Los Kjarkas, el emblemático conjunto oriundo de Capinota (Bolivia), se encuentran celebrando 53 años de trayectoria como embajadores de la música boliviana. En esta charla con Gonzalo Hermosa, nos cuenta su historia, sus vivencias y la relación con su público que trasciende todas las fronteras y se expande por el mundo.
Ahí donde se unen el río Arque con el Rocha y dan nacimiento al río Caine, se asienta Capinota, una pequeña ciudad de no más de veinte mil habitantes. Además de ser la capital de la provincia homónima y formar parte del Departamento Cochabamba en Bolivia, esta pequeña localidad fue cuna de una verdadera leyenda de la música latinoamericana: Los Kjarkas.
La historia comenzó allá por 1971 cuando los hermanos Wilson, Castel y Gonzalo Hermosa, junto a Edgar Villarroel, se presentaron por primera vez arriba de un escenario. El objetivo de aquel encuentro fue por mera necesidad económica y su repertorio estaba compuesto casi íntegramente de zambas argentinas, ya que la música folklórica boliviana no tenía mucha repercusión por aquel entonces.
“Nosotros escuchábamos mucho Los Chalchaleros, Los Fronterizos, los de Tucu Tucu y Los de Salta, que fueron famosos en su época. Lo que más nos gustó de ellos es que empezaron con su propia música, con las zambas, las chacareras, los gatos y todas esas cosas. Pero más que todo nos encantaba la zamba, porque tenía historias hermosísimas y la música era también hermosa”, le dice Gonzalo Hermosa a De Coplas y Viajeros.
La mayoría de los integrantes de aquella primera formación no se dedicaban de lleno a la música, es por ello que Gonzalo decide convocar a sus otros hermanos Ulises y Elmer, entre otros integrantes, para refundar el conjunto. Es a partir de entonces que comienzan a introducir en su repertorio ritmos más propios de su país como las cuecas, los huaynos, los bailecitos o las sayas. En 1976 lanzaron su primer álbum llamado Bolivia y desde entonces editaron un nuevo álbum cada año. Es en esos años que Los Kjarkas forjan su esencia e inician un proceso de transformación musical que les daría el éxito que lograron.
Ese sueño que empezó hace 53 años hoy se convirtió en una leyenda de la música latinoamericana que llena teatros y enormes salas en todo el mundo donde la colectividad boliviana –una de las más dispersas globalmente- contagia a otros públicos, o como dice Gonzalo Hermosa: “cada concierto es un encuentro de hermanos, donde Los Kjarkas simplemente somos uno más cantando las esperanzas, las frustraciones, los anhelos y adelante siempre con el mañana para poder continuar.”
Hoy día Los Kjarkas siguen más vigentes que nunca ya que el legado de aquellos hermanos se ha ido transmitiendo de padres a hijos. La formación actual está compuesta por Gonzalo y Elmer Hermosa, que junto a Gastón Guardia son los miembros históricos. Completan el conjunto Gonzalo Hermosa Junior –hijo de Wilson Hermosa–, Makoto Shishido –de origen japonés–, Lin Angulo y los jóvenes Luis Alberto Mercado y Hugo Delafuente.
– Han recorrido casi cinco décadas con la música, ¿cómo es esa comunión tan fuerte que mantienen con su público?
– Nunca pensamos llegar ni siquiera a los 30 años. Hoy contamos con 53 y tenemos todavía muchos sueños para quemar junto a nuestro público. Quemar nuestras esperanzas en canciones porque somos un pueblo que canta, somos un pueblo que sueña, un pueblo que se mantiene vivo a través de los años y envejecemos con nuestra música y con nuestros sueños también. En cada concierto esperamos con mucho cariño a todas las personas que han estado con nosotros impulsándonos, recordando todos los sueños y las esperanzas y las canciones y los recuerdos que ellos tienen a través de nosotros.
– Han logrado una trascendencia que traspasa las fronteras de Bolivia, ¿cómo viven esas experiencias?
