Para elaborar un mapa de la canción uruguaya es imprescindible tener en cuenta las influencias que tuvo el país oriental, entre las cuales se destacan la música popular brasileña, el folklore argentino y los ritmos afro. En ese mapa, la canción urbana y el canto popular –movimientos surgidos en la década del 60- agrupaban a las expresiones más genuinas del canto poético y con fundamento que inundaba de sonoridades a la ciudad de Montevideo. Una de las exponentes más genuinas de ese periodo, e impulsora de la Canción Urbana, fue la cantante y compositora Diane Denoir.
Nacida en Montevideo con el nombre de Diana Reches Mehler, hija de migrantes austríacos y criada en el mítico barrio Pocitos, Diane debutó en 1966 como cantante en el marco de los Conciertos Beat, que se desarrollaban en el Teatro Solís de Montevideo. Ella fue una de las impulsoras de estos conciertos y fue allí donde conoció a Eduardo Mateo, con quien forjó una entrañable amistad. A partir de entonces Diane sería musa de varias de las más destacadas páginas musicales compuestas por el reconocido cantautor como Y hoy te vi, Mejor me voy, Esa tristeza y la viral Señora Diana la vi.
Diane Denoir se presentará el miércoles 6 de diciembre en Bebop Club, de la ciudad de Buenos Aires, con el espectáculo Canciones urbanas, junto a los talentosos Daniel «Lobito» Lagarde, Andrés Arnicho y Nelson Cedréz. Las entradas están disponibles a través de web de Bebop.
– ¿Qué fueron los Conciertos Beat?
– Era un movimiento irreverente que se le ocurrió a Bernardo Bergeret y a Enrique Kiesevich en el Teatro Solís, que es como el Colón de Montevideo, un teatro con toda la solemnidad, de música académica, de música clásica, que en esa época le decían música culta entre comillas, y de ópera. De golpe que aparecieran grupos de rock, gente que hacía bossa nova, candombe, incluso había un cuarteto de cuerdas, pero que en vez de tocar con smoking, Bach o Telemann, lo tocaban con camisa de Peñarol, o sea, la ejecución era buena y profesional, la cosa es que la puesta no era esa cosa almidonada que tiene un teatro solemne. Era muy gracioso porque era la época de los Beatles, por eso se llamaba Conciertos Beat, y empezaban con el telón cerrado, en negro, y Bernardo vestido de negro con una calavera en la mano decía «to beat or not to beat» y arrancaba un grupo de rock que tocaba un tema de los Beatles. Entre músico y músico o música, entre intérprete e intérprete, metían cuentos, frases de humor negro, de Boris Vian, eran muy originales y muy vanguardistas en el momento, desde el año 66-67.
– ¿Eduardo Mateo participaba de los Conciertos Beat?
– Sí. Claro, yo acepté cantar ahí, y me agarré un trío para que me acompañara. Yo no podía tocar la guitarra, soy bastante limitada, además yo cantaba folclore en esa época. Sabía acompañarme folklore y tres acordes de bossa nova que era un horror, porque la bossa nova es muy complicada de tocar. Ahí resolví que me acompañaran y ahí fue que lo busqué a Mateo, lo encontré y me armé un trío que era él en guitarra, Antonio Lagarde en contrabajo y Roberto Galetti, uno de los mejores bateristas que tuve en Uruguay, y sonaba bárbaro. Yo empecé con Mateo, que era mi guitarrista, después Mateo empezó a componer en español. En esa época Mateo componía en inglés. Tenía un grupo que se llamaban Los Malditos. The Knights, primero se llamaban así, como los Caballeros de la Mesa Redonda, y después se llamaban Los Malditos.
– Entonces, ¿Eduardo y vos se conocieron en tu búsqueda de un guitarrista?
– Exactamente. Empecé a preguntar dónde había un guitarrista y me dijeron que había un boliche en el centro, que había un cuarteto en realidad, donde tocaba Manolo Guardia el piano -gran pianista y un tipo, uno de los pioneros del candombe beat también-, que después fundó la Camerata de Punta del Este, y bueno, estaban ahí. Yo fui a escucharlos y me encantó, pero claro, yo no necesitaba un piano, lo mío era más bossa nova, más chiquito, y bueno, le hablé a Mateo, le expliqué la idea y se entusiasmó. Armamos el trío y después empezó a venir a casa todos los días. Ahí quedamos, asociados.
– ¿Cómo fueron esos años de sociedad con Eduardo?
