El río Santa María nace a 5512 metros de altura, cerca donde los cóndores custodian la memoria del cielo indoamericano, allí donde mora Huayrapuca, la divina madre del viento, según la cultura diaguita-calchaquí. Esa fuerza sagradamente indígena, hecha de cielo y tierra, forja la identidad de este río, que tuvo por primer nombre «Yocavil», como aún lo llaman los hijos e hijas del valle: «¡Yocavil, no te olvides de darnos tu vino de barro y sol que alivia nuestra antigua sed!». «¡Yocavil, regresanos a aquellos hermanos y hermanas que se fueron a dormir a tu lecho!».
¿En cuáles de tus pájaros, amado río, se han convertido las huellas de los Quilmes, de los Diaguitas, de quienes forjaron la cultura santamariana, y de quienes algunas vez caminaron tu ribera? ¿Qué has hecho con todo los yaravíes que se han cantado en tus orillas, con todos los zupcas, aquellos altares paganos levantados a la lluvia, en los que chamanes encendieron el aguacero; recuerdas los lugares donde quemaban las casas de los muertos para que no regresaran y aquellas urnas funerarias en las que los niños y niñas se convertían en estrellas indias? ¿Cuántas de tus inundaciones habrán sido desatadas por la sangre y el llanto que han dejado para siempre las guerras calchaquíes? ¿Has aprendido tu pasión de río indígena de la resistencia de este pueblo? ¿Llevas en tu bravura el legado de Juan Calchaquí, Chalimín y de Pedro Bohórquez, aquel aventurero andaluz que sostenía ser el Inca Hualpa, y que organizó un ejército aborigen de seis mil guerreros con el que mantuvo por años a la región libre del dominio español? ¿Cuántos rezos de jesuitas se han confundido con tus vidalas, habrás repetido alguna vez en tu lecho el rostro de Fray Mamerto Esquiú, y el de José Carrizo, aquel santo pagano conocido como «El Quemadito», que fue lanzado a la hoguera acusado de ser espía de Facundo Quiroga, y que como siempre hace el pueblo y su justicia divina, lo hizo regresar como milagrero? ¿Habrás coleccionado los rugidos del Uturunco, el hombre-jaguar que tantas veces se ha mezclado con los gritos de los vencidos? ¿Será que tus aguas nacieron para la sed de los libres?
El río Santa María – Yocavil se extiende por Catamarca, Tucumán y Salta. Dicen que este río es el lugar donde se inician las venas abiertas de los Valles Calchaquíes, y que es el alma del agua de la chaya. Hijo del legendario encuentro entre la nieve y el cerro Cucha, el Santa María Yocavil aprendió a hablar de tanto escuchar los cuentos de las abuelas kakanas y las confesiones de Shulco, el viento que por aquellos lares corrige las huellas de siglos sobre antigales y pucarás. Los mapas indican que el Santa María – Yocavil surge en la zona limítrofe de Catamarca con el extremo sur de Salta aunque es en la localidad de Ovejería donde este río se hace peregrino, gracias a su encuentro con su hermano, el río Suri.
Río de ríos, el Santa María Yocavil bebe de las aguas del río Chucha, del afluente del río La Piedra, del río de Tomás, del río Cerro Negro. Recibe también las aguas de los ríos Chaupimayo, Ovejería Chica, Miniyaco, el Arroyo La Sala, río Anchillos, río Managua, río Pichao, arroyo de La Hoyada y arroyo del Totoral.
El Yocavil suele salirse de su cauce e irrumpir en la historia, como cuando los españoles expulsaron a los Quilmes de los Valles Calchaquíes y los obligaron a caminar hasta la localidad bonaerense que hoy lleva su nombre, parte de este río se hizo cada uno de aquellos caminantes; fue el sudor que dejaban en la huella, sudor que regaba las semillas secretas de los vencidos, sudor que fundaba ríos clandestinos, ríos que cada tanto se desatan en coplas, historias o en gente que pese a tantas adversidades vivía con el corazón de pie, que es vivir con las enseñanzas ancestrales del viejo río Santa María Yocavil.
Dicen que en cada sudestada, en la ribera de Quilmes, el espíritu del Santa María Yocavil se mezcla con el Río de La Plata y le convida su bravura indígena para recordarle a las y los quilmeños que el nombre de su ciudad está hecho de dos mil sagrados caminantes que serán por siempre peregrinos de nuestra otra historia, la que regresa como río, la que vuelve con la fuerza del viento de la identidad.
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