– Tú lo has dicho. Tenemos público en todo el mundo, por ejemplo, en un país tan lejano como es el Japón, al que hay que viajar casi 30 horas para llegar. Allí también tenemos un público que está con nosotros desde jóvenes. La primera vez que viajamos a Japón, nuestro público tenía 26 años, y hoy tiene más de 60 o 70 años. Ver las mismas caras pero esta vez con sus hijos, público que se ha casado y tienen 2 o 3 hijos, traen a sus hijos, y eso es lo más hermoso que uno puede ver, que nunca nos han olvidado y nunca han dejado de seguirnos. Nuestros discos y nuestras canciones se venden tanto en el Japón como en los alrededores. En Corea, Taiwán, entre otros, y que tuvimos la suerte de visitarlos. Es increíble que cuando vamos a lugares que no hemos ido nunca tenemos gente latinoamericana que, como un solo pueblo, sin distinción de países ni Estados, están juntos. Hay gente del lugar, amigos de ellos, que en conjunto colman nuestros conciertos.
Lo más característico de Los Kjarkas es que en una misma ciudad vamos 2, 3 veces al año, y eso no merma a nuestro público, a veces se acrecienta. A veces no pisamos por 20 años una ciudad, entonces, el público sigue siendo masivo. Es por eso que este fenómeno de alcanzar y pasar el medio siglo se ha dado fácilmente.
– ¿Cuándo comenzaron a tomar dimensión de ese fenómeno?
– Cuando llegamos a los 50 años no lo habíamos ni siquiera notado. Cuando nos dimos cuenta y empezamos a contar los años, pensamos, ¿hasta cuándo durará todo este proyecto? 10 años, 15, 7, 4, ¿por qué ocurre eso? Siempre ha habido discrepancias en el grupo, pero, sin embargo, nosotros hemos podido vencer todas las barreras que se presentan. Algunos han podido desistir, porque muchos no han creído que esto iba a ir más. Yo quiero decirlo sinceramente, inclusive los nombres: Fernando Torrico y Edwin Castellanos. Ellos, antes de llegar a los 25 años, dijeron que esto no va más, que Kjarkas ya no da, que hemos saturado al público, que ya llegamos hasta aquí y que habría que empezar otro proyecto diferente. Bueno, no están más con nosotros. Fuimos muy pocos los que creímos y apostamos a Los Kjarkas nuestra vida, nuestro talento y nuestro tiempo. Hoy estamos, Elmer y yo, tenemos diabetes tipo 2 y tenemos que lidiar con eso, pero hay que cuidarse y continuar. Elmer, gracias a Dios, no perdió la voz, sigue cantando con el mismo entusiasmo de siempre.
– Como bien lo dijo hace un momento, con ustedes y con su música han crecido varias generaciones, algo que se siente en especial cuando viajan, por ejemplo, a Argentina, ¿cómo se siente?
– Quiero decirte que en Argentina no nos sentimos extranjeros nunca. No somos extranjeros en ninguna parte y ese es el mensaje de Los Kjarkas. Antes de ser bolivianos, después cochabambinos, después capinoteños, así empezaron de lo grande a lo pequeñito, somos ciudadanos de este planeta. Uno puede nacer aquí, más allacito, más aquí, y eso no lo diferencia. Hay pequeñas diferencias de matices mínimos que muchos han agrandado y sabemos que nuestra historia como humanidad está llena de esas cosas mezquinas y que nosotros no creemos. Nosotros somos ciudadanos del planeta Tierra, nacidos en Capinota, provincia de Cochabamba y del Estado Boliviano, pero ahí no más queda. Eso somos simplemente, pero no nos creemos extranjeros en ninguna parte, tal vez en la luna, porque ahí nunca hemos ido.
– Si tuviese que mencionar algunos momentos bisagra de la historia de los Kjarkas, ¿cuáles serían?
