La cantautora entrerriana acaba de editar Mi propia casa, su segundo disco solista. Con un estilo personal sólido, sonoridades mixturadas -entre el carnaval de Gualeguaychú y el vocoder- y en formato banda, su apuesta invita a propiciar “la magia de las conexiones”. Se presenta hoy a las 21 en La Trastienda.
En junio pasado, Noelia Recalde hizo su primer teatro como solista. Ante 400 personas que se dieron cita en el Xirgu Untref, la artista entrerriana convalidó sus credenciales de cancionista, compositora e intérprete. Y fue la demostración de que la canción popular todavía ocupa un lugar importante en el circuito porteño. En esa oportunidad, la cantautora recorrió canciones de su primer disco, Palabra (2018), y tocó por primera vez en público algunas de su reciente disco, Mi propia casa (2022), arregladas para la ocasión con cuerdas y piano. Con una puesta escénica sutil y minimalista, Recalde construyó un concierto en diálogo con la contemplación y el silencio.
De alguna manera, esa noche en el teatro de San Telmo fue el cierre de la etapa intimista y despojada de Palabra –centrado en la guitarra y la voz- y el comienzo de una nueva aventura, más lúdica, colectiva y eufórica: la de Mi propia casa. El disco nuevo se gestó en su casa en pleno confinamiento social de 2020-2021 y contó con la co-producción y arreglos de Ariel Polenta. “Fruto del tiempo pandémico, gestado como súplica de alegría en el medio de la desolación y la incertidumbre. Fue un proceso lento, lleno de dudas y certezas”, lo define ella. Con el juego, la celebración y la libertad como eje, lo presentará junto a su banda hoy sábado 29 de octubre a las 21 en La Trastienda (Balcarce 460, Capital Federal).
El disco nuevo, al igual que Palabra, se publicó sin previo aviso en las plataformas digitales el 17 de abril, día del cumpleaños de su abuela. A contramano de los mandatos y las reglas que indica la industria -sin adelantos, sin avisos, sin featurings resonantes-, Noelia logró en estos años conectar con un público real, atento y activo que asiste a sus conciertos como si fueran rituales. Durante su etapa en Valbé –un trío de rock junto a Damián Helmer y Cristhian Faiad- recorrió el circuito independiente de Buenos Aires entre 2005 y 2017, y coordinó durante cuatro años uno de los ciclos más representativos de la canción, Martes Rueda. Y luego expandió su música por todo el país –además de su ciudad natal, Gualeguaychú- y el mundo. A comienzos de 2020, inició una etapa colectiva con el proyecto musical Triángula, que comparte con Micaela Vita, Nadia Larcher, Juan Saraco, Lucas Bianco y Jonatan Szer.“Siempre fui bastante andariega, en todas las épocas”, dice Recalde, quien acaba de regresar de una larga gira europea. “El hecho de quedarme en mi casa era algo que no me sucedía mucho porque siempre estaba en movimiento, entonces no se propiciaba el tiempo para experimentar la grabación. Yo soy medio de vieja escuela, me cuesta un montón la tecnología y en pandemia me propuse poner voluntad para aprender a grabarme”, precisa sobre la gestación del nuevo disco. “Creo que aprendí dos cosas: cómo se abre una pista y cómo se pone el micrófono. Tengo una consola de dos canales y empecé con eso, con un programita. Un amigo me ayudó a entender las herramientas. Y en el medio de eso hablaba de la vida y de la música por teléfono con Ariel Polenta, que es con quien finalmente terminé haciendo el disco”.
La dinámica de trabajo fue simple, espontánea y directa. Y a distancia, claro. “Le empecé a pasar canciones pero no sabía que iba a hacer un disco, en verdad. Estaba experimentando. Y él también quería experimentar en ese momento y nos empezamos a cruzar. Hicimos unos cuatro o cinco temas sin saber que íbamos a terminar en una obra. Entonces, se mantuvo muy fresco el proceso”, sostiene Recalde. “Duró bastante tiempo el proceso y me encantó. Porque lo hice completamente sola en mi casa, sin decir demasiado a nadie; quería cuidar un poco esa energía creativa y ver qué pasaba. Y también tuve ganas de mandar las maquetas y las cosas que fuimos haciendo así, en ese estadio, directamente a mi amigo Hugo Silva de Brasil para que él mezcle y masterice. Todas son tomas frescas, hay una sola toma de voz en todas las canciones, salvo alguna excepción. Ahí nos fuimos dando cuenta que podíamos llegar con lo que teníamos a un disco y a algo decente para nosotros”.
