Por Federico «Poni» Rossi / piukemil@gmail.com
Fotos: Gentileza de Dionisio Cabal
A principios de los años 70, en San José de Costa Rica, capital del único país centroamericano que no atravesaba una dictadura, se gestó el Movimiento de la Nueva Canción de ese país. Quienes lo impulsaron fueron los nicaragüenses Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, el argentino Rubén Pagura, los costarricenses Rossi Soley y Dionisio Cabal, entre otros tantos artistas que, comprometidos con las causas populares, supieron ponerle el cuerpo y la voz, a cada una de ellas. Ya sea en las luchas bananeras, por ejemplo, contra la transnacional United Fruit Company, o las luchas fabriles, obreras, de los empleados públicos, o en defensa de las instituciones de solidaridad, etc., estos trovadores fueron creando la banda de sonido que se oía en las calles costarricenses cada vez que el pueblo decidía manifestarse.
Así y todo, Costa Rica generó la experiencia de la canción social mucho antes de la aparición del movimiento trovadorezco. Figuras fundamentales como la de la música e investigadora Emilia Prieto dan cuenta de ello.
Con De Coplas y Viajeros nos transportamos hacia aquel pequeño país centroamericano y dialogamos con Dionisio Cabal. El trovador, escritor, investigador y productor nacido en la capital costarricense nos cuenta parte de esta historia, que no es más que la historia de la Nueva Canción Latinoamericana.
– ¿Cómo fueron tus primeros pasos con la canción? ¿Qué fue lo primero que compusiste?
– Dos cosas me impactaron en mi infancia: oír cantar a mi madre canciones tradicionales populares mexicanas, siendo ella costarricense, y oír a mi abuelo cantar canciones de la Guerra Civil Española. Eso me marcó. Comencé en el 70, donde, parodiando la acción de mi abuelo, hice letras para una huelga estudiantil que repudió la presencia de una trasnacional del aluminio y de la bauxita en Costa Rica. Tenía apenas 16 años. Poco tiempo después integré, sin saber ni siquiera tocar guitarra, el grupo Gente, un trío que formamos junto a un periodista egresado del Conservatorio de Música y a un compañero de colegio. Nos dedicamos a cantar esas canciones que había aprendido de mi abuelo y, a la vez, algunos poemas míos que me atreví a musicalizar. Luego ocurrió que el compañero de la guitarra en el grupo me dijo «me voy a casar y no te puedo acompañar más. Vení que te voy a enseñar unos acordes para que te acompañes vos mismo», y así fue. Luego tuve la buena fortuna de ganar el primero y el segundo lugar de un importante Festival de la Canción. Esa sería parte de mi prehistoria musical.
– La Canción Social comienza a tener un papel importante en tu desarrollo artístico ¿De qué manera? ¿Quiénes fueron tus referentes?
– Cuando empiezo a cantar me valido de dos apoyos: la poesía en lengua castellana o la poesía universal traducida a la lengua castellana y los recuerdos de mi abuelo. Siendo niño me fui a vivir a Venezuela y allí conocí a Soledad Bravo quien se estaba iniciando en el canto. Hija de un español al igual que yo. El padre de Soledad organizaba reuniones para que se fogueara. Así tuve la suerte de escucharla cantar en la sala de mi casa.
En medio de todo esto, con la tremenda agitación social que el estudiantado venezolano siempre ha tenido que vivir, apareció ni más ni menos que Alí Primera, con quien tuve el honor de compartir muchos escenarios y giras. Al volver a Costa Rica con todo ese bagaje me pongo a hacer canciones en grupo. Evidentemente ya era partícipe de una conciencia familiar que siempre ha sido ampliamente humanista, progresista, de izquierda. Mi abuelo era anarquista y mi padre se matriculó siendo español en algún movimiento guerrillero de Venezuela.
– ¿Cómo surge el Movimiento de la Nueva Canción costarricense? ¿Cuál era el contexto social y político de aquel entonces?
– Surge influenciado por el movimiento de la canción política española, a la que América tanto le debe, sobre todo de la Nueva Canción Catalana, o la de referentes como Chicho Sánchez Berlosio, anarquista, hijo de un general franquista y tal vez el más rebelde de todos los cantores españoles. En 1969 se inician aquí las primeras canciones de contenido social y político, pero no es sino hasta un año después cuando empieza a tomar forma. Un argentino llamado Rubén Pagura, hijo de un obispo metodista, se dedica a hacer canciones. Coincide, en ese mismo espacio, con el nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy, hermano de Carlos, que había llegado a Costa Rica a estudiar medicina, pero que tenía su alma en la canción y en la poesía. En ese momento empezamos a componer las canciones que formarían parte de la Nueva Canción de Costa Rica.
