La destacada cantante y compositora está presentando su espectáculo Coplas para la luna – 28 años, junto al «Negro» Aguirre y Quique Sinesi. Se trata de una celebración por el disco que grabaron a trío en 1998. Es un trabajo que plasma un movimiento estético, un modo bastante singular de encarar la música folklórica argentina”, dice Silvia sobre el material. La última presentación de la gira es en Rosario este sábado.


El aniversario de una grabación, un guitarrista que migra y recuerda su tierra a través de canciones, intercambios por Whatsapp, el deseo de volver a tocar juntos. Así, como una serie de necesidades y coincidencias, surge Coplas para la luna – 28 años el espectáculo que luego de casi tres décadas vuelve a reunir sobre el escenario a tres referentes de la música argentina de raíz folklórica: la cantante Silvia Iriondo, el pianista Carlos «Negro» Aguirre y el guitarrista Quique Sinesi. Luego de varias presentaciones en CABA y Mar del Plata, la propuesta podrá disfrutarse en la ciudad de Rosario el próximo sábado 12 de abril a las 20, en el Teatro Municipal La Comedia (Mitre 958). En charla con De Coplas, Silvia Iriondo cuenta sobre el reencuentro del emblemático trío, adelanta detalles del espectáculo y habla sobre algunos aspectos de su carrera como creadora e intérprete que se volvieron sello personal.

Portada de Coplas para la luna. Fotos: Gentileza de la artista

El disparador fue volver a un disco que es iniciático en la vida de los tres, un trabajo que plasma un movimiento estético, un modo de encarar o de escuchar la música folklórica argentina de un modo bastante singular”, cuenta la cantante acerca de Coplas para la luna (Epsa, 1998) y agrega que el álbum, “quedó en los tres como un punto de construcción que nos acompañó luego a cada uno en nuestros propios caminos personales”. “El disco de la tapa azul”, como lo recuerdan afectuosamente muchos de quienes lo tuvieron entre sus manos, marcó un antes y un después dentro de la interpretación de la música de raíz folklórica. Comenzó a gestarse en el año 1997 como una síntesis del trabajo que a lo largo de quince años desarrolló el trío musical conformado por Iriondo, Sinesi y Aguirre. Fueron tiempos de giras, presentaciones, producciones musicales y “mucha convivencia” que terminaron por sellar una amistad.

Afortunadamente, tanto quienes quieran oír el material por primera vez como quienes estén interesados en revisitarlo hoy pueden encontrar Coplas para la luna en diferentes plataformas digitales. El disco tiene quince temas entre los que se alternan cuecas, zambas, milongas, pasos dobles y chacareras. Se destacan dos composiciones de Fandermole (Sueñero y Coplas para la tejedora), Beatriz Durante del «Negro» Aguirre, tres temas populares anónimos (algo que se volvió luego recurrente en la discografía de Iriondo) y algunas canciones troncales del repertorio folclórico argentino como Calle angosta o Las dos puntas. El disco contó con la participación del percusionista Horacio López y los aportes vocales de Jorge Fandermole en Sueñero y el uruguayo Jaime Roos en la milonga Los hermanos.

Silvia cuenta que el álbum es un eslabón importante no solo de su vida musical sino también de su vida afectiva y relata una intimidad: los balbuceos que se escuchan al final de la zamba de «Chivo» Valladares que le da nombre al material son de Francesca, su hija: “Tenía meses, andaba gateando en el estudio y nosotros persiguiéndola con un micrófono Neumann”.

Si bien Iriondo, Aguirre y Sinesi siguieron muy vinculados, invitándose incluso en los discos que cada cual fue grabando en su carrera solista, no habían vuelto a compartir en trío escenario. La idea del reencuentro surge a principios de 2024 y logra concretarse en el mes diciembre, con una presentación en el Palacio Libertad (ex Centro Cultural Kirchner) y varias fechas en CABA y provincia de Buenos Aires. La última tocada será justamente la de Rosario ya que luego Quique Sinesi, que actualmente vive entre Argentina y Alemania, vuelve a Europa.

Consultada acerca de los entretelones del reencuentro, Silvia Iriondo cuenta que la previa al estreno de Coplas para la luna – 28 años fueron semanas de ensayos e intensa convivencia: “Fue revivir esos tiempos en que nos encontrábamos para armar el material, para grabar, para tocar, para girar”, relata con nostalgia y agrega: “Hubo ensayos que estábamos todos muy emocionados porque nos encontrábamos con que todo eso estaba vivo”. Las músicas escogidas y registradas casi 30 años atrás seguían teniendo vigencia, seguían siendo elegidas, al igual que el vínculo. “Fue revivir un sentimiento genuino de encuentro, de muchas afinidades musicales, espirituales, de vida, de miradas sobre la realidad. O sea, todas esas coincidencias profundas que hacen posible un vínculo de verdad”, concluye la intérprete.

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Una música fugitiva

Luego de ese disco iniciático junto a Aguirre y Sinesi, Iriondo, con su poderosa voz, desarrolló una carrera musical ininterrumpida que continúa hasta hoy y se traduce en numerosas giras por Argentina, Latinoamérica y Europa; actuaciones en festivales nacionales e internacionales y más de una decena de discos editados -cuatro de ellos en Japón-, entre los que se destacan: Tierra que anda (2003), producido por el compositor brasileño Egberto Gismonti; Mujeres Argentinas (2010), recreación de la cantata de Ariel Ramírez y Félix Luna inmortalizada por Mercedes Sosa; Anónima (2014), un tributo a Leda Valladares y Pasionarias (2020), inspirado en la obra de Chabuca Granda, Violeta Parra, Leda Valladares y Frida Kahlo, cuatro mujeres con abordajes similares de la cultura indo afro americana. En paralelo a su actividad musical, la intérprete y compositora dicta clases de canto de manera particular y en el Conservatorio de Música Popular Argentina Manuel de Falla.

