En junio, la cantora y compositora catamarqueña viajó a Washington con Manu Sija y Pablo González para presentar, en el marco del Smithsonian Folklife Festival, el concierto Tinya Raíz: la reivindicación del tambor andino y de su herencia musical diaguita-calchaquí. Larcher explica el proyecto en exclusiva: “Abrazo mucho más fuerte la parte indígena y mestiza de mi identidad”.
Es 28 de junio: la catamarqueña Nadia Larcher golpea el tambor andino y canta unas coplas a tierra -elevando su voz al cielo- y luego le dice al auditorio del Kennedy Center, en Washington: “Les presento a la tinya, el tambor andino, el instrumento que une a los pueblos de la Cordillera de Los Andes desde América del Norte hasta el último rincón de América del Sur”.
Es el concierto inaugural del proyecto Tinya Raíz. Nadia Larcher gira su mano en el aire sobre el tambor (o caja andina) y describe: “En la tinya hay tres corazones. El corazón del animal, que dio su vida para que suene este instrumento -le da un beso al parche y prosigue-. El corazón del árbol, y el corazón de ustedes y el mío para cantar estas coplas”.
Larcher hará más bagualas y vidalas y también abordará un pin pin, caporales, huaynos, chacareras, zambas y tinkus, acompañada por Manu Sija (bombo, charango, bandoneón y violín) y Pablo González (percusión) durante una hora en el Kennedy Center, en el marco del Smithsonian Folklife Festival, organizado por el National Museum of the American Indian. ¿Cómo dimensionar lo que vivió el público, el 28 de junio, al verlos desplegar este vasto mapa sonoro de tradición y vanguardia?
Larcher, Sija y Ramírez llegaron a Washington para presentar el espectáculo Tinya Raíz, que ella ideó para atesorar el tambor andino y celebrar el pulso de la memoria ancestral que resuena en el cuero -la tinya- y en la voz de las montañas antiguas. Así, Larcher explora sus raíces andinas para honrar su linaje diaguita-calchaquí como ventana al Noroeste argentino y al resto de Latinoamérica.
¿Cómo lo vivió Larcher? “Esta experiencia en Washingon fue buenísima -celebra-. Fue un experimento llevar allá el proyecto, porque no se estrenó todavía en Buenos Aires. Yo quiero que crezca y se consolide. Además, fue un gran desafío relacionarnos con un público que no conoce esta música”. En Washington “tocamos todos los días en diferentes escenarios -al aire libre y en teatros- del Smithsonian Folklife Festival. Uno de estos conciertos fue en el Millenium Stage del Kennedy Center, un espacio enorme. Hubo conexión con las personas y eso me llenó de satisfacción”.
–¿Cómo surgió la posibilidad de presentar Tinya Raíz en el Smithsonian Folklife Festival de Washington?
–Fue una invitación directa del Festival, por una concatenación de hechos. En enero se presentó en Café Berlín, en Buenos Aires, el libro Historias musicales del Barrio Cósmico, del gran periodista mexicano Betto Arcos. Estuvimos con Manu Sija, Chango Spasiuk, Victoria Birchner, Marcelo Dellamea, Franco Luciani y Lidia Borda. Quedó una amistad con Betto Arcos y a él se le ocurrió que mi propuesta podía ser interesante para el Smithsonian Folklife Festival, que este año se propuso trabajar la identidad de las voces indígenas americanas. Entonces mandé algunos videos de Tinya Raíz, el concepto que vengo trabajando desde 2023.
Un año atrás, Nadia Larcher había participado de una ronda de cantos de mujeres indígenas en el ciclo Nosotras movemos el mundo, en el CCK, y algo la movilizó. “Desde ese momento abrazo mucho más fuerte la parte indígena y mestiza de mi identidad -dice Larcher-. Mi apellido es europeo, pero toda mi genealogía es diaguita-calchaquí. Es mi crianza, el origen de mi madre y de mis abuelas. Así empezó este proceso mucho más consciente y arranqué con Tinya Raíz”.