Centroamérica era un cuartel. Con excepción de Costa Rica, todos sus países estaban gobernados por dictaduras militares. Es ahí donde la siembra de la canción de Paco Ibáñez, de Atahualpa Yupanqui, muy por encima de la canción cubana que llegaría años después, comienzan a dar sus frutos. Empiezan a llegar los discos de Quilapayún, del Inti-Illimani, de Daniel Viglietti y poco a poco se va filtrando esta canción. En El Salvador se va a dar un movimiento importantísimo de nueva canción, pero es en Costa Rica donde, con más condiciones y posibilidades de expresión, se va a expandir rápidamente hacia las universidades y los centros de trabajo.
– ¿Cuál es el espacio que tiene hoy la canción social en Costa Rica?
– Como una canción que se debate, que pelea espacios fuertemente con la pseudotrova o la trova light, o la trova trivial, que consiste en un paquete que incorpora música de todo tipo y que se hace llamar trova, aunque no lo sea. No tengo nada contra la gente que defiende su pan y su vida, yo mismo lo hago a veces, pero la Nueva Canción como expresión del canto social no ha cesado, aunque ya no es precisamente el espacio universitario el sitio donde más se escucha, sino en los espacios de las luchas populares, resguardando las conquistas sociales. Es ahí donde esta canción encuentra sus espacios naturales. Las universidades en Costa Rica son fundamentalmente un reservorio para una canción socialmente tímida, acomodaticia y básicamente comercial, disfrazada pero comercial. Igual tenemos hoy cuatro o cinco jóvenes que al fin han llegado a tomar la estafeta, pasados tantos años, desde los 70 a la primera década del siglo XXI. Estos jóvenes hacen, también, un enlace con la vieja canción campesina, que es una reivindicación pendiente de nuestro pueblo.
– Tuviste la posibilidad de recorrer diferentes escenarios de Centroamérica y el mundo llevando tus canciones ¿qué recordás de esas experiencias?
– Lo primero que he de decirte es que fui a cantar mis propias canciones y las de mis compatriotas centroamericanos. Recuerdo esas experiencias con mucha emoción. El haber representado a Costa Rica en distintos festivales de la canción política a nivel centroamericano. El haber trascendido, junto con el grupo Cantares, y poder hacer una amplia gira por Venezuela y también Colombia. El haber llegado con mi canción al Festival Cervantino de Guanajuato, a hacer canciones costarricenses y mis canciones políticas. Llegar a un país tan maravilloso como México, a la UAM (Universidad Autónoma de México) a hacer un par de conciertos en donde descubrí que el público mexicano tenía una sintonía con lo que yo cantaba que no he encontrado en ningún otro público, tal vez porque no he tenido suficientes posibilidades de encontrar más públicos. Es algo que me ha impresionado. He cantado en los Estados Unidos, en la Unión Soviética, en Ecuador, en Cuba, pero la experiencia mexicana, por llamarla así, me hace vibrar cuando la recuerdo. Tengo nexos profundos, inmensamente fuertes y fraternales con el Movimiento de la Nueva Canción Salvadoreña, país que tiene una historia también tremenda, y en donde yo pues, desde mucho antes de la aparición en escena de Monseñor Fornero y muchísimo antes de su holocausto ya me admiraba como la teología de la liberación había hecho en ese país avances formidables.
– Como escritor e investigador desarrollaste una importante labor recopilando las tradiciones y el folklor de tu país. Contame sobre ese trabajo.
– Quise aclarar para mí mismo lo conceptual para poder desarrollar herramientas de trabajo que fuesen fiables. Qué cosa podía ser llamado “lo costarricense”, en un país que nunca se había ocupado de hacer este trabajo, de modelar conceptualmente lo raigal, y eso fue la primera tarea que acometí. Simultáneamente hice labor de compilación de todo lo que se te pueda ocurrir. Todo lo que, se supone, conforma la cosmovisión de un pueblo. Quise avanzar en ese sentido aclarándome yo en principio para poder luego proponer una idea de lo que era la cultura popular costarricense. Obviamente me apoyé en los criterios vertidos en sus obras por Emilia Prieto, mi maestra y mi compañera de lucha, para decirlo con toda claridad, y de quien sigo aprendiendo todos los días cuando releo su obra. Todo este trabajo de proyección, de acumulación, de compilación, luego pude convertirlo en fruto. De ello han salido tres libros ya publicados y cuatro libros por publicar. Uno tiene que ver con las paremias, con los refranes, los dichos, las frases hechas, que no son otra cosa que la filosofía del pueblo. Otro libro que se llama Agüizotes: raíces mágicas de Costa Rica, donde se compendia lo que llamamos las supersticiones, las creencias mágicas, muchas de ellas rituales, que proceden de lo fundamental de lo aborigen y lo español pero que es abonada grandemente por el mundo anglo-afro-caribeño, o directamente por el mundo africano. El tercer libro tiene que ver con la poesía popular tradicional en sus distintas formas estróficas que existen en Costa Rica.
