Revisar la propia historia, atravesar un duelo profundo. Aún así componer considerando al sol como un Dios regente. El músico, arreglador y cancionista Lucio Mantel acaba de editar Los Ancestros. Un trabajo que refulge y que ahonda más aún en la belleza que recorre y que es ya marca registrada de su obra. De Coplas se sentó largo y sin apuro a conversar sobre su reciente disco y sobre todos estos años de música.


Hay que decirlo. La RAE –tan blanca, tan pulcra ella- no le pone mucha onda al momento de dar el significado de ancestro. Define: ascendencia o linaje. Define: antepasado o ascendiente más o menos remoto. Define: herencia o conjunto de rasgos o circunstancias de índole cultural y social que se transmiten de una época histórica a otra, o de unos individuos a otros. Una más: tiempo pasado. Pues bien, un poco de cada cosa. De todos modos, hay que ir hacia ahí.

“Agotado pero contento”. Hace semanas que Lucio Mantel tiene los días ajustados, ajustadísimos. Y así los atraviesa: agotado, contento. Ocurren dos cosas: el flamante Los Ancestros, disco nuevo que acaba de editar (y que presentó el 20 de noviembre en Buenos Aires en el ND Teatro) y el estreno de Las lágrimas de los animales marinos, obra de teatro dirigida por Toto Castiñeiras, que lo tiene como arreglador y compositor. Toda la vida tiene música.

El sexto disco de su cosecha personal encuentra su punto germinal hace casi un lustro. Por un lado, una pregunta que siempre estuvo ahí. Y, una vez madura, cayó. En este caso, la inquietud fue por los ancestros, por la historia familiar, por ese puñado de gente –entre ellos, los Mantel, llegados desde Turquía a Argentina hacia comienzos del siglo pasado. Poco sabía Lucio sobre eso. Poco se había interesado. Hasta ahora.

En medio de todo, falleció su papá.

Es un mediodía por demás caluroso y, con toda la resolana encima, él comenta: “Nunca hay una única causa de las cosas o por las cuales uno llega a tener una serie de movimientos que te llevan al concepto de un disco. Creo que se junta una mirada que vengo teniendo ya incluso desde mi disco anterior (Todas las formas de estar, 2019), un disco bastante existencial también. Tal vez con otro punto de vista pero parecido. Digo, muy parecido esencialmente. Tiene que ver también con los años que tengo, me hago preguntas que, llegada una edad, empiezan a hacerse más carne. Venía ya rondando esa pregunta respecto a los ancestros. En un momento, muchas conversaciones e historias que había en casa eran en relación a los abuelos y tíos de mis viejos, historias que me habían importado muy poco pero que en un momento empezaron a importarme. Y empecé a tener esa conciencia de que si yo no iba a por ellas, esas historias iban a extinguirse. Se iban a perder para siempre”. Y sigue: “La canción Los Ancestros la compuse más o menos en 2021. Después falleció mi viejo en 2022. Y empecé a componer a partir de ese duelo y me di cuenta que al fin y al cabo todas las canciones, todas, tenían algo que ver con ese tránsito. Incluso las que no tienen que ver de manera directa. Pero yo sé y conozco esos disparadores internos. Siempre digo: el estar de duelo no me dio solo tristeza sino también otra sensibilidad, especial, distinta. Y empecé a estar más sensible a cosas de la belleza cotidiana. Como un rayo de sol entrando por la ventana. Me pareció que era muy claro que el disco iba por ahí”.

– ¿La canción Los Ancestros fue lo primero que apareció en torno al disco?

– No. Creo que Buscando el sol es un poco más vieja. Yo empecé a componer para este disco hace cinco años aproximadamente. Salvo una ventana, durante la cual no pude componer nada, ni terminar ninguna canción, que fue justamente durante los primeros meses de pandemia.

– ¡Qué paradoja!

