Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar
Ilustración: Enrique Figna
Se levantó más temprano Juan esa mañana. Pispeó el cielo y un rayo le dio en la cara. Bien ahí, dijo. Se desperezó y fue hasta la cocina, puso a calentar agua en la pava eléctrica con pantallita digital que se ganó en un sorteo de la fiesta de fin de año del Sindicato de Prensa, armó el mate de calabaza con la bombilla grande, esa que le gusta de verdad, y mientras la pava terminaba de hacer su proceso fue a su biblioteca repleta de discos para amenizar el momento. Virus no, Charly tampoco, Fito después, Sting tal vez, Beatles a la noche, y de repente una arrogante Uma Thurman tirada boca abajo con las piernas hacia arriba lo comenzó a mirar de reojo, sugerente, cigarrillo en mano, desde la tapa de la banda de sonido de Pulp Fiction. No había dudas que ese era el disco que había que poner esa mañana. La imagen de Mia Wallace, el personaje que hacía la Thurman en la peli de Tarantino, le causó el mismo efecto que aquel primer sol de la mañana que se coló por su ventana. ¿Puede un disco cambiar el sentido de una mañana? Es más, ¿puede la mirada de Uma Thurman cambiarte el pensamiento de un día soleado, mate en mano, mientras escuchás la dulzura de Ricky Nelson en Lonesome Town? Sí, claro que sí. Del mismo modo que te puede hacer bailar los 2.27 que dura Misirlou, el tema icónico del filme de Quentin, después de escuchar la discusión y las puteadas en inglés de los personajes en la apertura del disco.
Son músicas que te llevan a paisajes, que te hacen viajar sin moverte de tu casa, sin despegarte de ese mate, de ese sol mañanero, que te invitan a no prender para nada del mundo la radio porque no hay noticia que te pueda empañar ese momento. Juan tomaba un mate, otro más, puso tostadas de pan negro, se miró la panza y ahí decidió que no iba a comer tostadas, sino tostada, una sola, con quesito untable y nada más. Pulp Fiction seguía sonando en el Aiwa. Y de repente suena el celu, no podía ser otro que el Panza.
– Hooooola, buen día, Máquina del rock. ¿Cómo andamio?
– Buen día, máquina de interrumpir climas, bien andamio, ¿y boca?
– Apa, vinimos moviditos de arranque, ¡¡epa epa la pepa!!
– Ah, Pancita, dejá de hablar en jeringoso, dale, parecés los traperos esos que hablan y necesitan subtitulado porque no se les entiende un joraca.
– Tené nazón che, jajajaja.
– Bueno, jajaja, me imagino que me llamás para ver con qué arrancábamos a la noche.
– Y sí, no sé si estás con Maite y te interrumpí, te pido disculpas, yo estoy acá más Solari que Lassie.
– En realidad no estaba con Maite, estaba con Uma.
– Ajá, Uma.
– Sí, Uma Thurman.
– ¿Estás consumiendo algo fuerte vos?
– No, pará, en verdad, no Uma Thurman, para el caso estaría intercambiando miradas con Mia Wallace, el personaje de Pulp Fiction.
– No, decididamente vos estás para la internación, amigo. Estás de la peluca, che.
– Pero no, Panza, la mañana pintó linda. Me hice unos mates y se me ocurrió escuchar el disco de la banda de sonido de Tiempos Violentos, Pulp Fiction, la de Tarantino, es eso solamente, no es taaaaaaaaaaaaaaaan complicado, ni que me tengas que internar.
– Aaaaaaaaaaaaaaaah, bueeeeeeeeeeeeeeeeeeeno, habló el cineasta prestigioso. ¿Qué hacés Romulo Berruti? Parecés el tipo de Función Privada, ese programa que daba los sábados a la noche, hablás de los personajes, de Tarantino, apa apa apa, cómo estamos hoy.
– No, no pasa nada Pancita, estoy tranca, ni Berruti, ni Función Privada, ni nada… Pero justo también estaba pensando algo para el programa de hoy.
– Y, ya sé, te saqué la ficha. Vos querés que hagamos un programa con música de películas, o bien con todas las de Tarantino, o solamente de la peli de la Thurman, que te sigue mirando con ganas según vos.
– Lo de con ganas lo dijiste vos, me sigue mirando, eso sí. Pero no, nada de eso, no pensaba justamente en eso para hoy a la noche.
– ¿Entonces?
– Pensaba en abrir el teléfono a la gente y proponerle de qué tema le gustaría hablar, de lo que sea, y qué banda de sonido le pondría al tema que está eligiendo. Por ejemplo, uno me dice, me gustaría hablar de la foto de Alberto en el cumple de Fabiola y yo le digo, bueno, con qué va eso, ¿con Los Palmeras, con la música de It, la peli de terror, o con un rock de los Ratones Paranoicos?
– Ni idea, lo que yo sí sigo pensando que no tiene nada que ver el culo con la sociedad de fomento, qué se yo.
– Pero pará Panza, tampoco hay que asociar todo con todo. Se me ocurrió eso, no me parece mala idea, de paso participa la gente, tenemos ida y vuelta, la pasa bien la gente que nos escucha y nos divertimos nosotros.
– Está bien, hacemos lo que decís, dale, casi como siempre, bah, pero, te pregunto, ¿Qué catzo tiene que ver la Uma Thurman con todo esto?
– Y qué se yo, todo tiene que ver. Ese disco me llevó a otro lugar, sumado al matecito, la tostada, el sol de la mañana y que estoy entusiasmado con el reencuentro que tuve con Maite, todo es un combo anímico, amigo, no mucho más que eso.
– Está bien John Travolta, está bien. Yo ahora voy a ver Cambaceres-Flandria, seguramente eso me va a inspirar para leer Cien años de soledad, de García Márquez, dejate de joder. A vos solo se te ocurren esas asociaciones mágicas con lo anímico, el sol, la Uma, ¡qué se yo!
– Bueno, está bien, pasame un instructivo para ver cómo tengo que pensar y cómo estructurar la imaginación, así organizamos bien la creatividad, dale, no sea cosa que se dispare para un lado distinto, y uuuuuyyy, ¡¡qué problema!!
– Andá vos, Pulp Fiction, seguí con la Uma Thurman que yo tengo que pensar cómo diagramo el programa de la noche, porque si un oyente me llega a decir que quiere hablar de los caños rotos de Empalme Graneros y se le ocurre poner música de Brahms o de Mozart, ¿me querés decir dónde catzo la encuentro?
– Bueno, desestructurate un poco, dale, no te calentés, che, que no es tan dramático, sigo escuchando música, nos vemos a la noche.
Juan no supo del todo si el Panza se había enojado o no, pero sabía que no había lugar para que sea algo demasiado grave. El Panza lo sabía decodificar a Juan, como si tuviese un GPS humano que siempre lo llevaba al lugar indicado, sin pasar por el camino de ripio. Pulp Fiction ya no sonaba en el equipo y el Aiwa seguía prendido. El sol de la mañana se agigantaba y tomó por asalto la biblioteca repleta de discos. A un costado, como si la vida le pasara por el costado, Uma Thurman hacía trompita con sus labios carmín, mientras su cigarrillo se consumía. Seguía con su mirada displicente, sensual, desafiante. «Tomate otro mate que se te va a enfriar, gil, dale», le dijo ella. Y se tomó un mate más, a solas, pero con Uma.
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