– Sabrina, Sabrina, eeeey, arriba, ya estamos en Capilla.

– Ehh, ¿en serio?

– Sí, ya está, se bajaron todos, yo me quedé para despertarte.

– Ah, uy, graaaacias, mmm, qué sueño tengo.

– Bueno, yo ya me tengo que ir. ¿Te ayudo con algo?

– No, seguro que Juliana debe estar esperándome acá.

– Ok, quizá nos cruzemos en La Techada.

– Seguro, Foco, no la encandiles, eh, jajaja. 

Juan tiró una media sonrisa, se bajó con su mochila, saludó al chofer y abajo del micro estaba esperando una joven muy bonita, con una bufanda gigante y colorida, celular en mano y con cara de impaciente, que seguro era la pareja de Sabrina. Se miraron de reojo, como cuando se sabe quién es quién pero no da para saludarse, y Juan se tomó el primer taxi que estaba parado en la estación. Soplaba un vientito serrano medio incómodo, se puso la bufanda gastada que se había llevado y fue derechito al negocio de Maite. Antes de llegar, la mensajeó.

– Belleza, ya estoy en Capilla.

– ¡Hooooooooooooooooolis!!!! ¡Iupi, iupi!!

– ¿Voy al negocio?

– No, ya cerré, te espero en el barcito de la esquina que seguro tendrás ganas de desayunar.

– Sí, porfa.

El bar había cambiado de nombre, ahora se llama Bajá Un Cambio, así, todo con mayúsculas, como los yanquis escriben los nombres de las canciones, cosa que Juan nunca entendió pero lo objeta igual, como objeta casi todo, una marca (¿o una mancha?) en su personalidad. El nombre distinto, la pintura de colores y la buena música fueron las tres primeras cosas en las que reparó Juan. Hasta que la vio. Allí, en la última mesa al lado de la ventana, con el celu en la mano y sonriéndose de vaya uno a saber qué. «Hola, hermosa», le dijo y se abrazaron un largo rato, besazo incluido.

– ¿Qué tal el viaje?

– Bien, tranqui, me divertí mucho con mi compañera de asiento, una chica paisajista que viajaba a las sierras a ver a su novia.

– Ah, mirá, buenísimo, ¿qué casualidad no?

– Sí, ¿viste? pero puede haber más casualidades todavía.

– ¿Por qué? ¿Era periodista?

– No, nada de eso.

– Ah, ya sé, la novia tiene una librería como yo.

– No, no, otra cosa. La chica, la paisajista, Sabrina se llama, viajó para buscar un departamento, o una casita para alquilar acá, en pareja.

– Ah, ¿y desde cuándo a vos, si entendí bien, se te ocurrió venir a vivir acá?… ¿Y en pareja?

Juan se ruborizó como si fuese un chico al que le descubren que se robó una manzana de la verdulería.

– Bueno, sí, yo había pensado en decirte eso. Por eso el viaje, quería verte la cara. Lo pensé mucho, me gustaría, qué se yo, tengo ganas de probar, de que probemos de convivir acá, siempre que quieras, claro.

A Maite se le iluminó la cara. Parecía la chica de la película romántica más naif de la historia cuando le dicen “¿te querés casar conmigo?”.

– No sé si pellizcarme para ver si es verdad lo que está pasando. Estoy feliz y a la vez sorprendida, estoy como encandilada.

– Ja ja, estoy más Foco que nunca ¿no?

– No tanto, este Foco me gusta más. De todos modos habría que charlar algunas cositas.

– ¿Por ejemplo?

– Y…por ejemplo, que yo hace rato que vengo pensando en este momento. Pero, no te quiero pinchar el globo, yo siempre pensé en una fórmula de reducción de daños.

– Me parece que me perdí un poco. ¿Reducción de daños? ¿Y con fórmula?

– Pero claro, Juancito, yo “te conozco de algún lau”, como cantaban los de El Regreso del Coelacanto, grupo rosarino que conocés, y vos, justamente, sos más rosarino que el Monumento a la Bandera, el Negro Fontanarrosa, Messi y Di María todos juntos.

– Sigo perdido, che.

– Claro, te quiero decir que si te someto a la experiencia de la convivencia y encima en otro suelo que no es el tuyo, vos vas a dar error en algún momento, o en reiterados momentos, diría. Entonces, sí, mi amor, vayamos a vivir juntitos, pero en Rosario, en tu departamento, en el mío, o alquilamos otro, qué se yo.

– Pero….. ¿Y tu proyecto de Capilla del Monte, el negocio que tanto querías, la otra vida, y todo eso?

– Bueno, todo eso, pero todo eso, es mejor si estamos juntos, en tu ciudad, en la mía, vos en tu radio, con el Panza, con tu programa, con tu Central, con tus cosas, y yo en mi Rosario, con mis amigas, mi gente, voy a arrancar de nuevo, pero allá, de locales. Siempre de local hay más chances de ganar, ¿no?

– “No vamos a hablar antes, mejor nos vemos en la cancha”.

Juan le respondió con una frase de Después de hora, de Los Pérez García, ella entendió el guiño, movió la cabeza con los cuernitos rockeros se levantaron de la mesa y se abrazaron fuerte. Y empezaron a los saltitos, sin despegarse, dando vueltas en círculo.

Al rato se acercó el mozo, un cincuentón, con pañuelito al cuello, arito en la oreja izquierda, pelo largo y toda la onda del mundo: «Chicos, no sé si van a tomar algo, pero si ya lo hicieron, conviden». Maite y Juan se largaron a reír. Al rato, lo abrazaron al mozo rockero y siguieron los tres a los saltitos. Eran las 11 de la mañana y el bar estaba lleno, la gente no entendía nada, pero, por las dudas, empezaron a aplaudir.

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