Por Federico «Poni» Rossi / piukemil@gmail.com
Foto de portada: Jota Reyes
La calidad interpretativa y la profundidad de su voz, han convertido a Mariela Condo en una de las nuevas referentes del canto nativo suramericano. La intérprete nacida en Cacha-Puruhá, una pequeña comunidad indígena del sur de Ecuador, ha sabido transportar la música popular de su región por todo el mundo. Recientemente presentó su cuarto disco al que llamó Al viento, vol. 1, donde se reencontró, luego de extensos viajes por México y Europa, con las canciones de su tierra. En diálogo con De Coplas y Viajeros, Mariela nos invita a introducirnos en su maravilloso universo musical.
– Hay una relación muy profunda entre tu manera de cantar y tu repertorio con tus raíces familiares, tus orígenes ¿Cómo explicás esa exploración que hacés con tu música?
– Nunca sé muy bien cómo explicarlo. Pienso que lo que sucede entre la música y el canto, conmigo, es una respuesta al entorno en el que crecí. Lo que hago es responder a todo lo que me ha nutrido musicalmente. Pienso que son las canciones las que te encuentran, las que se atraviesan en tu camino y también te ayudan a caminar, o a comprender, o a desenredar un poco los sentimientos que están ahí y muchas veces es lo que siento que me sucede, más allá de la pretensión de querer rescatar o mantener alguna raíz. Es que esa respuesta hacia lo que te conmueve, hacia lo que te llama y hacia la música con la que has crecido, esa que está guardada en la memoria de la infancia, siempre va a ser como el punto de partida. Eso explicaría un poco esa relación. A través de éstas canciones que se van quedando ocurre esto de también ir explorando. Creo que cada género, canción, música que llega hacia ti, y se va quedando, es una manera también de ir como jugando y explorando, y esos juegos, esos encuentros, esas canciones, se van quedando ahí como espejos en el tiempo. Eso es lo que siento que ocurre con la música.
– ¿Cómo es Cacha-Puruhá, ese pueblito donde naciste, en el sur del Ecuador?
– Cacha está muy cerquita de Riobamba. Son montañas donde había, hace muchos años, un río. Recuerdo que siempre iba a jugar con las piedras. Me metía ahí, en el río. También había muchas montañas y árboles. Mis primeros años, hasta los cinco, seis, viví en esa comunidad. Después, toda la familia nuclear, nos movilizamos hacia la capital de la provincia que es Riobamba, y de ahí a hacer la escuela, y todas esas cosas que había que hacer. Entonces mi relación con la comunidad se fue como distanciando. Solo iba los fines de semana, en vacaciones o feriados.
Recuerdo que siempre mi ilusión era que llegaran estos días de descanso para poder ir a la comunidad. Siempre me llamaba mucho el volver para jugar y estar. Sobre todo eso: el jugar. Jugar a correr, o solo ver una montaña y decir »vámonos para allá», y caminar, o hacer casitas en los árboles, que era uno de mis juegos favoritos. La comunidad todavía está ahí, con muy poquita gente, y las condiciones en las que las comunidades viven por acá ya es, lastimosamente, otra historia y otro tema.
– ¿Cómo te llega el canto, y cómo se convirtió en tu medio de vida?
– Siento que siempre estuvo ahí presente, desde que tengo memoria, en la familia, en la comunidad. Me parece que el canto es un elemento muy cercano a toda la humanidad y, sobre todo, es un elemento que acompaña a los procesos de los pueblos, a la cotidianidad, y eso es lo que yo veía, lo que hay en mi comunidad, o sea, mis abuelos, mis abuelas. Todos, en general, siempre tarareaban. No importa si no hay una canción específica. El solo hecho de tararear ya era como un acto bastante cotidiano y, sino, eran los silbidos de alguna melodía. Siempre que iba a la comunidad se escuchaba a lo lejos como alguien por ahí estaba silbando, y ese acto también a mí me parece tan profundo y tan sencillo a la vez. En la ciudad ya no. Es un poco difícil que alguien en el bus esté silbando. Los que estamos viviendo en la ciudad y estamos como sumidos en el mundo citadino lo vemos como extraño, pero en la comunidad siempre lo veía y sentía que había una presencia fuerte del tarareo, del silbido, o del canto. De alguna forma siempre estuvo ahí. Mi mamá también se dedicó a cantar hasta una cierta edad. Vivió un tiempo de eso y después lo dejo. Siempre estaba detrás de mí para que siga cantando. Yo recuerdo que mi juego en soledad, después de volver de la escuela o frente al espejo, era siempre cantar. Y ese juego, poco a poco, hasta ahora se ha ido quedando. Mi mamá como que lo fue direccionando, haciéndome entender que si es lo que me gusta, hay que estudiar, hay ciertas cosas que hay que aprender y saber. Así empezaron las primeras lecciones de música a la edad de siete años. Cuando ya estuve más grande, a los diecisiete o dieciocho años, fue muy claro a dónde más me iba a ir. Tenía que seguir cantando y también aprendiendo el ejercicio de resistir en este camino de cantar. Desde entonces se ha convertido en mi medio de vida.
– Si tuvieras que trazar una línea de tiempo en tu camino de cantora, ¿qué hitos podrías marcar como fundamentales en tu desarrollo musical?
