Hace aproximadamente diez mil años, el humano del final del paleolítico eligió la cueva de las manos como refugio del mundo salvaje y como templo; huían de las bestias y de los vientos, de todo lo que era la Patagonia feroz de aquellos tiempos, pero también escapaban de todo eso que la hostilidad de la naturaleza había hecho de ellos, de repente hallaron que en esa cueva podrían encontrar el misterioso camino para develar eso que llevaban dentro, algo así como un sol secreto, un arma sagrada que alguien había escondido en su cuerpo de cazadores, de seres silvestres, eso que hoy llamamos alma. En la cueva de las manos dejaban de ser cazadores de guanacos y presas de bestias que los acechaban, en este templo de piedra comenzaban a ser humanos, y empezaban a serlo porque además de vivir para sobrevivir, podrían vivir para crear y asimismo ser conscientes de ello.
Todos esos pigmentos minerales que encontraban a la vera del río, que hoy conocemos como río Pinturas, colaboraron para que aquellas manos antiguas abrieran las misteriosas puertas del otro lado, allí donde se enciende el alma humana. Cada vez que estos hombres y mujeres estampaban sus manos en la cueva, el humano evolucionaba. Más de 800 manos, de adultos y niños, y también la pata del Choique, la misma que las abuelas indígenas señalaban en el cielo y llamaban: «cohoiols», que no es otra que la Cruz del Sur, guía del hemisferio austral. El pueblo considera que la huella del choique ascendió al cielo porque primero fue pintada en la cueva de las manos.
El río Pinturas conserva el aire del ritual, recuerda cómo aquellos artistas lavaban sus manos manchadas de arte en sus aguas, él toma su color de aquellas memorias, quizás también encontró su alma con este ejercicio de manos, porque más allá de la cueva de las manos, todo el recorrido del río Pinturas está custodiado por yacimientos rupestres, escenas de caza plasmadas a lo largo de su cañadón. Allí se pueden ver sucesiones de pictografías en las que parecieran enseñar la manera de cazar, casi como si fuera un instructivo a la comunidad, aunque también un mensaje, ya que varias de estas escenas acaban con todos compartiendo la presa. Las manos que sirven para las armas, son las mismas que sirven para crear, es decir, las manos que cazan lo que comeremos también pueden crear, hacer nacer algo que alimenta la misteriosa otra parte del humano.
No se sabe demasiado de aquellos pueblos patagónicos del paleolítico, se infiere que eligieron este cañadón por la presencia de un río. Al decir de Enrique Santos Discépolo, la cueva era para el humano de aquel entonces como una escuela de todas las cosas. La Cueva de las Manos fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999.
El río Pinturas ubicado al noroeste de la provincia de Santa Cruz prosigue con su milenaria marcha, y del mismo modo que los yacimientos rupestres, este es una antesala del más allá del humano, cuando se entra a este río también se ingresa a otro tiempo y a otro estado de la mente y del corazón humano. El río Pinturas fluye hacia el mañana con las aguas del ayer.