Camino a los 65 años, que cumplirá el 13 de marzo próximo, el músico y compositor Quique Sinesi hace gala de una actividad tan profusa como inspirada: a bordo de su guitarra atraviesa fronteras, vincula sonoridades y enlaza potencias. Vive con la música la utopía de plasmar un mundo donde impere la belleza.


En plena gira de verano con el quenista japonés Hikaru Iwakawa por las serranías y valles de Punilla, en la provincia de Córdoba, Quique Sinesi interrumpe la charla con De Coplas para hacer referencia al influjo de unos pájaros que, celebra, “acá están cantando como locos”. Y esa referencia, cotidiana, espacial, casi anecdótica, sin embargo, es una buena manera de definir y presentar a un artista de sensibilidad a flor de piel que traduce ese don a través de los sonidos que le brotan desde la guitarra.

Virtuoso y ecléctico como para elevarse y sobrevolar sin jamás perder fundamento, el artista recoge en el presente un camino que hace más de cuatro décadas atrás lo catapultó tocando con Dino Saluzzi y que, desde entonces, no ha parado de desarrollarse en varios sentidos.

En aquellos albores de su andar y antes de sumarse a las huestes del indómito bandoneonista salteño, fue parte de dos grupos que dejaron huella: Raíces (junto a Beto Satragni) y también Madre Atómica (con Pedro Aznar y Juan Carlos «Mono» Fontana), espacios donde afloró un toque que desde entonces puso al servicio del folclore, del jazz y del rock.

Sin detenerse, además, forjó el terceto Alfombra mágica (junto a Matías González y Horacio López), grabó un par de álbumes con el bajista César Franov y continuó abriendo la paleta con composiciones propias tomadas por colegas que cultivaban la guitarra académica aquí y en otras latitudes como Víctor Villadangos, Berta Rojas, Sharon Isbin, Stanley Jordan, Luz María Bobadilla, Nora Buschmann, Silvina López, Yasuji Ohagi, Juan Carlos Laguna, Zsofia Boros y Stephanie Jones, entre más.

«El arte se trata de bucear y hacer lo que sentís». Foto: Ryoichi Aratani

Si a ese abanico parecía faltarle tango, la convocatoria del pianista Pablo Ziegler –formado en las huestes de Astor Piazzolla- para integrarlo a su cuarteto, terminó de coronar una ductilidad que en su cualidad elástica no resignaba una mirada, un toque propio, una personalidad con algo para decir sobre la obra en cuestión.

Así, el hermano mayor de Claudia (reconocida como bajista de Viuda e Hijas de Roque Enroll) continuó armando el sutil entramado de influencias, colaboraciones, aportes y aprendizajes que además lo unieron con figuras de la talla de saxofonistas como Charlie Mariano, Angelika Niescier, Joe Lovano y George Haslam, los vientistas Jorge Cumbo, Paquito D’Rivera y Marcelo Moguilevsky, los pianos de Pablo Paredes, Nora Sarmoria y Carlos «Negro» Aguirre, los bandoneones de Helena Ruegg, Gustavo Battistessa, Lothar Hensel y Gabriel Rivano, el baterista Daniel Messina, las guitarras de Nora Buschmann, Juan Falú, Yamandú Costa, Cecilia Zabala y Marco Pereira, los  trompetistas Markus Stockhausen y Enrico Rava, la cantante Silvia Iriondo, el saxofonista Javier Girotto, el tubista Michel Godard, el trombonista Erling Kroner, los contrabajistas Arnulf Ballhorn y Dieter Ilg y orquestas como la Metropol, la de las Radio Berliner y Radio Colonia, en una nómina fatigosa, impactante y casi necesariamente incompleta.

Frente a esa panorámica a la que hace más de 25 años añadió el hecho de compartir residencia entre Argentina y Alemania, Quique trata de ponerle palabras que la definan y arriesga: “Alguna vez tuve que decir qué es lo que hacía y fue muy difícil poner un rótulo, aunque en una época me presentaba indicando que mi música era ‘etno tango jazz argentina’ pero tampoco es una definición que esté buena porque limita. Entonces recuerdo que (el músico brasileño) Hermeto Pascoal asegura que ellos hacen una música universal y pienso que a lo mejor lo que hago podría ser llamada música universal argentina”.

Habiendo también sumado a Japón a sus horizontes estéticos y profesionales desde 2012 donde se publican discos propios que no se conocen en otros lugares del mundo, la propuesta de Sinesi logra –en un mismo movimiento- perforar las barreras del mapa político con una apuesta que en su pretensión de hermosura habla todas las lenguas sin resignar pertenencia y que resuena tanto en proyectos colectivos como en actividades individuales.

Entre las producciones con su firma destacan Música para Guitarras (1989), Cielo abierto (1992), La luz sigue brillando (1996), Danza sin fin (1998), Microtangos (2001), los dos discos sobre obra de Gustavo Leguizamón Cuchicheando (de 2010 y 2016), el doble 7 sueños/Familia (2014), Pequeños mensajes sonoros (2018) y Corazón sur (2019), por citar solamente algunas.

Una buena síntesis de esa labor puede escucharse en Melodías aéreas (2024), placa publicada por el sello paranaense Shagrada Medra que próximamente tendrá su edición física en tierras japonesas.