Para hablar del modo en que entiende el folklore argentino, Silvia Iriondo acuña el concepto de “música fugitiva”: “Si bien uno está abordando una música que tiene muchos años, que forma parte de nuestra identidad cultural, todo eso no está quieto, está en permanente movimiento, ese folklor fuga, se mueve, tiene libertad”. Y es que esas músicas centenarias resuenan de maneras nuevas en quienes las escuchan y las interpretan hoy, se reinventan y también dan lugar a nuevas creaciones. “El folklore no es un altar inamovible, sino una experiencia que la vamos haciendo todos juntos y se sigue renovando y fuga permanentemente de moldes. En ese sentido siento que es una música fugitiva”, explica Silvia al referirse a esa raíz que para nutrirse va buscando nuevos rumbos.

«Uno es una larga cadena de historias singulares, y eso tendría que estar manifestándose, o sea, darle lugar a esa voz».

La idea se vuelve concreta al escuchar a Iriondo contar cómo interviene en la creación de los arreglos de los temas que integran su repertorio. Arreglos que para ella, “son como la vestimenta de la canción, pero en sí mismos ya tienen un decir propio”. “Primero trabajo con el pianista y nos internamos con esa canción acorde por acorde, rítmica por rítmica. Es como un trabajo de filigrana que puede llevar mucho tiempo o salir rápido, pero es un trabajo mancomunado, punto por punto”, cuenta acerca de este proceso en el que va tejiendo sonoridades con la paciencia y la minucia de una artesana, y detalla: “Por lo general las decisiones las voy tomando de acuerdo a cómo voy cantando la canción, las inflexiones del tema, dónde respiro, dónde no, cómo la voy fraseando, qué es lo que quiero que quede más expuesto de la letra porque me parece lo más importante para decir”. Se trata de una manera que fue descubriendo en el camino y que se volvió, con el paso del tiempo, un modo de trabajo y, según confiesa, lo que más disfruta hacer. Algo que en sus recitales y producciones discográficas se escucha como sello personal y que excede en mucho a los arreglos vocales.

“Cada canción es un cuadro donde intervienen muchos elementos”, explica la intérprete acerca de la importancia que tiene para ella el entramado sonoro detrás de cada tema, y agrega: “La voz es importante, lleva la melodía y la letra que son fundamentales, pero la canción es todo un tejido rítmico, armónico, de espacios, y el que escucha, escucha el cuadro”. Y para redondear la idea remite a su propia experiencia: “A mí me ha pasado escuchar algunas canciones que en sus versiones originales no me gustaban y de pronto en la voz de Mercedes Sosa y con otro arreglo me gustaron. De golpe descubrí la belleza de la canción, que antes no la hubiera descubierto. O sea que ese armado es fundamental”.

Según cuenta Silvia Iriondo, estas inquietudes están presentes también en los intercambios con sus alumnos. “Creo que el arte es poder plasmar esa imagen que a uno le resuena cuando elige una canción, sea propia o antigua. Poder desmenuzar el motivo por el cual uno la está eligiendo y, luego de desmenuzarlo, que se escuche”, precisa respecto a la búsqueda de un lenguaje propio que, según cuenta, trabaja en sus clases en paralelo a la técnica vocal. “Lo raro es que haya mucha gente cantando lo mismo del mismo modo”, suelta y es difícil no pensar en ciertas propuestas musicales actuales, “lo más natural sería que cada cual encuentre su modo único”. Y concluye: “Uno es una larga cadena de historias singulares, y eso tendría que estar manifestándose, o sea, darle lugar a esa voz”.

Como una marca identitaria, casi todos los discos de Iriondo incluyen temas anónimos ancestrales. Es fanática confesa la obra de Leda Valladares -en 2014 le dedicó un trabajo discográfico- pero también rescata la labor de otros compiladores como Isabel Aretz, Rubén Pérez Bugallo y Carlos Vega, que “han tenido la gentileza, la oreja, de poder detectar joyas que nutren e identifican a nuestro folklore en su singularidad”, y sin el trabajo de los cuales, “hubieran quedado en el desconocimiento total”. Acerca del valor de estos trabajos la cantante destaca que: “En el marco de tantas canciones que ellos van escuchando en el campo, con una pincita van haciendo una propia y primera selección de acuerdo a su criterio, o a la belleza que les hubiera conmovido ese momento”. Son una fuente a la que recurre para nutrir su repertorio. Disfruta adentrarse en esas recopilaciones y dejar que la hermosura de alguna de esas canciones construidas por los pueblos a lo largo tiempo la interpele.

Lejos de la perspectiva que se tiene en las grandes ciudades, de entender lo anónimo “como alguien o algo que es difuso, indefinido, perdido, que no tiene nombre”, Silvia aclara que se trata de lo opuesto: “El canto anónimo está cargado de una identidad muy fuerte, es un canto colectivo, la voz única de un pueblo que se expresa”. Se trata de un terreno donde Iriondo encuentra mucha libertad de expresión. Abordar antiguas creaciones, “vestirlas” con sonoridades nuevas, mostrar su vigencia. “Elegirlas da sentido a mi trabajo porque es la construcción de un país”, explica la cantante.

 

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