Maite todavía no se fue a Capilla del Monte, pero Juan está parado solo en medio de su propia montaña. Tiene una montaña de dudas. Apura un mate tibio, mira el diario sin leerlo, pasa una hoja tras otra y se detiene en el ruidito que hace el papel mientras relojea el celular imaginando que Maite lo va a mensajear, o mejor, que lo va a llamar para decirle: «Hola amorcito, lo pensé bien y no me iría por nada del mundo a las sierras». O bien «me muero si te pierdo». Pero no. Pasó un mes desde aquel café en el que ella le dijo que su plan era llevar Chucherías a Capilla, y quedó picando la posibilidad de que él la acompañara en un combo que incluiría, desde ya, un proyecto de pareja, vivir juntos y una apuesta que iba con tutti li fiocchi, o sea, era una jugada a pleno. Pero no había mensajes en el celu, al menos los que esperaba Juan.

Mensajes había: el Panza pidiéndole que tenía una nueva idea para el programa del lunes y tiraba un par de temas bien poperos, con Dua Lipa y Harry Stiles, y otro mensaje del Panza, diez minutos después, diciendo «¿todo bien amigo?» ante la ausencia de respuesta. Había un mensaje del empleado de Mampara Total, para pedirle coordinar un día y una hora para colocar la mampara que había comprado para su baño, y otro mensaje del mismo empleado, una hora más tarde, en el que le decía, que cuando pueda le responda, por favor, porque tenía que coordinar con otros clientes. Juan leía los mensajes, clavaba el visto, y no respondía. Estaba raro, molesto, excesivamente fastidioso. Le dio un sorbo al mate y estaba helado, puteó al aire, como si alguien le hubiese puesto un cubito a esa calabaza que, casualmente, como un mensaje divino, o una epifanía, quién sabe, tenía talladas las palabras Recuerdo de Córdoba. Juan lo miró y se quedó perplejo. Detenido en modo pausa. Hacía días que estaba tomando amargos en ese mate y nunca había reparado en esa cita, pedorra y lugar común sí, pero cita al fin, que linkeaba con un pensamiento que estaba vibrando en su cabeza. Lo que estaba vibrando también, de repente, era el celular de Juan. Maite. Era Maite. Juan atendió nervioso, se le cayó el teléfono, lo levantó antes que se corte la llamada y finalmente habló.

– Uf, hola, belleza, hola, ¿todo bien?

– Yo sí, pero vos estás agitado, ¿estás caminando, corriendo o pasa algo?

– Ni, no digo, nada, nada, nada pasa, ¿por qué tendría que pasar algo?

– Ah, dale, Juan, te conozco, dale, decime.

– No, decime vos, por algo llamaste, ¿no?

– Sí, bueno, era para decirte que ya está, que tomé la decisión.

– ¿Qué decisión?

– Lo que habíamos hablado Juan, que me voy, eso. Ya tengo todo hablado con Marcela, ella me espera allá, ya cerramos el día y todo, así que tengo que ir cerrando algunos temitas y …bueh..

– Ah, bien, ya está entonces…

– Sí, sí…¿estás ahí?

– Sí, perdón, justo estaba poniendo el agua en el termo, perdón, sí, estoy acá, bueno, biun, bien, digo…

– Ay, Juan, te estás trabando cada vez más. Tranca, amorcito.

– No, naaaa, pero jajajajajajajaj, qué me voy a trabar, es que justo estaba haciendo otra cosa acá en casa, medio que me sorprendiste, porque estaba coordinando con el tipo de las mamparas, y el Panza que no para de mensajearme por el programa, pero estoy re contento, re feliz que hagas tu proyecto, claro que sí, por favor, Maite.

– ¿Seguro que estás tan contento?

– Sí, sí, bueno, contento del todo, no, viste, te voy a extrañar, claro, pero iremos viendo la posibilidad de que yo viaje, ya coordinaremos bien, qué se yo.

– La idea que hablamos esa de que vengas a Capilla a vivir conmigo no la evaluaste ni un poquito, ¿no?

– Sí, claro, por supuesto que la evalué, bueno, evaluar, evaluar, uno va pensando alternativas, viste…

– Ay Juan, sacate la careta, parece que estarías hablando de un departamento en alquiler, estás evaluando alternativas, ¿qué es eso?

– Bueno, bueno, Maite, después lo seguimos hablando, a todo esto, ¿ya está la fecha del viaje, digo, compraste pasaje, algo así?

– Algo así no, no compré pasaje, pero va a ser en octubre.

– ¿Octubre?

– Sí, Juan, octubre.

– Pero octubre es el mes que viene.

– Sí, obviusly que es el mes que viene.

– Y daaaaaaaaaaaaaaaaaaaale con el obviusly.

– Bueno, amor hermoso, dale, tranca style, después seguimos charlando, dale, te quiero, no te olvides nunca de eso.

– Yo también te quiero mucho, ¿sabías?

– Sí, Juan, creo que lo sabía. Chaucito, bonito.

Juan se quedó mirando el celular como si fuese un objeto desconocido. Como quien mira una rareza. Era solo un teléfono, pero visualizó ahí algo inalcanzable, gigantesco, rocoso, como una montaña. “Lo que cuesta subir esta montaña” se dijo y hasta se rió, le parecía una boludez lo que estaba pensando, pero no, era lo que le estaba pasando, lo que le estaba pesando. La cosa venía cuesta arriba. Y dudó una vez más. No solo no sabía cómo subirse a esa montaña, sino que dudaba si quería subirse o quedarse en tierra firme. Hasta que al final, en medio de tantas dudas, lanzó:“basta ya, loco, voy a hacer como decía Spinetta y listo. Después de todo, la montaña es la montaña”. Y después de repetir esa frase que no dice nada y a la vez dice todo, tomó otro sorbo de mate frío y se dijo, en voz alta, para ver si internalizaba lo que estaba diciendo y sintiendo, lo dijo casi resignado, pero lo dijo: “La montaña es la montaña, sí, claro, pero es altísima”.

 

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