Por Pedro Patzer | pedropatzer@gmail.com
Ilustración: Enrique Figna
La cultura popular es Huayra Puca, la madre de los vientos, de nuestros vientos rebeldes que golpean y golpean y golpean el alma de nuestros propios muros, hasta hacerlos piedras de nuestras verdades. Por eso el zonda, el pampero, la sudestada, el viento blanco y el viento norte, enloquecen a los que sobreviven en la trinchera de la “cordura”, que no es otra cosa más que aceptar formar parte del elenco estable del olvido. Porque estos vientos llevan y traen, traen y llevan, el balbuceo de diosas y dioses más antiguos de estas tierras, aquellos que fueron escondidos junto a sus idiomas secretos y que se convirtieron en cantos clandestinos y salvajes hechos de palabras que jamás podrán encerrar los calabozos de los diccionarios de las reales academias, ni en la “civilidad” de los que siempre proponen renunciar a la identidad. Estos vientos, que agitan las otras banderas y sostienen el alma de las argentinas olvidadas, esparcen semillas que harán florecer porvenir en lugares que parecían condenados a la resignación del desierto y al mausoleo de los pulcros, o para decirlo en criollo: a la comodidad cultural de los indiferentes.
La cultura popular es Huayra Puca porque que además de ser la madre de los vientos rebeldes, tiene la capacidad de transformarse en otras divinidades, a veces canta solitariamente como Martín Fierro, otras, como baguala desesperada, cada tanto se vuelve Maradona, Evita, Leonardo Favio, Mercedes Sosa aunque generalmente deviene en personas anónimas: las hijas e hijos de la Madre de los vientos son los hacedores silenciosos de las memorias del pueblo ¿Acaso los verdaderos hijos e hijas de la cultura popular han mencionado, siquiera, alguna vez la palabra cultura? Las y los que hacen la cultura no suelen hablar de cultura, ellas y ellos son cultura. Aman, trabajan, cocinan, danzan, visten, se desnudan, resisten al olvido, despiden cantando a sus muertos. Los vientos rebeldes esparcen semillas sin preguntarse ¿por qué?, semillas que harán florecer verdades que ya nadie podrá detener. Y así llevan de un lado a otro los nombres prohibidos que siempre regresan como plegaria secreta o copla desdentada, en cambio los nombres que nos obligan a repetir de memoria, jamás se convierten en plegaria o canto. Nadie canta a los que sumergen al pueblo en la prosa de la resignación, el pueblo canta a los que les dan la posibilidad de ser y estar, de soñarse a sí mismos, de reconocerse genuinamente. De hecho hay coplas anónimas dedicadas a Felipe Varela, Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga mas ninguna a Bartolomé Mitre ¡El pueblo sabe que su canto es la memoria del futuro! ¡El pueblo escribe su historia cantando!
Si cantar es rezar dos veces, como manifestaba San Agustín, los que han inspirado a nuestro pueblo no pueden, entonces, sorprenderse de que la gente los haga santos al cantarles. Hay una hermandad en el canto y la fe. Yo me siento hermano del que lleva en su billetera una estampita de San Cayetano, y le canta en las madrugadas de desocupados de Liniers, este santo oficial y venido en barco, se ha convertido casi en un santo pagano, su verdadero templo está en la vigilia de los desheredados. Del mismo modo me siento culturalmente cercano de quienes se detienen a mitad de la ruta para dejarle una botella de agua a la Difunta Correa, ese reconocerse hijo de la sed es también comprender una de nuestras identidades, o el que le ofrece un cigarrillo a la ermita del Gauchito Gil, un pucho suele ser una contraseña entre los desesperados. No puedo dejar de mencionar todo aquello que significa un misachico, una procesión en la que el pueblo marcha al compás del retumbar de bombos y cantos, y saca al santo de la parroquia para llevarlo ante el río seco, para que vea con sus ojos sagrados que el río se ha ido. A los pocos días llueve y el río regresa, como el santo a la parroquia. Siento que esa gente es la verdadera cultura. ¿Es posible la cultura popular sin fe? ¿Será eso lo que la diferencia de la “alta cultura”? ¿Será que la cultura popular tiene devotos, que no necesitan alardear con sus conocimientos porque esos saberes son los que los hacen resistir, y ser? Pero sobre todo, sobrevivir. La Fe de la cultura popular que canonizó a Gardel, Gilda y a San Pugliese, pero también que hace que Horacio Guarany, como otros elegidos, por ejemplo, el Indio Solari, sean padrecitos de miles de huérfanos culturales. ¿A qué orfandad me refiero? Los nietos y nietas de los abuelos quichuistas, abuelas que hablaban en guaraní o en mapudungún, o en cualquier otro idioma nativo y que fueron obligados a olvidar las voces de sus mayores. Y no fue solo olvidar idiomas, fue enterrar toda una cosmovisión que esas lenguas representaron: la Pachamama, La Tierra sin mal, La Ñuke Mapu. Este no es un país pobre, es un país empobrecido, que es realmente distinto. Y es empobrecido culturalmente. Si a alguien le niegan su origen, le cambian su verdadero nombre, le esconden los hechos, el amor y la sangre que lo hicieron llegar hasta aquí, y le sacan su tierra donde pueda surgir el dios maíz, pues no hacen otra cosa que levantar estatuas al olvido, que casi siempre lleva el nombre del que escribe la historia oficial. Entonces los pueblos que tenían nombres indios o gauchos pasaron a tener nombres de militares que ayudaron a la conquista del olvido oficial, o el de estancieros o ferroviarios ingleses, para que los “civilizados” no sientan la profunda melancolía de ser errantes por el fin del mundo, teniendo en cuenta que quienes confeccionaron los mapas sentenciaron que el mundo empieza desde el norte. No es casual que el “templo” de la alta cultura argentina se llame “Teatro Colón”.
