Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar
Ilustración: Enrique Figna
Juan quería contar lo que veía. Eso. Contarlo. Sabía que dar su opinión era una situación placentera. Pero ya era grandecito y la vida le iba enseñando que sólo haciendo lo que a uno le gusta no se puede parar la olla. Clarito. ¿Clarito? Todavía le rebotaban en la cabeza las charlas de sobremesa de los años de la adolescencia. Era un domingo a la noche, al otro día su papá tenía que ir tempranito a trabajar al diario; su mamá ya había dejado de cantar en público pero despuntaba el vicio dando clases de vocalización, y tan mal no le iba. Y él, ya tenía 17, estaba en 5to. año de la Dante Alighieri y no tenía la menor idea de qué carrera seguir, o si iba a laburar, o estudiar y trabajar a la vez, o hacer aeromodelismo, astronauta, carpintero o científico. Nada, no se le caía una idea. Y la familia, muy a su manera, metía presión.
– ¿Juancito, al final qué te vas a llevar a rendir?
– Ninguna, vieja, creo que las zafo todas.
– Te lo dije, Clorinda, este pibe es súper inteligente.
– No, pa, apruebo todas pero casi con lo justo. Además, en Matemática y Lengua todavía me falta sacarme un 7 y si no llego me las llevo.
– Es así, Ernesto, para mí que Juan tiene que ir a lo seguro: termina la secundaria, busca empleo en un banco, trabaja de lunes a viernes ocho horitas corridas, tiene un sueldo seguro y una buena obra social, siempre de traje y corbata y es un señor. A Juan no le gusta estudiar en la universidad.
– ¿Por qué decís eso mamá?
– Pero claro, nene, ¿qué vas a hacer? ¿Estudiar medicina diez años, sin poder salir de joda como te gusta a vos, ni ver a tus amigos porque tenés exámenes y prácticos, ir a la morgue a estudiar el cuerpo humano y quemarte las pestañas para trabajar de salvarle la vida a la gente? No, es una locura, después se te muere un paciente y te sentís la peor basura del mundo.
– O le salvás la vida a alguien y sos como Dios.
La frase de Juan dejó a Clorinda con la boca abierta y se le ocurrió proponer si traía el queso y dulce para el postre, como una manera de sortear la tensa situación, ya que Ernesto le clavó la mirada para que se callara de una buena vez.
Juan hizo registro de ese momento. Una mirada podía cambiar el orden de las cosas. La mirada de Juan sobre la opinión de su madre la obligó a replantearse lo que estaba diciendo. Y la mirada de Ernesto no precisó de palabras para graficar su desagrado hacia las ideas de su mujer.
Pero el tiempo se evapora con una rapidez aterradora. Aquella imagen de la cena de domingo y la charla de sobremesa parece una foto en sepia. Eso sí, se ve borrosa, pero el retrato está ahí.
Hoy Juan tiene 49 años, vive solo en un departamento de barrio Echesortu, sus padres están viejitos pero por suerte con pocos achaques, y finalmente él puede parar la olla con algo que realmente le gusta: hacer radio.
Todas las noches, de lunes a viernes, de 23 a 24, es el único conductor del programa “El foco de Foco” de Radio Neptuno. Osvaldo, más conocido como Panza, es el musicalizador y también su amigo fiel, el que le conoce el humor con el que viene cada noche, el que sabe qué música elegir para los editoriales de cada programa y el que conoce vida y obra del mundo del rock de acá y de allá, un punto de encuentro ineludible en la vida de los dos.
Juan ya perdió la cuenta de los años que hace que tiene el mismo programa, a la misma hora, con el mismo nombre y en la misma radio. La consigna es clara y los oyentes lo aman por eso: Juan toma un hecho cultural y lo cuenta desde el alma. Sin el ropaje intelectualoso que le dan ciertos críticos especializados, sin un tono chabacano del que opina de todo sin saber -algo que se ve muy a menudo en algunos programas de televisión de espectáculos- y con el registro sensible del tipo que, si bien no se quemó las pestañas estudiando medicina como decía su madre, sí se ocupó de leer todo lo que le llegaba a sus manos, de ver cine del bueno y del otro, de ver teatro, recitales y hasta consumir series en cuanta plataforma de streaming ande dando vueltas.
La idea nunca fue hablar de lo último, sino reflexionar sobre un hecho artístico, de ayer o de hoy, y que al oyente le quede algo. ¿De qué sirve una obra artística si no deja algo en el que la recibe? La pluma que tirás al aire tiene sentido si alguien la recoje. La canción es canción cuando otro la escucha y la mueca del payaso tiene razón de ser si deviene en la risa del niño. El arte en solitario es onanista, compartirlo es como hacer el amor. Juan sabía que contar al aire un hecho artístico que le pasaba por el corazón era un juego de seducción con el público, como también sabía que si algo que veía lo irritaba por ser un cachetazo al buen gusto también tenía que vomitarlo .
Ese arco variado era como una paleta de colores o, mejor, como un arco iris. “En algún lugar/por encima del arco iris/vuelan los pájaros azules/y los sueños sobre los que soñaste/los sueños se hacen realidad”. Esa era la letra de Somewhere over the rainbow, el tema clave de la película «El mago de Oz». Y ahí mismo Juan se dio cuenta que ya tenía tema para hablar en el próximo programa.
El esperado capítulo dos , cubrió las espectativas
El esperado capítulo dos , cubrió las espectativas
Pluma al aire capturada, muy buen capitulo 2…Se viene el Libro de Foco?. Excelente las ilustraciones!
Gracias Carlos Gilli!!
El arte es el oficio de lo estético. La habilidad de usar diversas herramientas para aplicarlo: imagen, sonido…
Muy bueno.
«Aquella imagen de la cena de domingo y la charla de sobremesa parece una foto en sepia». Amé esa escena. Voy por el tercero!