La penúltima noche, realizada en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, mostró un auditorio colmado. Diego Clark fue didáctico con sus particulares instrumentos, se tributó a la obra de Remo Pignoni, se reinvindicó al pueblo chaná y se produjo un mágico encuentro entre los artistas y el público.
La impactante presentación de Diego Clark significó un aprendizaje extra para los asistentes. En tono didáctico, mencionó su relación y sus diálogos con los ferreteros. “Recomiendo ir a la ferretería y pedir elementos para hacer música”, aconsejó. “Detrás de cada objeto hay un encuentro con un ser humano que siempre me miró raro por lo que le pedía”, explicó entre las risas del público.
Para su set utilizó instrumentos informales construidos con un casco con rulemanes, llantas, arandelas, varillas, una pava y una válvula de radio, entre otros elementos. Todo aplicado a melodías de canciones populares como Fuego en Animaná, Viva Jujuy, El quebradeño, Luna tucumana y El arriero va, entre otras. También utilizó algunas pistas para apoyar la labor. En el cierre, compartió un poema dedicado a los niños, destacó la la labor del encuentro y pidió un aplauso para quienes lo generan.
El tributo a la obra de Remo Pignoni, en formato de cámara, permitió volver a reconocer la calidad creativa del gran músico rafaelino. La idea del también rafaelino Lucas Querini fue plasmada con las impecables ejecuciones de los integrantes del quinteto de cuerdas conformado por Pablo Farhat (violín y dirección musical), Simón Lagier (violín), Cristián Cortés (viola), Leo Sturam (violonchelo) y Cecilia Zabala (contrabajo).
El homenaje incluyó un texto de Hilda Herrera definiéndolo y se destacó el trabajo de Pignoni con grandes poetas. Farhat fue presentando los temas y en pantalla se compartieron fragmentos del documental El habitante del silencio, donde se escuchan testimonios de Carlos Aguirre y Leo Genovese, entre otros, hablando sobre la importancia y las características de la obra de Pignoni, y también palabras de Dorita, la esposa de Remo.
En séptima (chacarera), Vino nuevo (cueca) y Como queriendo (zamba), fueron las primeras obras compartidas. Luego Farhat y Simón, en formato de dúo, reunieron dos gatos con arreglos de Querini: Pa la Lilucha y Pa la Dorita. Luego del malambo Tientos cruzados y de la chacarera doble Lágrimas de nubes, Lucas Querini subió al escenario a presentar a los integrantes del quinteto.
El arreglador y gestor del proyecto se sumó en el piano para la despedida. Cielito de Añatuya, chacarera con letra de Armando Tejada Gómez, fue la única cantada del repertorio, con la voz de Pablo Farhat.
El Dúo Eliseo, compuesto por los hermanos Gabriel y Alejandro Cepeda, compartió algunos clásicos de su historia y sumó cuatro canciones de Oyé Ndén Chaná, la cantata dedicada a ese pueblo originario. El grupo se completó con Daniel Aquino (percusión), Hernán Flores (bajo) y José Luis Balbuena (voz y aerófonos). La presentación de Viviana Altuzarra fue en lengua chaná y el saludo de Gabriel Cepeda también.
De su extensa trayectoria creativa e interpretativa, el Dúo Eliseo rescató Cuecantar y Zamba para resucitar, la obra del poeta cañadense Hugo Paciaroni. En forma didáctica también, Gabriel fue presentando luego los temas de la cantata: Amit tato-é (mi niño), Tacú (sauce), Tarú (más alto) y Unkí ña ichí (pescador).
La obra, estrenada en Puerto Gaboto, escenario del primer desembarco europeo, destaca la condición de guerrero y la cultura del pueblo chaná y, para su concreción, el dúo contó con la asistencia de Blas Jaime, el último hablante chaná. En el final , Gabriel Cepeda compartió un relato mencionando una regla de «convivencia chaná»: al que inicia un fuego, se lo invita a que lo apague con los pies…
La presentadora matizó la pausa con la lectura de Matriz del agua, texto de Martín Neri, para introducir el audiovisual referido al cuidado del humedal producido por Luis Alfonso y la Orquesta de Cámara Municipal.
La continuidad anunciaba al dúo Nadia Larcher-Andrés Beeuwsaert. El pianista no llegaba y Larcher ya estaba casi lista para sortear el momento acompañada por su guitarra con la colaboración de Victoria Virgolini en la percusión, pero se escuchó en la sala «acá estoy» y Beeuwsaert, que entró corriendo, llegó a tiempo para lo previsto.
En el arranque, el dúo celebró la ética y la estética de Spinetta y luego ofrecieron canciones de mujeres contemporáneas que Larcher considera faros: La diablera (Hilda Herrera) y Aguafuerte (Teresa Parodi). Para estas canciones agregaron las pistas registradas por la orquesta con la cual se interpretaron originalmente en el CCK de Buenos Aires.
Nadia pidió por más mujeres en los escenarios y luego cantó Silencio y Ser un adiós, dos temas propios compuestos durante la pandemia. A su desempeño vocal le agregó su habitual gestualidad.
La canción que iban a hacer con Victoria si no llegaba Andrés, finalmente fue incluida. Larcher contó la experiencia de una amiga que se fue de la ciudad para vivir en el monte, donde ella también vivió y de allí surgió el tema, extrañando “el bicherío”. Le pidió al público que acompañe con sonidos de bichos y la cerró con las consignas “no somos nada sin el monte” y “¡ley de humedales ya!”.
“¡Qué bueno que llegaste compañero!”, le dijo la cantante a Beeuwsaert, antes de encarar el final. Fue cerrando con Flores horizontales y Paz y propuso un juego al público enseñando previamente un estribillo. Ejecutando ambos el piano a cuatro manos, por la víspera del día del niño y de la niña, la noche culminó con una conmovedora escena de canto colectivo propuesta por la catamarqueña y aceptada por la gente.
No sé si había más periodistas, hasta ahora, el único que veo que publica, sos vos. Muchas gracias y a seguir, a no bajar los brazos.