Verónica Condomí tiene un largo recorrido en la música popular argentina. Su nombre es uno de los que siempre está. Y ahora, después de tanto trabajo y tanto hecho junto a otros, acaba de editar un nuevo disco solista. Dueña de mí es íntimo y cancionero pero sobre todo insiste en algo que ya es marca en ella: en el canto como lugar desde el cual pensar la música. En esta entrevista Verónica vuelve sobre su largo camino y da algunos detalles de su flamante producción.
No hay nada que hacer, hay mucho que hacer.
Apenas horas antes de entrar al estudio para empezar con las grabaciones de su nuevo disco, Verónica recibió un llamado y una noticia muy triste. Y enseguida pensó en esa frase, esa línea que un amigo suyo del norte siempre le decía y tenía a mano. «No hay nada que hacer, hay mucho que hacer»; se dijo para sí una, dos, tres veces. La duda no fue total y aún con el desgarro y la tristeza encima encaró para el estudio. Era febrero de 2022. Pasó el umbral y rodeada de instrumentos, cajas, bombos, un piano, se acercó al micrófono. El resto es historia conocida.
Ella nació en Buenos Aires en 1960 y la música estuvo ahí, en casa, desde siempre. “Era una de las comidas preferidas de la familia” cuenta a De Coplas y Viajeros. Y agrega: “Mi viejo era músico, compositor, cantaba. En casa cantaban todos, en las reuniones se cocinaba y se cantaba. Y a la hora de cantar, cantaban todos. Mis tíos tocaban. Fue una niñez sumamente musical. Ahora, con el paso del tiempo, más lo valoro. Porque creo que eso, sobre todo fue algo que incentivó el camino de la música. De aprender. De seguir conquistando esos caminos”. Más temprano que tarde empezó su propio recorrido. Siempre con una característica: su lugar era la voz, el canto. Coro en el colegio, Coro de niños del Teatro Colón, conservatorio Manuel de Falla. Ella enumera algunos nombres que la signaron: Norma Romano, Carmela Giuliano. Vuelve sobre su casa y dice: “A mí me signó que la música fuera así. Tan cercana. El juego ese, de poner la oreja y de cantar con otros se fue haciendo una aguda destreza de la cual ni me di cuenta que iba cada vez afilando y profundizando más. Y de una manera natural”.
Cantar con otros. Eso, justamente eso.
Su primer mojón fue durante la década del 70. En esos años rubricó su nombre en dos agrupaciones fundamentales de la música argentina: primero MIA (Músicos Independientes Asociados) y ya en los 80 participó de MPA (Músicos Populares Argentinos) junto a Jacinto Piedra, Peteco Carabajal, el Mono Izarrualde, con Chango Farías Gómez a la cabeza. O sea: una escuela en sí mismo ambas cosas. Con MIA participó de los discos Danzas De Adelina (1981) y Camasunqui (1984) y con MPA en Nadie Más Que Nadie (1985) y Antes Que Cante El Gallo (1987). Hubo algunos desprendimientos, también. Porque por ejemplo, en MIA coincidió con Liliana Vitale. Se conocieron, cantaron y nunca más se separaron, musical y artísticamente hablando. El dúo lleva más de cuarenta y cinco años y contando, y entre sus últimos trabajos se encuentran Humanas Voces (2009) y Elementales (2017).
– Desde bien temprano tu recorrido tiene al canto como centro. ¿Tu instrumento es la voz?
– La voz siempre fue el primero de los instrumentos. En la medida que fui creciendo y pude entender, porque además doy clases de canto, qué importante que es en el ser humano. ¡Es algo tremendamente importante! Es el único instrumento no creado por la mano del hombre. Es el ser humano mismo. Y tiene algunas características muy peculiares. Porque si tenés en cuenta no se presta, no se vende, no se regala, no se puede ni siquiera dejar de herencia. Lo hace, para mí, cada vez más, un tesoro fundamental a descubrir en esta vida. El que no la descubre se la pierde, porque es una oportunidad. Mientras uno viva, usar su propia voz. Para lo que sea, como herramienta de expresión
– Si bien, como decís vos, no se lega o se transfiere, sí se deja herencia de ello de otras maneras…
– Yo creo que, en este caso, y me preguntás cuál es mi instrumento, no puedo obviar que lo que me maravillaba de chica era la voz de mi padre cantando, y la de mis tíos y mis tías y la de mi mamá cantando todos juntos. Siempre me fascinó eso. Lo que produce la voz en suma. Es increíble. Esa potenciación fue la estrella que me guio. «Para allá es, yo quiero seguir cantando». Nunca tuve conflicto con eso. «¿Qué hago, canto o dejo de cantar?» No, siempre es mejor si canto.
