Adrián Abonizio carga título de nobleza en el arte de la canción, eso reservado a unos pocos. Sin embargo, el hombre no es pasión de multitudes aunque las multitudes hayan cantado sus canciones. Durante estos últimos años su discografía se llenó de tango, lugar que siempre  sintió como propio. En esta entrevista con De coplas y viajeros, el cantor y compositor rosarino cuenta un poco sobre todos estos años de gente, de tango y de historias.


Vos no compusiste una canción como El Témpano. O tampoco Cantándole a los vivos. O Mirta, de regreso. Adrián Abonizio sí. Su nombre habita la memoria de miles que lo cantaron, aunque muchos y muchas de esos miles no estén enterados de eso. Grueso error. No importa: la canción vivirá por siempre.

Un repaso rasante por su recorrido obliga a marcar algunos hitos del cantor, nacido en julio de 1956. Por ejemplo, su paso por la banda Irreal, una de las pioneras del rock en su ciudad, Rosario. Por ejemplo, como si no se supiera, su pertenencia a La Trova Rosarina. Por ejemplo, sus composiciones puestas al servicio de la gola y el histrionismo de Juan Carlos Baglietto, para que este las cantara. Por ejemplo, la obra solista que poquito a poco va engordando y ensanchando.

Portada de Satamente!, último disco del rosarino.

Los últimos años su discografía solista se rubricó y ubicó bajo una palabra: tango. Se podría decir, por qué no, canción urbana. Lo mismo da. Allí están: Tangolpeando de 2012, Ciudad Malandrina, junto al joven quinteto rosarino La Máquina Invisible (2021) y el reciente Satamente! (Acqua Records). Hay una búsqueda ahí. Una insistencia que puede tomar distintas formas pero que permanece. El tango: como registro, como intención, como tono narrativo. Como patria musical. Por estos días Adrián está en Córdoba. Visitando amigos, dice. De hecho, también dice que tiene a las sierras justo frente. Ya había avisado que quizás la señal se perdía un poco. Y desde allá cuenta: “No… La patria es amplia. Y si me dedicara a otras músicas, también las tocaría. Pero la patria mía es la que yo conozco y la que trato de no modificar ni alterar, pero sí agregarle un color mío, personal. Yo vengo de ahí. Vengo del tango, porque me crie en un ambiente tanguero. Luego me atravesó el rock, que tampoco es sólo rock. Lo que pasa que soy apenas un tipo que hace canciones. Me gustaría tocar instrumentos, tocar jazz, música armenia pero como escribo letras, como me gusta contar cuentos, contar cosas, el tango es una forma de expresarme. La más a mano que tengo. Lo que yo puedo y quiero contar lo cuento a través del tango. El rock me aprieta mucho para las ideas que yo tengo ahora de lo que pienso de la vida. En cambio, el tango me resulta un poquito más abierto, más amplio. De todos modos, son elecciones momentáneas”. Y agrega: “En realidad yo quiero ser un cuentista. Y un cuentista tiene que usar muchos recursos. La narración larga, la narración cortita. Una novela o un aguafuerte. El tango es como una especie de contratapa de un diario que yo hago. Me gusta mucho. Más con las cosas que han pasado en el país, la forma de contarlas es desde el tango. Porque es una forma casi tragicómica de contar la Argentina”.

– ¿Se le puede escapar, entonces, al tango? ¿O del tango?

– En realidad uno no se puede escapar porque ya lo tiene incorporado. Es decir, desde el momento en que uno lo acepta, entre comillas, el dolor es menor. Y hay gente a la que le da como vergüenza reconocer que le gusta mucho el tango. O al revés. Les gusta posar que les gusta el tango porque queda bien. El tango es un bondi que te deja bien en cualquier esquina. Ya sea para la foto, para figurar que sos un tipo quizás existencialista, o para la otra, para decir “che, no entiendo nada del tango” o “me parece decadente”. Y es lo que somos nosotros. Somos decadentes, somos confusos, a veces somos injustos, somos egoístas, ilusos. Rompemos los juguetes que compramos. Después los rearmamos, pedimos disculpas.

Y agrega: “Pero no se puede escapar de lo que uno es. Pasa lo mismo con aquel que no se da cuenta que es peronista. Hay gente que no reconoce que es peronista porque la historia les pasó por encima. Y el tango es inevitable. Es inevitable no decir que forma parte de tu gen”.

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Dice, también: “El tango para mí es una esperanza”.