Larcher ya tiene una idea para un nuevo disco triple, ligado a su origen. El proyecto de registro del tambor andino, Tinya Raíz, será el primero. El segundo se titulará Huachaschi, en alusión a su barrio de crianza en Andalgalá, Catamarca, con obras de raíz folklórica sólo con guitarra. Y el tercero será Trinar, con sus propias canciones y arreglos del pianista Andrés Pilar: hace años que Larcher, a la par de su labor vocal -referencial en la música argentina- afianza sus composiciones.
–¿Cuál es la visión total del disco triple?
–Yo lo llamo “el árbol de la vida”, un concepto que terminé de entender ahora que estuve en Perú. Está en nuestras cosmovisiones andinas y viene del mundo inca. Yo estoy integrada a un árbol que tiene raíz, tronco, flores y frutos. Ya lo había intuido a partir del anhelo de homenajear a mi abuela materna, María. Y empecé por las raíces, que para mí suenan a tambor andino, a caja: a tinya. Quiero cantar desde esas sonoridades que tengo en la memoria, por una manera, también, de relacionarme con la montaña.
En proyectos previos, como el octeto Don Olimpio o en Proyecto Pato, Larcher ya mostraba su vinculación profunda con la tinya, con la caja, aunque no en forma total: “Esa sonoridad me habita y me constituye. Es la crudeza de donde vengo, que es la piedra, el cuero, el pulso, el grito, el aullido, el kenko, los animales. Son los sonidos campestres y telúricos que me habitan desde la infancia. Le quiero dar lugar a eso en mi obra”.
Tinya Raíz se complementa con el trabajo de la luthier Eugenia Martín, con quien Larcher estudia la sonoridad de las cajas de distintas regiones. “Me llevé a Washington sus instrumentos y también trabajamos con la cosmovisión que trae la tinya. Nuestra intención es que tenga un abordaje didáctico para contar, en talleres, acerca de la tradición de las tañedoras de tinya que tenemos en Latinoamérica. Yo llevé a Washington la certeza de que el tambor está en todas las comunidades indígenas. Eso es muy vital y atávico”.
En la otra dimensión del proyecto, la representación artística, se sumaron Manu Sija y Pablo González para ver “cómo esos sonidos se traen al escenario. Me imagino que la gente venga a los conciertos con sus tinyas, con sus cajas, y que se pueda armar algo colectivo, lo cual es vital para estos cantos y memorias”, proyecta Larcher. “Pablo González es de La Rioja y Manu Sija es de Tucumán. Para mí era importante que me acompañaran dos músicos del Norte argentino. Así como yo busco en mi memoria, también quiero buscar en la memoria de ellos. Fue hermoso el encuentro en Washington y ahora hay que seguir trabajando en curar y mejorar lo que presentamos allá: que decante y que traiga revelaciones”.
Herencia, tambor y futuro
El concierto Tinya Raíz abraza memorias sonoras de la tierra, la naturaleza, los pájaros, y la poesía se hace cuerpo, espíritu y canto labriego. Si bien, en Washington, Larcher, Sija y González abordaron un mapa de ritmos y géneros del Norte argentino, Bolivia y Paraguay, el proyecto Tinya Raíz surgió -como dijo Nadia- para reivindicar su herencia diaguita-calchaquí. “Para mí es importante el trabajo que hice, años atrás, con el viaje que se llamó El país de la vidala, y en el que entrevistaba a copleras y copleros de distintos lados. Eso me vinculó muchísimo con esta forma de cantar con la tinya”.
–¿Qué otras tesituras tiene el proyecto Tinya Raíz?
–A mí me interesa expandir nuestra región cultural más allá de las fronteras. La nación diaguita-calchaquí, que es una cultura enorme, llega hasta el Perú. Es súper importante que podamos entender esto, porque sino tenemos una sensación de discontinuidad. Se cree que lo andino termina en Bolivia y hasta suele parecer extraño que nos identifiquemos con la cosmovisión andina: como si fuera algo sólo de Bolivia o Perú. No reconocemos que todo ello está en las costumbres, los tejidos, la música, y también lo aprendí trabajando con comunidades de migrantes peruanas en Buenos Aires. Ahí me di cuenta de que mis memorias sobre las comidas y las historias tenía mucho más que ver con esa región que con la región céntrica de Argentina o que con Buenos Aires.