– Muy lindo, muy fresco, muy creativo. Era la época en que nos llegaba de afuera los discos de Los Beatles, de Elis Regina, de Chico Buarque. Fue una época de una efervescencia musical bárbara… La canción francesa también: Françoise Hardy y Juliette Gréco, esa onda. Entonces, claro, vivíamos escuchando discos que teníamos o que iban saliendo. Nos pasamos temas, y por eso nos veíamos todos los días, pero lo menos que hacíamos en ensayar. Era escuchar otras cosas y así fuimos también cambiando el repertorio y creo que Mateo también se fue inspirando y terminó escribiendo en español.
– ¿Es en ese mismo contexto, durante la década del 60, que surge el Canto Popular Uruguayo?
– Sí, había un canto popular que era más folklórico. Una de las propuestas más interesante fue la de Daniel Viglietti, que era para mí un gran compositor y gran letrista. Fíjate que cuando, después del tercero o cuarto Concierto Beat, Bernardo Bergeret organiza con Augusto Bonardo, que era un gran comunicador argentino y que en esa época estaba en Uruguay, un Festival de música beat y de protesta. Ahí los invitados éramos Viglietti y yo. En ese festival aparece «El Sabalero», José Carbajal, con una propuesta propia también de algo que ya no era tantísimo folklore. Una propuesta muy original la de José. Así es que empezamos un movimiento de canto popular, no necesariamente folklórico, y empieza el candombe beat, que después se llamó Canción Urbana, pero empezamos ahí toda una corriente de música propia diferente.
– Vos comenzaste cantando folklore ¿no?
– Yo estudié piano académico clásico, pero tenía ganas de tocar guitarra porque era la época de las guitarreadas. Lo más fácil para tocar era Zamba de mi esperanza y Sapo cancionero, ese folklore argentino. Además esa época fue muy floreciente porque en Argentina había una ley dictada por Perón en 1949, que obligaba a las radios a pasar música argentina. Claro, eso hizo que Argentina se mirara para adentro y así surgieron una cantidad de folkloristas maravillosos. Eso se contagió en Uruguay. Acá empezó primero con Abel Carlevaro y con Lauro Ayestarán. Carlevaro era un gran guitarrista y Ayestarán un gran investigador que empezaron a mirarse para adentro. Hubo una musicóloga importante venezolana que vivía en Argentina que se llamaba Isabel Aretz, y que empezó a buscar las raíces argentinas y uruguayas. Ahí hubo una investigación de musicólogos que tuvo mucho que ver y que sacó a luz una cantidad de músicas. También surgieron compositores como Aníbal Sampayo. Ahí se da una corriente, primero folklórica, de mirarte para adentro. Si a eso le sumás todo lo que pasó en los 60, de que había un despertar de América Latina, con la Casa de las Américas, que los escritores empezaron a pensar, a escribir en el continente latinoamericano. Eduardo Galeano, por ejemplo, con Las venas abiertas de América Latina, etcétera. Ahí es como que descubrimos que estábamos caminando arriba de un continente que no lo conocíamos y que tenía una riqueza cultural brutal. Eso hizo también que nos miráramos un poco más por dentro.
– ¿Cómo fueron los años del exilio, durante la dictadura uruguaya?
– Fui a Argentina, donde pasé los tres peores años de mi vida. Agarré a los 74, 75, 76. López Rega y luego a Videla & company. De mal en peor.
– De ahí tuviste que irte a Venezuela…
– Claro, porque todos íbamos a Argentina, ya que creíamos que la dictadura en Uruguay no iba a durar. Cuando empezó a alargarse, y encima golpe en Argentina, el raje se dispersó. Yo elegí quedarme en América Latina. En esa época habían tres democracias nada más en América Latina: México, Costa Rica y Venezuela. Y yo elegí Venezuela.
– ¿Por qué Venezuela?
– La elegí porque en esa época tenía pasaporte uruguayo, pero yo sabía que la Embajada de Uruguay y las embajadas no estaban dando pasaporte. Había mucha gente en Argentina, uruguayos, que iban a la Embajada de Uruguay en la calle Corrientes y Florida y querían sacar pasaporte y no les daban, lo cual violaba el Pacto de San José y un montón de acuerdos internacionales que Uruguay firmó, pero eso no les importó. Mucha gente no tenía documentación para viajar. Cuando nosotros nos rajábamos de Montevideo a Buenos Aires, ibas con la cédula de identidad, pero para salir de Buenos Aires necesitabas un pasaporte. Yo tenía un pasaporte que estaba vigente hasta el año 78, y me dije, si esto está sigue así, ¿qué hago? Y entonces México te daba para viajar un papel de viaje, como un papel grande con unos sellos horribles. Y yo sabía que en Venezuela servía esa documentación. Y aunque era el país menos recomendado por la gente, cosa de ignorantes, porque es un país maravilloso, con una variedad cultural impresionante, gastronómica y una gente divina, me fui. Ahí viví 15 felices años. Venezuela fue un país que lo conocí a fondo, que tiene selva, desierto, montaña, nieve, trópico, lo que quieras, llano. Y me encariñé mucho con el país y su gente, y su música, y su literatura, etcétera.