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De todos modos, un excelente modo de adentrarse –o de volver a meterse- al mundo Abonizio es irse a vivir un rato al disco Extraño conocido (2006). No es un disco de canciones inéditas o nuevas. O mejor dicho, lo es en parte. Porque es un compendio de algunas de sus canciones más conocidas pero que justamente se dieron a conocer a través de la interpretación de otros. Y aquí es el propio Adrián cantándolas. Canciones despojadas de casi todo, porque casi todo suena en voz y guitarra. Aunque es mentira que son canciones: son un Exocet apuntándote al pecho. Bien vale volver, por ejemplo, por algunos pasajes de esas canciones. «Acá con cada libro, que guarden en el pecho, hay palabras vivas, y una vuelta al cielo como banderas, de otras naciones/En las terrazas el viento empuja las camisas, yo sigo vivo, y es suficiente/Cantando los versos, del sobreviviente» (Plantas argentinas) o «Cae desde el cielo, una lluvia de venenos, siempre fue así, y así lo será/Quiero seguir en una tierra donde el cielo se mantenga por estar cantándole a los vivos/Una guitarra al mediodía, los chicos que juegan arriba, que difícil es tener oficios, este oficio flaco como el pan de la alegría» (Cantándole a los vivos).

Él comenta que quedó conforme con aquel trabajo, que de alguna manera fue poner blanco sobre negro. “¿Para qué? Justamente para que una obra tenga varios matices. Está bien escuchar distintas versiones. Que la obra compita consigo misma no entre los intérpretes”.

«Cuando uno escribe se pone en el lugar de los que a vos te ayudaron a alumbrar un poco la vida»

– ¿Se puede arriesgar y decir que no te interesa ser un gran cantor, sino que lo que te importa es otra cosa; el contar, el decir?

– Lo que pasa, sinceramente, es que para ser un gran cantor, hoy día tendría que esforzarme mucho. Y no tengo ganas. Me parece que lo más fiel a mí es lo que hago. No me gusta entrar por ese lugar a la gente. Me gusta entrar por otro lugar, que no se cual es. Para algo espectacular está Juan. Hemos ensayado con él, por ejemplo, y a las nueve de la mañana arrancan los ensayos y estamos todos tosiendo y Juan pone la voz en lugar tremendo y no le hace nada. Este tipo es inmortal. Tiene una cosa impecable en la garganta. Cada cual tiene que saber quién es. Entonces yo no puedo. Para cantar mejor de lo que canto, tendría que esforzarme, pero no tengo ganas.

Es harto conocido pero bien vale volver a decir: Abonizio es un gran conversador. Parla duro y parejo. Es más, en un momento de la entrevista dirá, sin más: “A mí no me gusta hablar de mí, me gusta directamente hablar”.

Ocurre, entonces, que sigue hablando.

– ¿Cómo aparece el tango en tu recorrido? Tanto como escucha como compositor…

– Es muy simple. Yo soy del 56. En mi casa no había televisión, soy hijo de la radio. Y por radio se propagaba esa música. Mi familia es de origen muy humilde. Pero siempre había una radio prendida, todo el tiempo. La imagen es representativa de los 50: mamá cosía para afuera, papá era ferroviario. Mi mamá escuchaba y cantaba muy afinada y yo me fui nutriendo de eso. Y le preguntaba a ella. Escuchaba algunas letras. Encontraba cierto erotismo en algunas letras. Muertes, resurrección. Encontraba eso muy ritualista. Yo le preguntaba a mi mamá por eso y ella me daba a entender, con otras palabras, que eso sí, era algo muy profundo. Me fui haciendo la idea de que iba a caminar la vida de manera tanguera. Bueno, después aparecieron otras cosas que le fueron dando otro matiz a la cosa. Yo fui pintando todo alrededor del tango. “Che, el mundo está mal. Cómo lo puedo contar. Y bueno, lo puedo contar a través del tango”. No puedo contarlo a través de una canción folk. Siento mucha opresión y el tango en algunos momentos es medio punkie.

– ¿Hoy día tenés algún letrista que le prestes atención?

– Sí, pero en forma muy aislada. Con algunos amigos míos me pasa. Yo tengo sesenta largos pero siento que no le tengo miedo a Manzi, a Expósito. Porque si uno piensa sólo en esos monstruos no hace nada. Y yo encuentro algo de todo esto en lo rapeado, en el rap, en el trap de algunos. Ese tipo de queja. Es la que más me gusta.

– ¿En el pulso narrativo?