– Siento que esos hitos que han marcado mis búsquedas, todo lo que he podido aprender en éstos tiempos y lo que me falta por aprender, han sido los discos. Ahora que miro hacia atrás, en retrospectiva, siento que el acto en sí de grabar y escucharte, es como una forma de aprender, porque no es fácil escucharte a ti misma y a veces no ser tan dura o escuchar imparcialmente. Lo que me ocurre es que con cada disco siento que he ido un poco creciendo, desaprendiendo, o aprendiendo, pero siento que algo ocurre con cada uno. Algo ocurrió, algo se queda y algo me deja también. Son cuatro discos que he grabado hasta ahora y cada uno es como una pequeña escuela, una enseñanza, un crecer. Los discos son esos hitos que me han marcado y están ahí. Cada vez que los miro son pequeños mundos, tiempos, que están ahí conservados, guardaditos en estas cajitas.
– ¿Cómo han sido tus experiencias fuera de Ecuador, en México, en Europa, en el resto de Latinoamérica?
– Fueron muy importantes, sobre todo los viajes largos que hice a México y Europa, que han sido etapas que me dejaron una fuerte marca en el alma y en la memoria. Me gustó mucho el acto de viajar porque te pone en un lugar muy vulnerable ya que estás yendo a un lugar donde nadie conoce ni sabe de ti. Eso es muy interesante porque te pone en una situación de vulnerabilidad, y el hecho de irte a un lugar desconocido saca muchas cosas de ti. Que eso ocurra dentro de ti ya es de un gran crecimiento y madurez. Esos viajes fueron por voluntad y cuenta propia. Del resto de los lugares que he visitado con la música, donde he sido invitada, o he podido gestionar pequeñas giras guardo recuerdos muy lindos. Hace dos años estuvimos de gira en Argentina, país que amo, con mi compañero Willan Farinango, a donde esperamos volver.
– Hace poco presentaste Al viento Vol. 1, contame sobre ese trabajo y de cómo fue presentarlo en éste contexto tan singular.
– El disco Al viento no me lo esperaba. Hace cinco años atrás grabé mi penúltimo disco Pinceladas y salí bastante agotada, con muchos cuestionamientos. Es interesante eso de dar la vida y entregar tanto por un disco que, luego, te deja todo esto ahí y uno a veces no sabe que hacer con tantas cosas en la cabeza, en el alma. Luego de Pinceladas decidí no grabar más discos. Pero pasaron cinco años y pude volver a sentir esa necesidad y ese deseo genuino de querer grabar nuevamente. Esto pasó después de mi viaje a México, de conocer a artistas hermosos, de empaparme de su música, de emociones, colores y gente tan linda. Estando ahí me salió una invitación para ir a París y fue ahí donde empezó este segundo largo viaje hacia Europa. Ahí conocí a mi compañero Willan Farinango y lo que ocurrió en Europa fue que me reencontré con la música ecuatoriana. No lo buscaba ni lo estaba esperando, creo que nunca está en mi cabeza esto de «tengo que hacer esta música, o esta canción». Simplemente llega y se vuelve una necesidad, una urgencia cantarla. Así es como siento que la música te va llamando. Cuando llega te habita y te obliga a cantar porque sientes que necesitas cantarlo, sino te ahogas. Eso me pasó con las músicas que están en Al viento, que de alguna manera ya las había escuchado, pero nunca lo había hecho a través de los oídos de otro músico. Así me pasó con Willan, mi compañero, que es muy melómano, y tiene sus oídos bien formados, es decir, escucha todas esas sutilezas que solo alguien que ha escuchado música por miles de horas puede detectar. En ese acto de escuchar a través de sus oídos, e ir redescubriendo esta música, me volvió a despertar esta gana de querer hacer un nuevo disco con esas canciones que estaban ahí, en la atmósfera girando y girando. Cuando se cumplió mi ciclo en Europa y regresé a Ecuador se fue haciendo ya más claro y más fuerte esta gana de querer volver a grabar un disco, por eso salió así, de esa forma, sin buscarlo. Eso es lo que me encanta de este disco que, hasta ahora, yo misma no entiendo por qué se dio así, por qué quedaron éstas canciones y porque me ocurrió eso en Europa. Aunque es curioso, me encanta que haya sido así.
Ya después se grabó el disco y en febrero de 2020, hicimos el lanzamiento digital en todas las plataformas y redes. Luego de eso estaba prevista una gira nacional, también estaba previsto irnos a México y estaba también previsto visitar Argentina y de repente, el resto de la historia creo que todos ya la sabemos: llegó la pandemia y bueno, hasta ahí llegamos.
Si tuvieras que nombrar a referentes de la música popular de raíz en Ecuador ¿Quiénes serían, y por qué?
Puedo mencionarte trabajos muy lindos, sobre todo, de guitarristas ecuatorianos que me parecen súper interesantes como los de Guillermo Rodríguez, Segundo Guaña o Hugo Idrovo. Están también el Dúo Benítez y Valencia, que son un referente para todos por el trabajo impecable de interpretación que realizaron. Otra referente es la cantante Carlota Jaramillo. Si vamos un poquito mas hacia el norte, de la zona andina hacia el Valle del Chota, está la Banda Mocha que es una población afroecuatoriana. Hay varios trabajos de música ecuatoriana muy interesantes sobre todo de la zona andina. Uno que se llaman Tuhumari, un disco de música infantil indígena del Chimborazo, Waka Mama, que es un trabajo discográfico de canciones de las mujeres de la esa misma provincia. También está Taita Chimborazo que ha sido un trabajo muy bonito de Chimborazo también. Está también Papá Roncón, un referente. Todos ellos están muy presentes en esta casita, en este tiempo, que los estamos escuchando y sí, están ahí acompañándonos los días.
Saludo de parte del cantautor jose cheo Colmenarez