«La felicidad
Es la soledad
De llegar al final de la tarde
Y poseer al sol,
Salir a correr a ningún lugar
Y topar con la muerte, con flores
Y algún trovador.»
(Vicente Feliú, La Felicidad)
El 17 de diciembre pasado Vicente Feliú, trovador cubano y uno de los fundadores del Movimiento de la Nueva Trova abandonaría el plano de los mortales para sumarse al panteón de los heroicos hijos de la revolución cubana. Se fue como vivió: lleno de música, cantando en un escenario, en su patria rebelde y empuñando su fusil de seis cuerdas. Estaba por cantar La bayamesa y se fue, como dijo su hija Aurora, en toda su estatura y con el corazón más grande que el pecho, cual epitafio sonoro de quien entregó su vida a la lucha de los pueblos rebeldes.
“…Lleva en su alma la bayamesa tristes recuerdos de tradiciones…”
Vicente Feliú nació en La Habana, un 11 de noviembre de 1947. De la mano de su padre, mientras cursaba su educación secundaria, abrazó la guitarra y de manera casi intuitiva comenzó a componer sus primeras canciones. Como la mayoría de los jóvenes de aquel entonces, Vicente comenzaba a descubrir las experiencias sociales que la Revolución le proponía. Comenzaría así un recorrido donde la canción poética y revolucionaria tomaría un lugar preponderante en «el Tinto», como lo llamaban sus amigos.
Junto a Silvio Rodríguez y varios músicos más, creó en 1972 el Movimiento de la Nueva Trova, el cual crearía la banda sonora que le hacía falta a la revolución.
La NTC, además de ponerle letra y música a las páginas escritas por el heroico pueblo cubano, sería un aporte a la solidaridad de los pueblos, idea impulsada por la política internacionalista de la isla. Aquellas canciones de Carlos Puebla, a quien llamaban “el padre mayor”, Silvio, Pablo Milanés, Vicente, entre otros, musicalizarían cada uno de los momentos atravesados por el pueblo cubano y por los pueblos de todo el continente.
“…Cuando contempla sus verdes llanos lágrimas vierte por sus pasiones…”
Vicente y Silvio se conocieron en 1962, con 15 y 14 años respectivamente, y comenzaría una entrañable amistad. A partir de entonces, ambos adolescentes, ya buscaban la manera de cómo podrían colaborar con las luchas que acontecían en toda Latinoamérica, de hecho, las primeras canciones que compusieron ambos, así como también las de los otros jóvenes trovadores de la época, hacían eje en la lucha revolucionaria. Pero no solo de canciones se constituía su idea de aportar a estas luchas, sino también de predisponerse a poner el cuerpo donde sea necesario. Las campañas que el Che encabezó fuera de Cuba, a partir de 1964, fueron el espejo en el cual se reflejaron estos jóvenes y donde refractaron su idea ir detrás del revolucionario rosarino.
“…Ella es sensible, le brinda al hombre virtudes todas y el corazón…”
El espíritu internacionalista de la Nueva Trova condujo a sus miembros a participar de diversas misiones voluntarias en diferentes países, no solo de Latinoamérica, sino también África. Vicente, junto a otros músicos cubanos, ya había viajado en otras oportunidades para participar, la mayoría de las veces convocado por la UJC (Unión de Juventudes Comunistas), por ejemplo, a Chile, donde participaría de la última campaña electoral de la Unión Popular antes del triunfo de Salvador Allende. También viajaría a Perú, invitado por miembros del gobierno de Velazco Alvarado, donde intercambió experiencias con poetas y músicos del país andino y realizó conciertos en algunas barriadas populares.
Una vez creado el Movimiento de la Nueva Trova las visitas a otros países se hicieron más frecuentes. Para Vicente fueron muy significativas sus experiencias en Angola y en Nicaragua –donde alguna vez pensó en quedarse a vivir-, ambas en plena guerra civil. Paradoja del destino: el día nacional, de la Independencia, de Angola (cuando se convirtió en República Popular) se conmemora todos los 11 de noviembre, fecha del natalicio de Vicente.