– Claro, claro… Hablando de lo narrativo, yo soy muy verborrágico. Y escribo mucho. Entonces escucho rap, trap y veo que en tres minutos te tienen que contar una historia larguísima. La velocidad y la rítmica te lo permiten. En la intensidad, en la furia volcánica que hay. La encuentro en esas cosas. Salvo cuando empieza a pasarse como propaganda de fondo para venderme una gaseosa o unas papas fritas. Ahí la cagamos. Yo confío plenamente, confío, y me lo digo a mí mismo, me gusta mucho la gente que entiende el mundo. Y yo estoy acá en la sierra, en las montañas, mirando un vallecito de las sierras bajas y me pregunto, ¿yo entiendo el mundo? Y cuando alguien entiende el mundo me hace muy feliz. Entonces escribir tangos buenos es entender el mundo. Entender lo que está pasando sin necesidad de golpes bajos o de críticas sociales llevadas de los pelos. Es la comprensión casi astral, cósmica de porqué estamos acá. Es preguntarse eso. Es tener más incertidumbres que certezas. A mí me gusta mucho la gente que comprende el mundo pero que tiene una o dos certezas. Y las otras las está buscando. Si escribe, es para seguir haciendo preguntas. Me fui un poco por las ramas, ¿no?

– No, para nada. Baglietto te definió, hace mucho, como un poeta metafísico. ¿Te reconoces en ese lugar?

– La vida no tiene sentido pero vale la pena vivir. Parece un juego de palabras, pero es como está ordenada la vida, pobre la gente que se lo toma tan en serio y entiende que todo esto no tiene sentido y se pega un cuetazo. Tenés que seguir viviendo. Hay que vivir. No hay que abandonar esa fe loca de seguir viviendo. A mí me lleva a un lugar de vida, no de muerte, esa filosofía que yo tengo. No soy un tipo que anda tirando cuetes todo el tiempo. Fundamentalmente el humor. Por eso me abrazo mucho a la letra tanguera, a la tanguística. Porque me permite usar la ironía, la metafísica como decíamos recién y por sobre todo, el sentido del humor. Sino tenés sentido del humor, estás perdido. O perdida. Bueno, estoy filosofando mucho.

– Recién decías que no sos un paisajista, sino un contador de historias. Y esas historias tuyas están pobladas de personajes marginales, de perdedores hermosos. ¿Encontrás algo de belleza en esas historias un poco percudidas?

– Yo recuerdo una escena que no se bien a quien atribuírsela, si a un padrino no sanguíneo pero sí otorgado por mi papá o qué. En algún lugar estaban hablando. Yo era chico y hablaban sobre problemas de los grandes. Y el problema de los grandes era: tener miedo a ser un cornudo, tener miedo a perder el laburo, tener miedo a morirse o no ser feliz. Eso se planteaba siempre en la mesa de un bar. Y yo escuché, en alguna de esas conversaciones, a un amigo de mi padrino. Que estaba contando una pena. Yo me hacía el boludo y escuchaba. Y como que no tenía salida. Había perdido algo: guita, un amor, algo. Y mi padrino, o la persona que representaba a mi padrino lo escuchaba atentamente y en un momento, dio un golpe en la mesa y dijo: «bueno, es así la cosa. Tenés razón, pero hay que vivir». Y se levantaron los dos y se fueron caminando. Y eso me quedó. Siempre hay que dar un golpe en la mesa y decir: «bueno, hay que vivir». Así uno esté delante del pelotón de fusilamiento. ¡Hay que vivir! Literalmente hablando, hubo algunas canciones que me alargaron la vida. No sé si me la salvaron, pero esta persona está contando, está cantando algo que yo quería escuchar en la boca de alguien.

– ¿Por ejemplo? ¿Recordás alguna de esas canciones?

– Recuerdo cosas de Yupanqui, por ejemplo. Algunas cosas de Cafrune. Todas vinculadas al folklore. Entonces yo digo: «epa, este tipo está diciendo cosas que yo sabía que existían pero nunca nadie me las había contado». Hubo canciones que a mí me cambiaron, me modificaron. Yo salía a la calle como decía Roberto Arlt: el mundo está tan loco pero a veces siento una alegría tan inconmensurable que ando por la calle y me gustaría darle golpecitos a la gente en la cabeza, cordiales, para que se despierten. A pesar de todo, la vida vale la pena. Siempre hay que seguir viviendo, es la única forma de que a uno no lo puedan abatir. Entonces, por ahí hay frases o palabras que tus padres no las saben o no te las pueden decir, y de golpe te las dice una canción. Y a la inversa, cuando uno escribe se pone en el lugar de los que a vos te ayudaron a alumbrar un poco la vida. Ojalá. Yo siempre pienso eso. Uno cuando está solo, siempre son dos o tres. Uno nunca está solo. Yo me miro de afuera, a veces somos dos o tres. No importa, no soy un esquizofrénico. Yo mismo me veo obligado a contarme cosas que me gustaría escuchar a mí, que a lo mejor no me han dicho. O las repito. Y cuando se produce eso, sucede una epifanía, un momento muy de empatía con uno mismo, y después uno las muestra y a veces uno nota que al otro le pasa lo mismo. Por suerte, esta gente que entró de una forma se va de otra, porque le conté cosas que ellos no sabían contar. Eso es, dicho con total respeto.