– ¿Quién fue Emilia Prieto y qué significó para la cultura popular costarricense? ¿Cómo influyó en tu trabajo?
– Yo conozco a Emilia Prieto Tugores a finales de 1973. Era una mujer maravillosa que en ese momento tenía 70 años, yo andaba pues cerca de los 20. Llevaba una vida entera de compilar cantos campesinos tradicionales populares, algunos de ellos de varios siglos de antigüedad, y que defendía desde sus posiciones políticas la reivindicación de nuestro pueblo, de darle su lugar en la cultura nacional a las expresiones de arraigo ancestral campesina en particular. Emilia Pietro es compiladora de romances y romanzas, de canciones del trabajo, de canciones eróticas, de canciones de chascos, de leyendas. Una mujer que además, no solo compiló sino que fundamentalmente se dedicó a teorizar y para mí fue fundamental conocerla. Enamorado como andaba yo del rock por aquella época, después de mi contacto con ella me metí de cabeza a intentar conocer la canción nacional costarricense y en ello he persistido durante mucho tiempo. Es decir, en todo lo que yo hago, normalmente, Emilia Prieto es una referencia fundamental. Me ayudó mucho, me dio herramientas para poder acercarme en profundidad al conocimiento de la canción de mi pueblo, y eso no tiene precio para mí.
– ¿Cómo se conjugan las actividades del escritor, el investigador y el cantautor, productor televisivo, etc?
– Creo que en el fondo hay una unidad de propósito. Yo todo lo que hago lo hago siempre en la idea de acompañar al costarricense como pueblo en lo circular y en lo plural. Acompañarlo para que propenda conocerse, a buscarse, y sobre todo a quererse. Un pueblo tan golpeado en su autoestima como lo es el pueblo costarricense. Entonces lo hago por convicción, escasas veces, contadas con una mano me sobran dedos, habré recibido algún apoyo del carácter económico para impulsar un trabajo de investigación. No es que no haya ocurrido, pero ha ocurrido muy poco, y a lo largo de los años lo hago con mis propios recursos y sobre todo con mucho entusiasmo, de un gran interés y de un profundo respeto por el ser social, sociocultural, del pueblo costarricense.
– La Cantata de la Guerra de 1856 es una de tus obras fundamentales ¿De qué se trata?
– En síntesis es lo siguiente: cuando llega la hora de la independencia, este país comienza siendo la provincia mas pobre de todo el Imperio Español ya que no teníamos oro, plata ni esmeraldas. No teníamos nada. Por eso nos desarrollamos en el trabajo agropecuario de manera intensa y a producir paz, a través de una fórmula inequívoca. Costa Rica no fue un país de latifundios sino de minifundios, de tal manera que la institucionalidad democrática costarricense de la que tanto se habla tiene su raíz en la realidad de que había una relativa buena distribución de la riqueza producida. Era un país donde podía haber pobreza pero nunca hubo miseria. Esa es la Costa Rica que va a enfrentarse a la Doctrina Monroe de los Estados Unidos, cuando William Walker invade y se apodera de Nicaragua, se hace nombrar su presidente y exhibe sus intenciones de apoderarse de los cinco países de Centroamérica. El presidente costarricense de entonces era Juan Rafael Mora. Este decide enfrentarlo en un proceso en el que también se enfrenta a los Estados Unidos, quienes veladamente protegían al invasor.
