¿Se imaginan si pudiésemos vernos en el espejo de lo que podría ser? El mundo que habitamos se ha convertido en el pantano de lo que se supone que es, en la tiranía de lo que debe ser, y de pronto, existe la posibilidad de vernos reflejados en el espejo de lo que podría ser. Es muy fuerte, si pensamos que estamos en una sociedad dominada por la ideología de los condenados a la literalidad. Todos estamos condenados a ser solo consumidores literales, idénticos «pac man» perseguidos por fantasmas pixelados a medida de los miedos que nos inocularon de memoria hasta hacernos caníbales que devoramos lo que la carnada que la sociedad de consumo nos indica con sus publicidades, sus estereotipos de belleza raquítica, su visión de la vida (que siempre es algo que parece ser que va irremediablemente sobre rieles), sus carnadas procesadas industrialmente para que los otros músculos jamás florezcan. Hay miedo a la complejidad, no me refiero al hermetismo, o al snobismo que produce cosas para pocos “elegidos”, me refiero a la oportunidad de la complejidad de lo que podría ser, a la aventura de escapar del día que diseñaron los fabricantes de días artificiales, a alcanzar la cima de esa montaña que es saber que todos llevamos un lado invisible, y llevamos un «nosotros» en otro tiempo, un transeúnte cósmico que regresa a este tiempo cuando abrimos las puertas de lo que podría ser.

Siempre me conmovió la idea de “Marinero en Tierra” de Rafael Alberti, de un marinero que se marea en tierra, que padece los naufragios de tierra, que no encuentra en las ciudades al viento en su esplendor ni al misterio del mar interpelándolo. No todos poblamos las mismas soledades, la de un marinero en tierra es tan inconmensurable como la de un poeta exiliado de todos los otoños, y digo, todos los otoños, porque ustedes saben que en esto de lo de podría ser nos da la posibilidad de pensar que cada uno tiene no un otoño, sino miles de otoños. Un otoño por cada amor, un otoño antes y después de un amor, un otoño después de la partida de una madre, un otoño de piano y otro de guitarras, un otoño después de haber visto un determinado paisaje, una película o simplemente de haber experimentado una epifanía o de haber habitado un silencio tan hondo que cualquier desierto envidiaría.

“Escribir un poema es reparar la herida fundamental” afirmaba Alejandra Pizarnik, ¿y cuál es nuestra herida fundamental? Si volvemos al «podría ser» de la creación, esto que dice Alejandra funciona de esa manera. A través de la creación podemos reparar algo tan fundamental que no sale en las radiografías, ni se ve en los espejos, ni pueden transformar en artículo de consumo los publicistas, hay un agujero tan infinito e invisible del tamaño de una biografía, cuántos rostros, nombres, lugares, memorias y ficciones nos pesan en ella. La sociedad de consumo nos quiere hacer creer que todo se puede comprar, alquilar, incluso alquilar el corazón, la vocación o la memoria. Nos quiere convencer de que se puede hacer turismo por cualquier paisaje, que todo cabe en un mapa, en lo que balbucea un diccionario, que un cuerpo se reemplaza con otro cuerpo,  sin embargo el humano está hecho de antiguas galaxias, de misteriosas lunas, que es la misma luna contemplada por milenios de ojos de hombres y mujeres. Solo los artistas que por su naturaleza tienen fe en lo que podría ser, intuyen que los pájaros del atardecer tiempo atrás fueron palabras de amor, o palabras de bondad, o quizás palabras con la grandeza del perdón o palabras que dan el don de las gracias, el creador sabe que ese camino del gusano que se transforma en mariposa, o porque los griegos tienen tantas palabras para decir «mar», o los esquimales de decir «blanco» o los indios de decir «aquí».

 

Siglos de saludos cordiales de verdugos,

de guerras de traje y corbata,

de espejismos transformados en basurales,

de ladrones del otoño, de besos envenenados,

de una sociedad que ha renunciado a la búsqueda de la Atlántida.

Sin embargo hay gente que habita el día clandestino,

el de la buena acción sin por qué,

el del corazón humano como una alcancía de naufragios y redenciones, 

el de la escena que dura muchas vidas,

el del eco de algún dios en cualquier melodía humana

el de la fe en la prepotencia de la semilla

y en el poder inconmensurable de la bondad.

 

Hay gente que habita el día clandestino manifiesto en este poema. Curiosamente en estos tiempos el día clandestino es el que es  parecido a nosotros mismos, porque la sociedad de consumo ha inventado los días hábiles que son diseñados por otros y nosotros tenemos que poblar como reclusas en el calabozo del día. ¿Por qué tanta gente habla de la tristeza del domingo? ¿Será que es el único día en el que están frente a sí mismos? Aunque ya se han inventado también artilugios para alejarnos del domingo propio, supermercados, shoppings y otros templos de consumos que abren el domingo recordándonos que la cuerda no es demasiado larga. Que no se debe ir muy lejos hacia uno mismo, que debemos ser siempre forasteros en nuestro propio misterio, que debemos hacer visitas guiadas por nuestra propia vida, pero jamás deambular salvajemente por ella, no sea cosa que el león espiritual se anime a rugir y sea demasiado tarde para volver a la voz que nunca llegó a decir la música de adentro.

Por eso crear es bajarse del mundo y subirse a la vida en estado puro, estar más cerca de la vida es estar más cerca de la muerte, no del negocio funerario, ni de las necrológicas literarias, me refiero a la muerte como una consagración parecida al que un hombre o una mujer que se baja del mundo, conoce cuando comprende que es parte de un todo tan insondable, divino, en el que las cosas se aprenden con la otra percepción, la intuición sagrada, raíz de una inteligencia que no tiene lugar para la mezquindad.

 

El agua se aprende por la sed.

La Tierra —por los Océanos atravesados.

El Éxtasis —por la agonía—

La Paz —la cuentan las batallas—

El Amor, por el Hueco de la Memoria.

Los Pájaros, por la Nieve.

Emily Dickinson.

 

Esa manera de aprender que describe Emily Dickinson en su poema, es la educación que va a salvar el planeta, porque es un aprendizaje ligado con la naturaleza, como los pueblos originarios conectados con la Pachamama, ya no se puede crear sin lo que podría ser, ya no se puede ser un creador sin ser montaña, nieve, lluvia, selva, mar, estrella, cometa, constelación, ya no sirven los autorretratos, la manera de que un creador pueda hacer su autorretrato es intentando expresar el universo, los espejos han fracasado, porque no contienen todo lo que puede ser un humano cuando se fusiona con su infinito.

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