Iemana es cantora, música y compositora. Acaba de editar Las fuerzas también descansan, disco experimental que propone un viaje poético por canciones introspectivas. “La lentitud es un antídoto para seguir escuchando mejor”, dice.   


Hace seis años, viviendo en Brasil, Iamana atravesó un nuevo bautismo, un nuevo nacimiento, una transformación espiritual. Después de un proceso interno, dejó su antiguo nombre atrás –Mariana Pereiro- y sintió la profunda necesidad de renombrarse. “No es un rechazo a nada, sino que tiene que ver con cambios internos. Son como símbolos que van apareciendo para nombrar las transformaciones”, explica la cantora, intérprete y compositora. “Iamana tiene que ver con honrar lo dado pero también con las decisiones sobre qué es lo que uno hace con eso que recibe como herencia. No estar tanto mirando hacia dónde vengo sino hacia dónde voy. Y tiene que ver con potenciar cosas propias y renacer en relación a ciertos mandatos o cosas que uno trae más históricas. Pero es un proceso del mundo interior y me pareció interesante sacarlo afuera”, se explaya Iamana, quien publicó hace unos meses su tercer disco, Las fuerzas también descansan (2023), un trabajo en el que conjuga los sonidos orgánicos y electrónicos, lo acústico y lo digital.

– ¿Y ese proceso interno tuvo que ver también con la llegada de este disco nuevo?

– No, fue bastante anterior. Lo del nombre apareció como una necesidad, como un culto hace seis años más o menos. Coincidió con movimientos emocionales. Después del disco anterior (En la tierra, 2016) y de estar laburando bastante con ese cuarteto, Descalza, necesité hacer un silencio y estuve un tiempo largo sin cantar. Y en ese proceso apareció esta necesidad de cambio de nombre, de tal vez ir más liviana y sin tanto peso familiar. Pero no tanto de la familia en sí, con la cual está todo bien, sino de esos lugares más antiguos en donde uno queda funcionando. Y en la música también pasó algo ahí, estuvo muy bueno necesitar hacer silencio y eso quiere decir no estar tan pendiente de lo que debería estar produciendo hacia afuera sino de darme ese espacio. Fue tiempo de componer, de reorientar las velas creativamente. Ahí empecé a escribir de nuevo, se empezaron a gestar las músicas y después vino la pandemia. Y ahí se terminó de volver al silencio. Fue como muy homeopático el periodo de pandemia porque ya venía de un momento de estar bastante más para adentro. Hice proyectos más pequeños, con Gustavo Nasuti, con otra pianista, pero fue todo más bien introspectivo. En el medio de la pandemia volví hacia afuera. Y antes de eso había sido lo del nombre. Fue tan hermoso como difícil. Renombrarse conlleva mucha energía, no fue simple el movimiento, pero para mí era muy necesario hacerlo.

 

 

“Un diálogo cómodo entre el aliento y las máquinas”, define Iamana el espíritu del disco nuevo. Son siete piezas sonoras o canciones que se van entretejiendo entre sí y construyendo un discurso que reflexiona sobre los ciclos de la vida y los misterios del mundo interior. “El disco se fue revelando. Teníamos ganas de hacer un trabajo que tuviese otro tiempo, no tan frenético”, cuenta Iamana sobre este trabajo que contó con la coproducción de Santi Lesca y fue editado por el sello Elefante en la Habitación. “Al disco lo laburamos durante casi ocho meses, con mucho detalle, mucha paciencia. Con Santi hicimos la producción pero él es responsable en gran medida de la parte sonora”, explica.

“Santi tiene mucho manejo de lo digital y yo hace mucho que tenía ganas de empezar a mezclar lo acústico con lo digital. Y también pintar más climas, usar más los sonidos como una banda sonora de las canciones y por ahí no trabajar tanto desde el concepto acústico. Tenía ganas de laburar con cosas que fueran más desafiantes, que me llevaran a otros lugares”, dice sobre este encuentro entre el mundo expansivo de las programaciones y los instrumentos procesados con las posibilidades sonoras del ronroco, la guitarra, la percusión y el piano. “Tenía ganas de mezclar todas mis partes en el mundo de las canciones. Y que ocurriera un otro tiempo escuchando el disco, un poco en respuesta a este tiempo en el cual todo es de a una canción y se va perdiendo el concepto de disco, ¿no? La idea era seguir narrando una historia con sus timbres, con su decisión”.

– Entre tanta urgencia e inmediatez que existe no solamente en el circuito cultural, sino en la vida en general, el disco propone una escucha paciente, calma, que a la vez también se vincula con el autoconocimiento y los ciclos de naturaleza, ¿Fue una respuesta a estos tiempos?