Esta obra lo que hace es captar los prolegómenos de esta guerra y devela el carácter verdadero del enemigo que era apoyado tanto por republicanos como por demócratas, en los Estados Unidos. La obra aclara una serie de tópicos que la historia oficial había mantenido bastante oscuros, y finalmente reivindica de la obra, la vida y la muerte, por asesinato en manos de la oligarquía cafetalera, del gran héroe nacional que es el ex presidente Mora, quien, según sus propias palabras, defendía los destinos de Hispanoamérica. El resto de la América hermana no conoce esta historia maravillosa. Ocurre justamente porque la oligarquía cafetalera y luego la financiera se encarga de esconder la verdad. Entonces esta obra lo que hace de rescatar todas esas verdades y con pases poéticos. Un narrador va siendo interrumpido por canciones hechas con ritmos nacionales fundamentalmente y que cantan los episodios de esta guerra contra los Estados Unidos que tuvo nuestro pequeño país cuando éramos solamente 100.000 habitantes. La cantata se ocupa de estos asuntos y ha tenido mucha relevancia y un gran apoyo del pueblo que al escucharla le pasaban dos cosas: se emocionaba profundamente al conocer del heroísmo de nuestra gente, al fin y al cabo nuestros abuelos y abuelas, y a la vez se enojaban también muchísimo porque decían “y esto por qué nunca me lo contaron”, o lo que es peor “esto por qué me lo tergiversaron, por qué me lo contaron con información falsa”. De esto se trata la Cantata a la Guerra de 1856.
– ¿Cómo vez la actualidad de la canción el tu país?
– Costa Rica se debate entre “el ser” y “el parecer”. Siendo “el parecer” el jugo ideológico de la sociedad de consumo y siendo “el ser” la lucha desesperada por recuperar una idea de mundo que hizo que Costa Rica fuese notable en el concierto de las naciones. Un país pobre que supo organizarse, aliarse de un sentido humanista de la justicia. Un país que abolió tempranamente la pena de muerte, y el ejército, que impulsó la educación pública, gratuita y obligatoria de las mujeres, siendo el segundo país en hacerlo. Supimos crear un Estado social solidario que el neoliberalismo ha venido sistemáticamente tratando de destruir. Hoy somos una pequeña nación atada por un tratado de libre comercio que no es tratado, no es libre y no es de comercio sino una cadena de sujeción de nuestras voluntades y nuestra soberanía, y del libre usufructo de nuestras riquezas. En ese contexto una gran cantidad de gente muy talentosa dedicada a la música se dedica a copiar. Ya sea porque repiten lo que otros han hecho o porque sencillamente copian o modelan lo que hacen con base en lo que el consumismo dicta en el mercado. Paralelamente ha habido una recuperación en amplios sectores de la idea de importancia de la canción nacional y entonces, unos mejor que otros, algunos de manera mediocre otros de manera brillante, intentan producir patrones musicales o estéticos que remiten al ancestro cultural nuestro. En el campo de la canción política estamos los que empezamos en los años 70, somos los que resistimos, nosotros mismos somos testimonio de esa resistencia y los que vamos preconizando en todas las luchas populares a través de canciones una idea de mundo: la idea de que el mundo puede ser un mejor lugar para vivir y persistimos.
Al final de los años 60s llegaron de visita a Costa Rica destacadas personalidades de la música latinoamericana llamada en ese entonces «de protesta». Aquí vinieron Víctor Jara (quien se hospedó en la casa de Manuel Mora) y además llegó el grupo Intillimani y varias veces lo hizo Mercedes Sosa con quien hablé personalmente e hizo sus primeras presentaciones en el Centro de Recreación de la UCR. Hay que agregar, de nuestra parte Costa Rica, la integración de los grupos «Tayacán» del Macho Gamboa y «Canto América» con Manuel Monestel. La influencia más directa nos llegó de músicos de Chile, Argentina y Cuba. Sería importante hacer una investigación, basada en publicaciones del Semanario Universidad; el Periódico Pueblo y Libertad, que cubrían tales eventos. Dionisio Cabsal es un talentoso músico y compositor cuya presencia se hace sentir a partir de 1970, no sólo con el Grupo Gente, sino con A Viva Voz, antes de fundar Cantares, en los años 70s.
Al final de los años 60s llegaron de visita a Costa Rica destacadas personalidades de la música latinoamericana llamada en ese entonces «de protesta». Aquí vinieron Víctor Jara (quien se hospedó en la casa de Manuel Mora) y además llegó el grupo Intillimani y varias veces lo hizo Mercedes Sosa con quien hablé personalmente e hizo sus primeras presentaciones en el Centro de Recreación de la UCR. Hay que agregar, de nuestra parte Costa Rica, la integración de los grupos «Tayacán» del Macho Gamboa y «Canto América» con Manuel Monestel. La influencia más directa nos llegó de músicos de Chile, Argentina y Cuba. Sería importante hacer una investigación, basada en publicaciones del Semanario Universidad; el Periódico Pueblo y Libertad, que cubrían tales eventos.
Siempre he sido un ferviente admirador del cantautor Dionisio Cabal Antillon.
De su lucha y su talento.
Excelente entrevista. Soy testigo en primera línea del arte de Dionisio.
Los primeros acordes de La Cantata me erizan los vellos.