Y Abonizio cuenta, siempre sigue contando: “Yo estoy estudiando pintura y la profesora me preguntó: ¿qué querés pintar? ¡La luz! La luz quiero pintar. Claro, ese es el problema que tienen todos, me respondió. Pintar la luz es magia. Hay gente que lo logra, ojo. Pero nos hacen creer que hay pocos y elegidos. Y en realidad, hay muchos, muchísimos que a veces pintan la luz”. El hombre carga título de nobleza en lo que es el arte de la canción.

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“Perdoname, corazón. Filosofando me distraje” canta en Quedate un poco más.

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Lo dicho antes. Lo último publicado por Abonizio se ubica en el tango. Aunque tal como contó siempre y vuelve a decir ahora, acá, siempre se pensó desde ese lugar. Lo cierto es que de manera explícita y sin vueltas su primera posta tanguera fue con Tangolpeando. Ciudad malandrina, disco grabado junto al quinteto rosarino La Máquina Invisible es un trabajo teñido de nocturnidad, melancolía, cierto humor corrosivo. La impronta es justamente de cantor junto a un quinteto que tiene una tímbrica típicamente tanguera. Quizás, la formación predilecta de varios. Pablo Galimberti (violín y arreglos), Guido Gavazza (bandoneón y composición), Julián Cicerchia (guitarra eléctrica), Manuel Martínez Serra (piano, composición y arreglos), y Mauro Rodríguez (contrabajo) son los integrantes del Quinteto. Por su lado, Satamente!, editado hacia mediados de este año, reincide en el género pero ya desde otra sonoridad. Casi elemental, podría decirse: cantor más guitarra. Hay otras pinceladas tímbricas pero la que manda es esa. El disco fue trabajado a cuatro manos junto al guitarrista Julián Cicerchia con quien, evidentemente, han conformado casi una sociedad compositiva. Julián, en un parate entre ensayos, pruebas de sonido e idas y vueltas por su ciudad cuenta: “En ese disco Adrián me mandó varias composiciones de él con esa impronta y tuve 100% de libertad para ir armando introducciones, intermedios y las guitarras que van acompañando la voz. Lo cual yo lo agradezco muchísimo. Después, para la grabación, armamos un trío de guitarras junto a Lucas y Javier Ramírez. Tuve total libertad para arreglar el disco”. Y agrega: “El lugar que ocupa Adrián en la música es muy alto. Es de elite. Lo que no quiere decir que esas canciones sean más o menos populares. Él es un escritor de excelencia.  A mí me gustaría que un compositor de su tipo tuviera más llegada. Pero eso me parece que ya tiene que ver con otra cosa. Ahora estamos produciendo otro disco nuevo. La búsqueda no es la masividad y el éxito. Si aparece, es por añadidura. La búsqueda es la excelencia de la canción”.

Por su lado, el propio Abonizio dice: “Lo que se cuenta en Satamente! precisa ser contado como una parodia. Entonces la parodia mía es, en el buen sentido, darle crédito a todos los letristas icónicos que tuvo el tango reo. Entonces dije «bueno, voy a hacerme el tipo de los años 20, 30», autores, fundamentalmente hombres que escribían cosas muy irónicas y crueles a veces, pero para eso necesito un formato de guitarra. Y una voz determinada, media de canchero. En cambio con Ciudad Malandrina eran temas mucho más abordables desde lo romántico. Con La Máquina ya nos despedimos. Como grandes amigos. En cuanto a la nominación o en cuanto a que te conozcan o no, yo me doy por hecho por saber que las canciones de uno están dando vueltas por ahí. Y que a veces estoy hablando con gente que habla bien de mí y no sabe que yo soy yo. Eso me gusta. No me doy a conocer, soy el enmascarado”.

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Podría decirse que Abonizio es un compositor natural, casi en estado salvaje. Quizás sea improbable pero escucharlo hace pensar que compone y escribe porque no puede hacer otra cosa. De algún modo, sigue contando historias que tienen que ver con la cal reseca, con la viuda que sueña, con los amigos que siguen igual, con la gloria en zapatillas y el florero vacío. Tango. Hay tanto en las músicas y las canciones del cantor. Si hasta en una composición puso Dios a silbar uno, junto con el diablo. Vale citar lo que Paul Citraro dice: “Abonizio aceptó en silencio el destino de canción”[1]. Abonizio, el compositor que está en la orilla de casi todas las cosas. El fugitivo. El que canta desde ahí. Porque él se escapa, no lo van a agarrar.

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Quien podría dudar que estas canciones y el nombre de Abonizio están en el corazón del cancionero popular argentino. O sea, están soplando en el viento.

 

 

 

[1] “Las cosas tienen movimiento. 40 años de la Trova Rosarina”, AAVV, Horacio Vargas Comp, Ed Santa Fe Cultura, 2022.

 

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