– Cuando apareció el título, Las fuerzas también descansan, era como algo de adentro que yo realmente necesitaba decir. El título es el nombre que una amiga pintora (Majo Caporaletti) le puso a un cuadro y cuando leí esa frase me di cuenta que era eso lo que quería nombrar ahora. Que por más que una tenga toda la fuerza para enfrentar las exigencias externas, a veces es necesario escucharte e identificar qué es lo que uno necesita. No estar tan atento a lo que el mundo te dice, sino a lo que uno está necesitando. En un tiempo de tanto bombardeo de data es casi revolucionario poder escuchar adentro o estar más atento a ese pulso interior. La lentitud es un antídoto para seguir escuchando mejor. Y en contraposición a eso, a veces la velocidad hace que uno se lleve puesto a uno mismo y actúe medio en automático.

«Me gusta estar cerca del cambio, de la renovación de paradigmas». Fotos: Guille Prat

– Se puede leer también como un gesto de rebeldía, porque pareciera ser que hay una sola forma de hacer las cosas: hay que lanzar las canciones los viernes, tiene que ser sí o sí en formato single, hay que subirlo a determinada plataforma.

– En diciembre del año pasado lancé el disco en mi página web. Me agarró un fuerte cuestionamiento respecto de esta forma de «hay que»: hay que entregar el disco a Spotify, hay que olvidarse de que lo hiciste vos y de repente ya no vendés más un disco. No solo en relación a lo económico, sino que vengo reflexionando mucho acerca del valor de la obra, el valor de lo que hacemos, cómo el afuera te dice cuánto vale o si puede valer; cómo va a ser esa manera de valorarlo, quién lo va a valorar. Lancé el disco en pre-venta en una página web y en marzo recién lo subí a las plataformas. Fue una forma de tomar posición y decir «esto puede ser de otra manera». Me indigna bastante lo que nos pasa a los músicos con respecto a asumir que «hay que». Me parece ese cuento chino de «hacé esto que te va a ir re bien». Nunca es tan conveniente esa promesa eterna de que se viralice. Puede pasar pero en general es más no que sí. Me parece que vamos perdiendo la idea de que somos nosotros los creadores de lo que hacemos. No somos creadores de contenido para una empresa, somos creadores de mundos poéticos, tenemos un lenguaje, lo vamos mutando, nos hacemos cargo de ese camino. Y re banco que se vayan creando otras maneras alternativas de difundir la música y que pueda ser una respuesta individual, no una masificación de esa forma. Me parece que todo tiende a sonar cada vez más parecido, a manejarse con las mismas reglas. No es una pretensión de pelea, sino un diálogo.

– De todos modos, son gestos aislados que aparecen en contraposición a las lógicas de la industria cultural, pero no hay una mirada colectiva crítica con respecto a cómo se está manejando la circulación y recepción musical.

– No, al contrario. Esa es una de las cosas que me llama la atención: esa aceptación colectiva del estado de situación. Sobre todo porque las decisiones de quienes manejan la forma, el cómo, no tienen nada que ver con nosotros. No somos nosotros quienes estamos pensando si queremos que sea así. Somos los generadores del contenido pasivamente. Me llama mucho la atención que los músicos estemos en esa aceptación tan fácil. Pienso en un pintor o un escritor, la gente no regala su obra. Pero los músicos hemos aceptado que hay que regalar la obra y buscar la manera de que aparezca la recompensa económica por otro lado, que a veces aparece pero otras veces no. Para mí hace falta un montón esa respuesta colectiva. Pero antes que la respuesta tiene que surgir la pregunta. La otra vez leía a un productor, Juan Ibarlucía, y hablaba de esto. ¿Qué pasa con los músicos que no nos hacemos la pregunta de cuánto vale? ¿Por qué instituimos que las cosas no valen? ¿Cómo volver a esa idea de pagar la obra, de intercambiar valor y dejar de asumir que tiene que ser gratis? Porque después somos nosotros los que padecemos un oficio escaso y cuyas reglas no ponemos nosotros.

– En el disco hay una mirada bastante existencialista en Quién era yo o Mama koyi. También una mirada sobre la identidad, sobre la mujer, sobre la maternidad. ¿Son preguntas que aparecen porque te las hacés habitualmente?

