Ella es bailarina, coreógrafa, docente y un referente de la danza popular latinoamericana. Sobre fines de los 80, junto al santiagueño Juan Saavedra, promueve un nuevo estilo en las danzas folklóricas, alejándose de las academias y acercándose a la expresión corporal. En exclusiva para De Coplas y Viajeros, Silvia nos cuenta sobre su recorrido y sus búsquedas.

Por Mariela Balbazoni

PH: gentileza de Danny Contreras


Toda ella puede sintetizarse en el brillo explosivo de sus ojos al bailar, acompañada de una sonrisa incólume, una mirada inteligente y sólida, y la certeza de elegir Ser ella misma en cada movimiento. Ella danza los senderos expresivos que conciben al cuerpo un lugar de resistencia a lo dado, a lo impuesto, un cuerpo que reclama su historicidad y la voluntad de poder de su existencia en cada encuentro danzado con el otro.

Ella es Silvia Zerbini, quien anduvo por Pueblo Esther (Santa Fe) compartiendo no sólo su danza, sino su forma de sentirla y pensarla.

 

M: Silvia, antes que nada, gracias por tu generosidad en cada clase, no solamente por la danza, por tu generosidad humana. Como vos decís, pasan otras cosas al danzar, ¿qué te llevó a elegir ese camino?

S: Que buena, buenísima, pregunta. Mira, yo creo que el camino me eligió a mi, parece una postura poética pero yo busco la totalidad, la totalidad que te da un amanecer, la sonrisa de un bebé, un brote… La verdad es que entré de forma un poco inconsciente: cuando tenía 19 años conocí un gran poeta que andaba en silla de ruedas, Don Luis Pérez Pruneda, ensayabamos en su casa y bailábamos “Los Castillos” de María Elena Walsh. Yo me subía por un costado de Cacho de Luna, que era mi compañero, y bajaba por otro y me mataba a golpes (risas). Un día Luis Pérez Pruneda (abogado, poeta, autor de la zamba “Mi pueblo chico”) me dijo: “¿Vos sabes como se llama lo que vos haces? Eso se llama expresión corporal.”

Y entonces empecé a tomar clases con Beatriz Salazar en Córdoba, a leer sobre el tema, y me enamoré de lo expresivo, de lo tremendamente gigante que es lo expresivo. En ese momento comencé a encontrar redes, nexos, entre lo expresivo y lo popular, y me transformé en una especialista de la expresión corporal en los ritmos latinoamericanos.

 

M: ¿Y cuáles son esas redes que encontraste?

S: Y, por ejemplo, que el hombre de la tierra baila por necesidad, para comunicarse, porque su cuerpo se lo pide, y al hacer ésto, crea. Las bases de la expresión corporal son justamente eso: el cuerpo, la creatividad y la comunicación. Después encontré el manejo del tiempo en la expresión corporal: una de las formas de manejarlo es establecer un tiempo propio, que es lo que hace el hombre de la tierra cuando baila, cuando cocina, cuando recibe los amigos de su casa, cuando canta, teje o hila. De esta forma se fueron generando nuevos nudos, nuevos lazos, nuevos rapacejos, podríamos decir.

Todo eso tenía que ver con mi realidad: nacida en Buenos Aires, criada en Carlos Paz, la vida me lleva a La Rioja… Todo eso pasó por este cuerpo y en un momento empezó a rebalsar, y entonces dije “esto lo tengo que compartir”. Y así empecé. En cada clase largaba todo, desnudaba todo, y me hacía cargo… A veces me fue bien, a veces no tan bien: un día les dije a mis alumnos, “bailen libremente”, y resulta que no todos sabían lo que era la libertad. A muchos los habían tenido demasiado agarrados, y más después de ciertos momentos históricos, que cuando propusimos eso con Juan o con el Bicho Díaz por el año 87, la gente, como un perro que lo tenés atado y amordazado, empezó a hacer cualquier cosa. Me tuve que hacer cargo, volver para atrás y empecé a decir: “no, mira, la libertad tiene estos condicionamientos”.

