Por Marcelo Muiños

El pasado viernes 29 de Septiembre se presentó en el Teatro “El Circulo” de Rosario el gran cantor bonaerense JOSE LARRALDE, quién, además, el sábado 30 actuó en el Teatro San Martín de Villa Constitución, Santa Fe. Con un marco repleto (toda la platea baja y palcos colmados), un público más que heterogéneo (jóvenes con remeras de “Almafuerte” o “Hermética” hasta paisanos con el típico atuendo gauchesco) lo ovacionó.


“El pampa”, un hombre que está por cumplir 80 años, con una trayectoria de más de 40 años en la música, y que fue amigo de Jorge Cafrune, no se presenta en los grandes Festivales de Folklore por más que lo llamen incansablemente, no hace publicidad ni prensa para anunciar sus presentaciones, no da entrevistas a la periodistas, ni va a la televisión: sostiene una carrera coherente con su pensamiento, recorre la llanura acompañado exclusivamente de su guitarra.

 

El COMIENZO

A las 21.20 hs exacta sale al escenario sólo con su guitarra, como siempre. Apenas saluda comienza: “muchos de los que están acá ya me habrán visto, a los que no les aviso, esto no es un show, ni concierto ni espectáculo, esto es una guitarreada, y no me pidan temas porque no les voy a dar pelota», desatando el aplauso y la risa cómplice de la gente. “Para escuchar un tema tras otro pongan un disco mío”, agrega.

El repertorio comienza con la milonga “Un día me fui del pago”, haciendo una introducción sobre el desarraigo y la desocupación: “No hay mejor pueblo que el de uno”, dice, «pero por razones de trabajo uno debe emigrar«. Así, cuenta historias de su lugar de nacimiento, Huanguelen, sur de la campaña bonaerense, donde aún vive su hijo que es docente provincial. Esta milonga, segundo tema de su disco editado en 1999 “A las 11 – 1 / 4”, expresa su pensamiento al decir: “El hombre escarba en los otros, buscando felicidad, y se olvida de si mismo que es donde debe escarbar…»

Para los que lo hemos visto varias veces, es conocida la «crudeza» de los recitales de Don José: no deja sacar fotografías ni filmar (aunque esto se moderó un poco con los años), todo el show es a luces encendidas para poder ver al público, buen sonido y guitarra desenchufada. Es un clásico su interacción con el auditorio y lo atento que está a él: «¿estoy hablado mucho?»,  pregunta constantemente, y si alguno se atreve a levantarse dispara: “¿se están aburriendo ya…?”.

Antes de cada canción relata su historia, comparte opiniones, reflexiones, conocimientos sobre diversos temas, actuales o históricos. El silencio del público, respetuoso, se extiende por casi 4 horas de actuación, otra característica del cantor.

Larralde habla de su vida, cuenta de su padre vasco y su madre de origen árabe, de la pobreza: “Soy de atrás de las vías”, dice. Recuerda los boliches de su pueblo natal (“El canario triste”, “El trompezón” y “El descanso criollo”), evoca a Roberto Molina, apodado “El triste”, gaucho y peón surero. También relata sobre cómo eran las guitarras en aquellos boliches, cómo se cortaban las cuerdas rusticas de origen animal, y cuando los guitarreros, con tono dominante, podían estar horas y horas cantando y payando sobre esa base armónica. Luego refiere, con una memoria intacta, a los payadores Luis Acosta García y Martín Castro, quienes eran los trovadores y noticieros del campo en aquellos tiempos: contaban sucesos políticos mientras eran reprendidos y prohibidos por el Comisario del pueblo, o los Edictos policiales. Así culmina el primer bloque, cantando “Domingo de agua”.

La velada prosigue con “La noche del peludero”, milonga chamarritada de su autoría, y cuenta los pesares y la burocracia que tuvo que atravesar para poder anotarla: “eso no existe”, le dispararon detrás del mostrador. Luego  habla de la Laguna Alsina, en Provincia de Buenos Aires, de la caza del peludo y la mulita, del trabajador de campo, del nutriero, defiende al interior, y cuenta que desde “borrego” iba a pescar con su padre para poder comer. Para terminar, canta “Por adentro de la vida», con toda la rudeza que su milonga expresa: “se fue sin decir palabra…nadie mezquina sal muera cuando es de otro lomo el tajo”.

 

PATAGONIA. DESPEDIDA.
La despedida comienza evocando a la Patagonia, explica el origen del loncomeo, la rogativa y el choique purrún, habla de la Inquisición y de la Conquista Española desde Colón en adelante, evoca a Marcelo Berbel y Miltón Aguilar, pioneros en la música sureña. Desde una fuerte impronta nacionalista habla de Chile y las cuestiones de soberanía, dedica un apartado a los Héroes de Malvinas con un sentido homenaje a los ex combatientes. Luego, en tono jocoso, se acuerda de la afamada e internacional serie norteamericana «The Breaking Bad», donde sonó su tema “Quimey Neuquen”, con un fondo musical agregado, cosa que lo lo sorprendió: “no me avisaron”, dijo entre risas.

Antes de cantar “Ayer bajé al poblao”, un clásico de las guitarreadas, contó que Cacho Fontana fue quien le advirtió que explique los temas en sus presentaciones, porque «la gente que no es de campo muchas veces no sabe el origen las canciones y las historias sociales que cuentan«. Desde aquel momento, la sugerencia se convirtió en costumbre.

Sigue con “El alegre canto de los pájaros tristes” y “Otras cosas fuleras” que resume sus posiciones: “Caminó solo; abrió y cerró tranqueras. No tengo pique pa dar, venga otro día, le fue poniendo el alma en rebeldía y… otras cosas fuleras”.

La función pasa de la risa al aplauso, de la reflexión a la emoción. Llegando al final homenajea a su amigo Ramón Contreras, peón de campo, canchero de oficio, honesto trabajador y gaucho de palabra, que, pasando sus cuarenta años, se suicido, siendo una fuerte y sentida pérdida para los años jóvenes de Larralde.

Finalmente canta un clásico de su repertorio, la milonga «Mi viejo mate galleta», culminando con “Cosas que pasan», ovacionado por toda la concurrencia. Luego del saludo final remata con “El Tamayo”, con prólogo y anecdotario incluido.
Larrande es un cantor de los que ya no abundan, para escuchar atentamente, que interactúa con la gente, mezclando humor y saberes, yendose por las ramas, hablando sin filtro, pasando por diversos temas, desde el consumismo y la globalización, a San Martín y la libertad, y a la vez emociona a la udiencia, recordando a sus padres y las historias de Huanguelen.

Se despide del público con un “espero volver”, muestra de su fuerza y lucidez intacta, en sus jóvenes 80 años.

 

Edición Mariela Balbazoni

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