– ¿Seguías cantando?
– No, no quise volver a cantar. Mira, por cierto, Alí Primera, que nos conocíamos, que tenía un sello de discos, me quería grabar y yo en esa época no tenía más ganas de cantar, porque yo salí muy golpeada de Argentina. Golpeada por cosas personales, porque se murió mi compañero, no lo mataron, se murió de un aneurisma. Golpeada porque había que seguir trabajando, porque a veces la gente no se da cuenta, pero el exilio es una especie de fractura que te quiebra la vida por la mitad. Vos no te querés ir, ¿entendés? Y tenés que salir para salvarte el pellejo, y te encontrás con que tenés que hacer una vida de sobrevivencia en lugares donde no conoces a nadie, donde tenés que ingeniártelas para conseguir trabajo, para sobrevivir con dignidad, mantener la cabeza sana, para seguir peleándola bien. Yo estaba tan abatida. No soy de las que cantan cuando están tristes. Hay gente que lo hace muy bien, hay gente que compone muy bien cuando está triste. Yo no, entonces no tenía ganas. Y Alí me ofreció, pero no agarré viaje. Tenía que sanar las heridas.
– ¿Cómo fue esa vuelta a un escenario?
– Después de muchos años, la instalada en Uruguay nuevamente, hubo dos músicos que me alentaron a volver a esos escenarios. Uno fue Jaime Roos y el otro fue Daniel «Lobito» Lagarde, que es el hermano del que era mi contrabajista, pero «Lobito» era el contrabajista de Tótem, ¿te acordás del grupo de Rada? Y bueno, ya nos reencontramos acá, que él volvió de París y me daba manija para que volviera a cantar y Jaime también. Incluso Jaime me dijo: «el día que vuelvas a cantar yo voy a estar en el escenario acompañándote», y así fue: en el 98 me volví a subir a un escenario. Cuando te subís a un escenario y empezás a cantar, eso que se siente arriba del escenario es indescriptible.
– Qué fuerte debe haber sido esa experiencia ¿no?
– Sí, es muy fuerte. Lo más fuerte antes de volver a cantar, fue un día que yo estaba en mi casa, subida arriba de una escalera, acababa de llegar al Uruguay, hacía 3 o 4 semanas y de repente me escucho en la radio. Quedé en shock. Pasaron 18 años, y a mí me siguen pasando. No podía creer que a alguien le importe lo que vos hiciste, que alguien recuerde y le interese tu música y pasara una canción mía. A partir de ahí hay una especie de reencuentro con el país, contigo misma, con un pasado que tiene un trabajo hecho con cariño, ¿entendés? Y bueno, eso hizo que volviera a cantar, más la manija de Jaime y de Daniel el «Lobito» Lagarde.
– De aquellos tiempos con Mateo, allá por los años 60, quedó un registro maravilloso que rescataste en el álbum Inéditas, ¿cómo aparece ese material?
– Ese disco surge gracias a Carlos Píriz, gran sonidista que fue el que nos grababa en aquella época y que tuvo siempre la meticulosidad de grabarnos y de darnos una copia. Gracias a esas copias que sobrevivieron exilios y también Carlos Píriz guardó, hicimos ese disco.
– Fuiste musa de Mateo. Escribió varias canciones inspiradas en vos. Una de ellas es Mejor me voy ¿cuál es su historia?
– Mejor me voy tiene tres versiones. La que está en el disco Inéditas es la segunda, con el quinto, y esa canción surge porque Mateo tocaba en un boliche en la escuela de Montevideo en Carrasco que se llamaba Orfeo Negro, al cual a veces de tarde íbamos a ensayar. Yo no cantaba en ese boliche nocturno, pero a veces cuando yo salía del cine con mi novio iba para allá, a Orfeo Negro, a visitar a Mateo. El dueño me convidaba a una Coca-Cola y Mateo me decía «dale, cantate una», y yo de repente me cantaba un temita o dos. Una de esas veces, me peleé con mi novio, me deja en Orfeo Negro, yo estaba mal, y Mateo me decía «dale, cantate una», «no, no tengo ganas», le decía yo. No quería cantar, Mateo insistía. No quise cantar y no canté, y Mateo al día siguiente o los dos días, viene a casa y me dice: «mirá, esta sos vos», y de ahí salió Mejor me voy, que la primera versión está en el disco Musicación 4 ½.