Por si el monumental aporte forjado desde los albores de la década del ’60 cuando fundó el Cuarteto Cedrón no fuera suficiente, el «Tata» continúa en el camino artístico de hacer de la canción criolla un espacio de fecundo intercambio artístico y político que revindique lo propio para abrazar una pretensión estética universal.
A Juan «Tata» Cedrón la música le brota por los poros, se le derrama entre los labios, rebota desde los ojos saltones y entonces viaja hasta sus manos de guitarrista, hasta su voz de honda interpelación y continúa sonando en un poético ejercicio que pone al arte en acto burlando el paso del tiempo.
Los libros dicen que nació el 28 de junio de 1939 en Buenos Aires, pero los 85 años que evidencian esa fecha no se trasladan a la imponente vitalidad de una obra que con 60 años de profusa y valiente actividad no se detiene, que se pone proyectos, que revive en cada poema que lo inspira, que salta a escena para ponerle el cuerpo y la melodía a una idea, a una consustanciada manera de anudar el ser con el hacer, la cotidianeidad con la trascendencia.
Apenas como muestra de ese andar constante donde hay mojones y licencias que revindican el carácter festivo e irreverente de un asunto serio como es la cultura de un pueblo, el mentor del Cuarteto Cedrón acaba de publicar Flor de la Banda Oriental, un puñado de canciones del uruguayo Osiris Rodríguez Castillo (21/06/1925-10/10/1996), entre las que se cuentan Como yo lo siento, Gurí pescador, Tata Juancho, Camino de los quileros, De corrales a tranqueras, Cielito de los Tupamaros y La galponera, que compartió con el eximio guitarrista Alejo de los Reyes y con el arte, las ilustraciones y algunos cantos de Isol.
El tributo pasó de las plataformas al escenario y se celebró en noviembre pasado en el teatro porteño Margarita Xirgu, primera parada de un viaje que posiblemente cruce el Plata y se expanda hacia Montevideo y sobre la que el «Tata» confiesa a De Coplas: “Cuando terminamos, nos abrazamos y apretamos las tres cabezas juntas con mucha soltura, con mucho cariño. Y siempre está bueno tocar de esa manera, con este tipo de gente que uno quiere, que uno siente que no hay competencia y que goza con lo que está haciendo el otro también”.
Pero de vuelta al personaje que lo reunió con artistas de otra generación, señala: “A Osiris lo sigo desde hace más de 60 años y era un guitarrista que a diferencia de otros guitarristas y compositores contemporáneos como Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú, dejó partituras escritas y entonces con eso aprendés a entender cómo se tocaba la milonga o un estilo y después podés hacer otra cosa, pero primero vas a las fuentes porque la formación es con los clásicos. Y yo lo que pienso es que la formación nuestra es a partir de la música criolla”.
En torno a Castillo que, además de gran guitarrista y autor, fue tropero, contrabandista, domador, ebanista, inventor y escritor de cuentos y poesías hasta ponderado por Jorge Luis Borges como una de las mejores plumas camperas, Cedrón subraya: “Osiris era un gaucho de verdad y yo, aunque no lo conocí personalmente, lo quería mucho y por eso cuando me fui, cuando me tuve que ir de acá, solamente me llevé dos discos y ambos eran de Osiris: Romance del Malevo y El Forastero”.
Patria es humanidad
El recuerdo en torno a ese referente del folclore rioplatense se mezcla con la propia vivencia artística y política que hacia 1974, cuando las aventuras estéticas del Cuarteto Cedrón (que entonces compartía con Miguel Praino en viola, César Stroscio en bandoneón y Jorge Sarraute en contrabajo) cumplían su primera década de notable actividad, recibió la amenaza del grupo criminal paraestatal Triple A y debió partir a un largo y doloroso exilio en Francia.
Antes de esa intimidación el conjunto había publicado gemas como, por citar solamente algunas, Madrugada (1964) y Cuerpo que me querés (1966), ambos a partir de poemas de Juan Gelman; La crencha engrasada (1966) sobre escritos de Carlos de la Púa narrados por Héctor Alterio; Gotán (1967) con su propio abordaje a partir de clásicos tangueros; y Los ladrones (1970) donde el universo poético sumó a Raúl González Tuñón y Paco Urondo, además de continuar su vínculo con el laureado autor de Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos y Velorio del solo.
Previamente, durante y después de esos andares y aún expulsado de su terruño, el «Tata» y su grupo sostuvieron con naturalidad y consecuencia un pulso criollo que sin alardes ni prejuicios fue capaz de generar un cosmos que expandió los límites de esas músicas y abrazó líricas de otro cuño para nutrirse y forjar un diálogo de aspiración universal, inspirado y riesgoso con Bertolt Brecht, Dylan Thomas, Roberto Arlt, Julio Cortázar, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Héctor Pedro Blomberg, Julio Huasi, Federico García Lorca, César Vallejo y Joseph Conrad, entre más.