– Sí, mucho. Es un tema que siempre me inquieta, me apasiona bastante lo cíclico. Vida y muerte me parecen el point. Estamos muy acostumbrados a amigarnos con una parte de la historia y cuando viene la otra no sabemos qué hacer. Me convoca mucho eso. Cada día soy más amiga de la muerte. Eso de saber que somos muy efímeros y que somos los ciclos, y en la medida que nos resistimos la pasamos muy mal. Y también lo inevitable. Cómo vamos cambiando y hay que ir asumiendo que ya no somos ni remotamente los mismos, ni el mismo envase incluso. También honrar esos cambios, romper el formato y arrancar de cero. La maternidad te parte al medio. Es muy literal. También cosas que pasan en la vida y de repente mirás para atrás y preguntás: «¿Quién era ese que estaba ahí atrás?». Hoy soy otro ser. Entonces, es importante poder confesarse y confesarle al mundo.

– Un antídoto ante la melancolía.

– Para mí es muy vital. Una forma de recuperar vitalidad es dejar de añorar. Creo que en estos sures donde vivimos hemos heredado mucho esa forma eternamente añorante de todo, que es un cuenco de sufrimiento del cual vas bebiendo todo el tiempo. Porque si hay algo que va a suceder es que no va a durar nada tal cual está. Yo no soy de las que se regodea en la melancolía, aunque tengo esa nota muy sensible. La melancolía son esas aguas que pueden tomarlo todo y perdés la idea de que podés salirte de ese estado. Me gusta estar cerca del cambio, de la renovación de paradigmas y tratar de ir desidentificándome también con esas nostalgias tan profundas.

«Me interesa más la poesía sonora que la narrativa esa de «la cantante»». Fotos: Guille Prat

– La voz es muy importante en tu obra, ¿Qué representa para vos?

– Para mí la voz tiene mucho que ver con la identidad, con esas huellas que uno tiene encima a partir del origen. Y de todo lo que vamos siendo, capa por capa, a lo largo de la vida. Y a la vez es ese punto de encuentro entre eso histórico y una fuerza creadora. La voz es algo que nombrás y empieza a ser, de algún modo. Tiene esa fuerza la voz. Para mí es una unión de tiempo y espacio, entre lo que fue y lo que puede ser. En la medida que lo empezás a nombrar algo empieza a cobrar existencia. Y a la vez tiene todo el historial, la fuerza ancestral, hereditaria, identitaria; me encanta ese punto de encuentro. La voz es un punto de encuentro entre el mundo tangible y el mundo sutil; el mundo de las ideas y el mundo más intangible. Ese punto de cosas infinitas me fascina. Uno de mis oficios es cantar y otro es orientar a otros para cantar. Y me conmueve mucho la voz en las personas, me parece algo muy poderoso.

– ¿En este disco consolidaste un sonido propio a partir de ese encuentro entre el mundo acústico y el electrónico?

– No creo que algo se consolide nunca o que se llegue a algún lado. Pero sí de todas esas cosas que hago me siento muy esto que suena y siento que empieza a salir hacia afuera algo que suena en mi cabeza desde hace mucho tiempo. Y tiene que ver con una desidentificación con mi rol del cantante o de género, porque yo nunca me sentí muy ahí. Me siento más experimentadora y a veces siento que el mismo rol de cantante o chip interno hace que uno caiga en ciertos lugares. Muchas veces me ha sucedido de decir: «Esto que estoy cantando o esto que suena no soy yo, yo sé que adentro mío hay otra cosa». Entonces, la sensación que tengo con este disco es que esa otredad, esa construcción más singular o más de lo que suena adentro de mi cabeza empieza a salir afuera. Y tiene que ver también con desafiar estos personajes más externos que internos, que son el de la cantante, lo telúrico o lo folklórico. Porque yo nunca me sentí ni telúrica ni folklórica. Eso también está en mí, pero también puedo seguir gritando como una loca o romper el borde de los estilos. Nunca me sentí plena en un género.

– ¿Por qué?

– Ser cantante a veces me parece bastante aburrido como lugar, me interesa más pintar mundos con la voz, decir cosas o mover. Me interesa más la poesía sonora que la narrativa esa de «la cantante». Y el mundo sonoro digital hace que aparezca un poco ese lugar más onírico. Eso me entusiasma un montón. De hecho, la bajada al vivo de este disco me hizo empezar a laburar con IPad, loopearme y hacer otras cosas que me interesan mucho más. Tengo ganas de que lo experimental empiece a tomar más protagonismo en el mundo de las canciones y unir esos dos lugares, porque siento que me representa más; yo no soy solo de un lado o solo del otro. Me siento más una viajante, no tengo un punto fijo de vivienda o un anclaje tan estático.

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