Por Pedro Patzer | pedropatzer@gmail.com
Ilustración: Enrique Figna
Es un momento clave para escucharnos, para encontrarnos, para pensarnos desde la cultura popular. La que incluye también a la historia popular. Mucha gente se enoja porque usamos la construcción «Cultura popular», arguyen que tan solo hay una cultura. Tal vez los que hacen esa crítica no pueden ver que del mismo modo que existe un modelo financiero mundial que arrastra con las economías nacionales, también hay una cultura mundial, que arrasa con las culturas nacionales. Quiero aclarar que esto no es una mirada chauvinista, sino que es el desahogo de un sobreviviente cultural, como me considero, que ha despertado de la anestesia pedagógica que instala la cultura oficial del mundo de los «ganadores». De los que avasallan, de los que les cambian los nombres a las calles, las ciudades, los ríos, los pueblos, los dioses, la historia y hasta el destino. De los que vacían la identidad, como vacían de pájaros los bosques, de árboles los bosques, vacían de bosques los bosques. Ya la cultura no puede seguir siendo considerada como ese cuadro que duerme en el museo, ese libro que hiberna en la biblioteca o esa canción que envejece en un disco. La cultura ya es el pan que nos alimenta y no nos deja hambrientos de destino. El agua que no nos condena a ser sedientos de horizonte. El espejo que no está para que imitemos a la arquetípica belleza del consumo, sino el espejo que nos interpela con las imágenes de nuestra identidad. En él vemos que tenemos los ojos del abuelo europeo pero la mirada de la abuela criolla. Pero si comenzamos a mirar mejor, el espejo nos devolverá también un río sin nombre, o por lo menos sin el nombre de los que vinieron a nombrar los que otros y otras ya habían nombrado en sus cantos y en las alabanzas a sus divinidades. Porque de hecho, ese río que se nos aparece en el espejo también es un Dios, un Dios nativo que nunca supo latín, pero supo el idioma del lodo y la selva, del cerro y de la piedra. La cultura popular comienza en ese río latente que todos los que habitamos esta tierra llevamos en la conciencia, ese río Dios, es también un río mujer y hombre, un río copla y danza, un río historia y porvenir. La cultura popular es la antorcha que nos guía cuando la oscuridad cultural que nos ofrecen los gerentes del destino del mundo, nos quiere ciegos de nosotros mismos. Como la antorcha olímpica se pasa de mano en mano, de atleta en atleta, la cultura popular también se comparte. Pero entonces, ¿lo masivo nos ayuda a reconocernos? ¡No confundan masivo con popular! Porque masiva es Susana Giménez. Lo popular solo es lo que expresa los anhelos genuinos del pueblo, los que conducen a fortalecer su identidad, los que llevan la semilla en su alma aquello que dará la flor de la libertad.
En su flamante encíclica «Fratelli Tutii», el Papa Francisco afirma: “El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes…”. La pandemia comenzó hace muchos años, el virus del mundo caníbal que se viene devorando el mundo, pero como solo no puede produce sus contagios a través de olvido, reemplazando la historia por ficciones que distraen, cambiando pensamientos populares por eslóganes diseñados por las agencias de publicidades, que funcionan como agencias de lotería propiciando la timba ideológica y cultural.
En estos tiempos tan especiales, en que los buitres acechan, es importante recordar que las puertas que nos conducen a nuestros auténticos jardines, son las puertas de adentro. Si nos animamos a creer en esas puertas estaremos siempre en el lugar indicado de la historia y de la existencia.
Como siempre, la constante reflexión de Pedro nos pone a resguardo del olvido .
Muy bueno