El resultado es un disco de ocho canciones con más instrumentación, más colores y un pulso rítmico más movedizo y potente, por momentos tropical, como la canción Mi propia casa. A diferencia de Palabra, que estaba atravesado por un sonido acústico y despojado, aquí aparecen otros elementos, texturas y sonidos, como samples, sintes, programaciones, guitarras eléctricas y percusiones. En Manto, por ejemplo, la voz de Recalde suena modificada con un efecto de vocoder. Después de la lúdica Canto en cuarentena, sigue en el disco Suponte, una canción con los vientos al frente y una buena dosis de swing que acaba de estrenar un video. La más intimista, tal vez, es Sola en soledad, que funciona como nexo con su primer disco solista.
“A mí siempre me gustó mucho el ritmo y hace tiempo quería armarme una banda que tuviera esa posibilidad rítmica, que no sea desde la batería. Lo siento más cercano a lo que he escuchado en mi vida y a los sonidos que prefiero”, explica. “De ser por mí hubiera armado una nave rítmica de por lo menos cinco personas. Me gusta mucho eso, pero las posibilidades también de moverse y girar después se complican”, repara. “Pero, sí, es un maridaje de música que quiere ir hacia un lugar más tropical, más afro, más bailable”. En vivo, la acompañan Dolores Arce y Nicolás Echeverría en percusión, Ariel Polenta en teclas y programaciones, Nicolás González en guitarra eléctrica, Martina Pérez Cabrera en coros y sintes, y Rocío Galarza en coros. “Estoy muy contenta con la banda. Fui eligiendo las personas por distintos motivos y esperé un poco a que empiecen a convivir porque entre sí no se conocían mucho”, resalta.
– ¿Te diste cuenta que tenías cosas para decir cuando te encontraste sola en tu casa o ya venías trabajando algunas de estas canciones antes del confinamiento?
– De todo un poco. Porque venía reflexionando un poco sobre eso. Creo que cuando una tiene demasiado movimiento, intercambio y contacto social hay algo del procesador emocional que no funciona, que no llega a tiempo. Entonces, ese momento detenido del mundo me parece que hizo que haya podido procesar un poquito más y tener algunas cosas para compartir creativamente en la música. No es que de repente tenga algo para decir. Nunca pienso que tenga algo para decir, ni antes ni ahora ni nunca.
– ¿Pero una canción no es una oportunidad para decir algo?
– Sí, por supuesto, pero no lo pienso en los términos de «esto lo tengo que decir o lo quiero decir». Es demasiada responsabilidad pensarlo de esa manera. Pienso más bien en jugar o, en tal caso, en drenar cosas personales, miradas del mundo y de la casa. Todo lo que fui atravesando está ahí, pero no quiero pensarlo de esa manera: si tengo o no algo que decir. Me asusta un poco ese concepto.
– De todos modos, tus canciones encontraron un interlocutor. ¿Es importante la identificación y la devolución de los otros?
– Eso es alucinante. Igual eso está en el medio de la incertidumbre total, porque todas las personas vivimos nuestra vida individual y egocéntricamente muchas veces. «Eso me pasa en mi vida y yo siento así». Y de repente, cuando puedo tener el reflejo de que otra persona se siente representada por esa idea o hay algo de eso que está en resonancia es hermoso, porque aparece el sentido de comunidad. Al final no estamos solas. Y cuando pasa eso con las canciones es precioso.
– Y además hay cosas que nos suceden a todos: el miedo, el desamor, la soledad…
– Ahí está la magia de las conexiones, que por ahí es algo que me pasó un tiempo atrás y a vos te está pasando ahora. La canción siempre tiene un momento presente cuando la escuchás. O quizás la escuchás más adelante, cuando saliste de ese periodo, y entonces podés revisarlo. Eso es algo maravilloso de la música y el arte en general.
– ¿Y qué encontrás en tu música de tu lugar, de Gualeguaychú?
– Está toda la influencia del carnaval, de las batucadas, del ritmo que hay en los veranos allá. Y del corso popular también. Todo está construido desde una base rítmica y no al revés. Hace mucho que quería usar esta influencia, porque además de que me divierte me gustaría mucho también tocar en alguna formación percusiva sin pensar en la melodía y en la canción. Toda esa cosa rítmica colectiva me parece alucinante. Y la tengo muy escuchada de chica, está en mi mente esa data. «Para consentirme», de hecho, está construida sobre un ritmo de Gualeguaychú que tocan en el corso popular Matecito. Y también está en mi mente toda la cuestión de colores y de espectáculo que hay alrededor del carnaval. Me interesa que aparezca la fantasía y lo elegante del arte. Y también pienso que es un momento del mundo en el que hay que estimular un poco la creatividad, la alegría y la libertad. Al menos en determinados momentos, porque está todo muy roto. Entonces, en este tiempo yo prefiero jugar e invitar a la gente a la libertad, al juego, al delirio y la elegancia.
– ¿Y cómo se traslada eso de manera más concreta?
