ENTREVISTA CON DON OLIMPIO
En su segundo disco, Mi fortuna, el octeto prestigioso que combina música de raíz y vanguardia relee clásicos folklóricos, autores actuales y obras propias, con arreglos desafiantes y un proceso de trabajo que expande lo individual en lo colectivo. Uno de los grandes trabajos del año, que corrobora el lugar clave que ocupa Don Olimpio en la música popular más sutil y aventurada de hoy. Andrés Pilar, su pianista y arreglador, la cantante Nadia Larcher y el vientista Juan Pablo Di Leone dan claves de su motor creativo y sonoro, y de las obras que plasmaron en Mi fortuna.
Por Patricio Féminis | patfem@hotmail.com
Fotos: Rocío Coelho | Edición: Lara Pellegrini
¿En qué espejos se reflejan los colores de un grupo de la música de raíz? ¿En qué memorias y latidos futuros? La portada del disco Mi fortuna, del octeto Don Olimpio abre sentidos para desplegarlos. Hay una leve procesión de campesinas y campesinos subiendo por las montañas al resguardo del reflejo del sol. Con rayos y matices naranjas y violáceos: con un aura lila que tiñe el cielo y los cerros con cierta estética pop. Ese riesgo y esa apuesta respiran en Mi fortuna: recobrar las tradiciones folklóricas y culturales argentinas desde los sonidos e inquietudes del siglo XXI. Lo atemporal y el porvenir.
En Mi fortuna -que presentan hoy jueves a las 21 en Dumont 4040 (Santos Dumont 4040, Buenos Aires)- el ensamble de raíz y vanguardia Don Olimpio da un paso más hacia su búsqueda interior y expansiva. Nadia Larcher en voz, Juan Pablo Di Leone en flautas, Federico Agustín Randazzo en clarinetes, Juan Manuel Colombo en guitarra, Diego Amerise en contrabajo, Agustín Lumerman en percusión, Milagros Caliva en bandoneón y Andrés Pilar en piano, arreglos y dirección atesoran su ética musical: explorar “las posibilidades sonoras del ensamble y la singularidad interpretativa de cada uno”, como dicen en un texto definitorio, “atravesando temas populares anónimos, de autores tradicionales, contemporáneos y composiciones propias”.
El resultado, siempre en movimiento, es “una sonoridad a la vez diversa y compacta, que pone luz sobre una herencia musical a veces desconocida y estimula un diálogo íntimo con la tradición musical argentina”. La catamarqueña Nadia Larcher, en diálogo con De Coplas y Viajeros, visibiliza la apuesta: “Los ocho somos escuchadores. Hay una ideología en cómo escuchamos el acervo folklórico, la música que estamos haciendo y la de los colegas. Lo interesante es cómo se funden la herencia y los sesgos de ello en nosotros. Ese eslabón de la cadena cultural de la que somos parte en la música popular argentina de hoy”.
Para percibirlos mejor habrá que repasar este mapa reflejado: uno a uno, los temas de Mi fortuna, en el orden que definieron para este viaje de cerros y de regiones recónditas revisitadas en sus texturas; de los cielos lejanos y a los gestos de urbanidad, con la certera formación académica, pero a la vez popular, de Don Olimpio. Abordaron La zafrera (Armando Tejada Gómez y Oscar Matus); Repechos del guadal (José Luis Aguirre); La luminosa (Jorge Fandermole y Raúl Carnota); Punay (La pastorcita perdida) (Atahualpa Yupanqui y Antonieta Paula Peppin Fitzpatrick); El hornerito (Julio Luján y Pirca Rojas); Mi fortuna (anónimo, recopilación de Leda Valladares); Andando a gatas y Don Tula (Pepe Núñez); Refugio de soñadores (Nini Flores); Maldigo del alto cielo (Violeta Parra) y Calanchoi (Santiago Segret). El resultado es más diverso que el disco anterior, Dueño no tengo (2017), y, por ello, más inspirador y transparente sobre sus propios procesos como grupo. ¿Qué piensan ellos?
