A los 28 años hizo un giro radical. A fines de julio, la celebrada bandoneonista y compositora se fue a vivir a Porto Alegre, en Río Grande do Sul. Aquí explica las razones, describe los lazos entre la música gaúcha y el litoral argentino, y dice: “Yo en Argentina no sabía por dónde encarar. No me sentía tan a gusto para mi búsqueda”.
Milagros Caliva cierra los ojos y deja que su bandoneón chamamecero respire nuevos aires gaúchos. El 28 de julio se fue a vivir a Porto Alegre -Río Grande do Sul- en busca de otros impulsos para inspirarse y subsistir. ¿Por qué decidió mudarse a Brasil a los 28 años? “Me fui un poco de golpe -concede-. En 2023 ya me empecé a sentir un poco incómoda en Buenos Aires. Yo me preguntaba si estaba donde quería estar y donde podía desarrollar mis cosas. Así que decidí irme al sur de Brasil, al que ya conocía. Estoy motivada. Todo lo que me está sucediendo tiene que ver con quien soy”.
La bandoneonista, compositora y arregladora nacida en 1996 en Buenos Aires acentúa: “La músicas gaúchas también tienen que ver con mis raíces, porque las conocí por mi abuelo Carlos Loose (quien me enseñó a tocar el bandoneón) y yo misma había viajado antes a tocar a Brasil. Me siento comprendida: en un ámbito familiar. Recién llegué y veremos más adelante. Pero ya de entrada me siento como cuando era chica y estudiaba y tocaba mucho en los bailes de chamamé del Conurbano”.
Para Milagros Caliva fue un cambio radical, aunque necesario: en Brasil explora nuevos escenarios y espacios para crear, estudiar y proyectarse. “Yo en Argentina no sabía por dónde encarar ni por dónde ir. No me sentía tan a gusto para mi búsqueda”. Ya había entrado en un impasse el octeto Don Olimpio y, en mayo, Caliva había editado el disco Costero Criollo, a dúo con la pianista Noelia Sinkunas. Pero necesitaba otros aires para sus propios anhelos, su bandoneón y la composición.
¿Qué otras coordenadas la motivaron a irse a Brasil? “En abril de este año viajé un mes, a Brasil, para visitar amigos y para tocar -cuenta-. Y empezaron a salir cositas: eventos. Luego me fui de gira a Europa con Noelia Sinkunas y ya lo pensaba: ‘¿Y si a la vuelta me voy a vivir a Brasil?’. Ahora veo que fue una decisión correcta. Acá yo hago lo que me gusta. Hay un mercado para la música, hay lugares, hay trabajo, y puedo presentar un repertorio litoraleño, también composiciones mías y la música de acá”.
Desde aquel viaje clave en abril, a Brasil, Caliva está “estudiando y aprendiendo mucho de la gente de acá. Es otro mundo musical y otro tipo de folklore. Si bien tiene aires parecidos al nuestro, el idioma es distinto y también el sotaque (como le dicen acá): el acento, la forma, la identidad. Igual se aprende tocando, ¿no? Pero hay algo de lo nuestro que es igual: la pasión”.
–¿Cómo te conectás con la música gaúcha, tan cerca del litoral argentino?
–A mí me gusta la tradición: las costumbres. Obvio que hay cosas con las que no estoy de acuerdo, siendo una mujer bandoneonista y también por mi sexualidad. En ese sentido estar acá no es fácil, pero quizás pueda contribuir a esa deconstrucción. En esto Argentina está mucho más avanzada, entre comillas: el ambiente gaúcho es un poco más conservador. Pero yo no voy a cambiar mi forma de ser. Busco extraer un aire nuevo de este espacio habitado por tanta riqueza musical y por todo con lo que uno no está de acuerdo. Igual, tampoco me quedaría de brazos cruzados. Son lindos desafíos. Me divierte lo nuevo, lo vertiginoso.
En las primeras semanas en Porto Alegre, Milagros Caliva paró en la casa de Andressa Camargo, la viuda del referencial acordeonista y compositor Luiz Carlos Borges. Luego alquiló un departamento con el cantautor holandés Nino Zannoni, con el que ya había compartido un concierto de chamamé sinfónico, en 2020, en Europa. “Nos mudamos al barrio Menino Deus. Tengo cerca el Río Guaíba. Es muy lindo. Todavía es raro despertarme, salir y oír a la gente hablando en portugués. Lo interesante es vivir el día a día. Sufro el desarraigo, pero siento una fortaleza interna que me inspira para hacer y estar. Es parte de un crecimiento que traerá sus frutos a largo plazo”.
Milagros de Río Grande do Sul
La virtuosa bandoneonista -que toca en forma profesional desde los diez años- ya proyecta en qué escenarios brasileños desea insertarse. “Yo no quiero abocarme sólo al ambiente gaúcho -divisa Milagros Caliva-. Quiero tocar en festivales de música internacional y presentar mis composiciones. También hay concursos y está el tango, que acá es internacional. Se trata de ir entrando de a poco en esos mercados. Acá la música es más valorada: los músicos son mejores pagados. Lo que trabajé en Brasil en las primeras semanas no lo gano en Argentina. Además, acá te pagan en un lapso de quince días, no mucho más”.
En julio se presentó en el Festival del Acordéon de Florianópolis. El sábado 3 de agosto estuvo en el Festival de Música Nativista Coxilha, el más antiguo de Río Grande do Sul. “Toqué en trío con el bajista Rodrigo Maia y con el guitarrista Yuri Menezes. Ambos fueron músicos de Luiz Carlos Borges. También estuvo Nino Zannoni como invitado. El repertorio fue litoraleño: un vals, un chamamé. Además canté y toqué unas vaneras, que es un ritmo típico gaúcho. Me encantan las vaneras (con sus variantes vanerão y vanerinha). Tienen un aire parecido al rasguido doble, pero otra forma de acompañar en el bandoneón y en la guitarra. Todo resulta muy familiar para mí”.
