Por Pedro Squillacipedrosquillaci@yahoo.com.ar

Ilustración: Marcela Gramajo y Enrique Figna


La mirada, hacer registro, mirar para después contar. Esas fueron las prioridades en la vida de Juan. Quizá, vaya uno a saber, tuvo que ver con ese mandato familiar que le dejaron sus viejos: Ernesto de las Mercedes Foco y Clorinda Luján Sosa. Don Ernesto era fotógrafo y ella cantante de vodevil, o sea, no las vocalistas de los grandes musicales de Hollywood, ni Mamma Mia, ni Sugar, ni nada de eso. Ella interpretaba tangos en un cabarute rosarino llamado Telarañas, salía siempre bien vestidita, bien tapadita, no mostraba nada. A cualquiera que se le acercara para una propuesta deshonesta lo sacaba carpiendo. Iba, cantaba sus tangos a lo Tita Merello, cobraba su platita y salía por la puerta de atrás. Sí, por la puerta de atrás. Porque por adelante estaban sus compañeras haciendo strip tease. Otros tiempos, esos en los que hablar de temas de género era hablar de qué tipo de tela te convenía para hacerte el vestidito. En una de esas noches, justo el día en que Clorinda, con su elegante vestido rojo, estrenaba “Se dice de mí”, cayó Ernesto, con su máquina gastada. Ella cantaba una canción nueva, él tenía una máquina usada, pero el registro sería único. Y, para el caso de Ernesto, histórico. Es que el hombre estaba haciendo sus primeros pasos en El Centenario, un pequeño periódico rosarino, y justo lo habían mandado para sacar imágenes de la movida de los varietés, desde lo artístico y social. Y claro, cuando la vio a esta morocha, simpática y pechugona, se generó un romance entre la cámara y ella. La cámara la vio y flasheó, como dicen los pibes. Y ahí surgió esta charla iniciática.

-Hola, buenas noches.

-¿A mí?

-Sí, sí, a usted.

-Mmm, buenas noches.

-¿Sería tan amable de decirme su nombre?

-¿Y por qué? Mire que yo no soy como mis compañeras, ellas hacen su trabajo y yo el mío, nadie se mete con nadie, yo las adoro porque sostienen sus familias con esto, pero bueno, yo canto y no voy a salir con nadie. Así que disculpe, pero..

-No, disculpe usted, pero quizá me malinterpretó. Yo necesito saber su nombre para pasarlo al diario donde trabajo. Ellos me piden que les lleve el nombre de las artistas del lugar.

-¿Artista me dijo?

-Sí, es que usted es una artista, señora…

-Clorinda, me llamo Clorinda, es decir Clorinda Sosa, mejor dicho Clorinda Luján Sosa.

-Ah bien, yo soy Foco.

-Sí, entiendo que es fotógrafo, ya me dijo.

-Es mi apellido, soy Ernesto de las Mercedes Foco.

-¿De las Mercedes?, ay, qué risa.

-Bueno, convengamos que usted tampoco se llama Marcela Alejandra.

-¿Usted se está burlando de mí?

-En realidad la primera que cargó fue usted, discúlpeme, pero lo justo es justo. Y no me llamo Justo.

Las risas vinieron a dúo y a partir de allí empezaron a escribir la misma canción. Una canción de amor que, diez años después,  los llevó a tener un hijo, un único hijo al que llamaron Juan Carlos, para escapar a cualquier cargada, ya que en ese entonces era un nombre de moda.

Juan Carlitos fue un niño introvertido, hasta que comenzó a darse cuenta de que lo único que lo motivaba era la música. Eso le hacía sacar toda la timidez para afuera. Un día, ya con 9 años, Ernesto y Clorinda lo sorprendieron en una siesta armando una batería con todos los elementos de la cocina. El pibito se las ingenió para poner las dos cacerolas más grandes como si fueran ton tones flotantes, la olla gigante para patear con el pie derecho en una suerte de bombo, usó una sartén pequeña para tener un sonido más seco que emulara un redoblante  y -ahí se armó todo el lío- se le ocurrió poner el juego de vasos de cristal para hacer una secuencia percusiva, tipo xilofón.

