Por Pedro Robledo | pedritoro@hotmail.com
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Cerca de mil espectadores vivieron en el teatro El Círculo la “Experiencia Larralde”. En una presentación de cinco horas, “El Pampa” denominó “Cosas nomás” al contenido de su visita a Rosario.
Después de relajarse en el camarín, lentamente ingresó al escenario del teatro que, a su pedido, se mantuvo con las luces encendidas durante toda la noche. “Quiero verles las caras. Están cómodos? Yo no, estoy cag… de frío acá arriba”, dijo . “Ustedes vienen porque soy el último fósil que queda en esto”, agregó.
Advirtió que iba a ser larga la noche, bromeando por la longitud de sus presentaciones. (venía de estar cinco horas en un escenario de La Plata). “Tiempos difíciles para la milonga porque hay que opinar”, dijo en el inicio.
Recordó a su padre, un vasco que llegó escapando de la primera guerra mundial, se quejó porque “es más importante un Boca-Ríver que lo que pasa en el país” y criticó al consumismo y a la falta de dignidad de estos tiempos, hilvanando cuestiones y prologando para calentar la voz.
Explicó que en su obra le canta a amigos y lugares y a los perdidos valores de solidaridad y camaradería.
Arrancó con “Un día me fui del pago”, la milonga dedicada a Huanguelén (su pago natal), después de que un espectador desde un palco le interrumpió la introducción con “Maestro, muchas gracias”.
Pidió que cuando alguien se canse se lo diga. “En ese caso, me voy a apoliyar y listo”, volvió a advertir. Lo justificó diciendo que canta poco y habla mucho porque detrás de cada tema hay una historia que contar.
Su padre no llegó a verlo en un escenario. Rescató su figura, su honestidad.
Auto-definido como “opinador”, no evitó temas. Criticó la medicina moderna, “las enfermedades inventadas para vender remedios”.
“Soy mezcla de madre árabe y padre vasco. Un cruce de talibán y ETA, por eso soy así”, bromeó.
Volvió a aclarar que “esto no es recital, concierto, show o espectáculo”, remitiendo al afiche que anuncia “Cosas nomás”, para que no le reclamen.
Contó historias de boliches. Recordó que en su infancia iba con su padre a escuchar a esos cantores. Nombró a Cafrune y a Guarany. “Esos espíritus deben andar por acá dando vueltas”, dijo antes de homenajearlos con el relato por milonga “De hablarle a la soledad”, dedicada a su amigo Roberto Molina.
Agradeció por “el aguante” y por llenar el teatro y se tomó un tiempo largo para reparar una cuerda, elogiando los clavijeros antiguos.
Se introdujo en su historia para dedicar “Ramón Contreras” al hombre con quien dio los primeros pasos como peón de campo.
Trató de afinar la guitarra, no lo consiguió.
Después de la celebrada “Como yo lo siento”, el público comenzó a pedirle temas. Los frenó bruscamente: “me olvidé de decirles que no me pidan temas porque no pienso darles pelota”, ya en confianza.
Igualmente, concedió un fragmento de “Afiches”, contando la historia del tango y recordando que fue cantor de orquesta. Siguió relatando historias tangueras. De su pasión por el género surgieron los nombres de sus hijos: Carlos Romualdo (por Gardel) y Julián (por Centeya).
Lamentó que no aparezcan nuevos cantores de milonga, opinando.
En su errático discurso nombró a Mirta, Susana, Di Caprio, Xipolitakis, demostrando estar informado también de los sucesos de la farándula.
Continuó despotricando contra esa tercera cuerda que no afinaba y ofreció “Por dentro de la vida” y “Mi viejo mate galleta”, la que escribió a los trece años cuando trabajaba de tractorista.
Afirmó descreer de todo (democracia, comunismo, anarquismo…), filosofó sobre Dios, el tiempo y las ideologías y, destacando la importancia de los afectos, recomendó decirles “te amo” a los seres queridos.
Notó que alguna gente se estaba yendo. Se lamentó por eso y decidió cantar “La noche del peludero”, pero sin contar la historia del tema.
Cuando estaba criticando a políticos, jueces y dirigentes de derechos humanos, un espectador con pilchas gauchas se paró y le expresó con respeto “permítame que piense diferente a usted”.
A partir de ese momento, el éxodo de público disminuyó.
Con ritmo de loncomeo, dedicó “Patagonia” a los muertos en Malvinas y a los “sobrevivientes maltratados” y lo hizo extensivo a los cuarenta y cuatro tripulantes del ARA San Juan.
Aprovechó para otra queja por no cobrar derechos por “Quimey Neuquén”, el tema que suena con su voz en un episodio de la serie Breaking Bad.
Cuando observa que alguien se va, deja algunas historias truncas y se concentra en el canto.
“Si en algún momento dije algo que les molestó, jódanse. Les agradezco a los que no se fueron”, dijo antes de encarar el último tramo.
Incluyó “Elegía para un rajao” y “Ayer bajé al poblao” y cerca del final elogió la calidad del teatro.
Después de “Cosas que pasan”, se levantó, recibió una ovación, amagó irse, pero se quedó.
Le dedicó una milonga a un resero-domador amigo y cerró con “El Tamayo”.
Muchos se fueron cansados. El, con casi 82, no fue al baño ni tomó agua.
“Fui cinco horas feliz en este escenario, único lugar en el que puedo serlo”, confesó antes de despedirse, envuelto en una interminable ovación.
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Rosario
“Ustedes tienen un poeta que me vuelve loco del cual no me sale el apellido”. Confió que lloró con “Oración del remanso”, refiriéndose a la obra de Jorge Fandermole. “Hoy me enteré que es de acá, lo quiero conocer”, dijo.
Definió a Rosario como “un mundo aparte”. Se quejó por cobro de sindicatos: “Cómo Baglietto va a Buenos Aires y no le hacen pagar?”.
Después de cantar “Domingo de agua”, pidió que “no se asusten por mi léxico, hablo igual en todas partes. Fontanarrosa, un prócer de ustedes, ya dijo que no hay malas palabras”.