Por su curiosidad, su guitarra y su voz atronadora también hay espacio para las influencias familiares de sus hermanos Alberto (pintor), Rosa (poeta) y Jorge (cineasta asesinado en 1980 durante su exilio parisino), de Cátulo Castillo, Atahualpa Yupanqui, Tito Cossa, Eduardo Rovira, Homero y Acho Manzi, Mauricio Kartun, Daniel Melingo, Juan Ramón Jiménez, los poetas mayas, la prosa cuyana del fallecido sanjuanino Jorge Leónidas Escudero o cruzarse textos y músicas con el artista de San Martín de los Andes Rafael Urretabizkaya, toda una labor que desde el centro de su personalidad arrasadora sigue construyendo un cosmos a partir de raíces telúricas.
Ese orbe le permite, con igual entrega, dedicación e impacto, lucirse tanto en escenarios europeos como en la verdulería del barrio de Villa del Parque donde vive, sostener una profusa actividad en salas argentinas ya sea como solista, a dúo con la guitarra de Daniel Frascoli o en encuentros con Mauricio Kartun y hasta, cada tanto, revivir al mítico Cuarteto Cedrón.
Esa leyenda, en este caso junto a Miguel Praino, Daniel Frascoli y Miguel López, estará los domingos de enero en el reducto bonaerense de Hasta Trilce para recrear desde el presente la experiencia autogestiva de Gotán que en 1964 fue el primer café-concierto de Buenos Aires y otro espacio central para aquella nueva escena capaz de misturar la tradición de la música ciudadana con la agenda social, cultural y política de un mundo en ebullición.
Palabra de Tata
“A la gente le gustan las cosas de antes como Los ladrones o Palabras sin importancia pero tengo ganas de mostrar cosas nuevas, tengo como 20 temas que no estrené. Las cosas nuevas también son hermosas, son más calmas”, anuncia Cedrón y hay que creerle y tomar nota de lo que vendrá.
-¿Qué es lo que te motiva a seguir creando y subiendo a los escenarios?
-La verdad no lo sé. Tal vez la facilidad que tengo para inventar melodías. Ayer me salió una después de una reunión y se me pasó, pero por ahí agarro un poema y me sale una melodía y encuentro un verso y lo canto.
-¿Y cómo lo encontrás?
-Al principio, cuando empecé a mis 20 años, en el año 62 más o menos, mi hermano me dijo “hay poeta un muy bueno que se llama Gelman”. Y lo fui a ver a Juan y me dio un libro, me lo tiró por si quería hacer algo y yo hice algo que no me salió, pero después hicimos el disco Madrugada que fue el primer disco de tango con poesía y canción y lo pagamos con cuadros que nos dieron los pintores. Después lo busqué a Tuñón, luego a Julio Huasi también, que era un gran poeta re-revoltoso, medio Mayakovski (por el poeta ruso que se suicidó de un disparo en el corazón). Y más adelante mi hermano Alberto me pasó el libro de los poemas precolombinos y ahí hice dos canciones hermosas y hasta me propuso hacer algo sobre Las mil y una noches y la hice y en 2010 la grabé. En fin, voy descubriendo y tengo intuición. Aparte, a veces, abro un libro y caigo justo en el poema que me gusta y no sé por qué pero varias veces me pasó.
-¿Cuándo leés algo que te llama la atención ya le encontrás la musicalidad al texto?
-Sí, pero tiene que gustarme y no ser empalagoso ¿Viste que algo se pone de moda y se come dulce de leche todo el día? Bueno, no me interesa, no me parece. Yo voy por otros lados, por un nombre, por cómo suena…
-¿Y te ha pasado de algún artista o de algún poeta que te haya gustado mucho y no le pudiste encontrar la música?
-Sí, me pasó. Yo leí a Nicolás Olivari pero no podía con Olivari porque es roto, muy roto. Pero un vecino, José Ottati, que era pintor y también cantaba y murió de Covid, un día hizo una canción sobre un poema de Olivari, El Faralá, que es el nombre de los bordados de los vestidos de las mujeres gitanas. Y después agarré, busqué, busqué, busqué e hice otra a partir de Olivari, El ilusionista, y están grabadas las dos. Pero me costó mucho y pude hacerlo porque mi amigo me inspiró.
-Entonces ¿cuál es tu fórmula para continuar creando?
-Seguramente debe ser por seguir el consejo de mi abuelo que me decía “cuando se canta no se piensa mal” y entonces canto y hago cosas. Por ejemplo, un vecino, Rubén Raffa, a quien no conocía, me pasó por debajo de la puerta un poema y le puse música y me salió un tangazo extraordinario que se llama Calle Indio, se lo canté por teléfono y él se quería morir y me confesó: “Soy profesor y estoy tomando examen. Y con esto que me hiciste escuchar le puse 10 a todos los alumnos”, a lo que yo le respondí: “¿Viste cómo hacemos feliz a la gente con la canción?”.
Que panorama . Que bueno mostrar lo cultural
Alguien me dijo qur yo conocía músicas de antaño
Soy del 40 la época de oro folclore tango estilos
Esas son las raices después crece el arbol. Y da
Frutos…..cada año
Abrazo Sergio ..buenas fiestas