Eduardo Larbanois es guitarrista, compositor y docente. Nació en Tacuarembó, cuna de varios referentes del canto uruguayo. De muy joven se aferró a la guitarra como su canal de expresión. A principio de los 70, junto a Eduardo Lagos, formaría el dúo Los Eduardos. Ambos formaban parte del Grupo de Tacuarembó, agrupación cultural que se reunía en torno a la figura de Washington Benavidez, escritor y profesor de Literatura en el Liceo local. Los Eduardos se disolvió en 1977. Poco tiempo después, Eduardo Larbanois, junto a Mario Carrero, formaron uno de los dúos fundamentales del Canto Popular Uruguayo: el Dúo Larbanois & Carrero. Ambos se conocieron en 1974, en un festival que se desarrollaba en Paysandú, pero recién en 1977 deciden comenzar a transitar la música juntos. Su primera actuación fue en un recital organizado por estudiantes universitarios en el Colegio San Juan Bautista, en 1978. Desde entonces, y por más de 45 años, han recorrido el mundo, grabado más de 30 discos y compartido con varios de los artistas más importantes del continente.
En la actualidad, Larbanois pasa sus días sumergido en su actividad musical, ya sea como docente, componiendo, arreglando o pensando material nuevo para el dúo con Carrero. Su historia es parte de la historia del Canto Popular Uruguayo, y en esta entrevista exclusiva para De Coplas y Viajeros da cuenta de ello.
– Naciste en Tacuarembó, tierra de varios valores para la cultura uruguaya, ¿cómo recordás aquella cuna?
– Mi familia era grandota. Mi abuelo era músico. Yo no tuve la oportunidad de escucharlo tocar, pero sí dialogaba mucho con él, porque tocaba instrumentos de viento y había tenido un problema de salud bastante grave, por lo que tuvo que operarse y no pudo tocar más esos instrumentos. Además se dedicaba a la sastrería, o sea, hacía trajes para la gente del pueblo. Él falleció cuando yo tenía 14 años, y hacía muy poquito que había empezado a tocar la guitarra. Igual, estando él muy enfermo, se sentaba en una mesedora debajo de la parra, en el patio, y yo le tocaba en la guitarra las cosas que iba aprendiendo. Él me dio un consejo que después me dio mucha gracia porque el maestro Carnevaro –cuando yo se lo conté- hizo así como diciendo: “anoto eso”. Me dice mi abuelo “nunca alejes los dedos de la guitarra, de las notas, más de un centímetro y medio; no es necesario y te da más seguridad”, dice, “siempre fíjate, los instrumentistas de viento, que son muy profesionales, muy buenos, casi no mueven las manos, están ahí”. Y eso me ha servido pila, porque de verdad, con los dedos todos alejados el recorrido es más difícil y es más posible de errarle. Yo charlaba mucho con mi abuelo de esas cosas.
Después, mis tíos paternos, todos daban para la murga. Mi viejo, que hoy tiene 91 años, era un hombre más de la murga y del fútbol y mi otro tío tocaba el tamboril y todo. Por el lado materno, mi padrino, que era de origen campesino, quería superarse en la vida y estudió para contador, me permitía usar su tocadisco y allí yo escuchaba a Horacio Guarany, a Gardel, mucho a Los Fronterizos que era lo que más me gustaba, y algunas cosas académicas y clásicas como Beethoven, Mozart, Bach… Después, cuando empecé a estudiar en el Liceo, nos juntábamos con la gurisada y a tener una vida muy gregaria.
Luego empezó el tiempo de la militancia política estudiantil, que me hizo entender por dónde venía la cosa, y que uno es político por acción o por omisión y, entonces se puede comprometer o balconear, pero está ejerciendo política de cualquier modo. Yo elegía comprometerme en todos los sentidos y hacer lo posible por buscar cambiar la sociedad. Tuve la suerte de compartir esa etapa con muchos compañeros, y en los últimos años del liceo, cuando fui a la materia Literatura, tuve la oportunidad de compartir con Washington Benavidez, que fue una especie de faro para toda la gente de Tacuarembó. En torno a él se formó un grupo llamado Grupo Tacuarembó, que no era un grupo oficial ni nada, simplemente era gente que caía a la casa del «Bocha», -así le decíamos a Benavidez- y hacía parte de la cosa. Él tenía las puertas abiertas, las bibliotecas y la discoteca eran nuestras y las clases de literatura en el Liceo eran tan interesantes que los demás docentes, si tenían horas libres, pedían permiso para ir. Eran conferencias maravillosas. No me olvido jamás de eso. Te hacía amar cualquier obra literaria que empezara a trabajar, a veces llevaba discos para escuchar diferentes músicos y luego empezábamos a acercarnos y a componer y a componer juntos. Su casa era, como te decía, de puertas abiertas. Vos llegabas, de repente, después del mediodía que almorzábamos en la casa, teníamos clases de mañana o a la noche, y ese lapso entre el mediodía y la tarde, Benavidez tenía libre, después entraba a las cuatro de la tarde más o menos al otro grupo, y ese rato estábamos allí y podíamos escuchar, desde una obra de Penderecki o de Boulet, hasta los discos recién salidos de Caetano Veloso, Milton Nacimento, Geraldo Vandré, escuchar música de Dylan, Simon & Garfunkel o el último disco de Mercedes, el reciente de Los Trovadores –a quienes tuve la suerte de conocer-, escuchábamos a Jethro Tull, etc. Así es que empezábamos a escuchar todo ese tipo de cosas.