Caliva ya tiene otros conciertos y escenarios por delante. “Acá en septiembre está el Mes de la Farroupilha, el mes gaúcho, y todos los días hay festivales en todo Río Grande do Sul. También tengo programado algo más al norte, cerca del estado de Paraná. Y en noviembre tocaré en San Pablo en la ópera María de Buenos Aires, de Astor Piazzolla, con la Orquesta Municipal, en el Teatro Municipal. Creo que serán diez funciones, pero estaremos trabajando todo el mes. Y en diciembre tengo el festival ‘Chamameceros’, que antiguamente organizaban Yamandú Costa y Luiz Carlos Borges en el sur de Brasil. Además voy a grabar un disco con músicos de acá. Estoy muy entusiasmada”.
–¿Tenés pensado visitar Argentina este año?
–Probablemente vaya en octubre, porque con el octeto Don Olimpio grabamos el concierto del 1º de diciembre de 2023 en el Teatro Margarita Xirgu, de San Telmo. Entonces va a salir un disco nuevo y los compañeros están buscando dónde presentarlo. En Argentina está muy difícil todo y no se puede proyectar a largo plazo. Hay mucha, mucha demanda, pero poco trabajo, lamentablemente. Por eso hay mucha autogestión en nuestro país: si no hacés, no trabajás. Todo es cuesta arriba en el contexto económico actual.
–En tus visitas previas al sur de Brasil, ¿qué observaste del contexto musical?
–Porto Alegre es toda una mezcla, ya que es la capital del estado gaúcho. Hablando a grandes rasgos, como dije antes acá hay una revalorización de la música y del arte: hay mucho trabajo. Lo que pasa es que para que eso acontezca hay que estar. Acá no necesitás organizar un festival: te contratan los festivales y eso ya es un montón. El cachet va variando según el tipo de festival. Para mí es impagable poder tocar lo que me gusta y ser valorada. Pero no es que esté en Hong Kong. Estoy tocando muy cerca de Argentina una música que me gusta, que es de nuestra región y también del sur de Brasil.
Tiempo de sembrar
En los últimos tiempos, Milagros Caliva sentía “que tenía el chamamé bastante abandonado”. Lo explica: “Me dediqué mucho a tocar otros ritmos: folklores más norteños”. En 2023 editó el celebrado disco Material Urgente, con Luciana Jury, “mientras seguía tocando siempre con Don Olimpio”. Y con el cuarteto Flamamé (con Noelia Sinkunas en piano, Belén López en contrabajo y Flor Bobadilla en voz) “tocaba un poco de música del litoral. Me encanta tocar en esos proyectos, pero yo necesitaba dedicarme a mi propia música. Cuando volví de mi viaje de abril a Brasil hablé con todos y me dediqué a reflexionar y a decidir qué hacer. También con Noelia Sinkunas editamos este año el disco Costero Criollo, pero no llegamos a presentarlo del todo”.
–¿Cómo te recibieron los colegas en Río Grande do Sul?
–Muy bien, porque la mayoría son todos gaiteros (acordeonistas). Al bandoneón también le dicen gaita, pero el bandoneón no es un acordeón. Acá el único bandoneonista argentino que tocó música gaúcha, el chamamé brasilero con todas esas influencias, fue Salvador «Chaloy» Jara. Él era de Misiones y fue el único bandoneonista más conocido que abordó estas músicas. Y así como en nuestro chamamé tenemos a Tránsito Cocomarola o a Ernesto Montiel, acá hay figuras emblemáticas como Cenair Maica o Noel Guarany. Los músicos actuales tocan chamamé brasilero y muchas milongas. Todo es medio parecido. Somos una hermandad. Solamente cambia el idioma, pero compartimos el oficio y el amor por todas estas músicas.
–¿También decidiste irte para crecer como compositora?
–Claro. Yo pensaba: “Si quiero hacer esto lo tengo que hacer yo. Nadie lo va a hacer por mí”. Acá hay festivales de composiciones. El Coxilha Nativista, donde toqué el 3 de agosto, es un festival de composición. Nosotros tocamos el día de cierre y hubo muchísima gente. Esa fue una cartelera muy importante porque van muchos productores y músicos. Fue un día clave para mis comienzos acá. Hoy siento que nada puede salir mal. Tengo la misma sensación que tenía cuando vivía en provincia de Buenos Aires y me mudé a Capital, sin nada. Yo de chica tocaba en los bailes de chamamé, pero quería cambiar. Fui construyendo poco a poco.
Y ahora “me pasa lo mismo. A todos nos afectó económicamente la vida en Argentina. Ese también fue uno de los grandes motivos para venirme a Brasil -asume Caliva-. Yo no me sentía habitada, inspirada. Tampoco se toca mucho chamamé en Buenos Aires ni hay tanto público para el género. Faltan eventos. Pero acá en Río Grande do Sul está lleno. Es otro tipo de chamamé, pero además conocen el correntino. Hay una energía muy positiva que me estimula y tengo el apoyo emocional de Nino Zannoni. Siento la certeza de que las cosas se van a ir encaminando”.
–Tenés 28 años. ¿Es la edad justa para hacer cambios drásticos?
–Sí, pero es divertido. Yo no quería quedarme con la sensación frustrante de “¿qué habría pasado si me hubiese ido a vivir a Brasil?”. Simplemente, estoy tratando de hacer lo que me gusta y de vivir de la música en un nuevo contexto. Como es todo nuevo para mí, es un momento de sembrar en Brasil con mi bandoneón. Todavía no es el momento de cosechar. Pero estoy predispuesta a hacerlo.