– Han sido muchos. Cientos o más. Por ejemplo, la historia de una de nuestras canciones que ha dado la vuelta a todo el mundo: Llorando se fue. Antes se grababan LP’s de vinilo y siempre debían ser diez u once, doce canciones como mínimo. Quizás trece. Estábamos grabando y nos faltaba una canción para completar el álbum. Teníamos solo nueve, entonces pues dijimos «¿qué hacemos? ¿de dónde la sacamos? hay que inspirarse». Ahí se me ocurrió decirle a Ulises, que era un fanático de los instrumentos de viento, todos los días estaba afinando y mientras lo hacía probaba melodías. Una de esas veces lo sentí tocar y le dije: «esa melodía que haces con la zampoña, la haremos canción», y él me dice: «bueno, déjame que yo la hago canción». Era una música muy bonita, y era tan melancólica que parecía salir del alma, era como un llanto lastimero, por lo que dije que la letra tenía que decir algo profundo, algo que marca en la vida a un hombre, la marca de cuando alguien se va, o te deja el amor, donde depositaste tu mejor ilusión. Por eso la canción dice: «llorando se fue y me dejó solo sin su amor… Sola estará, recordando este amor que el tiempo no pudo borrar…». Así nació Llorando se fue. «Esto va a ser una saya», le comenté a Ulises, y bueno, ya estaba hecha la letra.
– Fue tan exitosa que tuvo múltiples versiones en el mundo. Una de las más recordadas fue la que hicieron lambada en Brasil…
– Así es. Fue una canción muy exitosa. Yo no sé cómo se da ese fenómeno, pero, ¿qué te digo? Todo señor que grababa Llorando se fue, aparte de los Kjarkas, tenía un éxito. Así lo cantaron los del Cuarteto Continental de Perú, en orquesta, y con otra letra, en Argentina fue Juan Ramón quien la grabó primero y se ganó el disco de plata, otro fue Pastor López, en Colombia, y así, muchos. Hasta en Brasil, una señora, Marcia Ferreira, grabó esa canción y la cambió al portugués. Justamente de esa canción, de la versión de Marcia Ferreira y José Ari, que se difundió mucho y tuvimos un pleito de dos años, el cual al final se definió y nos dieron la razón a los cargos. En Brasil había salido con el nombre de lambada y después tuve que hablar con los que habían cambiado de autores, con el señor Jean Karakos [Kaoma] y entonces, pues que hicieron el plagio, me dijeron que habían buscado a los autores en Brasil y no los conocían. Muchos dijeron que había muerto hace mucho tiempo, que algo pasó, no tenía dueño, entonces decidieron hacerlo suyo. Esto no fue mala intención, porque ellos fueron a Brasil a buscar, lógico, buscaron en Brasil, no en Bolivia. Yo pienso que era Bolivia, aunque a pesar de que los bolivianos son los que fueron los primeros en señalar, cuando eso salió en Francia, y fue un éxito, que se han grabado varias versiones.
– Son varios los éxitos que tuvieron los Kjarkas a lo largo de su historia, pero hay una canción que se ha convertido en un himno para aquellos que reivindican sus raíces ancestrales. Hablo de Bolivia, que cada vez que la interpretan se genera un clima de mucha emoción, ¿me cuenta sobre esta canción?
– En aquel tiempo, cuando hicimos esa canción, Bolivia estaba por cumplir 150 años de vida independiente. Por entonces teníamos al dictador Hugo Banzer en la presidencia, quien tomó el gobierno por asalto. Siempre los bolivianos hemos negado nuestra historia porque estaba hecha mal, todo andaba mal y hasta hoy, todavía es la parte que molesta, es hablar de la política porque los políticos no son aquellos líderes que quieren llevar adelante un pueblo y hacen, no duermen, no comen, pero quieren hacer algo grande. Eso deberían ser los políticos, pero no son así, siempre caen en la tentación de llevarse la plata a los bolsillos y tantas cosas. En Bolivia ha sido tremendo. Golpes de Estado hemos tenido seguidos, a veces en cinco años teníamos cuatro presidentes. Hemos tenido tantas cosas que realmente, cuando nosotros estudiamos nuestra propia historia, cuando vamos al colegio, realmente nos sentimos frustrados. Es como un equipo de fútbol que pierde, pierde, pierde y nunca gana, y en realidad uno no se siente orgulloso de su equipo por eso.
