El artista catamarqueño editó El Camino, un disco con composiciones de su autoría que se pasean por la amplia variedad de ritmos del folklore argentino. Afincado en Río Ceballos (Córdoba), asegura que los músicos de las provincias “conformamos el verdadero federalismo”.


Una escucha atentamente El Camino y espera la llegada de la palabra mágica: «Turucutún«, llave del portal que nos invita, como en su disco anterior Cosiquiando, a descubrir lo que sigue. Pero no lo encontramos esta vez. En su lugar hallamos un nuevo disco, el tercero en su haber, de abundante contenido, con un corazón de poesía, acompañado por un libro con bellísimas ilustraciones propias realizadas en acuarela, porque Diego Marioni no es solo un multiinstrumentista, compositor, cantor, escritor, luthier, educador, sino un artista catamarqueño integral, un trabajador de la cultura en incontables aristas.

Recorre el arte con sensible destreza, desde lo musical hasta lo plástico.  Despliega un juego de andar por la vida esparciendo una avalancha de expresiones propias, de andar cosiquiando, tarea que disfruta y que aún no termina, aún no se agota. Lo demuestra el autor de diez nuevas canciones en esta suerte de seguir reivindicando la infancia que llevamos dentro con toda su motivación creativa.

Como un relato de vida los temas se van abriendo en páginas donde el autor se encuentra agradeciendo musicalmente a quienes han abordado junto a él este viaje. Cada trabajo que nos ofrece es un proyecto cultural en sí mismo, un todo que no deja librado al azar ningún ritmo de nuestra música popular, generando una intensa conexión entre las partes. Tal vez allí resida el motivo por el cual muchos otros músicos de su generación lo eligen para trabajar la producción, los arreglos, y de esto dan fe las más de sesenta intervenciones en discos como productor y músico invitado.

El que transite El Camino de Marioni será partícipe del recorrido poético que propone, y a la vez de la calidez con que expresa una profunda identidad que lo vincula a la tierra, sentires y vivencias, en aires de chacarera, gato, zamba, canción, chacarera trunca, algo cuyano también, sin repetir ni un ritmo pero además sin repetirse él.

– ¿Dónde comienza el camino de Diego Marioni y hacia dónde lo estás orientando?

– El camino comienza en el seno familiar, de la mano de mis padres y abueles por parte de madre sobre todo, con quienes compartíamos la geografía de la ciudad de Catamarca. Fue mi abuelo, el Tata, quien me entregó la música a través del canto, el bombo y el zapateo, y después fueron esas cuatro hermosas personas quienes me acompañaron siempre sin condiciones. No me canso de contar esto porque es un mantra de agradecimiento a sus presencias y generosidades.

Un poco de historia: Cuando era chico, dijéramos allá, bailaba en un ballet de danzas folclóricas y cuando terminábamos de bailar yo cantaba algunas canciones, podría decir que el camino “profesional” comenzó ahí. Después vinieron Extinción, una banda de heavy metal donde tocaba la batería y componíamos canciones que hablaban de las realidades de nuestros pueblos originarios y la sociedad de ese momento; el Grupo Vocal Pirca, quinteto con el que ganamos Cosquín y Laborde en el 2000; La Trama, fusión latina, un hermosa banda con hermanos de la vida que duró intensos siete meses, hasta que me vine a Córdoba a estudiar música en 2002. Acá formé junto a Eduardo «El Negro» Sosa, el Dúo La Chirlera con el que anduvimos por todo el país, lo hermoso de vivir en estos pagos mediterráneos; formé parte de la banda de la solista cordobesa Romina López, mi compañera de vida, y en 2009 comienza mi etapa “solista”, así entre comillas, porque nunca estuve solo. En esta etapa grabé Oración junto a dos hermanos queridos: Jorge Reales y Juan Martín Angera y en 2014 edité Cosiquiando, un disco/libro de folclore para niñes en el que participaron hermoses artistas de todo el país con el objetivo de acercarles a las infancias la diversidad de nuestra música popular.

Como dijo Don Ata, “el camino se compone de infinitas llegadas”. Una copla, una canción, un dibujo, una poesía, un disco nuevo, lazos profundos con personas de distintos lugares del mundo, todo eso y más hubo, hay y habrá en el camino, que se orienta siempre hacia donde sale el sol, con la sincera intención de hacer de cada cosa nueva un humilde aporte para mejorar este mundo.

– ¿Cuál es la búsqueda en esta obra tan bella, compuesta de gran instrumentación, atravesada por aires de folklore norteño, como la zamba, que tiene arreglos de bronces muy notorios, por ejemplo?

– Antes que nada muchas gracias por el elogio. Este disco tomó forma en la pandemia.  Personalmente venía transitando un tiempo muy difícil y esta espera obligada me permitió volver la vista y mirar el camino andado, entonces fue claro, tenía que honrar cada momento, bueno o malo, porque me habían traído hasta acá. Entonces junté las canciones que me pareció que podían convivir juntas en el ya viejo formato “disco” (jaja) y dejé que cada una mostrara esas distintas llegadas, evocadas desde el arreglo e instrumentación, sumando cosas que amo, como el jazz y los sonidos de oriente. Entonces se pueden escuchar guitarras distorsionadas en el chutunqui, un cuarteto de jazz en la zamba, el arreglo puramente vocal en la chacarera, etc., todas atravesadas por mi identidad norteña.