Hay otros mapas que gritan que el mundo empieza desde cada rincón de la memoria, desde ese eco que viene de lejos que muchos llevan por siglos en sus miradas, otros en el color de su piel, en los rostros parecidos a las piedras de los antigales.
La cultura popular es la madre de los vientos que revela los colores de los invisibles, nos enseña el camino del yo en los otros, que nosotros empezamos a ser en los otros, que nuestra identidad comienza siempre en nuestros distintos. De modo que ella recupera a personajes escondidos por la historia oficial, ya que el lawfare viene de antes, hubo un lawfare histórico, que algunos artistas, por ignorancia o por corresponder al poderoso mandato de la historia oficial, replicaron, tanto que una célebre zamba de José Ríos y José Juan Botelli, popularizada por Los Fronterizos, que se supone era un conjunto de izquierda, trataba de asesino a Felipe Varela: “Galopa en el horizonte,/ tras muerte y polvadera/ porque Felipe Varela/ matando llega y se va”. Esta zamba que fue coreada en festivales, peñas, campos y casas de todo el país, es una muestra de cómo la “civilidad” de los cuerdos, la que administra la cultura oficial, es una renuncia a la identidad: trata de sanguinario a una persona que, entre otros actos, alzó su voz contra la guerra de la Triple Alianza, en el manifiesto que Felipe Varela, lanzara en enero de 1868.
Del mismo modo ha sido invisibilizada, de los manuales de la historia oficial, la Vuelta de Obligado, de la que Rosas fue protagonista y al que estos libros escolares sólo han asociado a la Mazorca, y nunca al acto de soberanía nacional por el que San Martín le regaló su sable. Curioso es que a Rosas, la historia oficial sólo lo recuerde con las manos manchadas de sangre, pero al que festejó el degüello y la exhibición de la cabeza del Chacho Peñaloza en una plaza de Olta, lo llamen “Padre de la educación argentina”. La historia oficial la escriben los que ganan, aunque la cultura popular, regresa con sus versiones de la historia. Las coplas que el pueblo canta; las difuntitas milagrosas y los Juan Moreira que de su alma surgen; los gauchos que no sólo se niegan a ir a la guerra contra hermanos, sino que también se hacen protagonistas del poema nacional y santos paganos.
Santos Vega es el mito que narra la derrota del payador más importante de todos los tiempos frente al diablo, al que llamaban “Juan sin ropa”, no porque anduviera desnudo, sino porque no vestía de gaucho ya que era el forastero. Algunas lecturas dicen que representa al progreso, aunque prefiero leerlo como a la colonización que viene a avasallar a la cultura propia. De todas maneras la victoria del diablo, o de “Juan sin ropa”, es pírrica, ya que Santos Vega, según el mito popular, aparece, en cada atardecer rural, como espectro, payando contra la prosa de los historiadores oficiales, administradores de “la realidad”, en la que el “nosotros” siempre son unos pocos, la aristocracia de la memoria oficial ¡Otra vez el canto es el triunfo de los vencidos! ¡La muerte no pudo callar el canto del payador!
Los hijos e hijas de Santos Vega somos sobrevivientes culturales, no sólo los aborígenes, y gauchos, también los y las que decidimos nacer en la historia, y no sentirnos europeos viviendo un exilio cultural en este extraño y mágico continente, como la aduana de la cultura o la cultura oficial siempre nos ha enseñado a sentirnos. “La cigüeña nos trae de París…Mambrú se fue a la guerra” ¡Nostalgias de parisinos nacidos en los arrabales del mundo!
Aunque muchos de nuestros abuelos hayan venido del viejo continente, ser de aquí significa aceptar que esta tierra tiene más de 500 años, y que eso significa que nosotros somos parte de esas culturas latentes esparcidas por cada región de Abya Yala, o como la denominaron los conquistadores, América.
Aquí se debe nacer dos veces, la primera biológicamente, la segunda existencialmente, cuando se toma conciencia de que sos de una tierra donde sus culturas originarias fueron devastadas, donde los otros (y las otras) fueron desterrados de su propia historia y de la oficial. Aquí se debe elegir nacer a la verdad, no por nacionalismo (ya que ser de aquí, es ser nuestra América) sino por empatía con todo los invisibles, y por los cuerpos, biografías, idiomas, culturas y dioses que fueron enterrados sin tumba.
La Madre de los vientos, Huayra Puca, es decir, la Cultura Popular, nos enseña que hay otra historia que la escriben los que resisten, y además la cantan los que no están dispuestos a ser cómplices del olvido oficial.
Qué hermosa manera de decirlo. gracias Pedro
Maravilloso, tremendo y luminoso texto, cumpa!!!
Sencillamente, excelente!!!
Debiera, publicarse en los libros de texto! Y sistematizar la en las curriculas