De la docena de vasos quedaron tres usables, aunque cachados, y Juan Carlitos todavía recuerda que la paliza que recibió ese día por Clorinda fue la más dura de su vida, sumado a los gritos de Ernesto que, rojo como un tomate, no paraba de recordarle que, como castigo, se quedaría sin salir a la calle a jugar con sus amigos y sin permiso para ver los dibujitos. Castigo que, por supuesto, nunca se concretó porque tanto Ernesto como Clorinda querían a Juan Carlitos más que a sus propias vidas.

Esa escena caótica de su niñez fue clave en la vida de Juan. Porque entendió en ese momento que las búsquedas placenteras personales no siempre se condicen con lo que otros esperan de uno. Juan no quería ser baterista, sólo necesitaba armar un poco de ruido para armar una música que sólo para él fuese una melodía celestial.

Lo particular de ese suceso casero fue que cada vez que lo contaba causaba estupor en los receptores. Y se fue dando cuenta que cuántos más detalles agregaba -incluso algunos que no eran propios de la historia y hasta bastante fantaseados incluso- la gente lo escuchaba con más atención.

Y hasta había un boca en boca que se generaba a partir de ese relato. El ir y venir de la historia generalmente deformaba los detalles originales de aquella paliza post show de cacerolas, pero Juan, siendo ya veinteañero, comprobó que eso no importaba tanto porque, al fin de cuentas, la esencia siempre quedaba.

Fue así que Juan (que se identificó entre los suyos sólo por su primer nombre) tomó como un hábito esto de hacer registro de lo que veía y después contarlo. Era algo que hacía sin fines de lucro, sólo un hobbie vinculado con esa felicidad que sólo se siente cuando uno hace lo que le gusta. Y como algo de música sabía, porque escuchaba todos los discos que podía desde muy chiquito, él contaba lo que veía, pero siempre  vinculado con recitales, shows o lo más parecido que sea a un espectáculo artístico.

Como siempre los hijos se construyen con algo heredado y algo propio, cada vez que andaba por ahí, como un viajero eterno que no hace puerto en ningún lugar, miraba, hacía una fotografía interna y después la relataba. Papá fotografiaba, él miraba; mamá cantaba, él contaba. Era su modo de expresar lo que veía en palabras al viento, palabras que no tengan ningún tipo de restricciones, ni límites, ni correcciones. Palabras que respondan a su propio pulso, malo o bueno, no importaba eso, pero con una condición infranqueable: cada cosa que contaba debía ser fiel a su sentimiento. Porque se juega como se vive. Y esto, como aquel juego de copas rotas, era un disfrute. Y ya no habría ninguna paliza que pueda evitar que Foco haga su propio foco en la banda de sonido de su vida.

17 comentarios para “Capítulo 1: Hacer Foco

  1. Jorge dice:

    Que buen principio.!! Ya estoy esperando el segundo capítulo de esta primera temporada. Parece que Foco ha entrado en mi rutina.

  2. Franz dice:

    Impecable! Fotografía del pulso de cualquiera de nosotros… Grande Pedro!

  3. julia dice:

    muy intetesante ! me gusto !

  4. Lucas dice:

    Lindo, muy lindo! Comparto!

  5. Carlos Elías Samir SABA dice:

    Muy buen relato…
    Ya a la espera del Capítulo 2

  6. Pato dice:

    Bella pluma, sencilla e infinitamente cautivadora. QUIERO MAS!!!! uN ABRAZO ENTRAÑABLE!!!

  7. Ana dice:

    Ha despertado mí apetito…coincido con varios comentarios. ¿Cuando otra porción?

  8. Leontina dice:

    Muy bueno,espero el segundo,

  9. Carlo dice:

    Muy bueno ¿continúa?

  10. graciela rojas dice:

    Me encanto. me trajo remembranzas de los viejos radioteatros. Porque los lei en voz alta. para mi. mañana sigue… y eso también es hermoso.

  11. Carlos dice:

    Excelente, Juan era muy creativo. Veremos cómo sigue.

  12. Silvia dice:

    Me encantó. Espero el 2do. capítulo

  13. Mario dice:

    Muy bueno Pedrito!!!

  14. Pedro Squillaci dice:

    Gracias por los comentarios, muy pronto llega la segunda publicación, abrazo a todos.

  15. Maxi Sabao dice:

    Excelente!!!!Simple de leer, fluido y no pierde nunca el interes del lector. Me encanta

  16. Agostina dice:

    El arte como guía…Hermoso relato!Ya estoy buscando el próximo

  17. Panterita dice:

    Muy bueno, amigo, me ha sorprendido. Y se lo diré más tarde personalmente.

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