Andrés Pilar: – Mi fortuna es mucho más heterogéneo que Dueño no tengo. Tiene muchas diferencias estéticas y capas. Por ejemplo, la zamba Don Tula es el tema más denso en sonoridad y texturas. Requiere mucha escucha. Un crítico musical señaló que Don Tula empieza como una zamba pero avanza con una textura que no tiene nada con ese ritmo. Algo de eso hay, pero no me lo propongo a priori ni tampoco me copa tanto salir de las cosas más clásicas. Simplemente le busco la vuelta para que tenga algo distinto y que me llame la atención. El disco es heterogéneo en cuanto al repertorio y a su tratamiento. Hay dos extremos, que son el rasguido doble El hornerito y el anónimo Mi fortuna, recopilado por Leda Valladares. La tónica del primero es súper bailadora y pegadora; es muy directo y te hace mover. Y Mi fortuna tiene un clima improvisado a partir de las texturas que se generan. Las cosas se cocinan en casa, hasta el arreglo terminado, y después se terminan de dar forma acá a nivel grupal. Eso es lo que le termina de dar magia a todo. Puede estar bueno un arreglo, pero hasta que no suena con los compañeros, cada uno con su musicalidad, no existe.
Juampi Di Leone: – Hay un par temas que tuvieron un trabajo distinto al del disco anterior y que estaba bueno probar, como Mi fortuna. Ahí Andrés no escribió mucho; sólo unas guías simples para luego desarrollarlo. Es el que más improvisación permite y el que más diferente puede salir entre un show y otro. En Maldigo del alto cielo, de Violeta Parra, también intervinimos un poco todos. Y el intermezzo de Don Tula genera un sonido muy loco y onírico. Hubo otros arreglos que Andrés trajo escritos y los leímos de punta a punta. Por ejemplo, La zafrera: leímos la partitura y así quedó. Hubo distintos procesos. Unos estaban ya definidos y otros se cocinaron más cerca de la grabación.
Nadia Larcher: – A mí me resulta interesante la figura del arreglador o de la arregladora en el folklore. Y no siempre es tan rescatada o mencionada la función del arreglador. Del que cranea el objeto, el hecho artístico: cómo va a sonar un disco. En este caso apareció otra dinámica en la conformación de los temas y todos aportamos a la construcción de esa obra. El arreglador escribe la idea, nosotros ponemos nuestro cuerpo para materializarla y ahí surge lo colectivo. Son esos textos musicales que Andrés reescribió, tomándolos de la cultura musical que tenemos. Un poco eso también significa Mi fortuna: la fortuna de tener toda esta herencia musical, tomarla y reescribir esos textos. Lo que hacemos es reinterpretarla, para decir: ‘Tenemos esta manera de pensar la música’. Lo que interesa es como releemos la tradición y la cultura.
Di Leone: – Es un proceso natural de cualquier grupo el conocerse y encastrar cada vez más. Cada uno ya sabe el lugar que ocupa sonoramente. Cuando conocés a los integrantes y cómo tocan, escribís para eso. Andrés escribe pensando en cada uno. Escribe sabiendo qué agudos o graves le puede pedir a cada instrumentista de Don Olimpio. Qué pianissimos o fortissimos puede tocar. Siento que Andrés mejoró en el conocimiento del instrumento que tiene. El grupo es el instrumento. A mí me hizo tocar notas muy agudas y muy graves en la flauta en sol. Fue algo muy jugado, medio difícil, y le funcionó.