– Sí. Entendí que eso pasaba porque lo que necesito para componer es cambiar de punto de vista. Tratar de que esas ideas que fueron generándose en un lugar en algún momento, poder verlas desde otro lugar. Y la pandemia, el confinamiento fue todo el tiempo estar encerrado en un mismo lugar y desde una óptica que no se podía cambiar. Entonces fue un momento muy poco productivo para mí. Aunque después descubrí que un montón de ideas que fueron surgiendo y a las cuales no les encontraba forma, aparecieron cuando cambió el contexto.

*

Se pueden decir algunas cosas sobre Los Ancestros, flamante y exquisito nuevo disco de Lucio. A decir verdad, se pueden decir verdades. En la cancionística actual argentina, el disco se encumbra. También lo hace en la discografía del propio Lucio que es, ya de por sí, fina. Un disco fino y hondo de un autor fino y hondo que carga un derrotero fino y hondo. Acaso, uno de los más spinetteanos de su generación. Vale hacer el ejercicio y recorrer la discografía toda de Lucio: Nictógrafo (2008), Miniatura (2010), Unas horas (2013), Confín (2015) y Todas las formas de estar (2019). Una obra madura y personal desde el minuto cero. Hace apenas unas semanas, en una entrevista radial él hizo referencia a la elegancia que encontraba, por ejemplo, en los discos solistas de Gustavo Cerati. Y justamente esa elegancia que el mismo nombró le calza justo a su música. A ver: una marca autoral es la intención orquestal de sus canciones. La variedad tímbrica buscada y encontrada, los colores. La cargada instrumentación. El enlace sugerido con la tradición. Aún en esas canciones casi totalmente despojadas de guitarra y voz, suenan otras cosas. Él cuenta: “Yo tengo una cabeza bastante orquestal. Siempre, cuando compongo, escucho otras melodías, no sólo la principal. Tengo una manera bastante coral de pensar la armonía. Incluso creo que Ámbar Violeta, tiene una concepción orquestal, aunque esté solamente la guitarra hay una serie de líneas que, horizontales, van atravesando la melodía de la canción”. Y agrega: “Yo pienso dos cosas que son un poco contradictorias. La primera es que la canción tiene un peso específico si uno puede quitarle toda la orquestación y los artificios para que, aún así, sobreviva. Y por otro lado, cuando compongo, pienso un montón de otras cosas que no están en la composición. Trabajo bastante de arreglador, para otros discos, no es algo que haga todo el tiempo pero lo hago. Y creo que viene por ahí. Eso nace en trenzar orquestalmente. Aunque sea en un sentido abstracto. Pensar en otros movimientos que se dan en la canción cuando yo la escucho”.

«Cuando compongo estoy siempre intentando hacerme trampas para no volver a los lugares que yo conozco». Fotos: Dani Pafundi

– Es un disco cruzado, atravesado por una pérdida importante, muy importante, pero no es un disco triste, lacrimógeno. Es, por sobre todas las cosas, un disco celebratorio.

– Absolutamente. Así lo pensé al principio, cuando me metí en esto con bastante miedo. Cuando compongo estoy todo el tiempo, siempre, intentando hacerme trampas para no volver a los lugares que yo conozco. Y yo sé que probablemente mi zona de confort es una composición más oscura, como de cierto regocijo en cierta oscuridad. Entonces tenía mucho miedo de que meterme en este tema implicara vomitar un disco que sea infumable. Que sea ese regocijarse en la tristeza. Intenté buscar otras cosas y es un disco re luminoso para mí. Probablemente sea mi disco más luminoso, sin ser un disco que mienta en la emoción. Traté de buscar lugares verdaderos del duelo. El duelo no es sólo tristeza. Es un montón de otras cosas y quería un poco eso. Y quería también que no fuera un disco de hablar de lo que pasa o lo que me pasaba o hablar de mí.

Y agrega: “Tratar de encontrar algo en las canciones donde pueda entrar cualquiera”.

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Luz, sol, cenital, sombra, ocaso del día, brillo, rojo quemante, aurora, esplendor. En el glosario del disco, esas palabras lo definen. Además de ser un disco celebratorio, Los Ancestros apela a cierto registro vital. Sí: trascendental. Porque hay las cosas accesorias pero también las elementales. Por todo: rayos de sol a la hora del sol apuntando al centro exacto y equidistante de tu pecho.