Y bueno, por otro lado yo estudié ciencias de la educación y una de las materias que más me gustaba era filosofía. Tal vez corro el riesgo de ser muy poco modesta, pero creo que hago un poco de filosofía de la danza. Me encanta la filosofía, me encanta escuchar ese programa de canal Encuentro, de ese chico del apellido difícil que nunca me sale…


M: Sí, Dario Z.

S: ¡Aaahhh como me gusta! Frente a las cosas me paro, me planteo, leo, las analizo, las miro de un lado, las miro del otro… Con la danza hago lo mismo.

 

M: Vos en el taller decías “hay que decir que no para elegir”… ¿A qué le tuviste que decir que no en tu vida?

S: Al confort, en muchos casos, a la comodidad, al modelo social de la casita, el autito, el maridito -siempre el mismo, porque tuve varios (risas)-, a los estereotipos, a los requerimientos culturales familiares y sociales. “¡No! ¿Cómo una abuela va a hacer eso?», «Abuela no bailes el Himno en la escuela» «Abuela, quedate quieta”. Es ir demostrando que esto es mucho más sagrado de lo que parece y es mucho más sincero que muchas posturas que son respetadas en la sociedad.

Me tuve que aguantar muchos cachetazos: cuando llegué a Chilecito y andaba en malla de baile y calzas amarillas, no sabes lo que me han dicho… Hasta que se cansaron, como un diario viejo que ya lo leyeron. Tuve que decir NO a los mandatos familiares.

 

M: ¿Tuviste que romper con los mandatos familiares? Entonces, ¿de dónde viene la danza en tu historia?

S: Creo que de mi abuela. Mi abuela no bailaba, pero pintaba, cantaba, bordaba… Me decía: “píntese”. Era riojana… Yo nunca pensé que iba a terminar en La Rioja, y mirá que no fuí a La Rioja por ella, fuí porque el destino lo quiso y yo soy una loca que lo que siento en el pecho lo hago, y generalmente no me equivoco. Ella me animaba mucho a que bailara, ella no pudo hacerlo… A ella le gustaba tocar el violín, a mi mamá también pero mi abuelo alemán le partió el violín y le dijo: “Esas cosas son cosas de locos”. Mi mamá escribía, y le quemaron un baúl con cartas de todos escritores riojanos, como Joaquín González. Pero ella se veía en mí, y nos gustaba leer poesía y decir poemas en voz alta y yo los teatralizaba. Mi mamá, dentro de su formación alemana, me fue permitiendo a que le desobedezca, y a lo último terminó apoyándome totalmente. Es más, se fue a morir a mi casa.

 

M: Me imagino que a veces debe ser difícil transmitir un recorrido tan personal. ¿Cómo es esa comunicación en el momento de encontrarte con el otro en la danza y encontrarte enseñando o habilitando la danza?

S: En principio hay que aclarar que no hay soluciones mágicas. Trabajé muchísimos años en la educación formal, y fue duro trabajar con esta mirada, sin embargo tengo bellísimos recuerdos, pero, por ejemplo, venía una alumna y me decía: “O sea que usted dice que me tengo que divorciar?”. “No, no, no” -le decia “Este es mi camino, no el tuyo”. Y es eso, escuchar al otro, parar.

Una vez me peleé con un alumno de Mendoza porque me dice: “Ah! Vos siempre decís que vas a dar una cosa y terminás dando otra”.No» -le digo- «Juan, no te equivoques. Yo voy con una idea, pero cuando veo el grupo, tengo que acomodarme al grupo». Yo no vengo a imponer nada, tengo que ver qué le pasa a ese grupo. Por ejemplo, hoy, en este curso, había muchos bailarines, muchos esquemas previos, entonces hay que trabajar teniendo en cuenta la realidad del otro… Entrar, despacito. En ese cruce yo también gano, y gano muchísimo.

 

M: ¿Qué es para vos la danza, en tu historia?

S: Y… Es la compañera de siempre. Para mi es como la vida, yo tengo una alumna que dice “Vos vilas baiviendo y baivis vilando” (risas). No puedo separarla: yo voy en el auto, pongo una musiquita y me voy, me voy, me vuelo y ya me cambia el ánimo. No es que me pase todo el día bailando, no, es que la actitud que yo tomo frente al baile es la misma que tomo frente a la vida. Es armonía, eso, armonía y armonización. Concordancia entre todas las partes.