– Mencionaste algo respecto a tu militancia ¿fuiste parte del MLN?
– No, no, yo no milité orgánicamente, fui afiliado a la Juventud Comunista en aquellos tiempos de estudiante. De ahí me nació un respeto y un reconocimiento muy importante a la mujer. Nuestras principales dirigentes eran mujeres brillantes, que hoy son mis amigas del alma, nos seguimos viendo en Montevideo, y la verdad que aprendí a tener otro tipo de relación. Fíjate que en un pueblo interior se estimulaba el machismo, tus mamás te decían «¿cuántas novias tenés?». Después de eso me vine a Montevideo a vivir todas las experiencias que vive la gente joven cuando recién llega a la capital. Si bien yo estaba viniendo a Montevideo regularmente desde los 16 años prácticamente, cuando empecé a trabajar con el dúo Los Eduardos, con quien estuve 10 años, desde primer año de liceo, con 13 años.
– Los Eduardos, que eran vos y Eduardo Lagos…
– Sí. Eduardo Lagos, que lamentablemente falleció hace unos 5 años ya. Era un poquito mayor que yo, y trabajamos 10 años incansablemente
– ¿Hay un material grabado?
– Hay dos discos en Ayuí, discos de vinilo, y uno en Sondor. Eso es todo lo que he grabado. Con ese dúo nos vinimos a Montevideo y empezamos a recorrer cuánta peña había. En aquel momento no estaba tan espesa la cosa. Sí, yo tuve mucho contacto con Alfredo Zitarrosa, que para mí sigue siendo de mis amigos que más extraño. A pesar de la diferencia de edad tuvimos una riquísima amistad, nos veíamos muy seguido, yo iba mucho a las casas, compartíamos cosas, y grabó canciones mías en aquellos tiempos. La verdad que tuve la suerte, por mi edad, de compartir con esa generación. Fíjate que cantamos en De Cojinillo, que era una casa que tenían Los Olimareños. Después, tocamos en cuanto boliche había, hasta que se fue mermando porque la represión policial fue prohibiendo a todos los músicos de esa generación.
– ¿Cómo se conocieron con Mario? Porque él no formó parte del grupo con Benavidez…
– Nos conocimos curiosamente en el 73. Mario nació en Florida, bastante más al sur, a unos 100 kilómetros de Montevideo. Nació allí pero vivió siempre en Montevideo porque los padres lo trajeron recién nacido y vivió siempre en la zona de Villa Española, un barrio popular. En aquellos tiempos, los barrios eran como pueblos. Allí tenían toda la infraestructura. Allí tenía la pizzería, tenía cine, almacenes… No iban a centro. Es más, algunos hasta ni iban a la playa que estaba relativamente cerca. Había una vida muy rica en el barrio, y era como criarse en un pueblo. Él iba cada tanto, en el verano, a visitar a sus tíos en Florida, pero tiene una formación citadina, no obstante eso, cuando redescubrió la oportunidad de estar cerca del campo ha hecho para mí canciones maravillosas ya que tiene la inmensa capacidad de observar aquello que es cotidiano para el entorno y darle una dimensión poética increíble. Yo le decía que en mi pueblo, si vivías a unas 5 o 6 cuadras de la calle principal, hacías 8 o 10 cuadras y ya estabas en el campo. De la vida campesina estaba ahí al lado.
