Largavista es el nuevo material de Trío Ventana (Ibarburu-Peyrou-Ibarburu), un disco compuesto bajo el cielo infinito del Cabo Polonio y que, como dicen ellos, “habla de raíces y también de futuro”. Once canciones que invitan a detenerse a mirar lejos, hacia adentro y hacia afuera.
Un laboratorio musical. Esa idea, tal vez, podría servir para entender (o acercarse a) la búsqueda sonora de Trío Ventana, el notable ensamble uruguayo integrado por Hernán Peyrou (teclado, acordeón, guitarra y voces), Nicolás Ibarburu (guitarra, guitarrón y voces) y Martín Ibarburu (percusión). Sin embargo, la idea de laboratorio musical para definir lo que hacen queda un poco corta. Trío Ventana es mucho más que un grupo de experimentación, improvisación y exploración. Con el folklore rioplatense y el jazz como condimentos centrales, los músicos uruguayos retoman una tradición musical que trabaja alrededor de la canción. Es que la musicalidad, la melodía y el texto tienen tanta presencia como la experimentación y el vuelo lúdico. Esa búsqueda inició en 2018 con el disco debut, Amigo imaginario, y ahora se consolida con el lanzamiento de su segundo trabajo, Largavista, editado el año pasado por el sello Shagrada Medra, comandado por el músico entrerriano Carlos «Negro» Aguirre, amigo y referencia para el trío.
“Es un canto a la claridad que ofrece la lejanía. Habla de raíces y también de futuro. Hace referencia a toda la música que está por venir y a todos los caminos que las canciones abren como posibilidad”, explican sobre el concepto del disco, que propone no desatender lo anterior –las raíces-, pero a la vez ofrecer un aporte actual y propio. “Nuestros abuelos/ siguen latiendo/ en mi guitarra/ madera santa/ que derramó en su savia un canto viejo”, cantan en igual sintonía en Fruto del tiempo. El disco abre con La sed del mar, con la colaboración del «Negro» Aguirre en piano y Silvina Gómez, Romina Vayone y Martina Ibarburu en coros. Y sigue con Candombe montaña, una canción que logra reunir a dos invitados de lujo: Urbano Moraes –un histórico de la canción uruguaya- y Edú «Pitufo» Lombardo.
Luego aparecen piezas como la chamarrita Sol de otoño, compuesta por Nicolás Ibarburu en Paraná, con la participación en acordeón de Hugo Fattoruso –nombre clave del candombe beat y uno de los fundadores de Opa-; y el potente candombe Morena, escrito por Hernán Peyrou. Después siguen el tema instrumental Celta, que refleja la apertura musical del trío; y la luminosa Milonga para andar, una de la canciones más inspiradoras y bellas del disco. La experimental Mosaico polonés –con Juampi Di Leone de invitado en flauta-, la folklórica Cauce –con Romina Vayone aportando voces- y el candombe instrumental Zig Zag completan el disco.
Las canciones de Largavista tienen su origen –al igual que el primer disco del trío- en el Cabo Polonio, un balneario con un aura mágica ubicado en el departamento de Rocha, en Uruguay. En el Polonio no hay luz eléctrica ni agua corriente; no hay calles delimitadas ni se permite la circulación de autos. Por las noches, los cielos son amplios y estrellados, la playa es agreste, el mar es salvaje y generoso, y la principal música de fondo es el silencio. “Desde los 18 años que voy al Cabo, mi hijo ha ido todos sus veranos. Hay una manera de vivir la música ahí que es muy hermosa y muy pura. Se toca mucho por trueque de comida o estadía. Van muchos artistas y se genera un espacio para compartir e intercambiar”, explica Nicolás Ibarburu. “En el Cabo estás como en otra época, te ayuda a viajar un poco en el tiempo, a imaginarte cómo era el mundo antes. Y ni hablar la fuerza que tiene ahí la naturaleza: el océano, los lobos marinos. Entonces, el contexto ayuda mucho a abstraerse; es un lugar bien particular y muy significativo para nosotros”, dice sobre esta reserva natural.