Entonces, así empezó una nueva canción, una nueva forma de hacer música boliviana, pero con raíces mucho más a fondo de cientos de años de nuestros ancestros. La parte que más nos enorgullece a Los Kjarkas es que hemos aprendido a amar a nuestra cultura quechua. Los quechuas han dejado mucha herencia y también los aymaras, y de eso les hemos sacado lo mejor y les hemos sacado sus secretos para dárselos a conocer a los demás. Bolivia justamente se hizo una de las obras que representa exactamente el momento en el cual se compuso. Fue un grito de libertad, un grito de desesperación de que ya no podíamos soportar que todo esto, que esta historia continúe y que se vaya cada vez más abajo, por eso dice: «En la falda de tus cerros haré mi hogar, donde felices los niños irán a jugar…». Yo quería generaciones felices, orgullosas de haber nacido en esta América, orgullosas de los Andes que fueron la cuna de la civilización más grande que hubo en la América del Sur, que hoy día son dignos de admiración porque nuestras piedras grandes ahí mudas en el tiempo cuentan historias de hombres gigantes, de hombres de culturas gigantes también.
– ¿Cómo era querer ser músicos en ese contexto?
– Qué decirles. En aquel sesquicentenario, como se lo llamó, había una moneda que se hizo de oro para conmemorar los 150 años. En un lado estaba el dictador Banzer y en el otro, al revés de la moneda, estaba el Libertador Bolívar. Bueno yo dije, demasiada pretensión, pero ellos tenían el poder y las armas así que nosotros teníamos que estar callados, y por eso que dice «siglo y medio de humillación…«, y promete que nosotros debíamos ser los puntales, los actores, quienes lleven adelante a una tierra que realmente estaba devaluada, pisoteada, etcétera. Cuando fundamos Los Kjarkas, en Bolivia era tremendo ser músico ¡era un pecado!, era una desgracia, era lo peor que podía haberte pasado. Si le trabajaba un músico a alguna familia se sentía ya mal. Yo digo si alguna vez mi abuela me hubiese pillado tocando el charango, me hubiese roto el charango en la cabeza. Realmente me hubiese destrozado. Si alguna vez me escuchaba hablar el quechua de la misma manera me hubiese dado una reprimenda tremenda. Peor si tocamos huaynos. El huayno es el género literario musical más antiguo que tenemos, aproximadamente 5.000 años, pero todavía hoy se toca, entonces, las generaciones de nuestra edad tampoco nos comprendían. Yo tuve que remar mucho contra el corriente para sacar esta música y hacer comprender que debía ser un orgullo, no algo que realmente te denigre, no una vergüenza para ti. Mi padre nunca supo que yo estaba aprendiendo a tocar guitarra, porque lo hacía así como un secreto de vida, sólo cuando subí al escenario para tocar en la radio, a los 13 años, con un trío, se enteró mi padre, pero yo no supe porque si yo me hubiese enterado me hubiese ocultado, me hubiese escapado de mi padre porque sabía que me iba a reprender, pero mi padre gracias a Dios, me comprendió y me dijo «hijo, aquí te he comprado una guitarrilla», -era un requinto, porque yo tocaba boleros-, «pero este es un arma cargada que puede ser que un día te dispares con esto y te mates o puede ser el arma para conquistar tu futuro y seas realmente un hombre de bien». Yo temblado le agarré, porque pensé que iba a ser una reprimenda, pero no fue así, yo le cumplí a mi padre.
– De esa reconquista de la tradición quechua y aymara es que surge también la canción Chuquiagomarca, que hace que muchos bolivianos regresen orgullosos a La Paz. Canciones como esa los convirtieron en verdaderos embajadores de la bolivianidad en todo el mundo. ¿Tienen conciencia de eso? ¿Qué siente ser Kjarka?