“El disco nació a partir de la lectura de ‘Cartas a un joven poeta’, del austríaco Rainer Maria Rilke (1875-1926), que es un libro que me regalaron en el verano de 2023 y en donde el autor, en respuesta a las demandas de ese muchacho le dice: ‘buscás algo superficial y no hay nada más lejano que las palabras para mencionar al arte. El arte es una experiencia en la que hay que profundizar en uno mismo y al llegar a ese punto no debería importar opinión alguna si definitivamente uno logra generar algo real’. Y para mí el concepto de esas cartas fue la inspiración para ir hacia ese lugar y hacerlo por ahí ya que en el arte se trata de bucear y hacer lo que sentís”, relata Quique iniciando el recorrido que dio lugar a un repertorio casi íntegramente dominado por la guitarra española de siete cuerdas que protagoniza las melodías de cada una de las 10 cartas del volumen de Rilke (Té de brisa y luz, Mar alado, Manto azul, Grillos de sol, Sueño naciente, Aljibe de miel, Ámbar de Rielke, Golondrina arcoíris, Alba cristal y Pasionaria), pero que además añade cuatro improvisaciones de Fantasía aérea y la pieza Celeste para las que incorporó una guitarra fretless y hasta el ronroco.

Además del hallazgo del libro Rilke ¿Qué otras motivaciones forjaron el disco?

-Desde la composición me propuse que cada día me saliera una nueva melodía basada en la inspiración y en esos conceptos y aunque primero me obligué, después me di cuenta que fluía y sentí la necesidad de avanzar. Por otro lado, pasó que estuve tomando clases para poder grabar por mí mismo y en 2024 tenía la música y había grabado cuatro improvisaciones y un tema hecho en pandemia (por Celeste). Y por eso grabé con lo que tenía en casa: la guitarra española de siete cuerdas, la fretless sin trastes y el ronroco y hasta en algunos temas me animé a hacer algo distinto y doblé guitarras. Fue toda una experiencia muy especial que me encantó aprender y así poder grabar a mi tiempo.

-¿Es una facilidad o un problema tener la vida repartida entre Argentina y Alemania, país al que regresarás en abril?

-En general me manejaba huyendo del frío, haciendo giras y regresando desde hace unos 25 años, pero después de la pandemia y con la guerra cambió todo el panorama y se hace difícil ir y venir y entonces trato de estar más tiempo en cada lugar. En cuanto a las dificultades tiene que ver con el tipo de música que hago que no es la que más circula, se difunde y se apoya. En particular en Argentina hoy está bravo pero no recuerdo momentos sencillos y cuando me fue bien se debió a que tenía 40 alumnos y tocaba en 10 grupos (risas).

-¿Cuál es “ese tipo de música” al que hacés referencia?

-Es una música que procura profundizar sin distraerse con lo exterior que es real, pero no es lo único real. Porque también está la realidad de la búsqueda interior, de la búsqueda de belleza porque si uno no trata de hacer algo hermoso, este mundo sería todavía peor y cada quien tiene que generar la mejor realidad posible porque ese mundo ideal y bello no pasó nunca y nunca va a pasar.

Es pensar en otra alternativa como para que el arte cambie el mundo…

-La música y el arte pueden cambiar a las personas que estén en esa búsqueda que no es la del poder constante o la de tener más poder o la de obtener más cosas materiales. Ese es el sentido que le encuentro a la vida como contrapeso al sufrimiento de las personas o a los que fabrican bombas. Necesito todos los días encontrar un motivo y buscar esa inspiración que es como una semillita y que también ocurre cuando hay gente joven en mis conciertos. Me muevo creyendo que cuando uno pone la energía en hacer y mueve una ficha, las cosas suceden.

 

Tiempos de encuentros con la magia de la música argentina

La actividad local de Sinesi no solamente lo liga a la quena del nipón Iwakawa sino que contempla una intensa agenda que incluye presentaciones con Silvia Iriondo y Carlos «Negro» Aguirre (para seguir reponiendo el repertorio de Coplas para la luna disco de la cantante que va camino a los 30 años de su publicación y que lo junta con quienes considera “hermanos”), con el laureado cuarteto del pianista Pablo Ziegler (que a sus 80 años sigue sonando junto a los también notables Walther Castro y Horacio «Mono» Hurtado y con los que habita la experiencia de “meterme de lleno en la estética piazzolliana”), en dúo con su hijo guitarrista y compositor Augusto Sinesi (para mostrar en el país la placa Hojas y rutas nuevas publicada solamente en Japón)  y en otra dupla, en este caso con la cellista entrerriana Astrid Motura (para acompañar el lanzamiento local del álbum compartido La magia).

La historia que lo liga con Iwakawa, con el que en 2019 registró el cd UTA merece ser contada, sobre todo por cómo el nacido hace 36 años en Prefectura de Aomori descubrió la quena y la música argentina.

“Hace como 15 años, siendo Hikaru muy joven me escribió por las redes, en ese momento por My Space, diciéndome que era amante de la música argentina, que estaba por viajar al país y que quería juntarse a tocar conmigo y vino a casa y fue una cosa increíble porque con la quena compone, toca Bach y también sabía muchos temas míos. Allí empezó una amistad que me permitió saber que conoció la música argentina por una caja de casettes que le regaló su abuela donde había, entre otros, los de los vientistas Jorge Cumbo (fallecido en 2021) y Uña Ramos (muerto en 2014 en París) y consiguió una quena en un mercado y empezó a tocarla mágicamente”.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *