El artista trans está en la búsqueda de una manera de abordar el folklore y la danza, desde espacios de construcción diferentes a los establecidos por la tradición.
Por Pao De Senzi | paodesenzi@gmail.com
Fotos: Gentileza Maxi Mamani
La danza folklórica ha tenido a través de los años, diferentes maneras de ser abordada. Sin embargo aún permanecen en general, las formas de la tradición: la idea es de una danza varón-mujer. Si bien en los últimos años algunas performances han tenido propuestas más libres, no hay, por cierto, una manera que no vuelva siempre al punto de partida.
Sin embargo, lejos de esta premisa, algunos artistas han llegado con propuestas que transitan caminos diferentes a los que a través de los años ha caminado el folklore. Es el caso del artista trans jujeño Maximiliano Mamani, creador del proyecto El arte que incomoda. Maxi es bailarín y docente de folklore, y antropólogo. Desde esos lugares, realiza performances en contra la discriminación y aborda problemáticas sociales como anticolonialismo, lucha identitaria, disidencia sexual, desigualdad a las comunidades indígenas, cuestiones ecológicas, ambientalistas y de territorio. Desde Tilcara, donde vive, habla sobre su carrera, y fundamentalmente sobre las formas de la danza.
– A mí me pasa que empiezo a pensar, ¿de qué hablamos conceptualmente cuando hablamos de danza, cuál sería el concepto de danza? Tenemos para pensar, en danza, qué es lo bailable y lo que no, qué es la danza folklórica y qué no. Ese limbo es una especie de pregunta, de cómo podemos nosotros encontramos en la danza y el folklore; cuántas veces uno es expulsado, diferenciado y marginalizado en estos espacios porque no cumple con ciertos esquemas.
– La danza folklórica parte de un estereotipo que es la pareja heterosexual…
– Yo diría que el folklore no solo tiene esos estereotipos sino que los sostiene, los reproduce y los pone como prisma, y especialmente en las danzas folklóricas argentinas lo que se está pensando es cómo disciplinar el cuerpo para la construcción de un imaginario nacional y esa construcción, de ese imaginario que ellos te proponen cuando acuñan este tipo de folklore, es netamente de criollo para blanco diría yo. Todo lo otro lo niega y es también heterosexual, todo lo que se tiene que reproducir tiene una lógica, y esa lógica está queriendo hablar de que la argentinidad es heterosexual. Así que no sé si se puede crear una apertura ¿no? Yo siempre me pongo a pensar, ¿a esos espacios se los puede abrir? Si siempre desde su origen y desde su gen han sido espacios de completo sometimiento hacia otras realidades. El folklore ha negado siempre la posibilidad de pensarlo fuera de la lógica de los musicólogos que en ese momento tenían el aval para decir qué es el folklore y qué no. Han sido racistas y han tenido una mirada heterosexual.
– ¿No tenés esperanza entonces de que en el folklore haya cambios?
– No se, yo pienso que no es momento de querer abrirlo, para mi es como un rey desnudo, ya nos damos cuenta que está obsoleto y deconstruido en las lógicas de unas pocas cabezas de poder, de la oligarquía, de la elite y los que tenían la posibilidad de pensar qué era un ser nacional y que en ese ser nacional que estaban construyendo era racista y heterosexual. Entonces, en ese sentido lo que hay que hacer es vivenciar esa realidad y reconstruir desde otros lados.
– ¿Cómo y por cuáles lugares, por ejemplo?
– Yo pensaría un montón más de diversidades porque no hay un solo folklore nacional. Está bueno que lo nacional no sea solamente una individualidad o singularidad, sino pensarlo como múltiples realidades, que es algo mucho más rico que cristalizar una sola forma fija de, por ejemplo, pensar las danzas argentinas. ¿Quién dice que la cueca deba bailarse así cómo se baila, o cómo se estudia? Sabemos que la realidad es que cuando pinta bailar una cueca cada uno baila dónde quiere y cómo puede o cómo le gusta. Rescatar eso, para mí sería enriquecedor.
– Sin embargo en los festivales hay como una forma establecida en la forma de los ballets, salvo algunas excepciones
– Mi primer acercamiento a la danza fue desde una escuelita de folklore con la profe Estela, ella nos abrió las puertas de su casa y nosotros bailábamos allí, íbamos a los festivales, que organizaban entre otras escuelitas, íbamos a Salta, Jujuy, Palpala, Humahuaca y para mi eso era folklore. Por eso digo que el folklore es una ficción que se ha creado en algún momento y está ahora reproduciendo ciertas realidades que en el presente no nos interpelan, es por eso que ni me interesa pensar que desde allí lo puedo transformar. Porque me doy cuenta de que esto es una ficción. Pero entonces, nosotros podemos crear nuestra propia ficción, podemos ficcionar nuestras realidades en pos de crear, en pos de nuestras formas de ver las cosas.
En marzo de 2019, apenas comenzaba la pandemia, Maxi compuso a una cholita paceña llamada Bartolina Xixa. La verdadera Bartolina (Sisa), fue una mujer aymara que murió atada a la cola de un caballo, por oponerse al imperio español en el año 1784; es símbolo de las luchas anticoloniales. La Bartolina que interpretó el artista trans también tenía mucho que decir y la manera de expresarse fue a través de la danza y en formato audiovisual. El documental fue filmado en el basural a cielo abierto de Hornillos, Quebrada de Humahuaca, y Bartolina danza sobre la canción Ramita Seca, La colonialidad permanente, que habla de derechos, de ecología y de identidades. El video, realizado por la productora Caleidoscopio Realizaciones, participó en varios festivales internacionales y en la Bienal de Berlín.
– Para mí fue una experiencia distinta y quería experimentar esto de bailar con pollera. ¡Qué lindo! Empecé a bailar y empecé a crear cosas, fue muy bonito, podía redescubrirme, ampliar el límite de lo que han posibilitado. Ya son más de tres años de cuando lo hice y la verdad es que lo hacía como para nosotros, y después eso empezó a cambiar para mí, porque hay una cosa media de desmitificar la sexualidad, y ahí me mareaba.
– ¿Por qué decís que te mareabas?
– Bailaba y no sabía quién estaba bailado. Eso es fuerte y también habla de un limbo: lo que es folklore y lo que no es; lo que es tradicional y lo que no es: lo que es algo de nosotros y no es. Es un espacio super complejo de pensar y que todo el tiempo se redefine y que no es lo mismo para todas las personas. Yo me encontré que no sabía quién estaba bailando, a mí me gusta pensar que las cosas se mueven y poder transitar otros estadios, otros lugares. Sigue habiendo ahora la misma comunicación que con Bartolina, la industria del arte se mueve en espacios que están engañados en lógicas muy de la construcción del entretenimiento y el consumismo y en ese sentido me sentí como que me tragó el personaje, en un momento en estas lógicas de querer una encontrarse en otros lugares, también eso es muy vendible. Así que volví a mutar. Lo que hago ahora es más feo, abandoné el maquillaje, por ahora. Ahora quiero ir por el lado de hablarle a nosotras y ese nosotras es esta gente con la que compartimos cosas, vivimos, reímos, no se si quiero contar noticias para otros.
– ¿Qué proyectos tenés en este sentido?
– Hace poco realicé una experiencia, que se basó en trabajar en una consigna con gente que no necesariamente conocía sino que nos encontramos acá en Tilcara. La consigna fue hacer una apacheta pero de escombros. Las apachetas son montículos de piedras que están en espacio muy particulares.
– ¿Y eso tenía que ver con la danza?
– No fue una consigna de danza, la consigna era hacer una apacheta con escombros grandes, chicos, hacía frío, era de noche, arrancamos a las cuatro de la mañana, en el río, en Tilcara, había que cargar piedras en la oscuridad, todo era una situación que se creaba y que era ficticia, nos juntaba un montículo de escombros que no existe en la realidad, las apachetas de escombros no existe, la apacheta es de piedra. Esto tenía para cada uno de los que participó un significado distinto, y para el que lo ve también, esto habla también de las posibilidades de cada uno, de vincularnos con nuestros procesos más íntimos. Esta conversación que se da a veces se la tijeretea, se la desama por otras imposiciones de cómo entender y proyectar nuestra realidad, por eso pienso que hay que apostar a no tener miedo de tirarse de ese edificio y probar armando desde nosotros.
– Te fuiste a México en algún momento a hacer un seminario de danza. ¿Cómo fue esa experiencia en otro país?
– Sí, me fui con la beca del Fondo Nacional de las Artes, a una compañía que se llama México de Colores. Es una compañía que se inspira en el folklore mexicano, pero que está vinculado a la temática gay. Ellos hacen una construcción interesante. Lo cierto es que en México hay mucha cultura gay, y me tocó desfilar el día de la marcha del orgullo, donde se veían muchísimas banderas en el Zócalo. A nosotros nos tocó bailar con México de Colores. Bueno yo fui ahí con lo yo venía pensando sobre el folklore y su recorte heterosexual y yo quería bailar desde otros lados. Quería saber cómo yo podía ficcionalizar y hacer un teatro de la imagen entonces descubrí que también se puede hacer folklore de otras formas. Entonces ahí inicié el recorrido con Carlos Antúnez, que es el director del ballet. Descubrí que la configuración de la identidad en México es otra, la construcción va a depender de un proceso histórico nacional. Es decir en México el folklore es un mito de origen, en cambio en Argentina el folklore es un mito desde la revolución para acá. En México se ponen a los aztecas en el inicio del folklore. Ellos tiran ese espacio desde donde está el origen y eso reconfigura todas sus formas de trabajar.