Cuenta Silvio sobre Vicente y la incursión que tuvieron juntos en Angola: “recuerdo una anécdota que retrata su carácter, una vez nosotros andábamos por Bacusao —un lugar que queda en Cabinda, en la selva de Mayombe, muy complicada, porque en aquella carretera emboscaban todos los días, y mataban a mucha gente—, cuando fuimos a pasar por uno de los lugares más difíciles, donde unos días antes habían caído un Capitán llamado Aramís y otro compañero, el que va con nosotros —actualmente es Coronel, Pérez Caso— saca un poema que había escrito Aramís y quiso leerlo allí. Pero no se podía parar porque había que pasar a una velocidad tremenda, pues los enormes farallones a los lados de la carretera eran muy propicios para las emboscadas.
Vicente iba en la parte de atrás del jeep, entre el mago Ayra y yo, y era el único que, por la posición que ocupaba en el carro, no podía tener una respuesta combativa en caso de que nos tiraran- todos íbamos con los AK hacia fuera, menos él, que iba en el centro. Yo recuerdo que Vicente dijo: «Yo voy a leer el poema».
Estaba cayendo un aguacero que no se veía a tres pasos, fortísimo, y nos impedía ir a demasiada velocidad. Éramos un blanco casi perfecto: si nos llegan a estar esperando, nos hacen picadillo.
En el lugar de la carretera donde cayó Aramís estaba la mancha de aceite, porque habían destruido un blindado, y en el preciso momento en que pasábamos por allí, los compañeros que iban detrás, como tributo al capitán, lanzan una ráfaga. Pero ellos no nos advierten que iban a tirar, y entonces se arma tremendo tiroteo dentro del jeep, porque todos pensamos que nos estaban tirando.
Me acuerdo que el único que no disparó fui yo, que saqué la cabeza para ver si veía al enemigo, porque yo no veía a nadie -además, no vi ningún impacto en el carro tampoco. “No nos están dando”, pensé, pero miré para afuera, aunque como había una lluvia tremenda, no podía ver nada. Todo eso sucedió en pocos segundos. Y en lo que duró el fuego, mientras todos pensábamos que estábamos en el centro de la emboscada, la voz de Vicente no se quebró; siguió leyendo el poema, todavía más alto y con más energía, debajo del tiroteo, y cuando terminó, le puso un punto final con un «¡Cojones!». Haber hecho eso en aquellas circunstancias… Me parece que no hay mejor forma de retratarlo que contando esto” (Tomada del libro “Por quien merece el amor. Entrevistas”, de Ernesto y Guillermo Aleman).
“…pero si siente de la Patria el grito, todo lo deja, todo lo quema ese es su lema, su religión.”
“Se sabe que la vida no siempre premia la virtud con la justicia. Pero si este [Vicente] amigo tiene fama de algo entre sus compañeros -además de trovador irreductible- es de nobleza humana”. (Silvio)
Vicente siempre fue un joven ejemplar, dicen quienes bien lo conocieron. Iba al frente de todas las tareas. De muy joven fue a recoger café a la Sierra Maestra y a su regreso se inscribió en el pedagógico y se hizo profesor de Física, hasta que una guitarra se cruzó en su camino. Fue obrero metalúrgico. Quizás el único de los trovadores que realizó una experiencia en ese ámbito.
La vigencia de la trova no sería posible sin que Vicente esté detrás. Cuando en 2018 la Asociación de los Hermanos Saiz le otorgó el reconocimiento como Maestro de la Juventud, Silvio dijo, entre otras cosas: “Está bien que le den este premio ahora. Sólo me pregunto por qué no fue al primero que se lo dieron».
Falleció cantando, luego de dos años de no pisar un escenario, pero su legado queda intacto como aquel Che de la guitarra, el más dispuesto al sacrificio, un cantor de barricadas, el soldado de Fidel, quizás no siempre justamente reconocido.