Lo grabé casi enteramente en mi casa, al igual que casi todes les invitades, salvo las voces de Sin Prisas que las grabamos en Liverpool, el estudio de Chinchu Guerra en Anisacate y la mezcla y el mastering las hizo Fernando Filip en su estudio Soundaka que se encuentra en Río Ceballos y el resultado de toda la experiencia fue maravilloso. ­El disco es una publicación virtual, pero viene acompañado con un librito físico que contiene toda la info de les musiques participantes, las letras, unas acuarelas mías (en pandemia me reencontré con ese viejo amor) y una obra de arte que es la portada del libro de un gran artista amigo, Germán González.

«Quienes conformamos la escena de Córdoba, hemos elegido habitar este lugar y desarrollar nuestro arte desde acá». Fotos: Gentileza del artista

– Te encontraste «sin prisas» también con Ana Robles, ¿cómo fue esa coincidencia?

– Fue la condensación de muchos años de amistad con Ana. De pensar y sentir la música y el norte de una manera similar, de andar ambos lejos del pago natal. De ahí que el convite haya sido a una chaya con aires peruanos y sonidos de la cultura árabe, amores que compartimos también.

 – «Ay, si supieran del monte no harían del monte un dolor» dejás asentado en Almamonte, ¿hay un poco de tu DNI o de tu raíz en este tema?

– Mis padres convivieron con el monte de Córdoba y Catamarca y yo vivo en el monte de Río Ceballos. En 2015 se produjo una gran inundación que afectó a todo Sierras Chicas,  producto del desmonte que aqueja a estos lugares de manera devastadora. El daño fue tal que lamentablemente personas perdieron seres queridos, viviendas y muchas cosas materiales. Ahí nació Almamonte, como una oración con intención de sensibilizar a quienes sólo ven negocios inmobiliarios donde otres ven a la Pachamama, eterna proveedora de sus dones.

– En Para saber elegiste el ritmo saya, y decís: «si estás bien tengo que estar bien primero/tengo que entregarme al juego/dejo a un lado mis antojos». Esta letra confirma la importancia de la paternidad en tu cotidiano, ¿verdad?

– Exactamente, la compuse para mi hijo, por hijo, y para mí y mi compañera por padre y madre, hermosa y compleja tarea que llevamos adelante cada día, de la mejor manera posible.

– ¿Sos consciente de que hay una especie de cofradía del sol naciente, un microclima de la composición en las sierras de Córdoba (donde se puede ubicar a músicos como Iñaki, les Murúa, Mariano Clavijo, Paola Bernal, Raly  y hasta Ana Robles)? ¿Te reconocés parte de ese colectivo? 

– Así es, Córdoba es un lugar donde el arte fluye y donde confluimos artistas de todo el país, en esa suerte de cofradía que decís. Cada quien busca habitar el espacio en comunión, aportando su forma de sentir la música. Nos conocemos todes y hemos compartido mucho. Con Mariano Clavijo somos hermanos hace mucho tiempo, hemos compuesto muchas canciones juntos y formamos parte de lo que fue ¡UPA! Músicos en movimiento, un colectivo de artistas autogestionados de Córdoba; lo mismo con mi querido hermano Juan Iñaki que siempre estamos convidándonos a compartir, él en mi Cosiquiando y yo en varios de sus discos, incluido el hermoso Vórtice, contemporáneo de El Camino.

– ¿Por qué crees que estas hermosas fusiones folk no llegan a conquistar Buenos Aires, se quedan en un camino intermedio de oído selecto? ¿tal vez no logran atravesar un charco divisorio entre lo comercial y entre lo auténtico y bello?

– Quienes conformamos la escena de Córdoba, hemos elegido habitar este lugar y desarrollar nuestro arte desde acá, al igual que les musiques que viven en las demás provincias, es decir, conformamos el verdadero federalismo, que lamentablemente no tiene la amplificación que tiene la escena de Bs. As. De todos modos, muches de nosotres siempre estamos yendo, pienso, más con la intención de compartir lo que hacemos que de conquistar Bs. As. Después, sobre lo comercial, es complejo, ya que el mercado tiene reglas que en general excluyen las búsquedas alternativas, entonces, muchas expresiones parecieran quedar en esos caminos intermedios, que al mismo tiempo también son parte del todo y que no necesariamente están exclusivamente conformados por oídos selectos.

– ¿Qué es lo que se viene, por donde estás buceando musicalmente?

– En este momento estoy difundiendo El Camino, proyectando su difusión nacional e internacional, trabajando en dos proyectos nuevos de canciones propias: uno de músicas  relacionadas a Catamarca, que contará con la participación a artistas amigues de allá y otro de canciones compuestas en parcería; produciendo discos de otres artistas y llevando adelante mi emprendimiento de luthería: Kunturi tambores argentinos, todas actividades que me llenan el alma y me permiten ser canal de la bendición de hacer.

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