Yo vi nacer muchos potrillos, ovejas, ayudé a parir ovejas, perros, caballos, pero cuando escribió el poema que se llama Milagro, que es una de las canciones que a mí más me gusta, me sorprendió ese redescubrimiento de ver nacer un potro y darle una dimensión poética increíble ¡Cómo la percepción de alguien, que llega después de afuera, te hace muchas veces ver cosas que están en tu entorno y que vos no te das cuenta si no te lo dice alguien de afuera! De hecho también comento siempre que hay una canción que se llama En tu imagen, que compuso Lucio Muñiz sobre el paisaje rochense y es maravillosa y el hombre es de Treinta y Tres, no es de Rocha. La canción del paisaje rochense más hermosa que hay la escribió un tipo de Treinta y Tres.
– Por lo general, las canciones más bellas que describen lugares, no las escribieron locales que naturalizan paisajes, sino foráneos que se vieron deslumbrados por el lugar cuando lo conocieron. Entonces, ¿cómo se conocieron con Mario?
– Con Mario nos conocimos en el 73 en un festival en Paysandú que se llamaba Cosquín en Paysandú. Mario ganó ahí como solista. Yo iba con el otro dúo, con Los Eduardos, y nos conocimos allí. Fue muy gracioso porque compartimos el hotel, entonces se arrimó para charlar. La gente del interior tiene cierta resistencia con el capitalino. Mario había llegado entrajado, me acuerdo, traje color habano, corbata, y Mario siempre fue de pelo muy crespo, aunque ahora está pelado, pero tenía el pelo bien crespo. Peinado a la gomina, con los bigotitos cortados como te obligaban los milicos, hasta la comisura de los labios. Si te pasabas de ahí desfilabas para la comisaría. Y yo le digo a mi socio: «che, no le dé mucha pelota a este flaco que tiene una pinta…». Después que empezamos a charlar, no paramos más.
De hecho, yo venía para Montevideo, después de ese festival, y aproveché el ómnibus que llevaba a la delegación de Montevideo, para venir a Montevideo, porque venía a grabar con Darnauchans, para mí uno de los trovadores más grandes que ha tenido nuestro país, un autor de canciones maravilloso. El Darno tenía mi edad, pero una vida muy castigada, autocastigada, y murió muy joven, pero dejó una obra maravillosa. Para mí, de los autores de canciones más importantes que hemos tenido. Un cantor increíble, porque tenía un asma brutal y vos lo escuchabas cantar y no podías creer que tuviera esos pulmones para cantar.
A partir de allí, ya después empecé a venir más seguido a Montevideo, y ya te digo, en el 74, ya me quedé del todo. Me vine el 23 de marzo del 74 y ya no volví más a mi pueblo a vivir. Iba regularmente a ver a mi familia, a mi viejo, pero a vivir no fui más. Hoy es una ciudad que está muy linda, muy grande, y voy más seguido porque tengo al viejo allá, pero no sé, ya es otra ciudad. No es la que yo conocí… es otra cosa, porque de algún modo vos vivís un exilio cuando te vas de tu pueblo. Además yo compuse una canción que se llama Exilios, que la compuse charlando con mi esposa, porque ella es del interior también, y ahí empezamos a charlar sobre el tema de que los docentes en la universidad muchas veces no se dan cuenta que el joven que viene del interior, no viene solo a estudiar, viene a aprender a vivir solo, a cocinarse, a lavarse la ropa, a tener cierto comportamiento en una ciudad que desconoce, a aprender a andar solo. Y bueno, y escribimos esa canción que yo me acuerdo que había una parte que me costaba mucho cerrarla, que hablaba de las encomiendas, que mandaban los viejos, los paquetes que mandaban del interior, cada tanto, a veces cada 15 días, a veces algunos por semana, donde te mandaban alguna milanesa, algunas cosas, algunas comiditas prontas, y cosas no perecederas, para uno aprender a cocinar, y la cartita con algún pesito. Entonces, claro, uno esperaba esas encomiendas, y a mí no me salía muy poética, me salía muy cursi, y le dije a Carrero: «Mario, vos que estás más en el oficio de la poesía, ¿a ver si le podés redondear la idea que yo quiero dar acá?», y bueno, hice como siempre, acertadamente, hizo esos últimos versos, y la canción se llama Exilios, que de algún modo es un himno de los gurises que vienen del interior, porque sigue siendo igual. Hay días que extrañas como loco, no sabés qué hacer, y de algún modo nos pasa eso, por eso me imagino lo que fue toda la experiencia de los compañeros que estaban afuera y que no podían volver.