“Hay muy pocas interferencias y sucede la inspiración”, resalta Ibarburu. Artistas uruguayos como Martín Buscaglia y El Príncipe han compuesto muchas canciones en el Cabo. Y Jorge Drexler, de hecho, escribió todo un disco allí: 12 segundos de oscuridad (2006), cuya canción que da nombre al disco gira en torno al faro y le sirve a Drexler para hacer una metáfora de la vida (“No es la luz lo que importa en verdad/ son los 12 segundos de oscuridad”, canta). Las canciones y las ideas de Amigo imaginario (2018) fueron escritas allí. “En los siguientes años, veraneamos juntos en el Polonio con Hernán y Martín y con nuestros hijos. Entonces, hay mucho material que se fermentó ahí, en esas playas. Ahora teníamos un rancho espectacular que habíamos alquilado donde realmente se podía pensar en el título para este nuevo álbum”, precisa el guitarrista sobre la génesis de Largavista.
Luego, en medio de la pandemia, aprovecharon para grabar esos temas que habían bosquejado entre la arena, el mar y la contemplación. “Hicimos una instancia súper linda en Ferona, el boliche de unos amigos en José Ignacio, Maldonado”, cuenta Ibarburu. “Nos prestaron un lugar precioso, nos fuimos una semana entera y grabamos los once temas en una casa, tranquilos, todo muy casero pero con mucho tiempo. Fue un disfrute total, de día grabábamos y de noche poníamos unos vinilos y tomábamos unos traguitos. Esa cosa de despertarte a la mañana y tener todo microfoneado, te hacés un matecito y te ponés a tirar tomas desde un lugar muy relajado. En un estudio en la ciudad y a las corridas quizás no lográs ese grado de concentración. Así que fue un disfrute el proceso de grabación”, se explaya el músico sobre la frescura, la naturalidad y la compatibilidad que se respira en todo el disco.
– ¿Cómo es la dinámica de creación y composición del trío?
– Una de las cosas más lindas del Trío Ventana es la dinámica colectiva. Por ejemplo, ahora se me viene a la mente un desayuno en el alero: despertarnos y empezar a “tallerear” con lo rítmico. Los tres somos muy amantes de lo rítmico. De repente empezamos tocando percu los tres, Martín tira las ideas de los groove, de los fraseos, y después recién agarramos una violita. También sumamos un acordeón y una melódica. Y realmente hay un ida y vuelta muy fresco, que no siempre se da. Algunas veces me ha pasado con músicos muy amigos; eso se da o no se da. Y en este caso hay mucha confianza y escucha mutua. Nos re escuchamos entre los tres.
– En su música se percibe que detrás hay mucho juego y exploración, ¿El trío es una especie de laboratorio o parte desde esa idea?
– Laboratorio es la palabra adecuada. La instancia de experimentar desde la composición es una característica del trío. A los tres nos gusta mucho la música instrumental, la improvisación, pero también amamos la canción. Entonces, la idea es lograr que convivan esos mundos: el arreglístico, el instrumental con improvisación y también la canción diáfana. La sonoridad del trío está un poco condicionada por el Cabo Polonio, porque ahí tenés muy pocos elementos extra-acústicos; en general la médula de las canciones están hechas con guitarra acústica, cajón, tambor piano, melódica y acordeón. Pero en este disco particularmente nos dimos muchas más libertades sonoras en el momento de grabar. Por ejemplo, yo metí muchas más violas eléctricas y hay baterías enteras. Todos los temas tienen bajo.
– ¿Y hay también una influencia del jazz?
– Sí, a los tres nos gusta mucho el jazz. De hecho, la primera banda que tuvimos con Martín era de jazz fusión, con solos y arreglos. Y Hernán también es muy amante de eso, desde la banda Los Cuerpos hasta la actualidad, que está en la Jam de la Costa, una propuesta bien jazzera e instrumental. Los tres nos sentimos cómodos por ahí, pero a la vez nos gusta la dosificación de eso en función de la canción también, es decir, no abusar de eso solo, sino encontrar un equilibrio.
– El candombe y la milonga tienen mucha presencia en el trío, ¿Son ritmos que aparecen de manera natural o sienten una «responsabilidad» de abordarlos?