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El disco cuenta con un puñado de invitados e invitadas de peso: Candelaria Zamar, Chancha Vía Circuito, Ampersan (México), Lucy Patané, La Lá (Perú), Axel Krygier, Lucas Helguero, entre otros. Además, tuvo a Juanito El Cantor en la producción. Yago Escrivá también fue parte al comienzo de la grabación. Es el propio Juanito quien cuenta: “Si bien el disparador, el eje conceptual del disco es el duelo, por la muerte del padre de Lucio y eso lleva a esta reconexión con los ancestros  y los lazos familiares, creo que el mismo proceso de hacer el disco, que llevó además casi dos años, operó como un proceso de sanación, de resignificación de todas esas emociones y pensamientos en juego. También creo que, en sí, el hecho de la creación artística, la creación de una obra, es un hecho luminoso que genera satisfacción y felicidad. Aunque uno pueda entrar en algunos laberintos durante el proceso. Es mucha, a veces, la diferencia que hay entre el imaginario de una obra que no tiene bordes en la imaginación y luego la concreción. Que los disparadores del disco sean algo triste y doloroso es también a la vez muy poderoso y eso es energía que se traduce en algo que no necesariamente transmite eso”. Y comenta también respecto al concepto sonoro: “Partimos de la base que lo orquestal es parte del lenguaje que Lucio viene desarrollando desde el principio de su obra. En todos sus discos hay una presencia fuerte de ese tipo de sonido, de cuerdas, de vientos. Ese lenguaje que es muy incidental también. Ya teniendo eso presente y siendo que soy muy fan de su música, enseguida sintonicé que eso era algo esencial y mi lugar fue, por un lado, colaborar para que eso se pueda seguir desarrollando. Y también, paralelamente, ir construyendo como un subgrupo de orquestaciones que tiene que ver con el diseño sonoro. Seguir expandiendo la sonoridad en esos tracks: generar capas de instrumentos, que por ahí no son propios de la orquesta, como una guitarra eléctrica, pero sí el abordaje de eso entra en sintonía con la orquestación, que es algo de mucha espacialidad. Todo ese sonido que se escucha alrededor, ese concepto”.

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El disco tiene algunos guiños. Pequeñísimos hitos que hacen a la obra toda. Trazos que asoman desde cierta distancia. Como una fotografía de rollo: a contraluz, luego del revelado no se observan ceros y unos, sino el grano del papel. Por ejemplo, la primera canción es Molecular. Referencia a la infinitesimal partícula de vida, al origen total. Y habla de Buenos Aires, de las calles que caminó el papá de Lucio. “La referencia a lo molecular, es extraña. Porque es imaginarme como sería un abrazo con esa persona que ya no existe pero con la que uno siente su presencia y me imagino que es un abrazo en un plano, en una dimensión que no es perceptible. En una dimensión molecular. Un poco viene de ahí. Es un significado un poco velado que tiene la canción. Es la canción más de duelo que tiene el disco. A la vez que tiene todas las menciones a lo absurdo que uno siente respecto al hecho de que la ciudad sobreviva al personaje más porteño que yo conocí que fue mi viejo. Me parecía muy loco caminar en la misma manzana donde mi viejo nació y murió. Esas calles son él. Y me resulta increíble que esas calles lo sobrevivieran. De esas dos cosas habla esa canción”. En ese sentido, en el extremo del disco, en las últimas canciones –Los ancestros y Ancestral– el viaje es otro y es el mismo: va hacia la historia de su sangre. Además, cierra como en fade out, una música incidental, casi una pieza de cine es Ancestral: ese cuchicheo, ese parloteo que suena como el reto de una madre a su hijo. Las voces que se escuchan las grabó el propio Lucio en un viaje a la India. De las calles porteñas, a una esquina en la India. O en Turquía. Algo de su historia cifrada en ese arco narrativo y geográfico. Hay también las líneas que antecedieron a estas canciones y que sin embargo ya rondaban. Por ejemplo, en Todas las formas de estar, canción que abre el disco que lleva ese mismo nombre cantó: «Si al desarmar mi propio historia, esos pedazos son más historias”. O en Morir de ruido de su disco Confín: «Pobres los hombres que no saben sus nombres».