Larcher: – Es muy bello cómo Andrés dialoga con cada uno. Algo que dice Diego Amerise, el contrabajista: “Conmigo dialogó para ver de qué manera construir la línea de bajo de Punay, de Yupanqui”, y con Federico Randazzo pasó algo similar. En el primer disco Andrés ya traía casi todos los arreglos escritos. Nosotros nos subíamos a eso y lo materializábamos. Pero el material de Mi fortuna se fue armando desde el diálogo. Y por eso logramos una densidad en la que estamos todos involucrados: en ideas, propuestas y sonoridades. Eso luego modificó mucho la forma de grabar. Lo hicimos en cuatro jornadas completas, casi conviviendo en el estudio. Trabajamos mucho el sonido. Además fue fundamental el trabajo de Alejandro Saro en la grabación y la mezcla. El primer disco fue grabado en dos días y éste en cuatro. Vamos a ver si en el tercero podemos llegar a un mes, jaja.
Di Leone: – Como somos perfeccionistas agregamos algunas cosas más en mi casa: unos coros de Nadia, el personaje de la niña (Olivia Odoguardio Coelho) que aparece en Punay, y en ese mismo tema un solo de clarinete de Federico Randazzo. Intentamos que cada instrumento estuviera mejor tomado, otro plano, y funcionó. Suena más definido, más cargado. El plan técnico fue muy diferente.
Larcher: – Para nosotros es valiosísimo seguir escuchando el disco. Entender sus densidades y capas. O lo que decía a Agustín Lumerman, el percusionista. Que hemos jugado con la idea de ser muchos más integrantes: de multiplicarnos. Y esa data me parece fascinante. Estuvo bueno armar un video de 19 minutos para YouTube en el que cada uno expresa su sensación acerca de estos once temas.
– Nadia, ¿cómo varia tu conexión al cantar cada letra?
– Es un todo que va sucediendo junto con la música. Yo tengo que estar muy atenta a lo que ocurre musicalmente, y así puedo dialogar con todos. No hago una abstracción para pensar qué voy diciendo las letras. Eso se hace previamente para identificar que palabra tienen mayor peso. Pero al momento de tocar es un todo: es la melodía jugando con el piano, el contrabajo, los vientos, la guitarra y la percusión. Y ahí el color de la voz ya no me pertenece: es parte de la canción. Todo lo que tocamos lo elegimos concienzudamente. Eso nos da mucha libertad para repensarnos y nos sigue enseñando. Las canciones van y vuelven en nuestras vidas. Con ellas conversamos día a día.
– Juan Pablo, ¿cómo describirías tu experiencia al grabar flautas y quenas en Mi fortuna?
– Se formó una sección de vientos muy maleable: mis flautas, los clarinetes de Federico Randazzo y el bandoneón de Milagros Caliva, que además es un gran instrumento comodín, porque tiene textura armónica, textura rítmica, volumen, empuje y melodía. A mí siempre me gusta el oficio de tocar con otros y de ser parte de una sección. Siempre admiré el sonido de los grandes grupos, sean del género que te guste: Los Rolling Stones, Los Manseros Santiagueños, Queen o Weather Report. Ese enigma de tocar juntos en un escenario. Lograr un sonido grupal es el desafío más disfrutable.
Pilar: – Somos ocho músicos con una resonancia compacta y amalgamada, pero que se sigue transformando. Por suerte lo logramos. Los arreglos traen muchos tonos y sensibilidades para conformar este color colectivo. Al final se arma una gran paleta con la improvisación. Pero sin perder la idea de canción. Por eso mismo, para seguir creando la clave será siempre compartir.
Las puertas de la experimentación: las obras
En cada canción respira un secreto, una puerta y una revelación. En las once que grabó Don Olimpio hay una comprobación a fuerza de investigación, ensayo y despliegue, de las posibilidades técnicas y afectivas que desarrollan hoy como grupo, y también aires de lo que vendrá. Por ello es esencial poder escucharlos, y leerlos, repasar lo que esas canciones les hacen vivenciar:
La zafrera, de Armando Tejada Gómez y Oscar Matus (1962): “Esta zamba estaba incluida en el disco La voz de la zafra, que ya estuvo adelantado a su tiempo. Lo que hacen las flautas de Don Olimpio, acá, vienen a reforzar una vanguardia muy potente que fue la música del movimiento del Nuevo Cancionero, de Mendoza. Todo lo que podemos experimentar o probar al grabar es posible gracias a la riqueza inicial de nuestra música popular, o de lo que se suele llamar como ‘folklore’. Andrés pudo releer la obra y reescribirla con una gran ductilidad”, analiza Larcher.