– No, realmente es muy natural. Tenemos bajada para el candombe, como nos dicen los amigos. Nos sentimos muy cómodos con ese lenguaje, pero se da de manera natural. No hay una cosa intencionada. Sin pensar, vamos para ahí. Es el lugar donde nos sentimos más cómodos.
– En Trío Ventana también se pueden escuchar las huellas de Rubén Rada, Hugo Fattoruso y Eduardo Mateo, ¿Se sienten continuadores de una tradición musical?
– Siempre están presentes en la exploración, en la inspiración, incluso también a veces cuando buscamos los textos. Pero sin duda que aparecen esos tres. Mateo es el que más aparece por el tema de la sonoridad. Ese primer disco, Mateo solo bien se lame (1972), nos marcó. Jaime Roos también aparece. Tenemos ganas de participar en el diálogo generacional que se da con la música. Nos pasa muchas veces que a la hora de pensar cómo armarle el engranaje a la canción nos inspiramos mucho en algunos discos, en Opa, en discos de Mateo. Y a la vez tratamos de decir algo nosotros. Pero siempre para meterse en una conversación hay que saber de qué están hablando. Entonces, también le buscamos un poco la referencia a esas cosas que nos emocionan y que nos hicieron identificar con un sonido y con un movimiento musical.
– Hay una intención de encontrar una voz adentro del trío, aportar algo y a la vez no romper con lo anterior, ¿no?
– Que pueda continuar de alguna manera eso que se venía dando. Resignificarlo y decir con nuestra voz por humilde que sea; que esté nuestra visión de eso, cómo lo vivimos y cómo nos gusta tocarlo ahora aprovechando algunas otras cositas de las que también nos hemos nutrido.
– Sin embargo, ha pasado el tiempo, aparecen nuevos sonidos y escenas, ¿Hay un público en Uruguay para este tipo de música en la actualidad?
– Creo que el lugar sigue estando, pero está bastante relegado en relación a las movidas de música masiva. En otro momento se daban instancias en que todas las generaciones seguían eso. La música urbana y el reggaetón han acaparado un montón y la música se ha homogeneizado mucho como consecuencia de las tendencias, pero a la vez nunca hubo tantas bandas de candombe como ahora en Uruguay. Y también de candombe fusionado con rap y música urbana. Y en lo que tiene que ver con el carnaval, con la murga. Entonces, no es tan fácil el análisis. Hablando apresuradamente se puede decir que este tipo de música está en el horno, pero no creo que lo esté; en verdad, está fermentando también y tiene el encanto de salir a buscar esos lugares, esa cosa bien montevideana de ir un poco en contra de la corriente. Esa intención de buscar la singularidad más que la tendencia tiene una osadía, un desafío.
– El título del disco tiene que ver con «la necesidad de detenerse a mirar lejos», ¿Es una especie de manifiesto sobre cómo entender la música?
– Sí, totalmente. Me encanta definirlo como un manifiesto de estos tiempos en los que hay info exacerbada. El bombardeo de información no te deja procesar las cosas. Un manifiesto que tiene que ver con buscar por otro lado: la contemplación, lo exterior y lo interior. Mirar lejos también en lo generacional. No olvidarse de los diálogos generacionales. Reconocer en dónde estamos parados.
– El disco fue editado por el sello independiente Shagrada Medra, dirigido por el músico entrerriano Carlos «Negro» Aguirre, ¿Cómo se dio la posibilidad de editar con el sello y qué representa para ustedes formar parte del catálogo de Shagrada?
– Nos sugirió el Negro editarnos y nos encantó la idea. Es muy lindo sentirse parte de un grupo de personas que vos admirás, que son tus referentes, más allá del Negro, que es la persona clave por la cual decidimos trabajar con ellos. Es un catálogo maravilloso de gente que está buscando la música más allá de las imposiciones de la industria. Entonces, es un oxígeno y un orgullo formar parte de ese catálogo. Nos re inspiró por ese lado. Y también ciclo de escuchas de La Hora Azul, que es una cosa tan linda y está muy emparentado con ese manifiesto del que hablábamos recién: tomarse el tiempo y la disponibilidad emocional para escuchar los álbumes enteros.