Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar

Ilustración:  Enrique Figna


Cero ganas. Cero. Juan no tenía ni un piquitín de ánimo para ir a la radio esa noche. Esto del coronavirus lo tiene como loco a Foco, lo sacaron de foco, valga la redundancia. “Hoy tengo que hablar una hora al aire y no tengo ni aire para mí”, redundó otra vez. Se había levantado temprano, fue al almacén de Carlitos para comprar todos los ingredientes de un buen guiso de lentejas; pasó por la carnicería para comprar chorizos colorados; pasó por la verdulería para comprar un pimiento rojo y otro verde, y también algo de tomate. Llegó cargadísimo y molesto a su casa. Cargado por todo lo que compró y molesto porque sintió miradas hostiles del tipo del almacén, del carnicero y del verdulero. Ahí, recién ahí se dio cuenta el porqué de las miradas inquisidoras. Pecado mortal. El barbijo nunca salió con Juan. Se quedó a cuidar la casa, colgadito junto con los otros de distintos colores en el llavero donde antes iban las llaves y ahora se convirtió en el barbijero. “Ma, sí, me clavo un disquito y me pongo las pilas para cocinar”. Al rato, antes de poner el disco pirata de Peter Gabriel en vivo en Argentina,  le suena el celu. Sí, era ella.

– Hola….¿Juan?

– Sí, sí, soy yo. ¿Sos vos?

– Sí, ¿esperabas a otra?

– No, Maite, es que hace tiempo que no llamabas, desde la última vez…

– Y, sí, siempre hay una última vez hasta que haya otra nueva y la anterior deje de ser la última.

– Apa, qué picante que te viniste. Digo la última vez que hablaste conmigo y dijiste que preferías estar sola. Y  también me pediste que no te llame.

– Y vos no me llamaste nunca más, Juan.

– Justamente, me pediste que no te llame y te respeté. Si te llamaba me ibas a decir que yo no te respetaba tus decisiones y..

– Bueno, bueno, no discutamos de nuevo, tampoco te tenías que poner en el Rey del Reglamento, si hubieses tenido ganas me llamabas y listo.

– No estamos hablando de ganas o no ganas, no quise invadirte, es eso Maite.

– ¿Pero tuviste ganas?

– Vos elegiste estar sola, yo elijo no responderte esa pregunta. Ahora pregunto yo: ¿Por qué llamaste?

– ¡Porque tuve ganas! Jajajajaja.

– Ah, bueno, cómo venimos esta mañanita. Y yo preocupado por mi guiso de lentejas.

– ¿De verdad que vas a cocinar? Me muero muerta, naaaaaaaaaaaaaa.

– Bueno, estaba en eso, vi una receta de Cocineros Argentinos en la tele y…

– ¡¿Una receta de Cocineros Argentinos?! Pero hablo con Juan Foco o me atendió Marcelo Megna?

– Se ve que dos meses de silencio te incentivaron el buen humor, mirá vos.

– Y a vos te incentivó la pasión por la cocina. Me gustaría probar algún día algunos de esos platos de cheff.

– ¿Palomita a la cacerola te va?

– ¿Palomita a la cacerola? Qué poco glamour, creo que en la lista de cenas románticas debe estar en el último lugar la palomita a la cacerola.

– Ah, perdón, no sabía que se iba a tratar de una cena romántica.

– Viniste picante vos también eh?

– Bueno, hacemos así, el sábado no tengo programa, ya lo sabés, así que te espero mañana con….. Una palomita “romántica” a la cacerola. ¿Comprás o no comprás?

– Compro, claro que compro.

– Bueno, Maite, mi guiso me espera.

– Oki, Juan, ah, ¿te lo dije ya?

– No, ¿qué cosa?

– No te olvides que te quiero.

Maite cortó rápido sin esperar la voz de Juan. Quizá porque sabía que el “yo más” no tardaría en llegar. O porque prefirió escuchar el “yo más” el sábado por la noche, en casa de Juan, cara a cara y con la palomita “romántica” a la cacerola como testigo del reencuentro. “La curva creció y aumentó el número de casos” decía el lapidario informe de la tele, mientras Juan sentía que sus cero ganas también pasaron a un millón. “También creció la curva del amor”, pensó y al toque se dijo: “Ojo, Juan, no te comas la curva”. Y todo por una llamada, pero esta no era una llamada, era “La llamada”. Mientras lo está pensando, le vuelve a sonar el celu, y no era Maite precisamente.

– Hola Panza, ¿qué pasa loco?

– Hola hermanito, estoy a full, ¿tenés tema para esta noche, así voy buscando la música?

– Sí, claro, La llamada.

– ¿La llamada? Pero esa es una de terror.

– Sí, espero que la que recibí sea una comedia romántica o un musical, bah, también puede ser un western con tiros, líos, cosa golda y final feliz, mientras no sea un drama.

– ¿Vos fumaste algo Juan?

– No, bolu, yo me entiendo, después te explico, buscá temas para musicalizar La llamada, te dejo porque se me pasa el guiso de lentejas.

– ¿Guiso de lentejas? ¿Sos Foco o Megna?

– Bueno, todo se repite como en Dark, es al pedo.

– Sigo sin entender un catzo, bueno, nos vemos esta noche loco, y fijate con qué condimentaste el guiso porque creo que le pusiste los hongos que te la vuelan.

– Dale, después te explico, como decía el Bambino, abrazo.

Juan cortó y siguió revolviendo despacito su guiso de lentejas. Los lentes se le empañaban y no era por el barbijo, sino por el vapor de su fuego lento. La palomita y Maite ya le estaban rondando por la cabeza. Después de todo, quizá “La llamada” no tiene que ser sólo una película de terror. Después del susto a veces llega una risa nerviosa. El sábado, con cena romántica, será el momento de compartir esa risa.

3 comentarios para “Capítulo 9: La llamada

  1. Carlos dice:

    Que interesante se está poniendo esta historia!. Capítulo a capítulo se supera…y también excelente la gráfica como resume y acompaña al texto.

  2. Gabriel dice:

    Ah! Si. Si…
    «Si te llamo…me vas a retar.»
    «Si no te llamo, también…»
    Me pongo a cocinar y listo!

  3. Pato dice:

    Ojala yo recibiera ese tipo de llamada…

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