Y agrega: “A mí me da mucha felicidad y orgullo que mi hija, mi única hija, también haya encontrado la pasión y su desarrollo en su propio instrumento, que es la voz. Y me da mucha felicidad, porque justamente mi voz yo no se la puedo dar pero tiene su propia voz. La encontró y le sacó lustre. Y eso es una felicidad enorme”. Su hija es Mariela Vitale, conocida artísticamente como Emme, fruto de su relación con Lito Vitale durante los 80. “Músicos en la familia hay por todos lados” agrega.
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Si se mira el amplio recorrido de Verónica hay otro registro común. Una insistencia que, como un lazo, va de punta a punta. Y es la abundancia de trabajar en colectivo, de participar en proyectos que involucran y llevan más que un nombre sólo. Lo dicho antes: cantar con otros. Porque por ejemplo a los ya citados MIA y MPA y el dúo Condomí-Vitale hay que sumar el trío conformado junto a Ernesto Snajer (guitarras) y Facundo Guevara (percusiones) y también el dúo junto a al stickista Matías Betti. Hace ya una pila de años, más de veinte, el trío Condomí-Snajer-Guevara supo cosechar elogios de la mano del crítico y periodista Diego Fischerman. Y es conocido que él no es de regalar elogios porque sí. “La voz va desde el ruido gutural hasta el susurro, desde la caricia al grito. La guitarra se mete entre las grietas, crece allí donde el canto por un momento se aquieta. La percusión, mucho más que el mero énfasis en la marcación rítmica, dibuja un comentario permanente, anticipa los climas y las frases, envuelve las canciones” escribió en una crítica publicada en Página/12. Ella comenta: “Me parece que cuando uno se encuentra humanamente y logra la sincronicidad de las energías y de los gustos y de lo que pasa cuando se genera música; los otros, el otro, el otre es una potenciación. Es una situación donde te empoderás. Lo que hago con Liliana Vitale, nuestro dúo tiene cuarenta y cinco años, no lo puedo hacer con nadie más. Porque son años de reconocernos. Y de investigar y de jugar y de explorar. Y lo mismo me pasa con cada uno de los que nombraste. La música puede ser un laberinto y con cada uno yo encaro un recorrido de ese laberinto que me permite a mí ahondar en mi misma: como música, como cantora, como instrumentista. Y eso es maravilloso, cuando podés seguir creciendo con el otro. En lo que sea que la música te haga andar. O te desafíe”.
Soy sola
Así las cosas, finalmente y después de algunos años y de algunos discos como Remedio Pal Alma (2007) y Camino de Estrellas (2014), acaba de editar un nuevo trabajo solista. Ahí está: Dueña de mi. Intimista y de algún modo revelador en el camino de la cantora y compositora. Folclórico, cancionero y profundo en su búsqueda el trabajo tiene dos o tres aristas que lo definen. Uno: la voz, la palabra de Verónica es lo que prima; va adelante, como guía. Como un instrumento más. Dos: el clima, la sensación de cercanía. Tres: su tímbrica, definida por algunos instrumentos en particular: piano, percusiones, caja, palmas, bajo y contrabajo, algunos aerófonos y acordeón. No, no hay guitarras. Ni una sola. Aún en su amplia variedad tímbrica no suena sobrecargado. El silencio, quizás, como un instrumento más. En eso, en la definición de ese universo sonoro particular tuvo mucho que ver la mano del co-productor del disco Juan Belvis. Él no sólo es un músico brillante –de hecho, es el bajista de este trabajo- sino que ya es cosa seria entre los productores actuales y contemporáneos. Si aparece su firma o colaboración hay que detenerse y darle play.
Dueña de mi, entonces. Folclórico y cancionero. Diez composiciones propias y originales que en su narrativa y en su instrumentación apuntan hacia ahí. De ayer y de hoy, tonadas urgentes y otras que vienen desde hace años. Montaña, piedra y camino. Canto con caja, zamba, canciones. Por momentos, un costado lúdico que asoma. “De algún modo era una deuda personal. Todas composiciones mías. Lo tenía craneado desde hace mucho tiempo pero recién con la pandemia pude empezar a bajar, a sintetizar. ¿Qué temas, cómo.? Cuando llegó el momento de grabar, había cosas que no tenía muy en claro y me di cuenta que lo que más me fluía era conmigo misma”, cuenta. Y agrega: “Por eso ese disco, todo lo que suena, excepto el contrabajo que lo toca Juan, soy yo. Todas las voces, toda la percu, todos los instrumentos, soy yo. Y para mí fue súper fluido y divertido. Porque era decirle a Juan: “Dale, abrime otro canal nuevo que metemos esta percu”. Era dar la posibilidad de que el disco, cada tema surgiera y tomara forma de una manera natural”.
– Dueña de mi es un disco re solista…
– Siempre hice cosas con otros y la deuda era conmigo misma. Por eso creo que el título del disco es fundamental. La síntesis conmigo misma en un abanico de posibilidades muy amplias. Las canciones que lo habitan, son todas canciones que tienen que ver con el amor, con distintos sentimientos encontrados, con seres humanos cercanos a mí. Ya sea mi hija, ya sea un par de amigas a las que les compuse esas canciones como Te quiero de amor o La domadora. Los amores te alimentan.
La canción que da nombre al disco («Yo no soy dueña de nadie, y nadie es dueño de mí, solo soy dueña de mí, dueña de mí») y Mejor si canto tal vez sean fiel reflejo. «Vengo llorando, vengo llorando, me voy cantando, me voy cantando, mejor si canto que si no canto, mejor si lloro que si me aguanto», dice ella. Es la tonada que cierra el disco. Casi un manifiesto. “Son de los temas más importantes. Por ejemplo, Mejor si canto se terminó de cerrar cuando estaba terminando el disco. En un momento pensé que no iba a entrar, porque no lo podía terminar, porque no tenía claro. Primariamente era una copla, con la caja nada más. Lo toqué con la guitarra y no me gustaba, lo toqué con otra guitarra y tampoco, lo toqué en el piano y me gustó. Pero tampoco sentía. Por eso la instrumentación que quedó. Piano, percusión, bajo, acordeón y calimbas. Con las calimbas le terminé de dar la sonoridad que quería. Pude cerrar la letra. Fue tan fuerte que ese día le dije a Juan: «lo terminé, ya está». La primera toma es la que quedó. La escuchaba y me emocionaba. ¿A esto qué le voy a cambiar, qué mas quiero intentar? Si acá hay algo intangible que dice lo que yo siento”.
Quizás también lo sea Aguacero pasajero. Canción que abre el disco y que ella grabó ese primer día, ese que recibió aquella triste noticia. Nada más hay que escuchar: unos pocos compases, la caja como el latido de un corazón, su voz un machetazo, un tajo de luz abriéndose.
Verónica dice: “Dueña de mí es una suerte de síntesis”.
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Cuenta un poco más. Por ejemplo, volvió a tocar el piano después de mucho tiempo –vicio al que regresó durante la pandemia- y en esa vuelta se encontró con viejas canciones e interpretaciones que le gustan mucho. Sobre todo zambas. Algunas, dice, no las puede terminar. “Tengo que parar porque me gana el llanto. Cuando empiezo a cantar estas zambas pasa algo en el corazón, que no es dolor”. No tiene definido aún cómo será llevar estas canciones al vivo. “No tengo en claro el cómo, que va a dar el pie para el cuándo”. Recuerda a Jacinto. También a Chango y confiesa que fue él quien le enseñó a tocar el bombo. Quien más, sino. Y dice sobre su recorrido: “Siento que es una mochila llena de felicidad”.
No hay nada que cantar, hay mucho que cantar. Y Verónica, entonces, abre la boca una vez más y lo hace. Escuchemos.