto. Entonces, el malón blanco para ellas era el ejército que llegaba, que las corría, que se llevaban las abuelas. Mi bisabuela había sido robada, mis antepasados habían sido sobrevivientes de la encerrona del río Limay. Todos tenían el recuerdo fresquito del malón blanco. Y si estamos hoy acá es porque somos los sobrevivientes de estas mujeres, de esos hombres y familias que sobrevivieron y por eso la dedicatoria final en el video.

– ¿Tu familia estaba comprometida con la causa mapuche?

– En el sur los campos de nuestra familia ya están en manos de otros dueños. A ellos se los sacaron hace muchos años y quedaron los rastros de las taperas que había, quedó todo alambrado y sigue más desierto que lo que ellos consideraban. Había una abuela nuestra que decía: «después que pasaron los blancos, recién se convirtió en desierto». Y esos campos, pasando Pilcaniyeu, ya tienen otros dueños. En la zona del Chubut es complicada la situación en que están muchas comunidades esperando las carpetas técnicas con relevamientos que no se terminaron en todos estos años, para poder habilitarlos a vivir en sus lugares. La ley 26.160, permite que la tierra la puedan trabajar, pero es una ocupación sin títulos de propiedad que, en cada gobierno, queda en riesgo. Hace que todo el tiempo estén nuestros hermanos pensando a ver si mañana no aparecen las topadoras o si no aparecen inversores extranjeros con alambres olímpicos como están apareciendo en otras comunidades de vecinos de allí, de Chubut.

– ¿Tratás de usar alguno de los ritmos patagónicos como el loncomeo? ¿O te parece que no va por ese lado?

– El loncomeo se folklorizó y es parte del folklore patagónico, poco difundido, es la imitación del kultrún con el latido del corazón llevado a la guitarra. Ahí surge el ritmo del loncomeo. Es la danza. También el movimiento de cabeza que se hace en las ceremonias, donde los varones imitan al ñandú, bailan el choique purrún y van moviendo la cabeza, pero tiene un origen, la palabra lo ha resumido en «movimiento de cabeza».

En el siglo XVII, en la zona del sur de Chile, cuando empiezan a llegar los blancos, al ir encontrándose con las resistencias mapuche empieza el reconocimiento público: como escarmientos, los largaban sin la nariz o sin las manos o sin un brazo o sin el pie, para que los demás vean y se civilicen. A los mapuche, obviamente, no les gustó nada eso y tomaron represalias. Entonces, cada vez que encontraban un blanco y le cortaban la cabeza, lo ataban de las ramas de un canelo. El canelo es nuestro árbol sagrado. Según cuentan los Jesuitas que dejaron escrito esto, los ataban a esas ramas con unas maromas y al sonido de los tambores se bailaba esa celebración de triunfo. Pasaron muchísimos años de distintas correrías y venganzas de un lado, venganzas del otro, y nuestra gente quedó mutilada en muchos sentidos y sobrevivió de todo eso.

Esa palabra quedó en el tiempo como loncomeo, que después se fue pasando de generación en generación, y se fue olvidando esa versión. Esta explicación la encontró un investigador chileno, Sergio Herskovist que anduvo indagando en los escritos. Él estaba preparando un trabajo sobre como los primeros mapuche con distintos objetos antropomorfos contaban las historias. Su libro se llama Prototíteres Mapuche.

– ¿Qué quiere decir «Wingka xewa» en tus temas?

– Las abuelas decían «perro blanco», hay algunos que tienen mucho recelo cuando aparece una persona que no es mapuche a su casa, a su ruka chiquitita, a su campo o a golpear las manos en la tranquera y siempre tienen esa desconfianza. Entonces, cuando se siente que les han mentido, los han embromado, como dicen ellos, con los papeles, les dicen Wingka xewa que quiere decir blanco perro. Eso es, el insulto a ese mentiroso, estafador, ladrón, invasor, asesino.

Foto de la serie Inchiñ, muestra fotográfica. Se titula «Liliana Antimán, Cóndor del sol».

– ¿Cómo te sentís ahora con haber participado con la inscripción de un tema en los Grammy Latinos, que tuvo mucha repercusión realmente?

– Fue un trabajo de la discográfica, todos los años inscriben temas con los que han trabajado y en este caso la discográfica Casa Rara Mastering, de Conrado Silvela, decidió inscribirla. Esto hay que resaltarlo, es una inscripción donde en el mes de octubre recién va a poder encontrar un lugarcito a ver en qué categoría queda porque no hay una categoría para el ritmo en sí. Entonces, creo que es una buena oportunidad para visibilizar más que nada. Para que otros se animen a cantar en lenguas indígenas, que vean una posibilidad a seguir con la música. El objetivo es que sea contagioso esto, pero contagioso en el sentido de que se pongan a hacer música, que no le tengan miedo al componer en la lengua originaria, que pueden crear sus melodías y mostrarlas y encontrar alternativas para la difusión de la identidad. El año pasado se inscribió a los Latin Grammy Canto sagrado de lucero, también de mi autoría, a través de otra discográfica llamada Soir Music y  este año Tufachi Mawün por Casa Rara Mastering.

– Trabajás con la comunidad mapuche de Los Toldos, Provincia de Buenos Aires.

– Si, hemos filmado videos en la comunidad de Los Toldos, un lugar que me resulta muy familiar, donde me han abierto las puertas desde que llegué a la provincia de Buenos Aires, donde allí aprendí muchísimo más sobre el telar, aprendí a tejer, donde conozco ya a varias comunidades y que gracias a ellos pude también hacer la muestra fotográfica. Siempre me gustó retratar momentos en las comunidades, rostros y rasgos, tal cual somos. En esta muestra retratarlos significa mostrar la estampa, mostrar esas miradas que tienen tanto pasado por el blanco y negro, pero que son presentes. Así que la identidad que se fortalece ahí, en ese lugar, en Los Toldos, en donde fue la tribu del cacique Coliqueo. Todos son los descendientes de este cacique y es un pueblo donde el 70 % se reconoce como mapuche y que no tiene que perder la identidad. Grabar los videos allí y poder hacer estos retratos también anima a la comunidad entera y a las autoridades que les toca estar al frente de estos pueblos con identidad, que tengan también el valor de reconocerlos.

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