Prosigue Larcher: “Me interesa pensarme desde la cosmovisión andina y abrazar ritmos como el tinku o el caporal. Me va a aportar mucho en mi forma de cantar, porque son otras acentuaciones y formas de pensar la música. Yo siempre estuve más desde el lado de lo criollo, pero desde que me puse este objetivo aprendo otras sonoridades y revalorizo las que traigo en mi memoria. Se generan fusiones muy interesantes”. Y revela: “Empieza a aparecer un sabor, una sazón andina, y la necesito en mi canto”.
Es un proceso largo, sabe Larcher: “Adentrarse en toda una cultura es algo profundo y complejo. Con mucho respeto me quiero sumar a la conciencia de donde vengo, y con un poquito más de apertura. Este aprendizaje que me propongo con Tinya Raíz va a ser fundamental para lo que quiero llevar adelante en el futuro”.
Es significativo que Larcher haya convocado al multiinstrumentista tucumano Manu Sija, que conoce al detalle la música tradicional argentina y también tiene una vertiente de vanguardia que expone con soltura en el escenario. Así, Tinya Raíz deviene, a la vez, un proyecto de exploración ancestral y de vanguardia. “A mí me interesa la contemporaneidad -distingue Larcher-. No me interesa congelar la ancestralidad ni romantizar las raíces. Todas las personas que abordamos la raíz desde la contemporaneidad ya venimos alertadas sobre la museificación, la cristalización de conceptos, la racialización y la homogeneización de las propuestas. Hace mucho que lo tengo presente en mi arte”.
Larcher profundiza: “Se tiende a pensar que lo que se produce desde el interior del país es anacrónico: que todo lo que tiene que ver con la raíz le pertenece al pasado. Pero a mí no me interesa el pasado en este aspecto. Yo quiero saber de mi raíz en el hoy, en el ahora, en la contemporaneidad. Lo que nosotros hacemos es construir -desde una memoria- una sonoridad que habla del pasado, del presente y de nuestro futuro”.
Y, sobre todo, en territorios “donde todavía se enfrentan el racismo, la xenofobia y la discriminación que sufren los migrantes: los que venimos del interior. No se trata de que nos vean con una pluma. Tenemos en nuestro ADN la memoria de los pueblos originarios, pero acá estamos, hoy”.
–¿Qué es lo que más te intriga de tu herencia diaguita-calchaquí?
–La pregunta sobre la música sigue estando ahí. Vengo teniendo sesgos, fragmentos, retazos de historias con la música: es una historia muy reciente. Mis papás terminaron de traer la música a la familia, pero yo quisiera saber si mis abuelas cantaban. Lo supe de mi abuela materna, María, a la que le compuse mi canción Trinar -donde hablo de que en un momento tuvo prohibido cantar-. Pero falta la historia de mi abuela paterna y de todas las memorias de esas mujeres en las minas de rodocrosita, a 3200 metros sobre el nivel del mar. La pregunta, el misterio que tal vez nunca devele, es si ellas cantaban en la montaña, en el cerro: si jugaban cantando con el tambor. Pareciera que las memorias del cerro quedaron allí, soterradas.
Por su madre, Nadia Larcher tuvo contacto con el campo en el pueblo de Amanao, a 25 kilómetros del centro de Andalgalá. “Fuimos todos los fines de semana de nuestra infancia y tuvimos contacto con los corrales, las vacas, la vida campesina. Pero la vida en la montaña quedó un poco en la memoria y yo, cuando era chica, esperaba que me contaran esas historias de las montañas. En esos relatos no hubo lugar para la música. Pero yo sé que la música allí también tiene que estar”.
Y cuanto más se afianza como creadora de canciones, Larcher mira hacia atrás para avanzar. Lo explica: “Es un movimiento orgánico para mí. Me parece que todos los que comenzaron a componer, en un momento necesitaron volver a sus orígenes. Lo vi en muchos artistas que admiro: para mí es una inspiración y una obligación. Tengo muchas ganas de cantar todas esas canciones que me enseñó mi mamá en Huachaschi y que aún no grabé. Quiero que todas esas imágenes y recuerdos estén guardados. Ahí está la memoria de mis dos hermanas, de mi infancia y de tantos amigos. Necesito hacerlo”.