Repechos del guadal, de José Luis Aguirre (2018): “Lo hicimos para compartir unas fechas con José Luis Aguirre y es una zamba muy bella que trabajamos desde una impronta más rockera. Fue el primer solo de Federico Randazzo acá. -divisa Di Leone-. En el video de 19 minutos que subimos a YouTube se ve que yo le hago una pequeña sugerencia, pero fue una creación pura de él. Eso lo puso en un lugar de crecimiento muy potente”.
La luminosa, de Jorge Fandermole y Raúl Carnota (2014): “Esta chacarera pertenece al disco doble Fander, de ese año. No lo conocía y me impactó sobre todo la letra: me pone la piel de gallina. Se lo mostré a Nadia y ella se enamoró más cuando captó todo el universo astronómico que trae la poesía”, evoca Pilar. Y ella amplía: “La luminosa me parece tremenda a nivel poético. En una parte dice que es como una estrella fulgurante ‘entre dos noches gigantes’. También dice: ‘Mi madre ha sido una estrella quemándose desde el centro’. Identifica a la madre incluso ya no con la Pachamama, sino con una estrella quemándose desde adentro. Desde ahí venimos: polvo de estrellas. Fander transmite la inherencia que tenemos a la naturaleza como hecho político, y por el momento que estamos viviendo. Volver a pensarnos como hijos y como partes de un derrotero de existencia que no tiene que ver con nuestra supremacía como especie. Somos una casualidad dentro de ese universo y lo que podemos hacer como humanidad es sólo lo que estemos dispuestos. Ojalá que estemos dispuestos a no matarnos entre nosotros o a la naturaleza, porque es lo que tenemos. Es este pedacito de polvo de estrellas que ha evolucionado a que seamos seres, hoy, haciendo música. Disfrutemos de este pequeño milagro que es la existencia: que estemos acá y en este planeta, no en otro. La poesía de Fander es muy profunda y cantarla es una locura. Ojalá que llegue de esa manera tan intensa a las personas”.
Punay (La pastorcita perdida), de Atahualpa Yupanqui y Antonieta Paula Peppin (1968): “Es ese tema que dice ‘Punay! ¡Punay! ¡Devuélveme, devuélveme, mi pastorcita perdida! Pastorcita de la Puna, te extraviaste en noche mala, mi voz te busca en el viento y en la Puna te reclama’ -repasa Larcher. Fue una puerta muy interesante para pensar un montón de cosas en relación con lo que pasa en las montañas con las pastoras y campesinas, y con la desaparición de mujeres. Y lo desdramatizamos y lo trajimos a la propia historia: se terminó convirtiendo en la de mi abuela Catalina Saquilán, de 89 años, cuyo relato incluimos en el medio del tema”. ¿Cómo fue ese proceso? “Fue extraño, porque en realidad yo quería preguntarle a mí a otra abuela, María, de 99 años. Las dos son campesinas y nacieron en la montaña. Con mi familia, en Catamarca, tenemos la dinámica de estar todos juntos en reunión. Pensando en Punay, un día le estaba preguntando a mi abuela María si tenía alguna historia vinculada con esa situación que relata la letra. Entonces me escuchó mi sobrino Nachito, de 12 años, y me dijo: ‘¡Pero si la abuela Cacho se perdió en la montaña!’. Y Cacho (así le decimos) se lo había contado a él. Entonces mi abuela contó la historia. Fue todo un diálogo generacional a partir de la canción. Después la grabamos y estuvo tranquila, en una disposición a relatar esa vivencia. El relato es largo y en un momento ella se emociona. Es algo hermoso”.