Yo me escribía mucho con Alfredo Zitarrosa, estando en España, luego en México, además estuve unos días antes que se fuera a Buenos Aires con él. Cuando volvió, fui de los primeros que fui a verlo. Compartimos algunas cuantas horas, y después nos veíamos muy seguido. Nunca me pudo ganar el truco, una de las cosas que siempre me criticó, y ya te digo, de ahí no paramos más. Empezamos a trabajar con Mario, en el 77. Yo tocaba en un boliche, me acuerdo, estaba con Los Eduardos todavía, pero ya estaba terminando ese dúo. Estaba haciendo un poco de trabajo como solista, y Mario se arrimó a un boliche que estábamos tocando, y le digo, «pero Mario, no te veo cantando», y dice, «y, no, con el golpe de Estado he querido cantar más, no se puede», y le digo, «mira, yo te voy a decir una cosa, vos tomalo o dejalo, no sé quién lo dijo, pero alguien dijo que si vos tenés condiciones para algo, no es un regalo, es una responsabilidad, así que va a tener que seguir cantando», y Mario volvió a cantar, y de hecho éramos dos solistas, después fuimos un tiempo acompañándonos. Yo lo acompañaba, le hacía arreglos a sus canciones, él tocaba la guitarra conmigo, algunas cosas, luego fuimos probando la voz, nos gustó, y cuando nos contratan por primera vez, nos contratan como Larbanois y Carrero, entonces quedó el nombre, y a partir de allí nunca más cambiamos.
– ¿No les tocó exiliarse al exterior?
– Por suerte no. Fuimos bastante cascoteados, además nos llegaron a decir la gente de los departamentos de inteligencia que ellos nos habían dejado demasiado tiempo. Creían que no íbamos a tener ninguna relevancia. Me refiero al movimiento Canto Popular en general. Y la gente nos proporcionó espaldas. «Se nos hace cuesta arriba echarlos a ustedes, pero ¿por qué no se van?», Y dijimos, ¿para qué? Y nos amenazaban. Me acuerdo que una inteligencia dijo una vez, «yo, si hubiera estado desde el principio acá, Los Olimareños, Zitarrosa, o Viglietti andaban por ahí cantando lo que yo les dejó cantar, pero andan por ahí hablando del país, no sé cuánto, ¿viste? Y a ustedes no les vamos a dar el gusto de hacerlos mártires». De modo que, dice, «cuídense, porque accidentes de todos lados».
– ¿Cómo es sostenerse después de 46 años juntos con Mario?
– Es una construcción permanente. Hemos sabido capitalizar los momentos de crisis para crecer. Siempre hemos tratado de ser muy francos y potenciar lo que cada uno de los dos puede dar a este oficio maravilloso. Yo nací músico y todo lo que hago es música. Mario tuvo otro oficio muy lindo del cual hizo una carrera formidable, él es técnico sanitario y con 18 años entró a trabajar en la compañía de gas y allí desarrolló una carrera formidable, donde es uno de los tipos más capacitados en la red de gas, la formación de todo ese trabajo. No obstante eso, la música para él es un regalo de la vida. Nunca quiso tener una formación académica, es intuitivo, tipo muy inteligente, muy buen escuchador, y a veces me dice: «Larba, ¿vos estás seguro de lo que me estás diciendo?, mirá que yo después repito». Y yo le digo: «repetí con tranquilidad». Pero, ya te digo, es un tipo muy inteligente, muy talentoso, siempre está escuchando, escucha todo, pero le gusta lo que es cantar. La música instrumental no le gusta.
– ¿Qué artistas te conmueven hoy, de las generaciones más jóvenes, allá en Uruguay?
– Me gusta Fernando Cabrera. Me gusta mucho su obra. Somos poco menos que contemporáneos, pero me gusta mucho su obra. Hay algunos cantores que no han tenido mucha difusión. Ernesto Díaz, para mí, uno de los grandes compositores. Muchachos del norte, de allá, de La Unión, de Artigas. Que hace una música muy respetuosa de su entorno. Parece un Caetano de la frontera, un cantorazo. Después hay un cantor que tiene un absoluto bajo perfil, que para mí es genial, si tenés oportunidad de conocer su disco Me gusta lo desparejo, y él se llama Freddy Pérez. Es de mi pueblo. Hizo un disco grabado en vivo, fue guitarrista de un grupo y de muchas cantantes. Le gusta la música antigua, canta cosas de Gardel, estilos de la época de Magaldi. Para mí es increíble que no tenga un primer lugar, pero él es perfil bajo. Después, alguien que están haciendo cosas muy interesantes es el Mocchi, y canta unas canciones formidables. Muy aguerrido, con una polenta bárbara. Después, Florencia Núñez, una gurisa que canta muy bien. Que está haciendo versiones y obras de ella. En fin. Creo que hay mucha gente como para ir a escuchar y seguir aprendiendo. Los gurises siempre están moviéndote la cabeza. Como músicos instrumentistas se han destacado los hermanos Ibarburu de una manera increíble.