– Para el show de La Trastienda hay una invitación a que vengan al concierto con un look especial que responda a una consigna: “Elegancia y delirio”. La idea surgió a partir de una pregunta: “¿Cuántos momentos de libertad te das para crear tu personalidad?”. La propuesta es salir a un concierto con un espíritu más divertido. Permitirse un poco más y ver qué pasa con eso. Porque parece que hay muchas cosas en la sociedad ancladas en la crítica, en la solemnidad y en lo que «está bien». Lo común es ir a ver jerárquicamente un concierto y no ir a formar parte del concierto. Por eso hago esta prueba desde un lugar casi antropológico. La banda y yo estamos trabajando eso: desde los cuerpos, desde el guión, desde las posibilidades de la música y las atmósferas.
– Tu voz tiene un color muy particular que tiene que ver también con tu lugar, con la presencia del río y la tierra, ¿Cómo trabajás la voz en la composición y en vivo?
– Trato de cuidar mucho a la voz. Darle descanso y no ajetrear el cuerpo, por ejemplo. Eso tiene mucho que ver con el caudal de la voz y el aire. Y después, melódicamente, algo que me entretenga también tiene mucho que ver con el trabajo de la voz. Yo entiendo la voz como un dibujo, como líneas que se pueden mover y ocupar el espacio de distintas maneras. Y no es que lo preparo conscientemente, sino que estar en contacto con la voz es como un modo de vivir ya. Yo escucho también las voces y eso me traslada, y sé cómo puedo hacer que mi voz repose o tiemble o que alcance alturas. Y eso es parte de un autoconocimiento que hice. La voz es un instrumento y hay que explorarlo para conocerlo.
– Te manejás en general de una manera alternativa a lo que indica la industria hoy: no corrés detrás de “lo que hay que hacer” y publicás los discos enteros sin previo aviso, ¿Eso es una forma de discutir con las reglas de la industria musical o se da más espontáneamente?
– Pienso varias cosas. Por un lado, no me da el tiempo. No tengo tiempo para planificar ni ordenar tanto porque soy medio caótica. Siempre estoy en mil jugadas y planificar me cuesta un montón. Y por otro lado, siempre estoy atenta a cómo se van haciendo las cosas y desde que empecé de alguna manera siempre estuve discutiendo con la industria. Y además porque no pertenezco a una industria, entonces no tengo por qué responder a esas reglas. Me aburren, me parece que además casi siempre son contrarias a lo que el arte me da en mi vida. Y entonces, ¿por qué voy a ofrecerlo desde un lugar que no me resuena? Los discos que saqué así tienen un significado que me completan, que me satisfacen. Palabra y Mi propia casa salieron el mismo día que el cumpleaños de mi abuela (el 17 de abril), que es como mi madre más antigua. Ella no sabe que yo canto. Y para mí es un homenaje también al linaje de mi familia. Ser la única persona que se dedica a la música y sacarlo así tiene más significado para mí que responder a la lógica de la industria.
– Claro, es una decisión.
– Me divierte y me estimula mucho más hacerlo a mi manera y listo. No sé si alguna vez voy a cambiar esa metodología, porque me gusta un montón. Me parece que el arte, por lo menos conmigo, tiene que convivir con cierta frescura todavía porque si estoy siguiendo mucho la zanahoria me pierdo un poco. Alguna vez lo intenté, de alguna manera lo intento. Seguramente inconscientemente. Porque también, para que todo siga funcionando, lo tenés que trasladar, porque ahora el mundo es así. Y no podés hacer la retirada. Pero dentro de las herramientas que tengo al alcance trato de buscar la manera más divertida y real posible. Y siempre me doy cuenta que voy más lento, porque tampoco me da el tiempo. Pero se ve que hay mucha gente que también va a mi ritmo, así que vamos en esa. Además, no tenés control de las cosas. Te tenés que soltar y dar lo que hay. Yo lo vivo de esa manera.
– ¿Y qué aprendizaje te brinda la experiencia colectiva con Triángula?
– Con Triángula nos pusimos a jugar con cosas que no sabíamos hacer. De repente apareció la parte más performática y nos tuvimos que preparar para eso y aprender cómo se lleva adelante un guion. Y al mismo tiempo cantar, tocar y hacer que la música que nos propusimos viva y se conecte con la gente. Es un proyecto muy hermoso que nos enseñó un montón. Desde Triángula nos llevamos cosas a nuestros proyectos personales, gracias a haber pasado por esa experiencia. Aprender un poquito más y no estar solamente en al ambiente que conocemos, que es la música. Además nos conectamos con un público femenino muy amplio que nos agradece mucho la influencia de cómo hacer las cosas escénicamente. Hemos sido muy celebradas y estamos muy agradecidas por eso. Vamos a despedir el año el 3 de diciembre en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131).