 

M: ¿Y el cuerpo? ¿Qué es el cuerpo para vos?

S: Y bueno… El cuerpo es ir aceptando, quererlo, cuidarlo, pero cuidarlo aceptándolo. También otra negación a los modelos corporales: la flaquita, la jovencita, la rubiecita…Fue todo una lucha… Llegué a tener la dicha tremenda que Nidia Viola, que era obsesiva con las gordas, decía: “A mi la única gorda que me gusta como baila sos vos”… Porque yo hice de todo para sacar ésto (señala sus caderas), y lo sigo teniendo, soy así de familia. Es entender que el cuerpo es una casa, que no tiene que ser como departamentos, todos iguales. El cuerpo va cambiando por fuera.

Es duro cuando cumplís los 60 y te mirás al espejo y decís: “Quién es esa que está ahí? Si yo me siento otra”; pero todos los otros ven a esa. A lo mejor tenés ganas de andar en pelotas y no podés porque tenés los rollitos, o porque tenés celulitis. Entonces es toda una aceptación y un juego de flexibilizar, de aceptar, y de pelear contra los modelos impuestos y los estereotipos.

 

M: ¿Hay un pensamiento del cuerpo?

S: Sí! El cuerpo piensa! Y ojalá lo dijera yo, esto lo dice Clarissa Pinkola Estés, en su libro Mujeres que corren con los lobos. Ella dice: “Hasta el dedo meñique piensa”. Vos sabes que hay una gran autora, que yo estoy trabajando mucho últimamente, Fedora Aberastury, que trabaja con las manos: en todas las articulaciones de las manos están las articulaciones del cuerpo, abrís las articulaciones, respiras a las articulaciones y atraes otras cosas. Es así, es una sabiduría tremenda que tiene el cuerpo. Bueno, ya los asiáticos, los nativos, los egipcios, los orientales, en general, la practicaban, ese respeto por el cuerpo. Por ejemplo, los Hare Krishna se dejan la trenza en un lugar que es un nudo de energía fantástico, que no podés dejarlo libre, ahí se ponen el gorrito los sacerdotes.

El cuerpo es impresionante, el cuerpo avisa, lo que pasa es que nuestra cultura capitalista, occidental y cristiana, te va mandando una postura, una concepción del cuerpo que tergiversa y que creemos que bonito es “lo parecido a…”. El trabajo es de enamorarse de lo que te pasa por dentro del cuerpo, de saber. Por ejemplo, mi médica dice: “El comandante, el hígado, comandante de los tendones… ¿Sabés por qué te esguinzaste el tobillo izquierdo? Porque querés salirte de una huella”. Hay que escucharlo, sin fanatizarse, claro, sin creer que solamente es eso, pero hay escucha al cuerpo. El cuerpo te avisa y uno, en vez de darle un remedio para que se te pase, tiene que escucharlo y tomarse el tiempo. Hay que respirar, siempre.

 

M: Por último, ¿cuál es tu mensaje, lo que querés transmitir a los que anden por los caminos de las raíces y de la danza?

S: Primero, que presten atención a dónde están parados, y que cuando construyan un discurso, sea verbal o sea corporal, no sea el discurso de otro, que construyan su propio discurso aunque ese discurso sea pequeño. Y lo otro, que no se rigidicen. Por ejemplo, yo hago la ceremonia de la Pacha porque creo en eso, pero yo no soy india, y no me hago la india; yo bailo la chacarera pero no soy santiagueña y no me voy a hacer la santiagueña… Entonces, que el respeto pase por saber que nadie es más ni menos que nadie, que nadie es dueño de la verdad, que escuchen todas las verdades y que escuchen a los viejos, a los viejos sabios, que cuando hablamos, no siempre, pero a veces, sabemos lo que decimos… Y si somos lo suficientemente flexibles, escuchamos a los jóvenes, también.

 

M: Gracias.

S: A vos querida.

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