– Hemos procurado labrar, trabajar en el futuro de las generaciones. Tú dijiste Chuquiagomarca, que es como hoy se llama a la ciudad de Nuestra Señora de la Paz, más conocida como La Paz. Su nombre original es Chuquiagomarca. Entonces, nosotros dijimos que si estamos en esta cosa de cambiar, no le vamos a poner ciudad de La Paz. Pongámosle lo que es genuino, con lo que siempre se ha conocido: Chuquiagomarca. Es por eso que antes cantábamos «La Paz, La Paz, La Paz«, pero eso era en castellano. ¿Y lo nuestro?, ¿dónde queda? ¿Dónde quedan Los Kjarkas? Si no cambiamos esto, no somos Kjarkas, porque Kjarkas significa el cambio, la rebeldía, el ser bronco, así, indomable, y eso ha sido lo que hemos defendido Los Kjarkas.
– ¿Cómo es el cotidiano de la vida de los Kjarkas?
– La verdad que somos un grupo muy sui generis, muy diferente, a veces no se puede conceptualizar, digamos, estrictamente a cada uno. Cuando llegamos a casa están nuestros hijos y están nuestras esposas. Estamos y abrazamos a nuestros hijos y hacemos una vida muy muy común, cocinamos los platos típicos o queremos comer algo nuestro, por ejemplo, las sopas de choclo, la jak’alawa y vamos a comprar nosotros mismos algunos ingredientes que le faltan para que salga sabroso. Todos nosotros cocinamos. Desde el llajua hasta preparar los platos más que todo criollos. Makoto también, a pesar de que es japonés, ya sabe hacer muchos platos típicos bolivianos entonces, ya está si hay que ayudar en la casa siempre hay algo que hacer, se muere una plantita, hay que pegarse la picota y cavas, sembramos, muchos que tenemos un pequeño predio, sembramos el maíz, sembramos la papa, ponemos la cebolla y hacemos los surcos, etc. Tenemos nuestros perros que siempre los acariciamos y jugamos con ellos y más que todos los hijos, a ver cómo están. Yo tengo un niño de 6 años, él es mi regalón, soy su abuelo y su papá pero me llena de energía, me siento joven. Si hubiese tenido un solo hijo me hubiese perdido de semejante alegría, de semejante placer de tener y criar a mis hijos, pero este pequeño es mi regalón, y todos iguales: Makoto anda con su hijo, Gastón igual con su hijita, Elmer igual, con su hijita de 25 años…
– ¿Cuál sería el mensaje de ustedes para aquellos jóvenes bolivianos que quieren trascender en la cultura?
– Primero, decirles que nada sin disciplina se puede lograr. Lo primero es tener un sueño, ser muy disciplinados y apuntar bien el norte y caminar en ese mismo sentido. Eso hemos hecho Los Kjarkas. Muchas veces alguien ha querido irse o hemos tenido que excluirlo, hemos tenido que realmente sacarlo, como decimos nosotros los bolivianos, porque estaba contaminando el grupo y teníamos que nomás deshacerlo. Si no hacíamos eso, era una bomba de tiempo ahí mismo y reventaba todo esto y se terminaban los Kjarkas. ¿Cuántas veces hemos tenido problemas de bajas?, pero siempre ha prevalecido nuestra fuerza de seguir adelante, con todos los tropiezos que uno puede tener. Hay una canción que se hizo, creo que en el año 84, se llama Con la cara contra el viento, y ahí refleja que hemos estado luchando contra corriente y no a favor del viento. Nos hubiese gustado tirarnos al río y que el río nos lleve más bien a favor de su corriente, pero no, hemos estado nadando contra lo establecido. Tienen que descubrirse a sí mismos, encontrar su verdadero camino. Nunca a nuestros hijos les hemos dicho «tú vas a ser músico igual que tu padre». Mi hijo nunca le he inculcado que sea músico sí o sí, no era así. Él ha aprendido solo.