«Es un momento donde hay una fuerza muy poderosa que está queriendo borrar la idea de historia». Fotos: Dani Pafundi

Dice Lucio que no, que eso no lo pensó. Pero llegan al disco como un eco lejano. Por si faltara más: el arte de tapa es una foto de los bisabuelos de Lucio. La sacaron en Turquía, hace más de un siglo. Durante una pila de años estuvo colgada en la casa de sus padres. La imagen fue intervenida por su sobrina Valentina Mantel y por Violeta Krasuk. Historias que cargan años encima. No de las que desaparecen en 24 hs.

Canción, aires de vals, de MPB, folclóricos. Una versión a guitarra y voz de Ámbar violeta de Fito Páez. Los Ancestros expande el universo de Mantel. Vale, por ejemplo, detenerse en Cenital. Por momentos épica en su decir, acaso la más folclórica, levemente festiva. «Podría lamentar las otras sendas por tomar, pero prefiero amar lo que elegí» canta, para luego rematar el estribillo: «Llévame a algún lugar con enormes cielos para verlo todo». ¿No es eso, acaso, un canto, un pedido universal? Un lugar con un cielo inmenso donde se pueda ver todo.

«Siéntate a ver el día, mira que gusto da».

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Además de todo, ahí está la voz, el registro, el timbre de Lucio. Amable aunque frágil, a veces suena como si estuviera a punto de romperse. Escuchen, sino, los primeros compases de Molecular. Un canto que se piensa –se sigue pensando- desde la tradición folclórica y de la canción, no tanto desde el pop. Vayan, sino, a Refugio –primera canción de su primer disco solista, Nictógrafo de 2008- y verán. Desde ahí viene. Por eso, un canto que suena arcaico. De tan arcaico, primitivo. De tan primitivo, germinal. De tan germinal, atávico.

– La idea de pensar en los ancestros va un poco a contracorriente de la actualidad. De la liviandad de estos días. Y justamente el título, la historia, todo lo que hay detrás, el ejercicio velado, y no tan velado, pareciera apuntar hacia ahí: démosle atención a cosas con cierta espesura.

– En ese sentido, yo pienso que el oficio de músico en esta época cambió demasiado. Creo que el medio llevó a nuestro oficio a un lugar muy distinto al que nos formó. Y uno también puede decir: yo no quiero ser eso. Entiendo que uno no puede no tener redes sociales pero se puede plantear: “en quince segundos y en un lenguaje que es más visual que sonoro y discursivo hay cosas que no se pueden decir”. Y estamos como estamos porque hay cosas que no se pueden decir. Entonces me gusta pensar, cambiar e insistir en ese sentido: yo voy a hacer las canciones que tengo hacer, probablemente el público que las reciba, el público potencial que uno podría tener sea mucho menor si hiciera cada una de las cosas que el manual te pide. Pero también estoy transmitiendo algo que tiene más capas y que resiste más escuchas. Y es lo que me interesa.

Y agrega: “La intención es deshacer ese movimiento de olvido y lo pienso también como un gesto político. Porque es un momento donde hay una fuerza muy poderosa que está queriendo borrar la idea de historia, la idea de futuro y la idea de pasado. Entonces, en ese sentido está la propuesta. Probablemente, el movimiento que haya que hacer no sea preguntarse por tus abuelos o bisabuelos pero sí entender que nosotros somos el fruto de millones de años de crecimiento, de evolución o como quieras llamarlo porque no sé si esta es una evolución. Pero hay millones de años de historia”.

Ya lo cantó: «pobres los hombres que no saben sus nombres. Pobres también aquellos que no persiguen, al menos una vez, el haz de luz».

 

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