Andando a gatas (registrada en SADAIC en 1989) y Don Tula (registrada en SADAIC en 1993), ambas de Pepe Núñez: “Siempre me gustó la música del Pepe, porque me parece un compositor tucumano muy original. Todo lo que él hizo tiene un sello particular y novedoso, y aparte fue un poeta zarpado”, define Pilar. “Me acuerdo de que estábamos de vacaciones en Merlo, San Luis, escuchando el disco de Pepe, y yo dije: ‘La zamba Don Tula es increíble, y flasheamos con hacerla. Habla de algo totalmente original para el universo de una zamba: de un cuidador de un dique tucumano que añoraba el mar. Entonces puse de fondo La mer, del compositor impresionista Claude Debussy de fondo. Hay un momento de la armonía y la melodía que me encantó y pensé: ‘Uy, se me hace que esto podría ir en el interludio de Don Tula’, y de hecho la armonía está casi tomada de Debussy. Quedó todo un arreglo que remite a un transatlántico: a un barco que se va moviendo lento. Tiene ese clima. Le hice un pequeño cambio a un motivo melódico, como una licencia propia, y con mucho respeto. Y para Andando a gatas tomamos el arreglo del tucumano Lucho Hoyos, de una versión con tres guitarras muy cuyanas”.
Maldigo del alto cielo, de Violeta Parra (1966): “La armamos por los 100 años del nacimiento de Violeta y quedó una versión con mucha garra y es un momento muy en el que el grupo suena más desaforado. Esta canción nos hacía hacer catarsis en vivo y hoy tiene una implicancia aún mayor con todo lo que está pasando en Chile. Acá vamos a maldecir con todo y el arreglo va para ese lado”, dice Pilar.
El hornerito, de Julio Luján y Pirca Rojas (década del 1940) y Refugio de soñadores, de Nini Flores (1999): “Siempre me encantó el mundo del chamamé y sobre todo desde la escucha de Rudi y Nini Flores -cuenta Pilar-. Entré por ahí, y después lo que escuché de la larga tradición del chamamé siempre me conmovió. Entiendo que en un momento esta música estuvo muy mirada de reojo o menospreciada, algo que llegó hasta hoy. Incluimos estos dos temas por Milagros Caliva. Yo tenía pensado arreglar Refugio de soñadores, ese instrumental maravilloso de Nini. Y sonó en el primer ensayo con ella: fue su bienvenida al grupo (luego de la salida de Santiago Segret). Respecto del rasguido doble El hornerito, en un momento subí a Internet el video de una versión de un ensamble del Conservatorio Manuel de Falla, Milagros lo vio y me dijo: ‘Por favor, ¡hagamos El hornerito!’. Así que quedó también, y está basado en un arreglo de Los de Imaguaré. Sumar chamamé a los otros temas más densos es una muestra del devenir de nosotros como grupo en estos años”.
Juan Pablo Di Leone sonríe. “Hubiera sido un pecado no aprovechar el color litoraleño de Milagros Caliva”. ¿Y qué le pasa al grupo cuando suenan en modo de chamamé? “Algo alucinante. Al ser temas instrumentales, permiten un encuentro lúdico totalmente diferente. Ambos abren un gran momento en vivo para nosotros, y el público se relaja un poco respecto de la cosa más sesuda de los arreglos”. Y Larcher concibe: “Es algo muy potente lo que significa Nini Flores para la vida de Milagros Caliva. Cuando ella toca Refugio de soñadores, y con este arreglo, se va con su mirada y con sus dedos a la memoria de Nini Flores: lo honra tocando”.
Calanchoi, de Santiago Segret: “Lo usamos para abrir nuestros shows, pero acá sentimos que al disco le podía dar un final abierto. Funciona muy bueno como recuerdo de alguien que fue parte de Don Olimpio”, rescata Pilar.